Taller de Amereida 2003

De Casiopea



Asignatura(s)Taller de Amereida
Año2003
TalleresARQ 1º, ARQ 2º, ARQ 3º, ARQ 4º, ARQ 5º, DIS 1º, DG 2º, DG 3º, DG 4º, DO 2º, DO 3º, DO 4º
ProfesoresAlberto Cruz, Jaime Reyes, Manuel Sanfuentes, Andrés Garcés
Palabras Clavearquitectura, poesía, amereida, poética
Carreras RelacionadasArquitectura, Diseño Gráfico"Diseño Gráfico" is not in the list (Arquitectura, Diseño, Magíster, Otra) of allowed values for the "Carreras Relacionadas" property., Diseño Industrial"Diseño Industrial" is not in the list (Arquitectura, Diseño, Magíster, Otra) of allowed values for the "Carreras Relacionadas" property.

Estudiantes

Fotografías

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Clases de Jaime Reyes

¡Dante o Nada!

para don Mario Cabrera

Es la consigna proclamada hace más de 60 años por un grupo de poetas en Buenos Aires. Es una indicación extraña que como una luz inextinguible sigue acompañando a los integrantes de una cofradía poética llamada “La Santa Hermandad de la Orquídea”. Yo conozco apenas a uno de sus integrantes; el poeta brasileño Gerardo Melo, autor de la carta que les leí la vez anterior, aquella en que relataba una hoguera inicial, aquel acto primero de nuestra poesía americana. De hecho lo he visto en una sola ocasión; cuando vino para el funeral de Godo hace ya tres años. Yo no pertenezco a la hermandad ni conocí a los demás hermanos, pero esa voz “Dante o Nada” resuena como un eco insistido y realizado aún hoy entre los que continuamos con los asuntos de la poesía, por lo menos en esta escuela.

Sabemos que la mayoría de los manifiestos tienen una potencia inaugural basada en el impacto de su aparición, y que acaban por extinguirse y diluirse ante la fuerza avasalladora de un tiempo siempre móvil y cambiante. Los hechos y circunstancias de la vida terminan por comprometer y corromper los principios y la pasión. Sabemos que todos los manifiestos de los movimientos de vanguardia de comienzos del siglo XX no permanecieron activos demasiado tiempo en la creación y en la mantención de sus propuestas. Algunos hicieron escuela y duraron un poco más que otros, pero a la vuelta de las décadas se han convertido en materia de estudio de la historia en cuanto fenómenos importantes pero finalmente pasajeros; radicales pero efímeros.

Gerardo Melo, cuando estuvo ante todos nosotros en la ciudad abierta dijo: “A veces separados, a veces juntos, caminamos hace 60 años. Yo mismo anduve por todos los países del planeta casi. No estuvimos siempre físicamente juntos; 3 años sí que estuvimos juntos el día y la noche, a veces viviendo en la misma pieza. Éramos 6, no teníamos plata como para alojarnos, vivíamos en la misma pieza, 6 personas dormíamos en el suelo... durante 3 años leyendo el día y la noche la Divina Comedia; El Quijote; Hölderlin, y así, así, así vivimos, y nos llamábamos la Santa Hermandad de la Orquídea. Porque la Orquídea no tiene vida propia; la Orquídea sube a la vida del árbol y nosotros a la vida de lo divino: de esto vivíamos, de lo divino. Era una aventura la Santa Hermandad de la Orquídea. Creo que nos hemos mantenido fieles a nuestra consigna primera, a esta cosa de estar siempre con lo sobrenatural. Y Godo después vino a anclar en Chile, lo que ha sido una felicidad: es el espacio sagrado para nosotros. Teníamos esas pequeñas cosas, teníamos un compromiso: que cada mañana, estuviéramos donde estuviéramos al levantarnos, rezar -o cualquier cosa- y cada uno de nosotros pronunciaría el nombre de los 6 miembros de la Santa Hermandad de la Orquídea. Yo lo hago hace sesenta y tantos años: “Raúl, Godo, ta, ta... casi como una letanía, la primera cosa que hago todos los días. Para que pudiéramos permanecer fieles a nuestro compromiso con la eternidad...”

Ahora bien, ¿Cuál es la fuerza de esa consigna que la mantiene con vida? ¿Por qué pudieron ellos permanecer fieles después de más de 60 años? ¿Qué secretos inefables se esconden en esas tres brevísimas palabras?

Ninguno de los hermanos se dedicó a copiar a Dante; ni su temática, ni sus tonos, ni su modo de vida. No se trataba de tener al poeta italiano como ejemplo literal de nada práctico ni de nada espiritual ni mucho menos de algo literario. La frase es confrontacional, por cierto. No permite indiferencia ni medias tintas. Y el mismo hecho de ser así, radical, de no permitir margen de juego ni de movimiento, provoca mayor sorpresa cuando vemos y sobre todo sentimos que se mantiene y que sobrevive. Aquí no hay acomodaciones ni interpretaciones posibles.

No puedo dar fe de los demás poetas hermanos, pero creo que Godo siguió al pie de la letra y sin apartarse ni un vocablo de semejante sentencia impresionante. Y voy a explicar cómo.

Al principio de la Divina Comedia Dante llama a Virgilio, el poeta de la Eneida y fundador de la leyenda de Roma, y le solicita que lo guíe en su viaje por la aventura de los infiernos, del purgatorio y del paraíso. Godo hizo exactamente lo mismo. Baste leer el título “amereida”. Godo también le pidió a Virgilio que lo guiara para elaborar una leyenda poética; la de nuestra América regalada. Godo comprometió su vida y su obra en un encargo dificilísimo: cantar un continente a través de una épica completa. Y nos atravesó su palabra, su poesía, hasta la sangre misma, de suerte que todos nosotros estamos inmersos sin remedio en mitad de la aventura. Hacemos travesías para continuar con la consigna, para que la leyenda sea construida y a partir de ella compartir un origen y debatir un destino. Esta empresa nuestra nace de una revelación, de un arrojo o coraje que no tiene término ni final en el tiempo. No puede acabarse porque no responde a las circunstancias ni a las vicisitudes cotidianas. En el fondo se trata de algo que no nos pertenece del todo; es una obra mayor que no depende de las personas. Murió Godo y otros horribles trabajadores han venido para comenzar en el punto en que él desapareció. Y otros vendrán a su vez para continuar en los horizontes en que a nosotros nos corresponda sucumbir.

La consigna ¡Dante o Nada! no fue una declaración al modo de los manifiestos, no fue un lema al modo de la política: fue y es una invitación al juego que conmueve hasta la base de misma de nuestro íntimo fundamento.

Voy a intentar explicarme haciendo un breve rodeo.

Ustedes y yo hemos sido educados, sin variaciones demasiado profundas, de la misma manera: El hecho es que pertenecemos a una realidad llamada Civilización Occidental. La misma que Dante y Godo (no así Virgilio) ayudaron a forjar (aunque ellos intentaron lograr algo bastante distinto a lo que hoy se acepta como una normal situación mundial). Y en esa educación aprendimos a adorar la disciplina marcada por el pensamiento; la verdad fundada en inventos ancestrales que ordenan la construcción de cierto tipo de preguntas consideradas esenciales. Con los ojos adquirimos las demostraciones de un paisaje edificado por la sabiduría. Con los oídos recibimos las vibraciones de ciertos aires y estratos que funcionan como sistema. El tacto es para urdir el peso de las herramientas y las manos son para elaborarlas. El cuerpo lo usamos para retirarlo de los fenómenos y así obtener el conocimiento. Sabemos lo implacable que es el razonamiento, podemos acumular y acumular certidumbres a través de procesos. En el fondo somos hombres y mujeres y sociedades que progresan. Creemos fielmente que la historia cursa su ser y su estado sobre una linea. Ya no necesitamos que los dioses creen el mundo porque podemos incluso crear a los dioses. Estamos arrojados hacia la gloria de los procedimientos lógicos; enfrentados al rostro objetivo del universo; cazados por las escala cronológica e inmutable de las eras y armados por la estructura infalible de la inteligencia. Nuestras familias se reducen para adaptarse a la medida de espacios habitables optimizados por el rigor de la velocidad, por el recinto privado. Todos nuestros años son siempre de preparación y entrenamiento, como si apostásemos el sudor del trabajo siempre al futuro, en la pretensión de una recompensa venidera. Pero esa apuesta nunca es respetada por la vida y menos aún por la muerte, por lo tanto tampoco por la eternidad ni por el presente.

La consigna de la Santa Hermandad de la Orquídea, el rumbo americano abierto por Godo y las estrellas firmadas de Virgilio y de Dante son una exhortación para muchas empresas de vida, pero ante todo son un canto profundamente actual para que una leyenda se realice a plenitud. Nosotros hablamos estas cosas aquí, en este Taller de América que reúne a toda la escuela, precisamente por el hecho mismo de la reunión. Esta escuela se hace con todos y cada uno de nosotros, los que estamos y los que estuvieron; es esta una empresa colectiva que descansa lejos de la individualización extrema que nos propone el mundo del éxito supuestamente adecuado y actual. Aquí cuenta la comunidad que me gusta llamar la multitud, por que sólo a través de la fiesta de la multitud se construye verdaderamente el mundo. Rimbaud cantó una vez que vale lo mismo la mano que ara que la mano que escribe, y nosotros lo tradujimos en la dura creencia de que no existen oficios superiores ni inferiores, sólo existe la igualdad intrínseca de todos los oficios. Sólo hay personas entregadas sin temor y por amor al servicio de la realidad. Una de estas personas murió el domingo recién pasado, se llamaba Don Mario Cabrera. No era poeta ni académico, sin embargo estuvo casi toda su vida con nosotros. De hecho estuvo hasta más que nosotros, porque la casa de la escuela era su casa, vivía junto a su familia en este edificio (allí donde ustedes hoy día van a sacar fotocopias) y acaso tal vez por eso es que nosotros, en esta escuela, tenemos CASA. Y esta es una posesión preciosa y libre en un mundo que sólo quiere reconocerle valor al servicio impersonal y aséptico, en donde las relaciones humanas se miden como recurso y no como lo que realmente son: una fuente eterna de maravilla. Don Mario estuvo en cuerpo y alma enteramente dedicado a esta relación amorosa y prueba de ello es que su labor dejó -hace ya muchos años- de ser un mero servicio profesional para convertirse en vocación. El testimonio de esta vocación es que su mujer, sus hijos, sus nietas, su familia, se quedó con nosotros para continuarla y extenderla. Ese eros hondo y extraordinario es lo que nos constituye firme y sagradamente sobre la voluntad de hacer un mundo, superando toda aquella educación inútil que nos desvía. Espero que esta escuela de arquitectura y diseño continúe necesitando de esta clase de compromisos. Para que sigan existiendo personas, verdaderas y exquisitas personas como Don Mario Cabrera. Hoy nos corresponde agradecerle y prometerle un lugar junto a Mnemosine, la madre de nuestras musas.

Invito a todos los que conocieron a Don Mario y a los que deseen acompañar a su familia a una misa que se realizará ahora a las dos de la tarde en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en miraflores alto.

Melo a Godo

martes 18 de marzo de 2003

texto publicado en los diarios, por Gerardo Mello cuando la muerte de Godo

En Viña del Mar hubo un Poeta

Eramos seis. Hoy tampoco somos muchos. Tal vez algunas decenas, en distintas ciudades del planeta, los poetas que no podemos concebir la poesía sin Godo. Aún más: no podemos concebir al mundo sin Godo. Todo comenzó una larga noche en un bar de Buenos Aires, teníamos 20 años. Salimos con los brazos entrelazados, encendimos una fogata en medio de la plaza, y quemamos centenares de versos. En el aire quedó la frase de Godo: “no afirmo nada, no niego nada, celebro”. Celebramos entre las llamas nuestra propia ligereza juvenil y la partida del viaje hacia la poesía. En nuestra bolsa de viaje Virgilio, Homero, Dante, Hölderlin y el Quijote. Siete, ocho horas de lectura, solitaria o en común, durante años. Godo se conocía de memoria el mapa de todos los viajes. A nosotros nos quedó el de Dante, y así fue como partimos hacia el Infierno, el Purgatorio, el Paraíso. Había una consigna tal vez juvenil y arrogante, pero la única para quien no quiere decir lo que ya se ha dicho: “Dante o nada”. Nosotros la repetimos incesantemente sobre las aguas del Amazonas, en los burdeles, en las iglesias, en la selva elemental. Más adelante, en las cordilleras de América, en las metrópolis del norte y en las viejas ciudades fundadoras de nuestro mundo, por las calles de Europa. El lo sabía todo y lo contrario de todo. Conocía la lengua y la palabra, la letra y la sílaba. Después inventó el lenguaje. Atravesamos los golfos, el surrealismo, el ultraísmos y los demás. En el dulce país de Chile inventó a la más bella de las mujeres y al amor más fervoroso. Y en ese mismo instante también inventó al amor que mueve al sol y a las demás estrellas. Y vio al Dios de amor, luz de luz, lumen de lumine. Buenaventura, el seráfico doctor, enseña que sólo se entra al Paraíso con elegancia y cortesía. El fue el más elegante y el más cortés de los poetas. Kavafis, el padre de la poesía griega contemporánea, nunca editó un libro en su vida. Godofredo tampoco lo hizo, aparte de algún que otro texto publicado en Francia, en Alemania y en Brasil. Pero toda su obra fue primorosamente impresa, durante años, por una refinada curaduría del Instituto de Arte de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso, etapa de su vida de poeta. Ahora que ha partido, cuando ya no es necesario obedecer la rigurosa discreción de su cortesía y de su elegancia, esta obra comenzará a ser celebrada, y crecerá el número de aquellos que hoy ya no comprendemos al mundo sin Godo, a la poesía sin Godo y de aquellos que sabemos que en Viña del Mar hubo un poeta.

Gerardo Mello, desde Río de Janeiro

trimestre 2 clase 1

El Viaje / La Partida

24 de Junio de 2003.


En este período quisiéramos comenzar a aproximarnos a la Travesía, que acaso sea la experiencia más radical de cuantas se acometen en esta escuela. Manuel y yo vamos a hacer este acercamiento desde los campos de la poesía, por lo que escogimos una palabra a la que interrogaremos durante todo el trimestre. Es la palabra VIAJE.

Existen muchas clases de viajes, quizá tantos como seres existan cogidos por sus impulsos complejos y extensos. Impulsos derivados de los anhelos, los instintos o las pasiones. Propongo entonces una primera pregunta: ¿qué es, esencialmente, un viaje? ¿hay uno o más elementos que, sin excepción, sean comunes a todos y cada uno de los viajes habidos y por haber?

el taller responde:

  • el azar o expectativa
  • la partida
  • el regreso
  • el destino o meta
  • la memoria
  • el traslado
  • el desconocido
  • las motivaciones

Antes de escoger alguna de estas cosas que ustedes han dicho quisiera sacar de la lista la meta o destino porque pareciera que sí hay viajes que se cumplen sin la necesidad obligatoria de alcanzar el destino trazado, aunque la llegada, el llegar, sí está en la esencia profunda de los viajes, aunque íntimamente relacionada con la palabra volver. Sobre este punto abundaremos en otra ocasión. Ahora escojo un verbo de la lista: Para viajar hay que partir. Inexorablemente partir. Para viajar basta el sencillo y aparentemente inocente partir. Pero esto es mucho más que comenzar o empezar a caminar o ponerse en marcha o “ir hacia”. Es aún más sencillo; partir significa dividir una cosa en dos o más partes. Pero quisiera tomar esta división no como un hecho que produce fronteras o límites, sino precisamente lo contrario: partir es una división como son las de los puentes, que comunican y reúnen dos orillas distantes y lejanas. Leemos la división como una abertura, como abrir con una escisión desgarradora que asienta y muestra una realidad nueva. Nosotros decimos en castellano que partir es “abrir un fruto”, por eso se parece al puente. Porque abrir un fruto es una acción amorosa, erótica. Como un beso que reúne y convierte, a través de las bocas, a dos personas en un solo ser de una vez y para siempre.

Aquello que se divide en dos o más partes es el tiempo. Un hombre o una mujer que han viajado devienen en personas enriquecidas con elementos nuevos de todo orden, con un tiempo repleto de distingos insólitos y vastos. Por eso decimos de alguien que ha viajado “se le abrió el mundo”. En el fondo podemos decir que el tiempo - al partir- se “compone” con otra configuración. En castellano son semejantes partir y partitura. Se trata entonces realmente de una composición; en un caso es la forma de la música y en el otro es la forma del tiempo. Una forma que se relanza, se reordena y se revive. Una vez que el tiempo ha sido abierto, los horizontes del desconocido asoman consonando como la canción imposible que nos encanta y nos convierte, como el canto de las partidas que nos conmueve y nos impulsa. Amereida es un canto de viajes, un canto de partidas.

partir es “abrir un fruto”

Lecturas recomendadas

  1. Poema «El Viaje» de Charles Baudelaire. En «Las Flores del Mal».
  2. Poema «El Transiberiano» (Prosa del Transiberiano y de la pequeña Juana de Francia), de Blaise Cendrars.

trimestre 2 clase 2

volver, palabra real

Comenzamos este período del Taller de América sobre una palabra como enunciado principal: VIAJE. Preguntamos entonces qué cosas eran absolutamente indispensables para que un viaje exista, aquello esencial que no puede faltar para que un viaje se cumpla. Ustedes dieron una lista de la que recogimos la palabra partida y acabamos proponiendo que amereida es un poema de viaje y de partidas. Voy a extenderme un poco sobre esta proposición, aunque debo aclarar que el libro es mucho más y que se lo puede recoger desde múltiples puntos de vista. Este es sólo uno más.

El primer poema de amereida es una exhortación a los marinos, que acaso sean los viajeros por excelencia. El 2º y el 3er poema tratan la travesía; la definen y la anuncian. Luego viene el inventario (pag. 51); un orden para enumerar poéticamente aquello que llevamos en un viaje. Luego se menciona quienes viajan y quienes ayudaron en el viaje (pag. 58). En la página 67 aparece la palabra náufrago, sobre la que me detendré más adelante. Y así puedo seguir citando directamente párrafos repletos de relaciones.

  • pág. 77: los viajes enseñan (entre otras cosas) que las palabras son como extrañas a las cosas que nombran...
  • pág. 80: ¿el viaje? acaso hay que venir a celebrar en el lugar mismo ver marcar inscribir
  • pág. 82: y aún más -para poder hablar hay que perder la palabra- lo que se produce en el simple viaje...
  • pág. 90: ...una respuesta - mañana partimos a recorrer américa
  • pág. 92: para respondernos mañana partimos...
  • pág. 96: para palpar el presente de lo leve es que mañana partimos a lo largo y ancho de américa...
  • pág. 99: mañana partimos a tierras de climas extremos en su estación extrema al cabo de hornos para desde allá comenzar a recorrer américa...
  • pág. 102: por eso mañana partimos a recorrer américa e ir junto a ella sin interrumpirla cuando nos diga sus encargos...
  • pág. 106: para deshacernos y deshacer este equivoco es que mañana partimos a recorrer américa...
  • pág. 111: para librarnos y librar al presente de toda sospecha de impostura mañana comenzaremos a recorrer américa... por eso mañana partimos...
  • pág. 116: por eso mañana partimos a recorrer américa en camioneta...
  • pág. 120: y para llevar a cabo este mirar mañana partimos a recorrer américa...
  • pág. 124: y este lenguaje de lo múltiple debe hablar en américa él nos lleva a que mañana emprendamos el comienzo de un viaje que atraviese sus tierras...

Luego desde la página 134 a la 153 están citados los cronistas españoles que vinieron por primera vez y sus crónicas son relatos de viaje. En la página 169 están los mapas y la palabra orientarse, el sentido poético de nuestra orientación. En la página 186 y 187 están los mapas con la ruta de viaje de la primera travesía. En la 189 dice y acaba “el camino no es el camino”.

Ahora quisiera recoger dos palabras mencionadas la clase pasada y que nosotros reunimos en una sola en aquella lista, las palabras “regresar” y “llegar” las unimos en la palabra VOLVER. Pues bien, en la página 184 de amereida, justo cuando el poema va a terminar hay un párrafo que dice:

Resulta que todas las partidas habladas en el poema culminan con una sola, la más importante. Al final se parte para llegar, para volver. Y el poema indica la clave para comprender un poco más profundamente el asunto cuando dice que en esta acción intermitente de ir y volver se construye “lo permanente” de una ciudad. Voy dar un ejemplo.

Hay una instancia en que una partida queda frustrada; una situación extraordinaria por la cual aquel que partió de viaje puede quedar impedido, incompleto, interrumpido. Hay un viajero cuyo viaje queda suspendido ad eternum y su alma permanece en vilo atrapada entre los fantasmas del tiempo. Estoy hablando del naufragio. Un náufrago vive en una contradicción del tiempo porque no tiene presente. Todo su mundo se basa en el pasado y en el futuro. Sobrevive entre sus recuerdos y la esperanza de ser rescatado. Vive así en una emergencia constante e insostenible, en un mundo que no le pertenece y que no puede recibirlo. Vive sin orientación, irremediablemente perdido y completamente sojuzgado por las circunstancias del fatal destino. Un náufrago no puede construir nada permanente porque no puede volver. Esa es la parte del viaje que le ha sido negada y es por esa negación que no consuma su viaje y así tampoco se presenta la verdadera realidad. La construcción de lo permanente que se da por el volver es también la construcción de lo trascendente.

(Recuerdo a propósito de estas palabras una cita que hiciera hace algunos años en este mismo Taller y que la semana pasada tratamos en el curso de Presentación al Diseño del primer año. Hablábamos de la sociedad que elaboraron algunos piratas del Caribe: La cofradía de los hermanos de la Costa en la isla La Tortuga [1])

Pensemos entonces que el peligro sublime de un náufrago no es la soledad sino la melancolía; la enfermedad de bajo continuo de la desaparición y la distancia; la enfermedad que atrapa al espíritu para tumbarlo sobre su propia desaparición. Sólo la fe puede vencer a la melancolía, pero ¿una fe poética que nos alimente en travesía? ¿Nos afecta la melancolía y el naufragio en nuestras travesías? Aunque parezca exagerada la pregunta, pero hay aquí presentes algunos de los que fuimos a Puerto Raúl Marín Balmaceda en 1990 y pueden dar testimonio de esto. Seguro que en otras ocasiones también ha surgido el fantasma melancólico del que hablo. La fe de un náufrago ha de ser aquella iluminación por la cual su más íntimo fuero más que resignarse, resucita para el mundo. Es decir, vuelve al mundo, a habitarlo, a vivir sobre la realidad y a construir algo permanente. Ha realizado el ejercicio de llegar y decir este sí es el mundo, que es lo mismo que volver (volver a la vida, al mundo y a sí mismo). Lo realmente hermoso, a pesar de lo dramático y penoso que pueda resultar, es que sólo entonces, sólo una vez que se decide estar de regreso en el mundo se sobrevive (pienso en Shackleton y sus hombres, o en los uruguayos de los andes, etc.). Y más aun: sólo entonces es posible pensar en partir.

Lecturas recomendadas

  1. «South» de Ernest Shackleton.
  2. «El desastre del Essex, hundido por una ballena» de Owen Chase, Thomas Nickerson y otros.

Notas

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