Filippa Massa, Etapa VIII, III Arq, Taller de Amereida

De Casiopea




TítuloFilippa Massa, Etapa VIII, III Arq, Taller de Amereida
AsignaturaTaller Amereida
Del CursoTaller Amereida 2014
CarrerasArquitectura

Sin Objeto

Hacer algo sin objetivo, sin esperar nada a cambio, un fin, una posibilidad y a su vez una propuesta, para llegar a alcanzar un modo de viajar y/o actuar en la gratuidad. A partir de esto nos enfrentamos a lo que nos permite alcanzar tal objetivo (el no tener objetivo alguno) es la travesía. “Anoche tras la comida, primera reunión. Se afinaron las reglas del juego poético y reajustaron finanzas. Reglas de juego. “No juicios”: Todo cuanto ocurra y se construya en los actos es poético. Libertad de “hacer”: Ejemplo, si Pérez Román quiere pintar cuadro, objeto, muro, etc., a raíz del acto poético pero después de ocurrido, vale.” – Bitácora de travesía, 31 Julio de 1965, Punta Arenas. Ésta es el vínculo entre el ahora, lo que nos rodea y la posibilidad de conocer, experimentar y entregarnos a la incertidumbre de un lugar y pueblo desconocido. A través de la travesía logramos atrapar el acto de libertad más puro, donde llevarlo a cabo, se convierte en sí su total, donde su preparación y en él el transcurso de un tiempo del ir lo convierte en la posibilidad de ver aquello desde varios puntos de vista a la vez, donde el lugar en sí puede llegar a perder importancia, donde solo el partir, ir y llegar son en sí ese acto de libertad donde el objetivo puede ser cambiado dejando espacio al aparecer de lo inesperado. “Nos informan que hay un lugar difícil, el Bajo del Río Seco. En que el cauce del agua ha inundado el camino. Llegamos al lugar. Hemos aprendido algunas cosas. Ante una situación difícil se detiene el auto y bajamos a inspeccionar el terreno para ver la mejor forma de pasar. Al llegar al Bajo, un pequeño auto con dos personas está en apuro. Aquí el agua llega casi a la rodilla. Todos se sacan las botas, medias, se levantan los pantalones y empujan el auto. Como se le mojó el motor es con la pura fuerza del empuje que hay que sacarlo del primer cauce. Se logra. Y queda pagada la deuda con el Sr. Fernández que nos ayudó durante 4 horas en el camino entre Punta Arenas y Puerto Natales. La camioneta pasa bien los tres vados. Continuamos. Hay que llegar a la Estación Florida Negra. Ya es de noche. Muchos caminos detenidos en el camino. Unos por decisión del camionero y otros embarrancados. 3 Km. antes de Florida Negra, está la Picada del Quemado, una pequeña cuesta, en que la huella está deshecha por el huellón que producen los camiones pesados. Difícil, en la noche acertar en el entrever de huellas con la verdadera. Nos quedamos pegados. El barro es impresionante. Es un pegalotodo. Comienza la tarea de sacar el auto. Los nervios, el cansancio y la desesperación comienza a cundir. Son dos horas duras. Muy duras. Fédier logra saca marcha atrás el auto. Un rato pasan los dos señores que habíamos dejado atrás. Pasan a pie, han dejado su auto al pie de la subida. Han roto el embrague y no pueden subir ese caos. Vienen acompañados por un camionero que también tiene su camión empantanado. Nos dicen que Florida Negra está a 3 Km., van a pie a pasar la noche allí”. – Bitácora de Travesía, 13 Agosto de 1965, Punta Arenas. El enfrentarnos con lo desconocido nos entrega y regala la posibilidad de acceder a una libertad que solo se deja aparecer con el asombro y la realidad inesperada. Nos referimos a la posibilidad o don regalar y a su vez nombrar las cosas. El ir sin objeto nos prepara para este acto que se presenta frente a nosotros, donde el acto del otro y a su vez el yo, no coinciden pero permiten la realización de nombrar, hablar y escribir de manera nueva, donde el acto nos expande la mente y la conciencia de lo que nos rodea, permitiéndonos nombrar las cosas del mundo. Ese nombre es a través de una acto en un lugar que es un no lugar, donde el centro del lugar no lugar es en el centro del camino, un paso, un punto de rapidez y no detención, un lugar donde no se habita. “Alberto pide ayuda a Jorge y Edy para cavar cuatro pozos orientados N.S.E.O. y comienza a buscar piedras de cuatro colores. Blancas, negras, verdes y rojizas. En cada pozo va colocando piedras de un color. Yo saco varias pletinas. Y le pregunto a Alberto dónde se colocará la “Atenea Partenos”. Pienso hacer una escultura. Almorzamos. Godo en la mañana escribe dentro del auto. Boulting anda por la pampa y escribe. Edy ayuda a Alberto. En la tarde se prosiguen las mismas tareas. Jorge dentro de la carpa hace pintura. Luego va con Fédier a buscar agua al pueblo. Yo coloco y termino la escultura. A la vuelta del auto, sobre una loma, a lo lejos, ellos divisan la escultura y detienen el coche, desde el techo le sacan fotos. Llegan. Jorge se adelanta, trae malas noticias. La gente no se abre. Trajeron un poco de agua y nada más. Pero todo era una broma. Trajeron bastante agua y además comprometieron a la gente del lugar para que al otro día nos trajeran más agua. Se encontraron en el caserío con dos comerciantes del lugar; que con un camión habían ido a comprarle ganado a la gente del caserío. Allí conversaron también con la “abuela” Vera. Es la jefa del clan. Le explica qué estamos haciendo. Ellos tienen un problema de tierras. Hasta llegar al Bajo Santa Rosa los campos están alambrados. Allí no. Ellos creen, que podemos ser gente que distribuye tierras. Este punto no se va a aclarar bien nunca. Pero sin embargo, vuelven con carne, agua, pan. Hay un momento de euforia. Todo esto misteriosamente nos dice que ese es el lugar”. – Bitácora de travesía, 20 Agosto de 1965, Punta Arenas. Hay que tomar conciencia clara y sutil de que en cada uno de nosotros habita el otro y el yo, donde el reconocer, el recorrer y el andar por América se convierte en un estado de conciencia, el tener conciencia. Esto se debe a la variedad de posibilidades y libertades ofrecidas ya que el andar sin objeto nos obliga a chocar de frente con lo desconocido, en el que la obra, el ‘centro’ de la travesía se convierte en un objetivo a alcanzar, pero su esencia continúa en lo inesperado, obligándonos a permanecer en un estado de lucidez y atención para vislumbrar el ocio en el que hay que estar para hacer aparecer finalmente la obra. “A poco de explicarle lo que hacíamos, el turco comienza a vociferar paternalmente: “ustedes van a descubrir América”. Sostenemos larga conversación. Le preguntamos por el lugar, la vida de la gente, la explotación del quelnacho. Nos responde las preguntas a la luz de su vida. Antes era distinto. Se trabajaba duro por horas. No había pueblo; sólo quebrachos. El hijo –el joven más arreglado– estudió medicina hasta tercer año en la época de Perón, la política lo perdió. Mientras el padre nos conversaba los jóvenes con otros amigos entraban al almacén, jugaban unas rápidas partidas de naipe y volvían a salir a la puerta. Benzacar nos invita a ver el aserradero que está en el patio mismo de la estación. Vamos todos.

Entre tanto el mismo tres de antes, repartía el agua.

La madera aserrada grande es para durmientes y va a Buenos Aires y Europa. La trozada chica es para la elaboración del camino.” – Bitácora de Travesía, 7 Septiembre de 1965, Punta Arenas. A través de este viajar, encontrarse y desvelar también nos enfrentamos al desconocido del sonido, de las diferentes habilidades adoptadas antes de la conciencia, logrando la naturalidad entre el juego y baile entre la garganta, lengua y boca, generando una sílaba, palabra y lengua. “No hay giro. Hay un telegrama sobre el campus para Alberto, y otro de Jorge para Claudio, en que le anuncia que para el día 16 de Sept. tenía reservada la sala de Conferencias del Teatro San Martín en Buenos Aires, para Acto de Amereida. En el hotel arreglamos nuestras maletas y desocupamos las piezas. Vamos a almorzar a un café-restaurante que hay en la esquina. La atención lenta y la comida mala. En verdad era más café que restaurant. Enseguida vamos al Consulado chileno. La secretaria no nos puede decir nada de lo que le pedimos. Un argentino que está allí, que escucha nuestras preguntas acerca de cruzara a Chile por el norte de Argentina, por Socompa, nos informa que todos los pasos por la cordillera están cerrados, incluso los del norte. Pasamos al Consulado de Bolivia a retirar los pasaportes. Allí está casualmente el Cónsul boliviano en Orán. Surge nuevamente la conversación sobre el camino a Santa Cruz. El Cónsul de Orán nos dice que es perfectamente transitable el camino por Yacuiba y Villamontes. Que hay incluso un servicio de micros y también ferrocarril. Nos señala, eso sí, que el camino mejor, más socorrido y más hermoso, es el que va por el altiplano. Volvemos por última vez al hotel, cargamos el auto y partimos. En el A.C.A. cargamos bencina. Después pasamos por el correo, donde Godo le envía un telegrama a Jorge diciéndole que seguimos a Santa Cruz y que ni siquiera sabemos si pasaremos por Buenos Aires. Partimos”. – Bitácora de Travesía, 8 Septiembre de 1965, Punta Arenas. El lenguaje o la lengua es tanto una barrera indestructible como en la mítica historia de la torre de Babel o se convierte en un lazo, donde es más, mucho más que un lenguaje, puede ser hasta un acento, pero éste permite y nos regala un pequeño fragmento de otro lugar que seguramente ha sido jamás visitado por uno, pero el sonido, la voz, el acento y la lengua nos transporta a ese lugar, nos permite conocer cómo suena un lugar y su gente. “Godo inventa una extraña historia. Es necesario ir antes que nada al Consulado Argentino para que Claudio renueve su pasaporte vencido. Nadie entiende nada, pero en forma imperativa somos “arrastrados” por Godo a la casa del Cónsul Argentino, puesto que según el boliviano el Consulado por ser Sábado está cerrado. Llegamos y entramos Godo, Fabio, Claudio y el boliviano. Nos atiende el Cónsul en el living de su casa. Nos ofrece un refresco, se habla de cosas intranscendentes. En un momento dado, Godo le pide al boliviano que acompañe a los que han quedado en la camioneta hasta la pensión para que vayan acomodándose. El boliviano se resiste un poco, pero finalmente obedece la casi “orden” que le da Godo. Al quedarnos solos con el Cónsul, ante la expectación y el asombro de Fabio y el mío, Godo comienza un diálogo en “argentino” con el Cónsul: “Decime, vos no sos Fulano de Tal?” Sí, responde el Cónsul intrigado, mientras aguza su mirada y de pronto estalla en una exclamación: “¡Pelado”! vos sos Iommi, ¿no es cierto?”. Abrazos efusivos y aclaración de la escena. Hacía veinticinco años atrás el Cónsul Argentino lo era en Santiago de Chile donde conoció a Godo. Ahora se volvían a encontrar en Tarija. Godo explica por qué “echó” al boliviano y el Cónsul confirma nuestras sospechas. Ese joven en las dos últimas semanas había despotricado contra los usurpadores que le habían quitado el mar a Bolivia. El nacionalismo boliviano era de una extrema susceptibilidad por aquellos días y debíamos ser muy prudentes para no encrespar en contra nuestra ningún tipo de sentimiento. Nos ofrece su ayuda por ser Cónsul de un país “neutral”, y cualquier situación difícil quedamos de avisarle. Tomamos contacto, luego, con las autoridades universitarias y en Tarija no hay taller mecánico donde enviar a reparar la camioneta. La Universidad tiene un pequeño taller de reparaciones para sus propios vehículos y nos lo ofrecen. Llevamos allí la camioneta”. – Bitácora de travesía, 11 Septiembre de 1965, Punta Arenas. Finalmente llegamos al punto donde el desconocido deja de serlo y el no objetivo ha sido alcanzado ya que la obra ha sido completada. “La travesía de “Amereida” ha terminado. Ahora viajamos pero no en travesía. Alrededor de las tres de la tarde y no habiéndonos detenido en ninguna parte del altiplano llegamos a Villazón, puesto fronterizo boliviano. Allí nos espera el Cónsul Argentino del lugar, avisado por el de Tarija, y con él cruzamos la frontera”. – Bitácora de Travesía, 13 Septiembre de 1965, Punta Arenas.