El andar en apertura hacia el desconocido

De Casiopea
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TítuloEl andar en apertura hacia el desconocido
AsignaturaTaller de Amereida Vlll, Taller de Amereida
Del CursoTaller de Amereida 2014
CarrerasArquitectura
Alumno(s)Valeria Contreras

El andar en apertura hacia el desconocido

El sin objeto es un modo de habitar en la gratuidad, momento en que arte acontece. El sin objeto nos ubica en el presente. Las obras en travesía no son el objetivo, existe un ir con rumbo abierto hacia un inalcanzable norte, el seguir partiendo siempre hacia un desconocido inefable.

Nos dejamos atravesar cuando procedemos, este proceder es el ha lugar de América. Un viaje a lo desconocido, un hallazgo, la aventura bajo una entrega, vivir en un desprendimiento.

Dice Friedrich Hölderlin:

“Ven! A lo abierto, amigo!
Cierto, lo brillante restado,
hoy, bajo y estrecho, nos encierra el cielo,
ni los cerros están ni aun abiertas de los bosques
las cumbres, al deseo
y vacío descansa de canciones el aire.
Nublado está hoy, dormitan callejuelas y calles
y casi quiere aparecérseme, sea, como la plomiza edad.
Sin embargo logrado el deseo,
no por una hora el recto creyente desespera.
Y al gozo queda consagrado el día.
Pues, no menos alegra, lo que recibimos del cielo,
cuando él se resiste y protege a los niños al cabo
solo que semejante palabra, así mismo el paso y el ánimo,
merezcan el fruto pleno y veraz sea el deleite.
Por eso espero, aun, y si lo deseado comenzamos,
y, antes, nuestra lengua, decidimos y hallada la palabra
y abierto esté el corazón, de frentes ebrias
brotarán las más altas reflexiones
y con las nuestras, junto,
comenzará el apogeo del cielo
y a la abierta mirada lo luminoso se abrirá.”[1]

La adversidad de las travesías tiene que ver con amar lo adverso, el clima, el frio el hambre. Lo favorable nos vuelve cómodos mientras que en lo adverso se esconde la libertad que cada uno lleva consigo. En el riesgo surge la generosidad de la obra que puede convertirse en regalo.

La primera orientación de América surge cuando se baja la cruz del sur a la tierra para usarla como guía.Americ.jpg

Las travesías ocurren en el andar por el mundo, enfrentando las situaciones y condiciones que aparecen en la apertura hacia el desconocido. El andar en gratuidad, andar por andar y obrar por obrar, es la condición humana puesta en juego ante el desconocido, encontrarse ante otro, la actitud sagrada del despojo.

Nietzsche plantea que para él, los grandes pensamientos solo pueden ser concebidos caminando, sus ideas fueron concebidas al aire libre. En el aforismo 34 del libro El ocaso de los ídolos, dice:

“No podemos pensar ni escribir como no nos sentemos» (G. Flaubert). ¡Te he pescado, nihilista! Precisamente la carne del trasero sustituye el pecado contra el espíritu santo. Sólo tienen valor los pensamientos que nos vienen mientras andamos.”[2]

El caminar que no tiene que ver con el ejercicio, sino que es la aventura del día. El primer hombre que caminó se bajo del árbol y se irguió, así como los primeros hombres que cruzaron América lo hicieron caminando.

David Le Breton en el libro Elogio del caminar, dice que el caminar a pie es un anacronismo en estos días, tiempos de velocidad, caminar entregado a la voluntad del cuerpo, en el acto humano básico que es caminar.

“El caminar es una apertura al mundo. Restituye en el hombre el feliz sen- timiento de su existencia. Lo sumerge en una forma activa de meditación que requiere una sensorialidad plena. A veces, uno vuelve de la caminata transformado, más inclinado a disfrutar del tiempo que a someterse a la urgencia que prevalece en nuestras existencias contemporáneas. Caminar es vivir el cuerpo, provisional o indefinidamente. Recurrir al bosque, a las rutas o a los senderos, no nos exime de nuestra responsabilidad, cada vez mayor, con los desórdenes del mundo, pero nos permite recobrar el aliento, aguzar los sentidos, renovar la curiosidad. El caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse con uno mismo.
La facultad propiamente humana de dar sentido al mundo, de moverse en él comprendiéndolo y compartiéndolo con los otros, nació cuando el animal humano, hace millones de años, se puso en pie. La verticalización y la integración del andar bípedo favorecieron la liberación de las manos y de la cara. La disponibilidad de miles de movimientos nuevos amplió hasta el infinito la capacidad de comunicación y el margen de maniobra del hombre con su entorno, y contribuyó al desarrollo de su cerebro. (…)
Durante milenios, los hombres han caminado para llegar de un lugar a otro, y todavía es así en la mayor parte del planeta. Se han desvivido en la producción cotidiana de los bienes necesarios para su existencia, en un cuerpo a cuerpo con el mundo. Seguramente, nunca se ha utilizado tan poco la movilidad, la resistencia física individual, como en nuestras sociedades contemporáneas. La energía propia- mente humana, surgida de la voluntad y de los más elementales recursos del cuerpo (caminar, correr, nadar...), hoy raramente es requerida en el curso de la vida cotidiana, en nuestra relación con el trabajo, los desplazamientos, etc. Ya prácticamente nunca nos bañamos en los ríos, como todavía era común en los años sesenta, excepto en los escasos lugares autorizados; ni tampoco utilizamos la bicicleta (a no ser de una forma casi militante, y no exenta de peligro), y menos aún las piernas, para ir al trabajo o llevar a cabo nuestras tareas cotidianas. (…)
Pero los caminos no son los mismos; unos y otros serpentean en dimensiones distintas del mundo y hay pocas posibilidades de que se crucen. Mi intención es más bien hablar acerca de ese caminar consentido que se hace con placer en el corazón, ese que invita al encuentro, a la conversación, al disfrute del tiempo, a la libertad de detenerse o de continuar el camino. Una invitación al placer y no guía para hacer las cosas correctamente. El goce tranquilo de pensar y de caminar.”[3]

El caminar como un acto de resistencia que privilegia la lentitud, la disponibilidad, la conversación, el silencio, valores opuestos a la sensibilidades de nuestros tiempos. El ir caminando abierto a lo que nos va adviniendo por el camino, la ciudad para el caminante, caminar es una apertura al mundo y a tomar el instante, caminar nos propone una distancia propicia con las cosas y una disponibilidad a las circunstancias, caminar es habitar el instante.

La obra y el otro son el modo en que andamos en travesía, en una condición de lucidez, enteramente abiertos en la doble distancia que habita en cada uno de nosotros: Yo soy yo y yo soy otro.

Breton nos dice que el viaje nos hace o nos deshace a nosotros. El camino andado nos reinventa y provoca un cambio en nuestra relación con el tiempo y el espacio. Al caminar vamos construyendo el sentido y convierte al camino en una fuente de revelaciones.

La sociedad se ha ido sedentarizando, la gente ha dejado de caminar.

Los espacios públicos posibilitan el encuentro y el intercambio de una sociedad, y como espacio colectivo debe ser el mas importante en la ciudad. En el siglo XIX las ciudades tenían un enfoque de espacio público que respondía a actividades dedicadas al tiempo libre, al encuentro y al intercambio. El bulevar en París, abre la calle dando cuenta de la totalidad de la ciudad a todos sus habitantes, motivado por el comercio a nivel de calle. Esto pasó a ser un escenario de la vida en la ciudad y en una escala mayor, el sistema de bulevares como una red de comunicación. Tanto el bulevar como el parque pasan a ser parte de la estética urbana, la ciudad se piensa desde estos espacios de mayor recurrencia, haciendo mas amable la vida en la ciudad.

El espacio público para la vida en sociedad ha dejado de ser el centro de lo urbano, ya que en la arquitectura moderna se busca el lugar específico para cada actividad y las edificaciones se vuelven autónomas. La ciudad jardín pasa a ser el nuevo espacio público de la modernidad, donde el encuentro y el intercambio se desarrolla dentro de los edificios y los espacios verdes son para el tiempo libre o solo para ser contemplados de forma pasiva. De esta forma el espacio público de la ciudad del siglo XIX ha desaparecido, en donde el bulevar y el parque eran espacios conformadores de ciudad. Si antes el peatón era el protagonista, ahora es el automóvil que pasa a ser además, el símbolo del progreso. Con esto la ciudad dejó de ser una red de espacios continuos que se recorrían y pasó a ser un sistema de puntos que deben ser alcanzados en un atravesar por la ciudad sin detenciones.[4]

El andar a paso humano, no dejarse llevar por esto que nos ha desarraigado del nuestro alrededor.

En la imagen de la Escuela de Atenas, fresco de Rafael Sanzio, aparecen los filósofos Platón, Aristóteles y Sócrates, lo que caminan dando cuenta de que en los orígenes el pensamiento comenzó en el caminar entre el discípulo y el maestro.

Escuela de atenas.jpg


Herman Hesse en el libro El caminante, cuenta de la libertad al caminar, el dejar de estar atado y la recuperación del caminante:

“Junto a esta casa, me despido. Pasará mucho tiempo antes de que vuelva a ver una casa semejante. Porque me estoy acercando al paso de los Alpes, y aquí se termina la arquitectura septentrional alemana, así como la lengua alemana y el paisaje alemán. ¡Que hermoso es cruzar tales fronteras! El caminante es en muchos aspectos un hombre primitivo, del mismo modo que el nómada es más primitivo que el campesino. Pero vencer el sedentarismo y despreciar las fronteras convierte a la gente de mi clase en postes indicadores del futuro. Si hubiera más personas que sintieran mi profundo desprecio por las fronteras, no habría más guerras ni bloqueos. No existe nada más odioso que las fronteras, nada más estúpido. Son como cañones, como generales: mientras reina el buen sentido, la humanidad y la paz, no nos percatamos de su existencia y sonreímos ante ellas, pero en cuanto estallan la guerra y la demencia, se convierten en importantes y sagradas. ¡Hasta qué punto significan durante los años de guerra tortura y prisión para nosotros los caminantes!¡Que el diablo se las lleve! Dibujo la casa en mi libreta de apuntes, y mis ojos se despiden del tejado alemán, delas viguerías y frontones alemanes, de muchas cosas íntimas y familiares. Una vez más siento un amor intensificado por todo lo patrio, porque se trata de una despedida. Mañana amaré otros tejados, otras cabañas. No dejaré aquí mi corazón, como se dice en las cartas de amor. Oh, no, el corazón lo llevaré conmigo, también lo necesito en las montañas, y a todas horas. Porque soy nómada, no campesino. Soy un amante de la infidelidad, del cambio, dela fantasía. No me seduce encadenar mi amor a una franja de tierra. Todo cuanto amamos sigue siendo sólo un símil para mí. Cuando nuestro amor se detiene y se convierte en fidelidad y virtud, me resultaba sospechoso.”[5]

Citas y Bibliografía

  1. Friedrich Hölderlin, Ida a campo
  2. Federico Nietzsche, El ocaso de los ídolos
  3. David Le Breton, Elogio del caminar
  4. Pablo Gamboa, El sentido urbano del espacio público
  5. Herman Hesse, El caminante