Diferencia entre revisiones de «Los Ojos del Gato»

De Casiopea
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En los años sesenta, el poeta Simons se perdió en un famoso safari épico-lírico llamado Amereida, en las fronteras de Tierra del Fuego, entre la Patagonia chilena y la Patagonia argentina, con campamentos en los confines de Río Gallegos y subidas septentrionales a las ciudades viejas y viejisímas del Perú de los Virreyes y del Perú de los Incas, y a las avenidas de nieve del altiplano boliviano. Acompañaba, entonces, a un bando de poetas, pintores, filósofos y arquitectos franceses, argentinos, ingleses, vascos y chilenos. La malta poética inventada por el genio de Godofredo Iommi y Alberto Cruz era tan inverosímil, que, para escapar de sospechas de la policía, llevaba como habeas-corpus un certificado expedido por el propio Ministro de Defensa de Chile, obtenido por los buenos oficios del cineasta Patricio Kaulen. Ya en semejante expedición por ciudades y aldeas del interior de Francia, la misma comandita lírica se preparaba para defenderse de las sospechas de la Seguridad Pública, con un salvo-conducto o ''visto bueno'', una carta de garantía de André Malraux, Ministro de De Gaulle, prevista por arreglos del escritor español José Bergamín, entonces exiliado en París, según informa nuestra querida Josée Lapeyrère, protagonista privilegiada y obstinada, hasta hoy, con la belleza  de sus ojos y de su sagrada voz poética, órfica y fiel, de esas maratones líricas de algunos seres humanos dependientes del sagrado vicio de la oda y la elegía.<br>
En los años sesenta, el poeta Simons se perdió en un famoso safari épico-lírico llamado Amereida, en las fronteras de Tierra del Fuego, entre la Patagonia chilena y la Patagonia argentina, con campamentos en los confines de Río Gallegos y subidas septentrionales a las ciudades viejas y viejisímas del Perú de los Virreyes y del Perú de los Incas, y a las avenidas de nieve del altiplano boliviano. Acompañaba, entonces, a un bando de poetas, pintores, filósofos y arquitectos franceses, argentinos, ingleses, vascos y chilenos. La malta poética inventada por el genio de Godofredo Iommi y Alberto Cruz era tan inverosímil, que, para escapar de sospechas de la policía, llevaba como ''habeas-corpus'' un certificado expedido por el propio Ministro de Defensa de Chile, obtenido por los buenos oficios del cineasta Patricio Kaulen. Ya en semejante expedición por ciudades y aldeas del interior de Francia, la misma comandita lírica se preparaba para defenderse de las sospechas de la Seguridad Pública, con un salvo-conducto o ''visto bueno'', una carta de garantía de André Malraux, Ministro de De Gaulle, prevista por arreglos del escritor español José Bergamín, entonces exiliado en París, según informa nuestra querida Josée Lapeyrère, protagonista privilegiada y obstinada, hasta hoy, con la belleza  de sus ojos y de su sagrada voz poética, órfica y fiel, de esas maratones líricas de algunos seres humanos dependientes del sagrado vicio de la oda y la elegía.<br>
Edi Simons participó de expediciones poéticas semejantes, inventadas por Godo Iommi, produciendo poesía viva, en altos bramidos en las calles y plazas de Europa, de América y de Asia, a veces al aire libre, a veces en recintos cerrados, como en el patio de una vieja cervecería de Londres, donde Shakespeare escenificara sus obras, o en el Royal Albert Hall, arrendado por el poeta Jonathan Boulting, y donde yo mismo leí, al lado de Vanessa Redgrave, desvariada (desvariada/delirante) y envuelta en la bandera de Cuba, un poema despedazado y bilingüe, que él transpusiera en una rara lengua joyceana, a seis mil ingleses atónitos. Descendimos el Támesis de madrugada con cinco mil rapaces y chicas aullando versos dolorosos o triunfantes en una fogata de trescientos barcos, para celebrar el sexto centenario del incendio de Londres. Hicimos espectáculos semejantes en el terciopelo verde de los pastos de Hyde Park, en graves paseos de Estocolmo, en los ingenuos parques de Dinamarca, en las plazas de palacios romanos de Berlín imperial. Ahí, Edi celebró la rosa del mundo, a lado de la pintora brasileña Carla Galhardo, hija de un famoso cantante romántico de Rio de Janeiro, que lo hospedaba, con su marido alemán, también pintor, bueno para los pinceles y habanos, en la gran aldea de esa Roma prusiana, inventada por el romanticismo alemán de los káisers civilizados.
Edi Simons participó de expediciones poéticas semejantes, inventadas por Godo Iommi, produciendo poesía viva, en altos bramidos en las calles y plazas de Europa, de América y de Asia, a veces al aire libre, a veces en recintos cerrados, como en el patio de una vieja cervecería de Londres, donde Shakespeare escenificara sus obras, o en el Royal Albert Hall, arrendado por el poeta Jonathan Boulting, y donde yo mismo leí, al lado de Vanessa Redgrave, desvariada (desvariada/delirante) y envuelta en la bandera de Cuba, un poema despedazado y bilingüe, que él transpusiera en una rara lengua joyceana, a seis mil ingleses atónitos. Descendimos el Támesis de madrugada con cinco mil rapaces y chicas aullando versos dolorosos o triunfantes en una fogata de trescientos barcos, para celebrar el sexto centenario del incendio de Londres. Hicimos espectáculos semejantes en el terciopelo verde de los pastos de Hyde Park, en graves paseos de Estocolmo, en los ingenuos parques de Dinamarca, en las plazas de palacios romanos de Berlín imperial. Ahí, Edi celebró la rosa del mundo, a lado de la pintora brasileña Carla Galhardo, hija de un famoso cantante romántico de Rio de Janeiro, que lo hospedaba, con su marido alemán, también pintor, bueno para los pinceles y habanos, en la gran aldea de esa Roma prusiana, inventada por el romanticismo alemán de los káisers civilizados.
Celebró, a mi lado y al lado de Godo y de los otros, con unos cuernos de cobre en la cabeza, esculpidos por Claudio Girola, y un coro de dos mil
Celebró, a mi lado y al lado de Godo y de los otros, con unos cuernos de cobre en la cabeza, esculpidos por Claudio Girola, y un coro de dos mil<br>
 
 
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Nos anos sessenta, o poeta Simons perdeu-se num famoso safari épico-lírico chamado Amereida, nas fronteiras da Terra do Fogo, entre a Patagônia chilena e a Patagônia argentina, com acampamentos nos confins de Rio Gallegos e subidas setentionais ás cidades velhas e velhíssimas do Peru dos Vice-reis e do Peru dos Incas, e às avenidas de neve do altiplano boliviano. Acompanhava, então, um bando de poetas, pintores, filósofos e arquitetos franceses, argentinos, ingleses, bascos e chilenos. A malta poética inventada pelo gênio de Godofredo Iommi e Alberto Cruz era tão inverossímil, que, para escapar de suspeitas da polícia, levava como ''habeas-corpus'' um atestado do próprio Ministro da Defesa do Chile, obtido pelos bons ofícios do cineasta Patrício Kaulen. Já em expedição semelhante por cidades e aldeias do interior da França, a mesma comandita lírica se prevenia, para defender-se das suspeições da Segurança Pública, com um salvo-conducto ou ''visto bueno'', uma carta abonadora de André Malraux, Ministro de De Gaulle, providenciada por arranjos do escritor espanhol José Bergamín, então exilado em Paris, segundo informa nossa querida Josée Lapeyrère, protagonista privilegiada e contumaz, ainda hoje, com a beleza de seus olhos e de sua sagrada voz poética, órfica e fiel, dessas maratonas líricas de alguns seres humanos dependentes do sagrado vício da ode e da elegia.<br>
Edi Simons participou de expedições poéticas semelhantes, inventadas por Godo Iommi, produzindo poesia viva, em altos brados nas ruas e praças da Europa, da América e da Ásia, às vezes ao ar livre, às vezes em recintos fechados, como no pátio de uma velha cervejaria de Londres, onde Shakespeare encenara seus teatros, ou no Royal Albert Hall, arrendado pelo poeta Jonathan Boulting, e onde eu mesmo li, ao lado de Vanessa Redgrave, desvaída e envolta na bandeira de Cuba, um poeta despedaçado e bilíngüe, que ele transpusera para uma rara língua joyceana, a seis mil ingleses atônitos. Descemos o Tâmisa de madrugada com cinco mil rapazes e moças uivando versos dolorosos ou triunfantes numa fogata de trezentos barcos, para celebrar o sexto centenário do incêndio de Londres. Fizemos espetáculos semhelantes no veludo verde dos gramados londrinos do Hyde Park, em severos boulevards de Estocolmo, nos ingênuos parques da Dinamarca, nas praças de palácios romanos da Berlim imperial. Ali, Edi celebrou a rosa do mundo, ao lado da pintora brasileira Carla Galhardo , filha de um famoso cantor romântico do Rio de Janeiro, que o hospedava, com seu marido alemão, também pintor, bom de pincéis e de charutos de Havana, na grande aldeia dessa Roma prussiana, inventada pelos romantismo alemão dos kaisers civilizados.<br>
Celebrou, ao meu lado e ao lado de Godo e dos outros, com uns chifres de cobre na testa, esculpidos por Cláudio Girola, e com um coro de dois mil<span>


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Revisión del 17:13 31 jul 2011







TítuloOs Olhos Do Gato - Memorial de Edison Simons Quiroz (español)
Año2001
AutorGerardo Mello Mourão
Tipo de PublicaciónEnsayo
Edición
CiudadRio de Janeiro
Carreras RelacionadasArquitectura, Diseño Gráfico"Diseño Gráfico" is not in the list (Arquitectura, Diseño, Magíster, Otra) of allowed values for the "Carreras Relacionadas" property., Diseño Industrial"Diseño Industrial" is not in the list (Arquitectura, Diseño, Magíster, Otra) of allowed values for the "Carreras Relacionadas" property., Náutico y Marítimo"Náutico y Marítimo" is not in the list (Arquitectura, Diseño, Magíster, Otra) of allowed values for the "Carreras Relacionadas" property., Ciudad y Territorio"Ciudad y Territorio" is not in the list (Arquitectura, Diseño, Magíster, Otra) of allowed values for the "Carreras Relacionadas" property.
NotaTraducción en construcción.
página 1

“Una noche, en India, Luis de Camões, a falta de velas, escribió parte de un Canto de Los Lusíadas, a la luz de los ojos de sus gatos. Tasso cuenta lo mismo: escribió un soneto en la oscuridad del manicomio en el que lo habían metido, alumbrado por los ojos de un gato. Sospecho que Baudelaire también ha escrito unos alejandrinos bajo la luz verdosa de unos ojos de gato. Fuerza de la dislexia, luna del poema”. La información, vagamente erudita, parece ser de Edi Simons. El breve y astuto comentario sobre la fuerza lunar de la dislexia, también. Digo Edi Simons porque así aparece en un pequeño libro apócrifo, trilingüe, sin titulo en la tapa, sin indicación de autor ni de editor e incluso sin numeración de páginas, que me llegó de París en la primavera, mas ciertamente escrito por el poeta panameño. Pues Edi Simons era poeta y nacido en Panamá. Tras apenas la primera página interna del volumen artesanal, tres palabras en negrito: The unfinished Touch. Pocas semanas después de la remisión del libro apócrifo, lo encontraron inconsciente y caído en su estudio de la Rue de Cotentin, torre abolida de ese último príncipe solitario en la Aquitania de su exilio, después de la estrecha celda cenobítica que ocupó en la Rue de Lakanal. De ahí, lo llevaron para el Hospital Pompidou. Tres días después, estaba muerto y —a pedido suyo— unos amigos compasivos cremaron en el Père Lachaise su cuerpo dorado de indio, de las indias de Oriente y de Occidente, y esparcieron sus cenizas sobre el Sena.

El libro apócrifo podría llamarse de Inventario, pues es una especie de documento notarial del ser y del saber del poeta absoluto que, joven aún, partió de su dramático non-lieu en el roto Istmo de Panamá para tantos exilios, largos o efímeros. Vivió y murió en España y en Suiza, a veces en Ginebra, a veces en una aldea de queseros, llamada Arouet, el nombre de familia de Voltaire. Moró en Londres y en Berlín, en Grecia, en Japón y en Chile, donde sobrevoló la cordillera de los Andes, en el temerario planeador de Miguel Eyquem, un arquitecto volador de aquella banda del Pacífico, aún más temerario que los audaces artefactos aeronáuticos con que acostumbra asustar los cielos azules de Valparaíso.


"Uma noite, na Índia, Luís de Camões, à falta de velas, escreveu parte de um Canto dos Lusíadas, à luz dos olhos de seus gatos. Tasso conta a mesma coisa: escreveu um soneto na escuridão do manicômio em que o haviam metido, alumiado pelos olhos de um gato. Suspeito que Baudelaire também tenha escrito uns alexandrinos sob a luz esverdeada de uns olhos de gato. Força da dislexia, lua do poema". A informação, vagamente erudita, parece ser de Edi Simons. O breve e astuto comentário sobre a força lunar da dislexia, também, Digo Edi Simons porque assim está num pequeno livro apócrifo, trilíngüe, sem título na capa, sem indicação de autor nem de editor e até sem numeração de páginas, que me chegou de Paris na primavera, mas certamente escrito pelo poeta panamenho. Pois Edi Simons era poeta e nascido no Panamá. O volume artezanal traz apenas na primeira página interna três palavras em negrito: The unfinished Touch. Poucas semanas depois da remessa do livro apócrifo, o encontraram desacordado e caído em seu estúdio da Rue de Cotentin, torre abolida desse último príncipe solitário na Aquitânia de seu degredo, depois  da estreita cela de cenobita que ocupara na Rue de Lakanal. Dali o levaram para o Hospital Pompidou. Três dias mais, estava morto e, a pedido seu, uns amigos compassivos cremaram no Père Lachaise seu corpo dourado de índio, das índias do Oriente e do Ocidente, e espalharam suas cinzas sobre o Sena.

O livro apócrifo poderia chamar-se de Inventário, pois é uma espécie de documento notarial do ser e do saber do poeta absoluto que, jovem ainda, partiu de seu dramático non-lieu no dilacerado Istmo do Panamá para tantos exílios, longos ou efêmeros. Viveu e morreu na Espanha e na Suíça. às vezes em Genebra, às vezes numa aldeia de queijeiros, chamada Arouet, o nome de família de Voltaire. Morou em Londres e em Berlim, na Grécia, no Japão e no Chile, onde sobrevoou a cordilheira dos Andes, no temerário planador de Miguel Eyquem, um arquitecto voador daquela banda no Pacífico, ainda mais temerário ele mesmo que os audaciosos artefatos aeronáuticos com que costuma assustar os céus azuis de Valparaíso.

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En los años sesenta, el poeta Simons se perdió en un famoso safari épico-lírico llamado Amereida, en las fronteras de Tierra del Fuego, entre la Patagonia chilena y la Patagonia argentina, con campamentos en los confines de Río Gallegos y subidas septentrionales a las ciudades viejas y viejisímas del Perú de los Virreyes y del Perú de los Incas, y a las avenidas de nieve del altiplano boliviano. Acompañaba, entonces, a un bando de poetas, pintores, filósofos y arquitectos franceses, argentinos, ingleses, vascos y chilenos. La malta poética inventada por el genio de Godofredo Iommi y Alberto Cruz era tan inverosímil, que, para escapar de sospechas de la policía, llevaba como habeas-corpus un certificado expedido por el propio Ministro de Defensa de Chile, obtenido por los buenos oficios del cineasta Patricio Kaulen. Ya en semejante expedición por ciudades y aldeas del interior de Francia, la misma comandita lírica se preparaba para defenderse de las sospechas de la Seguridad Pública, con un salvo-conducto o visto bueno, una carta de garantía de André Malraux, Ministro de De Gaulle, prevista por arreglos del escritor español José Bergamín, entonces exiliado en París, según informa nuestra querida Josée Lapeyrère, protagonista privilegiada y obstinada, hasta hoy, con la belleza de sus ojos y de su sagrada voz poética, órfica y fiel, de esas maratones líricas de algunos seres humanos dependientes del sagrado vicio de la oda y la elegía.
Edi Simons participó de expediciones poéticas semejantes, inventadas por Godo Iommi, produciendo poesía viva, en altos bramidos en las calles y plazas de Europa, de América y de Asia, a veces al aire libre, a veces en recintos cerrados, como en el patio de una vieja cervecería de Londres, donde Shakespeare escenificara sus obras, o en el Royal Albert Hall, arrendado por el poeta Jonathan Boulting, y donde yo mismo leí, al lado de Vanessa Redgrave, desvariada (desvariada/delirante) y envuelta en la bandera de Cuba, un poema despedazado y bilingüe, que él transpusiera en una rara lengua joyceana, a seis mil ingleses atónitos. Descendimos el Támesis de madrugada con cinco mil rapaces y chicas aullando versos dolorosos o triunfantes en una fogata de trescientos barcos, para celebrar el sexto centenario del incendio de Londres. Hicimos espectáculos semejantes en el terciopelo verde de los pastos de Hyde Park, en graves paseos de Estocolmo, en los ingenuos parques de Dinamarca, en las plazas de palacios romanos de Berlín imperial. Ahí, Edi celebró la rosa del mundo, a lado de la pintora brasileña Carla Galhardo, hija de un famoso cantante romántico de Rio de Janeiro, que lo hospedaba, con su marido alemán, también pintor, bueno para los pinceles y habanos, en la gran aldea de esa Roma prusiana, inventada por el romanticismo alemán de los káisers civilizados. Celebró, a mi lado y al lado de Godo y de los otros, con unos cuernos de cobre en la cabeza, esculpidos por Claudio Girola, y un coro de dos mil


Nos anos sessenta, o poeta Simons perdeu-se num famoso safari épico-lírico chamado Amereida, nas fronteiras da Terra do Fogo, entre a Patagônia chilena e a Patagônia argentina, com acampamentos nos confins de Rio Gallegos e subidas setentionais ás cidades velhas e velhíssimas do Peru dos Vice-reis e do Peru dos Incas, e às avenidas de neve do altiplano boliviano. Acompanhava, então, um bando de poetas, pintores, filósofos e arquitetos franceses, argentinos, ingleses, bascos e chilenos. A malta poética inventada pelo gênio de Godofredo Iommi e Alberto Cruz era tão inverossímil, que, para escapar de suspeitas da polícia, levava como habeas-corpus um atestado do próprio Ministro da Defesa do Chile, obtido pelos bons ofícios do cineasta Patrício Kaulen. Já em expedição semelhante por cidades e aldeias do interior da França, a mesma comandita lírica se prevenia, para defender-se das suspeições da Segurança Pública, com um salvo-conducto ou visto bueno, uma carta abonadora de André Malraux, Ministro de De Gaulle, providenciada por arranjos do escritor espanhol José Bergamín, então exilado em Paris, segundo informa nossa querida Josée Lapeyrère, protagonista privilegiada e contumaz, ainda hoje, com a beleza de seus olhos e de sua sagrada voz poética, órfica e fiel, dessas maratonas líricas de alguns seres humanos dependentes do sagrado vício da ode e da elegia.
Edi Simons participou de expedições poéticas semelhantes, inventadas por Godo Iommi, produzindo poesia viva, em altos brados nas ruas e praças da Europa, da América e da Ásia, às vezes ao ar livre, às vezes em recintos fechados, como no pátio de uma velha cervejaria de Londres, onde Shakespeare encenara seus teatros, ou no Royal Albert Hall, arrendado pelo poeta Jonathan Boulting, e onde eu mesmo li, ao lado de Vanessa Redgrave, desvaída e envolta na bandeira de Cuba, um poeta despedaçado e bilíngüe, que ele transpusera para uma rara língua joyceana, a seis mil ingleses atônitos. Descemos o Tâmisa de madrugada com cinco mil rapazes e moças uivando versos dolorosos ou triunfantes numa fogata de trezentos barcos, para celebrar o sexto centenário do incêndio de Londres. Fizemos espetáculos semhelantes no veludo verde dos gramados londrinos do Hyde Park, em severos boulevards de Estocolmo, nos ingênuos parques da Dinamarca, nas praças de palácios romanos da Berlim imperial. Ali, Edi celebrou a rosa do mundo, ao lado da pintora brasileira Carla Galhardo , filha de um famoso cantor romântico do Rio de Janeiro, que o hospedava, com seu marido alemão, também pintor, bom de pincéis e de charutos de Havana, na grande aldeia dessa Roma prussiana, inventada pelos romantismo alemão dos kaisers civilizados.
Celebrou, ao meu lado e ao lado de Godo e dos outros, com uns chifres de cobre na testa, esculpidos por Cláudio Girola, e com um coro de dois mil

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estudiantes, los fuegos volcánicos de Chile, en una caleta entre Valparaíso y Viña del Mar, entre himnos inventados en la claridad de espectáculos pirotécnicos. En otra ocasión, durante un día entero, cantamos juntos, bajo la batuta de Godofredo Iommi, en la playa perdida de Horcón, al descubierto del Pacífico, delante de la Isla de los Lobos, con sus asombrosos leones marinos de cuatro metros de cumplimiento. Silbamos canciones, al ritmo de maestros-de-capilla bachiana, al estilo de los jangadeiros que pescan el pargo encarnado y el ariacó de rayas verde-azuladas en las playas atlánticas de Brasil, en un coro de silbidos para llamar al viento. El soplo fantástico de los silbidos atravesó América, como los pescadores de congrio del pacífico entonando la misma melodía marina que los pescadores de mero color de rosa en el Atlántico meridional, al otro lado del continente. Entramos al agua hasta la ingle, repitiendo con voces roncas las impresiones de Balboa, bebiendo como él, en la concha de la mano, el agua salada, para tener la certeza de que estábamos en un mar, y no en una pobre laguna de agua dulce. Llamamos uno a uno, por sus nombres verdaderos, en grandes bramidos, a los pescadores de la caleta chilena y los nombres, constantes en las crónicas, de los marineros de Balboa en el mar de Panamá. Después, reiteramos a las soledades oceánicas la fórmula sacral con que tomó posesión, en nombre del Rey de España y de la Virgen María, de todas aquellas ondas y de las tierras por ellas bañadas. Éramos los dueños del Océano Pacífico. En señal de propiedad, dejamos plantada en la arena sobre base de piedra, una escultura metálica de Claudio Girola. Terminamos todo con un banquete elemental de pez asado y pipas de vino maduro de Tarapacá, y permanecimos jactandonos en la playa de los buenos vinos y los exquisitos frutos del mar chileno. A estos actos, que acostumbraba producir en todo el mundo, con ciertos rituales de cábala comosgónica o eleusiana de Orfeo, el poeta Godo denominó “Phalène”.

Edi Simons, sedujo hasta en China, en madrugadas clandestinas, antegrandes riesgos policiales, jóvenes chinos y chinas para algunas de esas ceremonias poéticas. De ellas participé aterrado, cubierto por la complicidad de un joven diplomático francés, después incriminado por esa lírica insensatez y por sus amores prohibidos con una súbita menina de Pekín, fascinada por esas castas orgías líricas. El francés fue maldito por el Comité Central de Chang-no-han y expulsado del país, con los fulminantes ritos de castidad del marxismo kátaro implantado en la República Popular China. Pero esto también es otra historia.

El pasaporte panameño de Edi Simons puede encima atestar que él moró conmigo en Brasil, en Tailandia, en Kuala Lumpur, y que anduvimos por las Filipinas, en la ruta centenaria del Galeón de Manila, por el reino de Nepal,

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en los alrededores de Katmandu, donde compré unas estatuas obscenas de devoción erótica al Buda, y donde escalamos el Everest, quiero decir, volamos sobre su cresta de nieve inmaculada, por cincuenta dólares, en el arriesgado avión Antonof de un príncipe nepalés. Por allí nació su abuelo, en las fronteras himalayas entre el Tíbet y China, y al fijarse en Panamá cambió su complicado sobrenombre indostánico por el vago apellido de Simons. De las alturas del techo del mundo para adorar a la Diosa Viva, desembarcamos en el balcón nepalés de madera castaño oscuro del monasterio del primer Cielo, cerca del Palacio Real, antes de la masacre que allí ahogó en un lago de sangre al Rey Birendra, su reina y su corte. Fue un domicídio inédito en la historia, y de él se ocuparon rumorosamente los diarios del mundo entero. Pero a raíz de qué: fue un horror, una profanación y un sacrilegio, en el país más religioso del mundo, donde las personas viven en los templos y donde los dioses “sont chez eux” —“en su casa”— como me decía un periodista francés. Pero esto también es otra historia.

Descubrimos juntos el reino de Sikhin, en los confines de Asia. Vagamos en Ceilán - Taprobana de los portugueses antiguos. Sri Lanka hoy, de los fanáticos del fundamentalismo tamil y de los pequeños putos y putas de diez años en las esquinas sórdidas y en la calzada de los hoteles. Pernoctamos/Anochecimos algunas veces en el barrio alegre de Kwalung, en Hong Kong, donde perdí 84 dólares en la ruleta de un dudoso casino de la mafia china. Dormimos en un convento del siglo XVI, de los jesuitas portugueses en Macao con un padre poliglota, traductor del Pentateuco de Confucio, que nos dio inauditas clases de lingüística. Me alojaron en la celda en que acostumbraba hospedarse mi amigo, el historiador inglés Charles Boxer, la misma en que vivió en los tiempos quineístas mi pariente, el padre João Mourão, preso y masacrado bajo la acusación de haber convertido al príncipe heredero del Celeste Imperio, en una tenebrosa conspiración para ahí instalar el “régimen de los demonios extranjeros, llamado cristianismo”. Edi Simons bebió, durante una noche, un litro de vino de arroz Sichuan, invocó el espíritu del Padre João Mourão, y quería que él se nos apareciera en el cuarto. No apareció. Los muertos aparecen cuando quieren, y no cuando los llamamos.

Después de eso, fuimos huéspedes de lujo del Hotel Reffles, en Singapur, ocupando las mismas suites en que estuvieran Ruyard Kipling y Greta Garbo, según inscripciones en la pared verdosa. Almorzamos ahí un exquisito hot-pot mongol de carne de bisonte de Huehot y tomamos, en una noche, dos litros y medio de whisky escocés, sentados en las caderas rotuladas del “Bar de los Millonarios”. Yo —recuerdo bien— en la cadera poco honrosa de Sommerset

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Maugham, él en la de Ava Gardner, Joan Crawford, Aga Kahn o Clark Gable, según la inspiración etílica de cada día. Vimos Indochina y Cochinchina, los vietcongs mutilados, la biblioteca de piedra de Hanoi, las ruinas sagradas de Angkor y vagamos en la antigua Saigon por las calles populosas de putas budista, ciertamente las más bellas del mundo, flexibles felinas doradas que aparean como palomas celestes en sus alas de seda.

Anduvimos semanas por Lisboa y Atenas, de donde él fue un día con Kristos Kleris, que más allá de griego, es lingüista y caldeo, a una noche de salmos y vigilias en el monasterio de los santos del Monte Athos. Se internó en borracheras memorables en las estancias paradisiacas de Baleares, en compañía del poeta inglés Jonathan Boulding, ante los ojos ofídicos y las pestañas anaranjadas del viejo poeta Robert Graves. Se perdió en los purgatorios de Moscú, desde donde alcanzó Pekín en viaje de una semana por el tren transiberiano, infestado de jóvenes contrabandistas soviéticos y polacos, entre prostitutas polacas y judías de Bielorrusia. Vagó por Paquistán, donde un caballeresco y compasivo diplomático brasileño —emergido de los textos de Platón y de Kant, sumergido, al final, en los pozos de la filosofía budista, y contaminado por el vicio incurable de la poesía—, lo salvó de la vejación de dormir al relente y de morir de hambre, pagándole viaje y hospedaje en el hotel de una viuda islámica en Bangladesh, cuya hija, apasionada por sus versos le enseñó a tocar la citara de tres cuerdas, y lo llevó para una estadía en la chacra que heredara del finado su marido birmano, a veinte kilometros de la ciudad de Bakoku, en Birmania meridional.

En Japón, comenzó a estudiar japonés, con escaso éxito. Guardó sus cuadernos de este aprendizaje, al que también me arriesgué, mas nunca fui más allá de unas tankas y unos haikais, que todavía sé de memoria, enseñados por mi compañero de prisión Ugo Kusakabe, y otros enseñados por mi bella amiga Yuko Kanji, con la gracia de sus kimonos tradicionales y sus menudos pasos de danza antigua, el o el kabudji, con los ojos oblicuos brillando sobre el abanico de sándalo y seda. Pero esto también es otra historia, apenas para contar que Edi Simons vivió en Tokio, donde una estudiante japonesa le hizo una propuesta no aceptada de casamiento, y donde sobrevivió con vagas prestaciones de servicio a una agencia de publicidad montada en Japón por un coterráneo suyo, un Fábrega de Panamá. Allí se socorrió también con ayudas generosas de mis amigos, Osvaldo Peralva corresponsal en Japón des mismo diario que yo representaba en Pekín, de su Yuko Kanjo y del diplomático Paulo Franco, cuya generosidad ya lo alcanzara en Paquistán y lo acompañara de lejos en los últimos tiempos de París. Creo que de Paulo

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Franco fue el último mensaje dirigido al poeta —una especie de mensaje nuncupativo— enviado el mismo día que llegara a París, y que era también el día que el cuerpo del destinatario ardía en el horno crematorio, sin condiciones de atender a los invitados para el almuerzo del amigo fiel. Los muertos no almuerzan ni reciben invitados. Pero Edi Simons, vivo o muerto, era capaz de todo.

Intentó vivir en India, tierra del Dr. Simons, el médico hindú que era su padre, y en China, como ya dije, fuimos socios de inauditos peligros nocturnos. Sin hablar de las peripecias periféricas por América Central, de Honduras a Costa Rica, y de peligrosas payasadas/travesuras, en que tuve incluso un duelo a cuchillo, en los oscuros bajo fondos de Caracas o Bogotá, tal vez de Guayaquil. Conocemos además, rumores de sus aventuras en Nueva York y de sus idilios en Canadá, en los confines de Vancouver, donde creo que anduvo con Alberto Cruz, y especialmente en Montréal y en la vieja ciudad de Québec, donde convivió con mi afectuoso amigo, el gran poeta Fernand Ouelette y su inquieto grupo de escritores. Se enorgullecía, además, como yo y como nuestro amigo Robert Marteau, de ser un québecois honorario - titulo que nos fue dado por un querido y nostálgico compañero, el gran poeta Gaston Miron. Como él, nunca tuvimos otra patria salvo la lengua que hablamos antes de ser enseñados.

Y no se puede olvidar sus ciudades, Panamá y la vieja Colón, donde naciera, donde viviera la infancia y la adolescencia, que él amaba y detestaba furiosamente, mas donde habitaba siempre, en la memoria fija de su madre, medio española, medio india. Fue célebre por su belleza criolla, que la hiciera reina de los estruendosos carnavales panameños —lo que era, en su país y en su tiempo, no una ovación pintoresca y popular, mas el honor más alto del almanaque de Gotha, gentry dionisiaca del Istmo. Allí volvería de vez en cuando. Una vez, para dormir en la gran cama rococó, de alto dosel, de una señora judía de incierta aristocracia panameña. Otra vez, para escribir una oda a un boxeur famoso, mi inolvidable compañero en un accidentado viaje aéreo de Nueva York, o Los Angeles a América Central, cantado y recordado también por Jean Cocteau, en sus memorias y hasta en su discurso de recepción en la Academia Francesa en que dijo que era el Bach de las tablas de box. Esta oda a Al Brown fue editada en Panamá por un boliviano aficionado a las buenas letras, el periodista René Capriles, hoy anclado/fondeado en Brasil como corresponsal internacional.
Pero parece que sus residencias más permanentes, más allá de las estadías (vilegiaturas) en Brasil y en Chile, a las veces en mis casas de Rio y de Viña