Fragmentos de sombras y reflejos que reconocen un total
Una entrada oscura se ve a lo lejos en la extensión de la ciudad. Este elemento particular del metro nos indica una reducción del espacio, una disminución de luz, un viaje que se constituye primeramente por una evidente estrechez. Este indicio es lo que nos incita a comenzar un desplazamiento creado por una constante interacción de personas, lugares, luces, sombras y sonidos. El ritmo particular de cada viaje es lo que hace que este sea propio y único.
Al ingresar a este nuevo espacio, que si bien está dentro de la ciudad, pero que está contenido bajo un resguardo que comprende otra luz, otro sonido, otro movimiento, nos adentramos a un cambio paulatino que posteriormente conlleva a un encuentro con un nuevo lugar. Una vez dentro del vagón las personas reconocen este espacio como su extensión máxima y se adecuan a esta área más reducida. La estrechez extendida del vagón delimitada por puertas que determinan un fondo, o sea una estrechez que se extiende y se abarca.
Focalizar la vista en el interior cuando el exterior se torna cotidiano
En este trayecto donde aparece la espera y ese “dejarse llevar”, la gente busca una desconexión con las demás personas para expandir su propio espacio, lo hace situándose próximo a la ventana y focalizando la vista hacia el exterior y no al encuentro visual con los otros pasajeros que en ocasiones se torna incómodo. Sin embargo, la mayoría de las veces ocurre que la vista panorámica, a través de las ventanas, se vuelve bastante habitual y es ahí donde se concentra la atención en los movimientos dentro del vagón, lo que hace que ese determinado viaje sea distinto a cualquier otro.
Ventana como espesor de la luz y el suelo como contenedor de la sombra
El factor que en mayor medida permite que cada viaje sea particular es la luz y como esta envuelve todo el espacio, generando así sombras que permiten focalizar el rasgo y distinguir una jerarquía de luces en el interior. La luz crea un foco, un punto notable que se centra en las caras de las personas, haciendo protagonista al cuerpo desde la parte superior y dejando al final, al cobijo de la sombra y menos visible, a los pies. Esto sucede debido a que la ventana tiene la medida de la luz, ya que por el tamaño y la ubicación de estas, es cuánta y por dónde llega la luminosidad y el suelo es el contenedor de todas estas proyecciones. En esta superficie aparecen las sombras en distintas intensidades dependiendo de las formas y la superposición de ellas. En el suelo mediante estas siluetas de sombras proyectadas es posible reconocer fragmentos lo que antepone a un total.
Los fragmentos, reflejados en distintas superficies, dan cuenta de una totalidad, estos permiten reconocer un espacio y su ritmo. En el caso del Terminal de Buses Rodoviario de Valparaíso, las ventanas entregan esa medida que constituye cuánto de adentro y de afuera puedo ver. Una persona se sitúa en el interior, sin embargo, se ve en el exterior. El reflejo amplifica la espacialidad, pero no la duplica análogamente, sino que la invierte produciendo un encuentro. La transparencia junto con la luz permite el choque de una imagen lo que causa una superposición de figuras en la ventana. El reflejo de una forma que se evidencia por una silueta que muestra un fragmento del total.
Grafías
Las postales fueron hechas con témpera negra y papel couché. Para lograr el efecto se utilizó materiales como cuchillo cartonero, monedas, hilo, scotch, pinceles, plumilla, clavos, aguja, cartón corrugado, masking tape y géneros con diferentes texturas.