Virginia Rusu / Schoenstatt - Del Acto Reverente

De Casiopea
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Resguardo Convival en la Envolvente Lumínica, Volcada al Rostro en Invitación Reverencial

El Templo católico se identifica entre los géneros arquitectónicos de carácter público, por su naturaleza invariablemente sagrada (aun en ausencia de liturgias), cuya significancia teológica, esto es lugar de encuentro entre lo humano y lo divino, cobra jerarquía espacial, con el paso del Umbral / Atrio / Puerta (áreas de transición entre lo profano y lo sacro), a la Nave (el pueblo de Dios congregado), culminando en el Altar / Presbiterio (presidencia y formalización del culto).

La acogida del fiel en encuentro cristiano, configura atravez del atrio / umbral, el filtro del habitante convocado, en participante, anticipándolo a la demora de un largo procesional. La nave en su dualidad de desfile espiritual / permanecer expectante, responde al devoto frente a la dinámica del culto, a la vez amplificando el acto de alabanza, veneración y canto, en la colectividad de un “Pueblo de Dios”. El cuerpo de la nave, actúa en distintas coordenadas espaciales, dando cabida desde sus paramentos (el decoro como elemento de evocación), con el suelo (perdida de referencia, favoreciendo la introspección), en su iluminación (ventanas alzadas, aislantes visuales del exterior, generadoras de cobijo y permanencia), hasta su direccionalidad (gravitante mediante su eje, en el altar, la palabra proclamada para ser escuchada en expectación), a la ESCALA DEL CUERPO. La multiplicidad de sus posturas (de pie, hincado, sentado), conforme a la ceremonia reverencial (Oración, Gracias, Alabanza, Proclamación del Evangelio, Predica, Eucaristía, Ofertorio, Comunión, Bendición, etc.), responde a una segunda ESCALA ARQUITECTONICA en cuanto al acto de culto oficiado, radicada en el Presbiterio / Altar, como foco atencional. La luz suspendida cuya incidencia es encauzada hacia el altar, cobra una tercera ESCALA DE EXTENSION, como componente materializada primordial en el contexto a ser evocado.

La luz del templo, queda retenida por el cuerpo de la nave en su velo mural (con respecto al exterior), resguardando a la multitud en una envolvente lumínica templada, cuyo rebote en el rostro del fiel, lo deja en participación convival. La gradualidad de tal envolvente, ascendente al altar, vuelca las posturas en convocatoria contemplativa hacia el altar, en cuyo foco, el ojo direccionado encuentra su reverencia.


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