Taller de Amereida 1999

De Casiopea



Asignatura(s)Taller de Amereida
Año1999
Tipo de CursoOtro
TalleresARQ 2º, ARQ 3º, ARQ 4º, ARQ 5º, DG 2º, DG 3º, DG 4º, DO 2º, DO 3º, DO 4º
ProfesoresJaime Reyes, Alberto Cruz, Manuel Sanfuentes, Andrés Garcés
Palabras Claveamereida, poética, arquitectura, diseño
Carreras RelacionadasArquitectura, Diseño Gráfico"Diseño Gráfico" is not in the list (Arquitectura, Diseño, Magíster, Otra) of allowed values for the "Carreras Relacionadas" property., Diseño Industrial"Diseño Industrial" is not in the list (Arquitectura, Diseño, Magíster, Otra) of allowed values for the "Carreras Relacionadas" property.

Estudiantes

Clases de Jaime Reyes. Cartas al Taller de Amereida

Clase 01. Primera Carta

Estimados

Ya que hablábamos de mar... y expresamente de éste; el Mar Caribe. Que hablar no va por saber ni por mostrar. Que no se trata de aprender ni de demostrar. Esta carta que viene a propósito de una primerísima destinada en Carlos Covarrubias, viene también -para ustedes- como la apertura o inicio de una conversación. Conversación así dicha en sí misma y llena de cifras que ya resolveremos más adelante.

Se trata, ahora entonces, de los hombres que habitaron este mar durante el siglo XVII, exactamente entre 1620 y 1680. Son 60 años que tuvieron sangre para el Caribe y plenitud para la “Cofradía de los Hermanos de la Costa”; acaso la más extraordinaria agrupación de piratas que conoce la historia. Y si de historia he hecho mención, pues bien conviene revisar brevemente algunas de sus señales.

Cristóbal Colón había fundado “La Española” en la costa caribeña de lo que actualmente es La República Dominicana. Sin embargo, el afán conquistador español iba por oro y tierras; esas fueron sus arras, por lo que estas fundaciones iniciales no avanzaron de ser caseríos, para pronto ser abandonadas o apenas convertirse en lugares de mero paso. Aquí llegaron los renegados y presidiarios fugitivos; los ex esclavos, lo desertores y los vagamundos de todas las naciones y de todos los climas (excepto españoles). Se reunieron aquí bajo un sólo y fundamental precepto: la libertad.

Al comienzo llevaron sólo una vida dura y primitiva; recolectores de fruta, cazadores de algunos animales cuya carne secaban para luego ahumar con humo de madera verde. Esta carne ahumada era llamada “bucan” por los indígenas arawacos, y quienes comerciaban con este producto con los barcos no españoles que arribaban a las américas, comenzaron a llamarse bucaneros. Este comercio -ilegal según las leyes españolas- es reprimido y La Española es atacada por los ejércitos del imperio. Este ataque es el verdadero inicio de los cuentos.

Los bucaneros sobrevivientes se reagrupan y se guarecen en la isla “La Tortuga”, al norte de Haití. Si hasta ese momento habían sido cazadores e incluso ganaderos, ahora se van a convertir en un grupo que busca unión para defenderse, ahora van ellos a dar los primeros golpes en lugar de recibirlos. Piensan que es la única forma de mantener lo fundamental: la libertad. Ahora son un cuerpo o corpus mayor que se ordena bajo una suerte de constitución cuyas leyes y reglas jamás fueron escritas en documento alguno. Se mantenían vivas en la voz:

Se vive en La Tortuga sin prejuicio de religión ni de nacionalidad (en tiempos que en Europa existen profundas divisiones debido a la reforma de Lutero y las luchas entre los imperios colonialistas)

No existe la propiedad privada ni individual. En la isla jamás se dividió la tierra en lotes y los barcos eran de uso común; cualquiera puede tomar el que desee para llevar acabo una expedición.

La Cofradía no interviene en la libertad de cada cual, no hay impuestos ni policía. Los problemas entre filibusteros -que así se llaman desde que asaltan barcos y ciudades- se arreglan hombre a hombre.

Nadie está obligado a combatir en las expediciones. Se abandona a la Hermandad en cualquier instante y no hay persecuciones ni por traición o abandono o venganza.

No se admiten mujeres (de raza blanca).

En esta constitución no existe ni un solo deber para con la comunidad. Es una sociedad masculina y no se preocupa de los más desprotegidos. Funciona siempre la ley de la eliminación natural: el más fuerte vence sobre el más débil. Aquí se autoriza todo lo que cada uno quiere hacer y se prohibe lo que a nadie interesa.

Nombraban a un “gobernador” que era en verdad un jefe militar que en tiempos de paz poca autoridad o poder poseía. Y he aquí un asunto extraordinario; el gobernador era elegido, lo que resulta ser una situación democrática completamente revolucionaria para tiempos en que el poder es depositado directamente por Dios en reyes y príncipes.

Esta es una sociedad anarquista y utópica que tuvo lugar y momento. Una sociedad que extravió a propósito los puentes que la unían con otras sociedades para condenarse a un extrañamiento imposible e infecundo. No le interesa si el mundo la considera dentro o fuera de sus leyes, sólo cuenta que sus hombres sean y permanezcan libres.

La leyenda en torno a ellos los ha convertido en héroes a pesar de lo sanguinarias y despiadadas que fueron sus empresas. Son personajes simpáticos para el cine y para la literatura. Pero aún por sobre estas equivocadas visiones tan arraigadas ya en el inconciente colectivo e histórico, surge una buena pregunta; ¿por qué los transgresores de la ley en tierra no corren esta misma suerte?, ¿por qué no hay una sociedad semejante entre los bandidos terrestres? Una respuesta que aventura: es por el mar, por el Mar Caribe.


Salud,

Jaime.

oncedemayodemilnovescientosnoventainueve

Clase 02. Segunda Carta

Estimados,

Existen varias clases de correspondencia si de cartas se trata, y este taller ha de convenir en una diferente, nueva y esencial que consiga distinguirlo de una manera que haga sentido. Vuelvo hoy a escribirles una carta y queda ésta - como todas las cartas- en el justo intermedio que existe entre un texto y una conversación. La cifra de esta zona intermedia entre lo escrito y lo hablado reposará por ahora sin precisarse para que sus distingos logren consonar hoy con diversidad y con memoria.

Hace unos quince días, mientras buscaba infructuosamente - aquí en la escuela - un mapa para averiguar cuál es hoy la isla donde Colón fundó La Española, uno de ustedes fue presa del azar y con el aire solemne que la ocasión perfecta y precisa regala a quien la aprovecha, me dijo “he aquí” entregándome un buen número de mapas muy adecuados a todo este tema. Esa es una clase de correspondencia y surge y se establece bellamente más allá de la mera casualidad. Sucede por el hecho magnífico de estar en taller, por el hecho crucial de leer todos a Bernal Diaz del Castillo, por el hecho presto de esta reunión que sí va de todos a todos en este tiempo.

Pero volvámonos sobre el contenido de estos mapas y al eco prístino aún guardado en sus signos y en lo hablado por nosotros hasta aquí. Sucede que hubo desde los mapas otra clase de correspondencia; una directa desde el mar, puesto que del Caribe hablábamos.

Hace algunos días asistí a una cena en Santiago y me correspondió compartir mesa con un hombre de mar, un marinero real y verdadero. Dejo de lado y aparte las anécdotas y los modos de las casualidades y me extiendo brevemente sobre algo que él dijo y que puede descifrar algún lúcido signo contenido en la vida de los bucaneros. Dijo que todo marinero es un tanto apátrida, una especie de extranjero de la tierra firme. Decía que estando a bordo de un barco se es libre porque sólo se responde ante el capitán. Por el contrario, al desembarcar se pierde esa libertad absoluta del mar porque en tierra se debe responder ante las complejas y múltiples leyes, ante la siempre inquisidora policía y ante los severos y parciales jueces. En tierra se deben rendir cuentas y eso es un arrebato de libertad. El marinero admitía su incomodidad frente al orden terrestre.

Los hombres del siglo XVI habitantes de la isla Tortuga no sólo estaban incómodos ante tal orden sino que renegaban del mundo y en ello sus modos y posibilidades de establecer una otra manera de vida. Sin embargo hay una trampa sutil pero grave en semejante utopía y sin quererlo ésta se dejaba oír levemente en la conversación que sosteníamos sentados a la mesa aquella noche.

Este marinero estaba acompañado allí de su mujer; tenía hijos y aún cuando no lo admitiese directamente en su discurso apasionado por el mar, su corazón estaba con esa familia.

Me explico. Le pregunté cuál era uno de sus más queridos anhelos. Me habló de sus hijos. Se expone por sí solo entonces todo el asunto.

En la Tortuga nadie podía tener realmente un verdadero anhelo puesto que todo cuanto necesitaban o deseaban ya estaba allí, al alcance de la mano. Nadie podía pensar en el progreso social o en la evolución técnica o filosófica. No había que mejorar las cosas. Todo ya está y una sociedad así, siendo “perfecta”, no puede continuar ni continuarse. Es una sociedad siempre presa de su circunstancia, de los hechos políticos, económicos, sociales, etc., externos que la sostienen en su independencia, que entonces es sólo aparente. Una sociedad que no puede hacer mundo puesto que está fuera de él. Una sociedad que no puede perdurar más allá ni resiste la más simple pregunta: ¿Cómo es el presente? Es esta una pregunta carente de cualquier sentido en la isla Tortuga, puesto que el presente para ellos no existe en cuanto a situación temporal. No hay presente porque no hay tarea ni deberes ni esfuerzo para alcanzar algo. El tiempo para ellos no es el constante fluir de la realidad sino más bien una dimensión estática, inútil y siempre homogénea. Se deduce que para estos filibusteros no hay tiempo, no hay trascendencia, no hay la idea de la perpetuación de nada.

Por ésto es que no se admitían mujeres y aún no se las admite tradicionalmente sobre los barcos.

La mujer, en su vínculo con el hombre, hace una sociedad con temporalidad. Aparece el domingo, que no es otra cosa que el presente puro cuidado por su prodigio extraordinario (En la tortuga todos los días eran ordinariamente domingo). Aparece la muerte como un traspaso y no sólo como la consumación de la valentía. Los hijos son la trascendencia antes de la muerte, son resurrección vital. Es por ellos que se vive el presente, ellos son el regalo.

Nosotros somos hombres y mujeres del tiempo. Requerimos del esfuerzo, del sacrificio y del trabajo para que nuestros anhelos, más que cumplirse y acabar, permanezcan siempre como tales. La medida del anhelo es la medida de la Gracia.

En 1655 comienza el ocaso de los habitantes de la isla Tortuga. Bertrand D‘Obregon - que está mandado por Luis XIV - es electo gobernador. Francia sabe que no conseguirá doblegar a la isla mediante la fuerza militar ni con la creación de lealtades. Lo ha intentado antes y siempre obtuvo fracasos. D´Obregon contrata a cien mujeres para que vayan a pasar el resto de sus días a la isla. Desembarcan todas juntas. Son prostitutas, huérfanas, presidiarias. (No importan en absoluto tales orígenes, que por lo demás son los mismos que aquellos de los filibusteros.) El efecto es el deseado. Los hombres se emparejan, algunos tienen hijos, la ropa recién lavada cuelga secándose al viento afuera de las chozas, los guisos y las sopas calientes aguardan sobre las mesas. Los bucaneros son ahora soldados, burgueses que - sin saberlo - sirven a los intereses de Luis XIV. Combaten siempre con fiereza y crueldad, pero ahora responden ante una sociedad como cualquiera otra del mundo.

Pero en el fondo lo que llega a la isla es algo más profundo aún que este nuevo orden. Lo que realmente llega es la redención. Tiene ahora sentido la palabra volver. Ahora los hombres de mar que tienen familia siempre volverán a la isla Tortuga después de las expediciones. Ha aparecido el Destino.

Entonces ¿es ésta una condición de todo mar; ser una zona sin tiempo, intrascendente e inhabitable? Se lo pregunté a mi comensal marinero; “el mar es un extremo: allí el hombre se extravía, allí el hombre se halla”. Fue todo lo que al respecto finalmente dijo.


Salud. Jaime

veinticincodemayodemilnovescientosnoventainueve

Clase 03. Tercera Carta

Estimados,

Cuando se habla de un mar aquí en este taller, cobran sentido sus pueblos. El Caribe tuvo de estos pueblos aún mucho antes de la llegada de Colón y con un cierto asombro siempre caído de poca luz es que digo de los mayas.

Son innumerables los antecedentes históricos que encontraremos en los libros de los estudiosos. Antecedentes y referencias para saber de su sociedad, de la religión, de la política, de sus tecnologías, etc. En esos libros hallaremos - como sucede en casi todos los libros - verdaderas maravillas que relatan y demuestran la magnificencia de esta civilización en sus más variados aspectos, sin embargo yo los digo ahora porque fueron y son un pueblo que tiene una relación con el Caribe; a saber que habita a sus pies. No eran buenos marinos, no construyeron embarcaciones sobresalientes por lo que no se aventuraron del todo al mar. Ni siquiera edificaron demasiadas construcciones en la costa, pero son esas construcciones el asunto y materia de esta carta.

Cuando hoy se entra en las ruinas de una ciudad maya, no es necesario atribuirle una inconmensurable extensión ni remontarla a una época tan antigua como la egipcia o la de cualquier otro gran pueblo de la antigüedad. Aquello que se expone ante nuestros ojos es ya lo suficientemente extraño como para que surja allí la maravilla. A cada trazo de vista asoma una herencia de refinamiento, gusto, arte y plenitud (como también muerte y crueldad). Aún cuando hasta hoy Yucatán está poblado por mayas que hablan maya (y un mal castellano) y viven como tales, nuestro tiempo ha extraviado posiblemente para siempre las claves para comunicarse con semejante esplendor. Cuando llegaron los españoles la civilización maya había desaparecido bajo la selva y el olvido hacía ya 300 años, después de florecer durante más de 900.

Toda ciudad que se muestre como ruinas ante un visitante provoca evocaciones y produce un dejo de necesidad por saber o por ver a sus antiguos habitantes caminando por los empedrados, subiendo las escalinatas, trabajando en un monumento o simplemente bebiendo agua de alguna de sus fuentes vestido magníficamente. En Palenque, Chichen Itzá, Cobá o cualquier ciudad maya esto no es diferente. Entrar al espacio de juego de pelota es una experiencia que conforma una relación peculiar por lo fugaz y por la sobrecogedora realidad de lo permanente, entre el tiempo presente que ahora vivo y el tiempo pasado cuando aquella extraordinaria fiesta se llevaba a cabo. Relación en la que surge y se muestra el tamaño de los muros, los tallados en la piedra, las significaciones de la ceremonia, el espesor y aroma de la selva que rodea toda la vecindad, lo difícil y sangriento que era el juego en sí. Lo mismo sucede al subir la gran pirámide o recorrer un templo con mil guerreros de piedra.

Toda esta ciudad fue abandonada sin más. Todas las tesis y especulaciones con que los historiadores han pretendido justificar los motivos o razones para este abandono no han convencido a la posteridad. Los mayas construían impresionantes ciudades con templos, pirámides, frescos, relieves, dioses y mucho más para luego abandonarlas sin motivos aparentes. Incluso destruían parte de estas obras cada cierta cantidad de años para luego volver a construirlas prácticamente idénticas y en el mismo lugar. Luego las abandonaban para siempre.

¿era lo importante estar en obra, más que la obra misma? ¿era un modo de vivir y de hacer ajeno a la avara perdurabilidad? ¿es posible tener semejante grado de desprendimiento? ¿de dónde les vino tan severa necesidad de abandono?

Cuando se visitan las ruinas de la ciudad de Tulum, una de las pocas y tardías ciudades mayas en la costa, estas preguntas cobran su relevancia porque sirven también para los modos del mar. Así es como se presenta la vida en el mar y aquí, al borde del Caribe es que resulta posible mantener abierto al continente este debate mediante.


Salud. Jaime

primerodejuniodemilnovescientosnoventainueve

Clase 04. Cuarta Carta

Estimados,

Estas cartas van haciéndose curso de continuidad y cabe por ello preguntarse si acaso son - al menos - mediana luz sobre los asuntos que tratan. Con mejor exactitud la pregunta es si por ventura el mar Caribe pueda cobrar algo de la trascendente y bella relevancia que él es para amereida, más allá de una primera visión histórica-geográfica o anecdótica.

Vuelvo a escribirles con este semejante riesgo más que amenazante, pero recordando que siempre una carta contiene una cuota de imprevisto que bien puede salvarla de convertirse en sólo correo.

A lo nuestro.

Existe una casi inacabable y voluptuosa galería de personajes insignes que han construido o erigido a la esencia del mar Caribe; ya dijimos de los filibusteros, de los mayas y estamos leyendo de Hernán Cortés y de los aztecas. Hoy quisiera detenerme en un personaje que tal vez resuene como la antítesis de los mencionados hasta aquí. Éste nunca estuvo en sus aguas o en sus costas, pero su vida será decisiva para la vida no solamente de este mar sino del mundo entero. Me refiero a Carlos V.

Ha muerto Isabel la Católica y muy poco después muere Fernando su marido. Mientras llevan su cadáver a el entierro en Sevilla, un joven de inexpertos quince años que vive en Flandes, Alemania, recibe el testamento de sus abuelos los reyes españoles. Sobre su cabeza pesa por azar ahora la corona de Castilla y de León. Desde entonces esa cabeza acumulará con casualidad y sin desearlo muchas otras coronas. Por el momento es la cabeza de un joven de carácter débil, de pocas palabras y sumiso a sus maestros. No tiene ni la menor idea del idioma castellano y no lo habla ni en una sola palabra. Ha vivido en Flandes bajo la dirección del emperador de Alemania. Se le ha encargado su educación a dos tutores; uno le atrae hacia los libros, el otro lo inclina hacia los caballos. No podrá expresarse bien en latín pero se le tendrá por buen jinete. Un día dejará los caballos y se irá melancólicamente a un convento. Así es el siglo XVI.

No sólo ignora las cosas y asuntos de Castilla sino que no podrá entenderlas. Por ese entonces América es apenas un trazo débil en el mapa; se conoce la cara fácil que mira a Europa, la atlántica. De el Caribe se tiene siquiera una mitad, faltando toda la costa que recorre landas y aguas entre la Florida y Yucatán. Durante los cuarenta rápidos años que gobernará Carlos el continente virgen de accidente quedará todo explorado y visto: serán los cuarenta años que más profundamente cambian y transforman al mundo en la historia humana (después de los treinta que vivió Cristo). El rey empujará a las naves pioneras de Magallanes que darán por primera vez la gracia que es la vuelta al globo, se fundarán virreynatos y gobernaciones; se erigirán todas las capitales de América (excepto La Habana y Santo Domingo). Los exploradores abrazarán la costa del Pacífico, doblarán la cordillera de los Andes y saldrán navegando por las desembocaduras del Amazonas, del Orinoco, del Río de la Plata. Se crearán ciudades a las orillas del mar como Buenos Aires o Valparaíso, hasta el tope de la montañas como la Paz o Quito. Los ejércitos aplastarán a civilizaciones y pueblos con la cruz, la espada y los perros de Valdivia al sur del sur hasta Coronado en California. Cargando imágenes santas, cañones a pie y de a caballo los conquistadores medirán varias veces el largo y ancho de Europa.

Estando sentado Carlos en Tordesillas discutiendo el famoso tratado que adjudicó a su reino la mitad del mundo, un grupo venido de allende los mares se presentan y no sin algo de impertinencia le dejan un gran disco de oro, otro de plata y un casco lleno de pepitas de oro. Vienen de México. Carlos nunca a oído nombre semejante. “Esto os envía Hernán Cortes, humilde criado de vuestra alteza”. Así le caen México, luego Perú, Quito, la Nueva Granada, Chile, toda la América. Es como cosa de milagro.

Ahora bien. Mientras los caballeros y cortesanos de Flandes y de Castilla, y los banqueros de Alemania y los frailes de Toledo agasajan, festejan y usan a Carlos V, en Santo Domingo los conquistadores españoles sueñan, planean y realizan las conquistas. En Europa los grandes señores y gobernantes envidian el que Carlos lleve a la fortuna sentada siempre de su lado, lo ven transformarse rápidamente en un señor grande y ambicioso. Los desplazados reyes de Francia y de Inglaterra no saben dónde ponerle la trampa, dónde darle la batalla. Se decidirán finalmente por el Caribe. Es un mar americano donde va a decidirse el poder y sobre todo la riqueza de cada reino europeo. Y va a decidirse a través de sus aguas y no en sus costas. Se trata de las riquezas de las tierras, pero a través de un poder marítimo es que se obtienen y se guardan. Toda esta aventura de la que hablamos se inició y se siguió sobre las naves (sobre ellas se mantiene hasta hoy el poder militar sobre el mundo: eso es la marina norteamericana, la inglesa, la rusa, etc.). El mar Caribe fue el centro de todo uno de los imperios más vastos que ha conocido el hombre. Un imperio cuya cabeza gobernante estaba en Europa, pero que sus empresas, sus rumbos, sus destinos fueron hechas por los hombres que estaban lejos de la corte, que andaban por un mar salvaje y nuevo repartiendo coraje y crueldades. Carlos V siempre llegó tarde a las decisiones; otorgaba y extendía permisos, cargos y concesiones cuando quienes las requerían ya se habían arrojado a la aventura. Sin más desautorizaba sus propios designios si algún adelantado le traía oro y tierras.

En verdad Carlos V nunca gobernó del todo sobre el Caribe.


Salud

martesochodejuniodemilnovescientosnoventainueve

Clase 05. Quinta Carta

Estimados,

Como lo que no sucede siempre abunda, entonces valgan las cifras para comenzar. Que no quede oído extraviado en confusiones ni una sola palabra resonando apenas en algún lugar recóndito de la memoria. En aquel jardín ulterior que nadie en verdad conoce es que se oye finalmente el canto crucial de la leyenda.

Si Carlos V nunca estuvo en el Caribe, hay - por contraposición - otro hombre que no sólo estuvo sino que vivió y mandó sobre este con su propia fama durante y después de hacer la más dorada y fabulosa conquista de todo el nuevo mundo. Este hombre es Hernán Cortés.

Nadie puede explicarse por qué Velázques, gobernador de Cuba, le entrega a Cortés el mando de la flota que irá a por México. Es jugador empedernido y mal pagador, le gustan los enredos con mujeres casadas y con mujeres en general. Es un hombre al que se lo busca constantemente para ajustarle toda clase de cuentas; ha estado en el cepo y en la escala de la horca, de la que salva accediendo a casarse con Catalina Suárez. Muchos reclaman deshonras de su parte, incluso el gobernador, no es buen soldado pues no es hábil en el manejo y uso de las armas, no es marino destacado pues no ha ido a ninguna de las expediciones al continente desde que llegó de España. Hernán Cortes lleva quince años deambulando, disfrutando y sobreviviendo en las islas tropicales del Caribe, cuando llegó tenía apenas 19 y ahora es bien conocido en toda la comarca.

En este tiempo sí ha aprendido una buena cosa; el arte del que se servirá para dominar a dos emperadores poderosos: la política. A Moctezuma el azteca lo engaña, lo conquista y lo mata; a Carlos el alemán lo engaña, lo deslumbra y lo desprecia. Siempre es amigo de los cortesanos adecuados; ríe en la cara de quien está traicionando en ese preciso instante. Cortés sabe exactamente como funciona el alma humana de su siglo.

La flota que mencionábamos son once naves, 580 soldados, 109 marineros, 2 curas, 15 caballos (que se han puesto por las nubes en la isla).

La conquista de México no comienza en Sevilla, comienza en el Caribe.

Una vez que ha llegado a Tabasco pacta con los indios y entre los regalos que éstos le entregan vienen veinte mujeres. Cortés sólo las acepta si se bautizan y se hacen cristianas. Cumplido rápidamente el sacramento procede a repartirlas entre sus capitanes. Entre estas indígenas está “Doña Marina” o la Malinche, que será la amante por mucho tiempo de Cortés y además madre de su hijo Martín. De aquí se marcha a Veracruz, donde se produce limpiamente el primer golpe demagógico clave por parte de Cortés. Considera un resquicio legal para emanciparse de la autoridad que es sobre él el dueño de la flota y gobernador de Cuba: considera que sus nombramientos para descubrir y rescatar sólo son válidos en cuanto se hallen sobre islas y que esto que pisan es claramente continente y tierra firme (por supuesto cosa por todos bien sabida). Se reúne el pueblo - que en absoluta mayoría son sus propios soldados -, nombra alcaldes y regidores, forma cabildo y renuncia mansamente a los cargos que le ha entregado Velázques. Para su honda sorpresa el cabildo de Veracruz lo nombra y lo aclama en el mismo cargo - capitán general - que ya traía, pero ya no depende de la autoridad de La Habana sino de la de Veracruz, es decir, de él mismo.

Aquí lo visitan los excelsos embajadores del gran Moctezuma, extienden sobre la tierra unos petates y colocan sobre ellos lo que ya sabemos; un gran disco de oro y otro de plata, además de muchas otras joyas. Mientras este tesoro es enviado al rey Carlos V hacia Tordesillas, a Moctezuma se le envían una silla tallada, un sartal de cuentas de vidrio, una gorra de terciopelo con la imagen de San Jorge matando al dragón.

La segunda trampa de Cortés a los poderes que lo quieren detener sucede cuando los pilotos de sus naves declaran al cabildo que estas se encuentran irremediablemente comidas por la broma y que más valen los mástiles, cordajes, trapos y herrajes en tierra firme que en el mar. El cabildo autoriza que con prontitud y cuanto antes se rescate todo lo posible: Las naves se desarman, se barrenan sus cascos y se las hunde. De esta forma se desvanece toda posibilidad de que alguien pueda tentarse con traicionarlo, volviendo a Cuba para planear otras cosas que el curso actual de los sucesos. Nadie puede regresar, por lo tanto todos han de seguirlo.

El tercer movimiento es doble o compuesto. Cerca de Veracruz está Cempoal, una de las grandes naciones que los aztecas mantienen sojuzgadas. Cortés al unísono envía alegres y fraternales mensajes a Moctezuma y subleva a los de Cempoal contra él. Los recaudadores de impuestos que periódicamente envía Moctezuma, y ante cuya presencia temblaban pavorosos los indios, ahora quedan prisioneros. Protegidos por el ejército de Cortés, no pagarán más tributos al rey de los aztecas. Hay bailes y regocijos, con gritos de guerra, tambores, flautas de caracol. Cortés es ídolo en Cempoal. Y Cortés es la esperanza de Moctezuma, porque libera en secreto a los recaudadores prisioneros y los envía al rey, diciéndole que está indignado con los de Cempoal, que han hecho tales insolencias, y que los deje por su cuenta para ponerlos otra vez en su sitio.

El cuarto golpe de Cortés es una sumatoria que demuestra su habilidad para manejarse en los malos usos de la política y que va a convertirse en el golpe maestro. Luego de aplacar sangrientamente un motín entre sus hombres parte hacia el interior, hacia México, hacia Tenochtitlán. 500 soldados, 32 ballestas, 13 escopetas, 15 caballos. Moctezuma tiene a 40.000 indios de guerra. No es cuestión de simplemente llegar y armar pelea. Se requiere necesariamente dominar el arte de la combinatoria o alternancia entre las palabras dulces, las cuentas de vidrio, la espada. Cortés llega hasta el corazón de la grande y magnífica ciudad sin siquiera repartir un empujón. Pone con cuidado a Moctezuma dentro de sus círculos de seda y de hierro. Cuando está comenzando a enseñorearse de su conquista se entera de que Velázques ha enviado a destruirlo con Pánfilo de Narvaez y una flota increíble; 19 naves, 900 hombres, cañones, ballestas, 80 caballos, escopetas, lanzas. Deja Cortés a Pedro de Alvarado y a cien hombres más en la custodia de Moctezuma y se vuelve a enfrentar a Narvaez. Cuando está cerca de su campamento, envía subterfugiamente y sin mucha publicidad tejuelos y pepitas de oro, envía rumores con palabras llenas de halagos y de promesas fabulosas que contrasta brutalmente con las duras órdenes de don Pánfilo. Cuando llega el día de la batalla Cortés la tiene ya ganada. Dura una hora y no mueren más de veinte hombres. Cortés tiene ahora 900 hombres más, 80 caballo y pólvora y tocino y municiones. Ha bien aprovechado el último regalo del gobernador de Cuba.

Este hombre extendió sus afanes hasta conquistar México y robar todos sus tesoros. Hernán Cortés no es el ejemplo ni el parámetro con que se identifica a los conquistadores españoles; es una excepción notable. Baste decir que la otra conquista dorada; la del Perú, fue llevada a cabo por Francisco Pizarro, el porquero en muchas otras expediciones fracasadas. Con Cortés comienza oficialmente la mezcla de las sangres, el mestizaje; tras él se avecina con violencia la confluencia de una Europa bárbara y una América virgen. Ya nada, después de él, puede conservar su marco. Todo se desproporciona, se inmensa, se extiende. Los descubrimientos son ahora por la conquista y las más de las veces la fábula de México va a enceguecer a los que vengan. Ya no hay límites ni para los horizontes verdaderos ni para los sueños imposibles que se hacen en la mente febril de los conquistadores. El nuevo mundo es pura maravilla donde todo resplandece a la luz de México, el Perú, El Dorado; es una invitación abierta a todas las razas del mundo cuya puerta de entrada es el mar Caribe. No en vano vivió Cortés 15 años entre sus islas. Ese tiempo de juventud lo marca, lo conforma, lo presiona y le hace - aunque no lo admita - la patria y la memoria. El Caribe en él es vida que ya no se borrará; es una parte esencial de lo que esencialmente es, de todo cuento y de todo canto. Hernán Cortés ya no era solamente español; era caribeño.



Salud

martesquincedejuniodemilnovescientosnoventainueve

Clase 06. Sexta Carta

Estimados,

Como si en algún momento resultase simple traer quintasesencias hasta el oído: así son pues las cartas.

La palabra poética, la poesía es también algo más sencilla y un tanto más elemental que lo sugerido en sus definiciones posibles. Hay por ella una libertad siempre novicia que concede y permite feliz, cada vez, un nuevo comienzo. Así es como somos cuidados sin prisa en el baile del tiempo.

Tenemos entonces el eco de un mar. Que presto y lejano el Caribe completo sirva como la luz vocal que ilumina todo atravesar; que sea como la prenda de amor obligada que induce al regreso cuando se hace una partida; que se apodere del rumbo como el aroma anterior que seduce a los sentidos mucho más profundamente que el mero nombre de un río o los dulces colores de un pueblo o la amabilidad de una raza.

El mar Caribe ha sido nombrado como el signo, donde cada múltiple son del aullido llevado lento y oportuno al discurso, revela cauto y radical la larga procedencia del justo anhelo. Anhelo para el ineludible equívoco que se atraviesa como la claridad de la tarde en el curso manso de la esperanza. Anhelo que realiza con carne verdadera en el cauce duro y solitario que ocupa ancho nuestro íntimo fantasma, cuando invita feliz al reinicio de cada pasado. Anhelo como el fondo consentido que toda vocación solícita presenta entre hombre y mujer, entre la familia. Anhelo que es la búsqueda necesaria de cada huella perdida más atrás del lejano y difuso perfil que trazan en la acusada frente los recuerdos. Anhelo cuando ruedan ideales y firmes las arquitecturas reales de la imaginación boca abajo; en la llama de la palabra; en los fáciles entornos de la amistad. La más alta y pura señal aparecida sobre una amplitud tan amada, tan cotidianamente propia, es la incisiva gestión del anhelo que trabaja siempre sola y desnuda ante desacatos desesperados, sobre los ojos jóvenes de los sueños, entre la arena limpia cuando se cae a través de los dedos crispados por la violencia fecunda del esfuerzo.

El camino arriesgando la continuidad de su trazo, el abrazo del solo descanso cuando se cumple mansa la jornada, la distracción atrevida en la extrañeza cuando una legión de ángeles hacen la guardia durante el puro paseo. Esa sola, extraña y útil melodía que entonces se oye es también el coro de los anhelos.

Y renunciar a todo lo que canta y lo que cuenta, pegado en el tacto sensual que ahonda en el oído. Y no separarnos ni separarnos, hasta que un siempre largo último acorde se reúna feliz con el que siempre sigue, y sigue hasta el verde sometido que vuelve agreste la ruta animada. Sálvennos, que no se ha detenido sumándose al recodo, al baldío, entre la sobresima del caos y esa canción que han traído a esta instancia, que el tiempo los bendice difusos en los vestidos lunares de la ausencia cuando atrás de todo tiempo saluda a vuestra mansedumbre.

Que aquí no se trata entonces de alguna de estas cartas simples vaya por ser o por convertirse en la seña que marca lugares. Sería vil pobreza decir de los mares y los mares para solamente darle a la travesía su dónde. Es mayor esta suerte alegre, porque la novedad, la gracia, la preciosidad desconocida que el Caribe contiene ¿es acaso su patrimonio exclusivo? ¿no hay por ventura otro lugar en el mundo donde se den estos modos y maneras, quehaceres y aconteceres? Pues toda América es este mismo canto, toda la latinoamérica y su presente. Es más, sí hay un mar que de hecho está lejos del Caribe y que ha sido apenas descubierto, recién recorrido y por muy pocos aún habitado. Un mar que desconocemos casi íntegramente y que con nuestros pobres y breves asomos ni siquiera hemos llegado a imaginar la magnificencia de su porte ya muy paciente. Un mar que en su suerte amplia sí posee una carta de poeta que lo cante, una carta bellísima de mar verdaderamente nuevo. El mar de Aysén está como estaba el Caribe hace 300 años, y está también como es el Caribe ahora exactamente.

Aún sabiéndolo y mientras quien lo quiera lo diga ¿nos basta para los mares la comparación como el designio? ¿es útil proponer la idas o las huidas? ¿cuál lo infinito puro de nuestro anhelo gracioso?

La latinidad no se nos resuelve fácilmente pero tampoco nos condena. Somos profundamente libres para vivirla. Esta es nuestra paz creativa.

Ante un visor del tutelaje, baja la urdida cifra celeste a convocar la mirada de polvo. El que una canción sea trance, hundida afinando el futuro, es la sombra feliz de los versos. Toma tu espada, en el bramido torno de la fiesta, peregrino. Para destrazar las largas certezas, que una balanza de razas mide la ironía pálida de la mezcla. Entonces la luna se empedrezca, en el fervor vago del sentimiento, que nos despista de la primavera. Rauda la historia, convoca sus permisos, su credulidad. Y nos arrasa.


Salud

martesveintidósdejuniodemilnovescientosnoventainueve

Clase 09. Novena Carta

Estimados.

Las dos ocasiones anteriores fueron un breve y anhelado excurso. Un paso simple por la compleja cifra poética. Fue necesario sólo para expandir un tanto el aire que rodea a este taller y sobre todo al aire que desde hace un tiempo irrumpía sin cotas entre mis conversaciones.

Ahora es el momento de volver y volvernos sobre nosotros mismos para precisamente ver otra vez a todo mar y especialmente a éste que hace ya algún tiempo nos ocupa; el Caribe.

Hablamos antes de piratas y bucaneros, de los mayas, de Carlos V, de Hernán Cortés, algo de la poesía en sí misma y de otras cifras. De todo esto hemos hablado recogiendo, por ejemplo, mucho de la historia, mucho de la geografía y sin embargo nada de lo puesto en oídos es una clase ni de historia ni de geografía ni de nada. La materia poética no dicta clases, está en todas partes porque la poesía es la posibilidad preciosa de que los oficios posean y se conformen así con una propia materia. La poesía en su ser nada más que dar curso a las cosas, permite que exista lo propio de cada oficio. Por eso puedo ir hablando por la historia, la geografía, la literatura; trayendo hasta acá algún indicio siempre recuperado, vuelto a ver, que deslumbre con una nueva referencia no siempre tan directa ni explícita. Es amereida la que se rodea de todos estos asuntos para cantar con una clara y firme realidad, la belleza al continente.

Que todo el primer semestre queda dentro de una misma era: el siglo XVI.

El siglo XVI fue tiempo de hazañas extraordinarias que exceden los cálculos posibles y que suponen un modo, una forma en el ser del hombre que las realizaba. La conquista es la manera de esos hombres que se aventuraron a América; siempre violenta, derramando sangre, derrochando maldiciones y cobrando bendiciones con la exaltación de la espada y la devastación del fuego. España mataba indios lo mismo que franceses o ingleses piratas. Inglaterra y Francia se mataban entre sí lo mismo que a los indios o que a los imperialistas españoles.

El Dorado hizo venir a pueblos completos que abandonaban Europa (incluso desde Prusia y Dinamarca) encantados tras la hipnótica riqueza de las palabras y de los cuentos. Hombres bien dispuestos, armados de toda la fantasía que pueda caber en un alma tras el oro más fantasma de toda la historia. En la selva murieron de a miles por flechas, fiebres y desamparos sin haber hallado siquiera una remota pista. Incluso nosotros hemos visto, gracias al cine, a Lope de Aguirre y tantos otros vagando desquiciados a mitad de la nada.

Los reyes de Escocia, de Inglaterra, de Francia, enviaron expediciones tan abastecidas y adecuadas a los establecimientos europeos que eran derechamente colonias plenas de esperanza llegadas a fundarse en lo que allá conocían de oídas como “los Jardines del Darién”. Acaso sea esta una de las selvas más crueles del mundo. Colonias que fueron diezmadas teniendo que regresar sus escasos sobrevivientes vistiendo andrajos, navegando balsas primitivas y hambrientos hasta la miseria.

El siglo XVI hizo esto mismo en el Missisippi, en la Florida, en el Amazonas. Siempre tras otro México, otro El Perú. Durante esta época vinieron pocas mujeres a América y las que llegaron eran violentas como sus compañeros de la tropa. Comparada con el virrey don Diego de Colón, María de Toledo su mujer, era un ser formidable. Panamá tuvo su gobernadora; Pedrarías Dávila. La mujer de Pánfilo de Narvaez defendió con más inteligencia y mejor fuerza su hacienda de Cuba que el propio don Pánfilo. La mujer de Hernando de Soto fue llamada brava cuando se defendió mientras su marido andaba a la conquista de La Florida. A Beatriza de la Cueva la vencieron sólo el terremoto, la inundación y la muerte; que mientras tuvo sólo hombres enfrente, los vio doblegarse débiles ante el menor gesto de su enorme voluntad. Y estas eran las gobernadoras, de la mujer de la pura tropa ni hablar porque no se puede con la altura de los heroísmos.

Sucede que el siglo XVII es de otras maneras. Ya no es la conquista sino la colonia. Ya no se mata a los indios, se los incorpora – como esclavos, por supuesto -. Ahora va suceder una luz extraordinaria que no sucedió en la América del Norte ni en África ni en la India ni en ninguna otra colonia de naciones europeas: va aparecer el mestizo. Es un alma diferente porque es raza nueva, es otra sangre y no se debe descuidar esta consideración. no es liviano decir conformar un nuevo mundo reconociéndonos primero. El Caribe es entonces el campo propicio donde además surgen mulatos, zambos y todas las combinaciones. Lo habitan miles de indígenas, los españoles, algunos otros europeos y miles y miles de negros. Estos nuevos habitantes que son resultado de la mezcla no odian a muerte a los conquistadores porque son sus padres, no reniegan de los indígenas porque son sus madres y así queda que no van a resolver sus diferencias esenciales con reyertas ni rebeliones a gran escala.

Es tiempo de reposar, fundar y meditar. El mestizaje es el origen de América, allí está cifrada una buena cuota de nuestro pasado y por lo tanto de nuestro destino. En ellos nace la población de teja de barro, de iglesia con torre blanca, de campanas a la hora de la oración y a la hora de la alerta. El sentido religioso de América no se forma exprimiendo la imaginación en la celda del monasterio sino echándose a andar por amplios caminos, anchos ríos, aires siempre abiertos, en un mundo florestal, virgen, voluptuoso hasta los extremos abisales de la naturaleza.

La mujer de este siglo es de encajes en lino blanco y sedas. Las hay mujeres de gran vuelo espiritual como nuestra patrona de los oficios y de América toda; Santa Rosa de Lima. Está sor Juana Inés en México, la de las rimas inolvidables. Podrá decirse que el S.XVI fue de genio, este es de ingenio. Se lee mucho en América. Al año de publicarse el Quijote ya circulan por estos lares 1.500 ejemplares. Don Quijote y Sancho pasan a ser personajes populares: en Lima y en México se hacen mascaradas en las plazas, que todo el mundo comprende, reconoce y aplaude.

La colonia funda su imperio en la montaña, sobre la cima de los Andes, a donde no llegan las tentaciones del mar. El conquistador era castellano de la tierra adentro. Incluso los piratas quieren reposar, tener sus campamentos, sus islas La Tortuga. En vez de hacer como Drake un viaje alrededor del mundo, Morgan lo hace dando vueltas al Caribe y en vez de zarpar desde Plymouth lo hace desde Jamaica. Para conocer el mundo una isla basta y sobra.



Salud.

martesveinticuatrodeagostodemilnovecientosnoventainueve

Clase 10. Décima Carta

Estimados.

Sí habríamos de recoger, entonces, el vago retorno de una voz que nos cuenta y nos canta de la raza americana. Nosotros sabemos, aquí en Chile, de españoles y araucanos, conocemos de su mestizaje aún cuando pretendamos pensarlo como algo menor o incluso indeseable. Pero en estos confines nunca tuvimos próximo el éxodo africano; a los negros frente a frente. En O Sertoes de Euclides da’Cunha hay una bellísima referencia a una épica americana en donde sí participan los negros pero no como raza sino como pueblo, como lugareños, como las gentes de un país o de una patria. En esa guerra del Brasil el combate es entre el gobierno y los de una región.

Entonces hay otro lugar en América que va a convertirse en la punta de lanza, a golpes de sangre y pases de magia negra, para la liberación de una raza en todo el mundo. Una pequeña isla del Caribe va a ser el primer golpe de una lucha que perdura hasta nuestros días: Haití.

Ésta era el centro álgido de las pretensiones colonialistas de Francia. El comercio es fabuloso, incomparable con la Jamaica inglesa o la Cuba española. Aquí llegan 1.500 barcos al año, muchos más que a Nantes, Marsella y Burdeos juntos. En esta última ciudad hay 16 fábricas refinadoras de azúcar isleña y otro centenar de destilerías que exportan brandy. Hay 24.000 marinos empleados exclusivamente para el comercio con la isla. Todo el chocolate de Francia es cacao de Haití y qué decir del café o del algodón. Y todo esto lo trabajan los negros desde la punta del látigo. Lo mismo es invertir en telares, en barcos, en fábricas, en negros.

En Haití reboza la prosperidad, incluso hay mulatos, cuyos padres aún son esclavos, que gozan de riqueza y que viven a la europea. Llegan los teatros, las óperas, las orquestas desde París, las ciudades como Santo Domingo o Puerto Príncipe crecen límpidas entre el lodo y los campos. Relatar aquí las crueldades, la tortura, el infinito abuso, los espantosos crímenes cometidos en contra de los negros, no tiene mayor sentido. Creo que todos sabemos que son cuestiones inenarrables y que superan a la más sádica de las imaginaciones.

Ciudades hay de 20.000 habitantes de los cuales 10.000 son negros esclavos que jamás siquiera han soñado una revuelta a pesar de la independencia norteamericana, la revolución francesa, la ilustración y todo el cuento de los europeos libres ellos y nadie más.

Sin embargo todo se complica cuando los colonos más ricos deciden que merecen representación en los Estados generales en París. Exigen 24 puestos considerando el total de la población colonial (que para estos efectos sí considera a los negros). En París responden que entonces ellos contabilizarán a las mulas y a los caballos en cada distrito. Pretender participar en los Estados generales significa abrir el debate en torno a la situación de los esclavos. De hecho ya existen en Francia sociedades y círculos en pro de la liberación de los esclavos. Están inspirados en ideas inglesas que proponen la abolición de la esclavitud. Los ingleses han descubierto que fue una bendición perder las colonias en Norteamérica porque en la India se produce todo mucho más barato, descubren que es mejor tener trabajadores libres a un penique diario que esclavos caros en América y que el florecimiento de Haití viene a perjudicar los intereses del imperio puesto que ahora la idea es traer el azúcar desde el oriente y no ya desde el caribe.. Así nace la Abolitionist Society, que tan humanitarios panfletos y proclamas reparte por el mundo.

De pronto los mulatos consiguen llegar a la Asamblea General en París; el odio entre estos y los blancos de la isla finalmente se desata y Oge, uno de los representantes mulatos en la Asamblea se levanta en armas y se viste de revolución para su campaña en Haití. Es derrotado y su cabeza es expuesta en el camino que va a su pueblo natal después de haber sido muerto mediante horribles y públicas torturas.

Tal vez haya sido esta una llave o posiblemente existieron otros muchos signos anteriores, pero el hecho sólido y lábil es que en la profundidad verde de los montes y en el entorno húmedo de los campos ha comenzado una canción extraña que ningún blanco entiende ni sospecha. Una canción antigua y nueva que sí escuchan atentos el cochero que maneja los carruajes, el mozo que tiende los manteles, los trabajadores que cuidan los campos. Incluso la oyen los que son nada de nada: esclavos de un negro. Escuchan y ríen mientras los grupos de sombras se esparcen fugaces e imperceptibles por toda la comarca con la canción del vudú; “¡mejor morir que vivir esclavos!” es lo que dice la voz. Durante una noche casi casual marchan decididos hacia el altar mágico y los pocos y desprevenidos blancos que les han visto venir pensaron que tal vez habían unos casamientos. Pero los agitados tambores llaman a juicio y a venganza. En el altar de piedras y fogatas se baila con frenesí, se sacrifican animales y se pinta todo con su sangre. Hay emoción y tensión “¡mejor morir que vivir esclavos!”. Es la noche del gran vudú, la noche inolvidable del 14 de Agosto de 1791.

Cuando despunta el alba, desde Cap. Francois hasta los montes sólo se ven hogueras creciendo furiosas y apenas se oyen ya los gritos de horror blancos y mulatos decayendo en la devastación. La marea o lava negra avanza incontenible a punta de machete entre el campo y la ciudad atravesando blancos con crueldad aprendida y violencia recién nacida. Durante tres semanas el humo y la sangre igualan la noche con el día.

Hay represalia; los amos han de cobrarse. Los negros han convertido 280 haciendas en pura ceniza, han quemado millones de dólares en siembras y han matado a 200 blancos. Ahora todo el camino a Cap. Francois tiene a 10.000 negros colgando de sus árboles. Dos meses ha durado este comienzo.

La continuación viene por parte de un cochero de 40 años. Su padre era cacique en África, fue cazado por los blancos y traído hasta Haití. En francés se llama Toussaint. Creció callado pero resuelto, es el mejor jinete de la región, fue bautizado y aprendió a leer. Sabe que los negros deben ser libres, pero es católico y no gusta de incendios ni de masacres. La hacienda de su amo fue respetada porque él ordenó paz a sus negros, pero cuando la ola de venganza blanca arrasa con saña en todos lados por igual se esfuma de su frente para siempre toda neutralidad. Ayuda a que la familia de su amo huya a Estados Unidos y se incorpora a los rebeldes. Al poco tiempo es jefe indiscutido; sabe hablar bien gracias a la lectura, cura enfermos gracias a las hierbas, sabe combatir gracias a la paciencia de los años en silencio.

Los mulatos y los blancos se unen, superando anteriores diferencias, ante la amenaza de Toussaint, que ahora comanda un ejército de 10.000 decididos a seguirlo hasta la muerte. Este ejército pelea contra la burguesía adinerada que pretendía poder en detrimento del Rey y por eso los negros enarbolan la bandera de la monarquía; para ir contra sus opresores directos. Sin embrago en Francia la revolución le baja la cabeza a Luis XVI. Nadie puede creerlo, nunca se vio atrevimiento semejante: ¡decapitar a un Rey! Toussaint necesita un rey; se pasa a Santo Domingo y allí se declara súbdito de Carlos V. Los españoles, que están en guerra con Francia, reciben a los negros reconociéndoles todos los títulos de generales y brigadieres además de declarar libre a cualquier esclavo que pise territorio español. Toussaint se eleva y su nombre reluce a la vista y al oído y se esparce así de rápido y de poderoso. Cabalga más que ninguno, se presenta siempre en el frente del peligro. En cada lugar se le unen cientos encantados por sus arengas y por sus victorias. Ahora tiene un nombre de batalla: Toussaint L’Overture. Hace una campaña relámpago y vence con un ejército disciplinado que no comete excesos. Los blancos acaban huyendo a Estados Unidos e implorando asilo a los ingleses de Jamaica. Si los negros son ahora súbditos de España, pues ahora los blancos lo serán de Inglaterra, que cuando de dinero y de tierras se trata, pierde todo pudor libertario. El imperio británico comienza a mandar tropas al caribe justificándose vergonzosamente por cargar ahora contra sus recientemente defendidos los negros. Mientras tanto, en Francia, la revolución progresa y en un clima de emoción política la Convención de ciudadanos declara la abolición de la esclavitud en una jornada que el mundo recordará siempre.

La consecuencia directa es que Toussaint puede ahora pelear bajo los estandartes de la República francesa y que España pierde a su mejor aliado en el caribe. El negro prodigio va luchar contra Inglaterra, contra España, contra los blancos y siempre resultará vencedor. Haití es una isla de negros y muchas veces a Toussaint le basta una carta para acabar con una batalla antes de haberla comenzado y con tres mil hombres que se pasan de su lado.



Salud.

martestreintaiunodeagostodemilnovecientosnoventainueve.

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