De la Reforma

De Casiopea

La nota preponderante de la sociedad (es necesario someter a crítica este concepto) contemporánea pareciera ser la hipocresía. Es ya casi una norma general disimular los propósitos con la palabra. Nota corriente en la práctica familiar, institucional o por parte de los gobiernos y estados. A veces, el discurso imagina salvar su buena conciencia estableciendo con claridad una meta más o menos remota para dejar en disponibilidad, sin trabas, usos y procedimientos con qué obtenerla. A éstos se les suele llamar desde el apelativo de “ciencia” hasta el de “macuquería”. Se trata de tener a mano una razón más “alta” –el bien común, la patria, la revolución justiciera, el magnífico mundo futuro, etc. Con cualesquiera de estas razones se pueden justificar infamias, traiciones necesarias por ocasionales. ¿El discurso habitual y principalmente político no se funde con la justificación? La palabra está lejos de rimar con la acción y mucho más aún de marchar delante de ella. Al menos ese tipo de palabra. Esta vieja dicotomía tantas veces justificada por la “maldad” intrínseca del ser humano o de la “naturaleza” o por la fatalidad que engendra tal o cual sistema de vida, tiene hoy características planetarias y afecta a la casi totalidad de los pueblos de la tierra. Es, precisamente, esta dicotomía, consentida por los más o cuya superación se remite siempre a un mundo post... lo que la juventud de hoy se niega a aceptar. La denuncia de la juventud, creo, va más al fondo que la lucha por un cambio de estructuras (concepto éste que también debe ser visto críticamente). Los pies de barro del discurso capitalista son sus miserias evidentes, las físicas, las morales y las espirituales. Los pies de barro del discurso de los diferentes marxismos son las justificaciones de dictaduras implacables en nombre de una futura y edénica libertad. En todo caso lo que se percibe es una carencia de lenguaje adecuado para dar curso a esa trágica dicotomía cuya repugnancia provoca, ahora, a la juventud del mundo.

Prueba de ello es ese orientalismo sui generis, ese guevarismo sui generis o un “autenticismo negro” que balbucean las juventudes norteamericanas y ese “marxismo” sui generis que las europeas y latinoamericanas intentan y que ningún marxista serio puede tolerar, o bien una suerte de fascinación por la tecnología que no alcanza un real vigor, cuando habla, que le permitiera ser realmente un lenguaje cínico. Parece ser que es ésta la denuncia que todos convivimos por las buenas, las malas o sin saberlo. La necesidad de verdad, que no es la certidumbre, exige perentoriamente la libertad como único y posible fundamento. De allí que toda justificación o nueva legitimidad que se ofrezca como simple sustituto de las existentes es incapaz de enfrentar, siquiera, la dicotomía en cuestión. Tal vez, el riesgo permanente de la verdad (riesgo que es el rostro propio de la libertad que no se agota, ni con mucho, en las libertades) constituye el llamado de esta ruptura profunda y acaso espléndida que nos toca convivir. Esta necesidad de verdad, fundándose en la libertad, irrumpe de continuo en las artes, la filosofía, lo religioso, la ciencia y las formas de relaciones humanas. Por lo demás, está viva y presente –se la reconozca o no– en el meollo mismo de las materias que cualquier estudiante trata. La “mise en question” capital que a cada paso esas actividades obran consigo mismas, a fin de despejar sus propios fundamentos destruyendo sin tregua sus justificaciones, es la clave, diríamos, de nuestra contemporaneidad. El Caos ha recobrado su real significado y no es ni ya puede ser el “cuco” periodístico de nadie. (“Para hablar es necesario el caos”, decía un griego). Los estudiantes aprenden, sienten o presienten esa realidad y, de modo directo, en las materias con que trabajan. La justicia, no sólo como contrapartida de las injusticias, no sólo en el sentido de justeza sino en cuanto figura donde se conforma el riesgo consentido, va de suyo.

¿Qué de extraño, pues, que los jóvenes no acepten, desconozcan o denuncien las falacias, cada vez más intencionadas, con que tratan de justificarse las instituciones, los partidos, los estados, las ideologías, es decir, el complejo que constituye todo poder? Y se trata del poder, pues éste tiene como ley esencial y primera la de conservarse a sí mismo y, por ende, es origen de toda moral provisoria.

Nos parece que no hay crisis de autoridad, ni de civilización, ni de un sistema como se pretende o pretenden configurar quienes están o admiten como premisa indiscutible el poder. Nos parece que hay una crisis mundial del poder mismo, como tal, y que, por ello, éste multiplica las justificaciones que lo asientan sobre la fuerza bruta y despótica las más de las veces, o en el juego hipócrita de mayorías y minorías que va desde los asesinatos de los Kennedy y Luther King hasta el fraude refinado de la seducción, a cargo de las dichas ciencias del behavior.

En cambio, la libertad donde la verdad se juega rechaza intrínsecamente toda moral provisoria y todo paternalismo (que no tiene nada que ver con la paternidad). La juventud, especialmente la universitaria, sacudida constantemente por esa exigencia y evidencia de la libertad, se encuentra o se despierta desprovista de lenguaje adecuado. Balbucea los existentes deformándolos y, de esa suerte, habla confusamente, para concluir en el arrojo heroico cuya indiscutible arbitrariedad – esta vez sí – irrita a los calculadores que aspiran al poder con no importa qué programa de futuras felicidades. El discurso de los jóvenes se niega a caer en la defensa aparentemente implícita de los capitalismos cuando ataca sin ambages a los marxismos. Por otra parte los marxismos tratan de canalizar, instrumentalizar dicho discurso amenazándolo continuamente de “pequeño burgués o de infantilismo revolucionario” (Pero ¿quién es hoy pequeño burgués? Para chinos los rusos y viceversa, para ambos los yugoslavos y viceversa, para los comunistas latinoamericanos y europeos los guevaristas y viceversa, etc. Sin embargo alguien logró precisar la definición cuando dijo: “pequeño burgués es siempre el otro”). La nota preponderante es la existencia del discurso juvenil, discurso “confuso”. La otra nota especial es que nunca existió tan planetario. Así, aun cuando bajo distintos aspectos o motivaciones inmediatas, los movimientos estudiantiles del mundo entero tienen un mismo disconformismo profundo y radical que no satisface ninguna perspectiva conservadora, democrática o revolucionaria.

Pareciera que enmarcarlos en un análisis circunstancial es mirarlos con un ojo de menos. ¿No hacen, precisamente eso, quienes por una razón u otra intentan ahogarlos o solucionarlos con respuestas que van desde el cambio de estructuras universitarias a la mudanza de un sistema social por otro? Pareciera que toda coerción, toda ideología conocida, todo mero cambio son impotentes para “liquidar” ese desequilibrio profundo entre la palabra y los hechos que todos, sin excepción, padecemos con mayor o menor aguante. Buenas pruebas de esta constatación son el fracaso de una educación dirigida en Checoslovaquia que se revela impotente para dar cauce o acallar el reclamo de libertad y verdad de los estudiantes heroicos de Praga, como así mismo, el fracaso de los prestigios, las fortunas muy probables, los porvenires seguros, el poder a mano, etc., en la libre competencia de EE.UU. o Francia.

Instintivamente la juventud tiende hacia un mundo rico en distingos (pues, lo contradictorio depende aún –de lo contradicho), realmente plural. Reclama un mundo fundado en la abertura o permanente vigilia de la libertad donde la verdad se arriesga sin, jamás, entronizar el poder, ni aún institucionalmente. Un reclamo contra todo “proceso” erigido en ley histórica fatal, contra los “progresos y desarrollismos” convertidos en fuente de milagros pues sus futuros obrarían la libertad humana, en la medida en que el hombre se vuelva esclavo de sus planes, sea reducido a expresión algebraica. Este reconocimiento de la situación obliga a poner en duda la existencia misma de la Universidad como tal y, especialmente, como institución. Obliga, también, a poner en duda todas las formas de existencia en las que estamos. Desde la infancia hasta el fin de la Universidad (el título) el joven vive como entre paréntesis pues sólo más tarde entrará a la plena realidad de la vida.

¿No es esa forma realmente dicotómica? Responde a un modo de concebir la existencia y el mundo.

Existe en todas partes y bajo cualesquiera sistemas políticos. Es esa forma, por ejemplo, la que está en crisis. Se trata, ahora, de que a la luz de la libertad, en la apuesta de la verdad, la vida, el trabajo y el estudio no se compartimenten más. A nuestro parecer lo que está puesto en tela de juicio de un modo explícito o implícito, consciente o inconscientemente, en los movimientos universitarios contemporáneos, son las formas mismas de existencia. No se trata de sustituir un sistema por otro sino que lo que se pone en duda es todo sistema como forma de vida. En este sentido la juventud actual se distingue de las del pasado más que por sus intenciones por la evidencia y madurez de una crisis que a través de ella se le plantea al mundo simultáneamente. Ninguna sociología, ningún partido o servicio de inteligencia podía preveer que un pequeño problema en Nanterre terminaría al cabo de dos años por obligar a renunciar a De Gaulle, que una pequeña agresión llevara a una batalla campal en Japón a los asesinatos en México o las teas humanas en Praga o que una disputa acerca de usar libremente drogas diera en un movimiento universitario norteamericano sin precedentes en su historia o que el aumento de unos pocos pesos para el almuerzo universitario en Corrientes provocaría decenas de muertos, huelga general y actual estado de sitio en Argentina o que en Chile la toma de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso terminara en la Reforma Universitaria a escala nacional. Y lo curioso es que dichos movimientos no terminan ni con nuevas universidades reformadas de tipo Vincenne, ni con la dirección de escuela a cargo de representantes del partido comunista que tratan de canalizar, es decir, torcer y frenar el movimiento, hacia la propia táctica revolucionaria, ni con la represión armada tipo Argentina o Checoslovaquia, etc. Los partidos políticos toman posiciones, politizan la Universidad, tratan de instrumentalizar el movimiento universitario utilizando para ello el aparente vínculo obligado entre Universidad y Sociedad, estudio y utilidad eficaz.

Pero no se dan cuenta o no quieren darse cuenta que ese vínculo, como tal, es el que está puesto en duda, que no se entiende más la Universidad como una institución dentro del juego de otras instituciones, sino ella misma como una realidad social plena al par de cualquier otra. De allí el nuevo y profundo sentido de la autonomía. Por eso, doquier, los movimientos estudiantiles se escapan al control político y los partidos han inventado una denominación para indicar esa realidad que no controlan: los llamados izquierdismos. Lo que ocurre, creemos, es que está puesta en duda y hondamente la política entendida como disputa del poder, a favor de lo político. Es decir, a favor de una voluntad de asumir el destino (donde laten juntos el bien y el mal) del lugar, de la ciudad, del país que es lo que configura realmente un pueblo. Y pareciera ser que únicamente hay pueblo cuando un núcleo humano asume la apuesta por la verdad en el riesgo ineludible o abismo de libertad.

¿Qué hacer, entonces?

Nos parece que América tiene base para abrirse y extender una posición adecuada a la necesidad que se esboza en los movimientos estudiantiles. Las universidades, creemos, deben dar un paso decisivo para aunar vida, trabajo y estudio. Deben pasar de ser comunidades abstractas o meramente jurídicas a ser comunidades reales de vida, trabajo y estudio fundadas en la libertad y la verdadera autogestión. Comunidades de las que no se egresa con un título para “incorporarse” a la vida. Es construyendo esas formas de existencia que ellas inventarán, con el más alto rigor que es y sigue siendo la práctica de la libertad, los nuevos modos de convivencia. Modos que acuerden con el esplendor y la libertad que ya luce en el estudio y en la obra humana desde las artes hasta las grandes tecnologías. Para dar ese paso no se requiere de ninguna violencia agresiva y menos aún de una postergación a la espera que mude, antes y en ese sentido, la sociedad. Todo poder es impotente para impedir la conversión de las personas y el ascenso indiscutible de la realidad que sobrepasa –como está a la vista en el mundo– las diferencias de regímenes, de ideologías, de gobiernos, etc. Porque bien sabemos todos que la Física soviética no es una expresión del materialismo dialéctico ni del materialismo histórico, como la Física norteamericana o europea no lo son de la física monárquica, democrática o idealista. Hay que dar ese paso para dejar que la palabra –que es la esencia misma del hombre– vuelva a lucir, salga de su oscuridad forzada, y se muestre como fundamento o cabida de los acontecimientos. Porque lo es. Por cierto que las universidades constituidas en ese tipo de comunidades autónomas serán un “peligroso” ejemplo para todas las demás actividades humanas, según los aspirantes al Poder y a los que se asientan en él.

Es probable que el Poder trate de suprimir con los mil modos de violencias posibles ese “mal ejemplo”. A esto caben dos respuestas. Defender la propia dignidad, el propio suelo constituye el honor del hombre. La violencia de la autodefensa es necesaria. Y con todo heroísmo. Es un deber y un honor defender hasta la muerte la libertad, es prueba, según los griegos, de que se es realmente ciudadano. Y, en seguida, cabe señalar que entra en tela de juicio todo concepto de perdurabilidad. Si el Poder destruye esas comunidades no es ningún fracaso, en vista a la perdurabilidad. El fracaso es que no hayan existido. El concepto de “per-durar” justifica el poder y se asienta en la esperanza. La esperanza es la matriz de todas las justificaciones. Pero lo que se abre, como posible, es verdaderamente un tiempo nuevo.

Una noción del tiempo que desestima la esperanza, que rechaza la nostalgia y la futurición como puntos de apoyo. Otro modo de entender la sucesión se dibuja –ya se dibujó hace mucho tiempo– en la realidad. En la esperanza, el mundo siempre será mañana. El de hoy es un entretanto. Todas las formas de existencia que conocemos se apoyan en el tiempo de la esperanza y la nostalgia. Las nuevas que se reclaman, piden sostenerse en la abertura o vigilia ininterrumpida de la libertad. La libertad como fundamento mismo del obrar que hace mundo.

¿No sabemos hoy que no hay estudios verdaderos que sean inútiles? ¿No sabemos ya –desde hace tiempo– que los llamados estudios inmediatamente útiles son, precisamente, los menos eficaces?

Los desarrollismos (concepto acuñado por los poderes para dominar a los hombres mejor en nombre de la futura justicia) se basan en modelos estadísticos que pueden valer para los grandes números, pero desconocen al individuo y son a su vez fuente de toda clase de justificaciones porque viven del futuro, de un futuro que se agita como el señuelo del bienestar y de la felicidad. ¿No sabemos, hace ya mucho tiempo, que el amor nada tienen que ver con la Felicidad, así, con mayúscula? Son todas las hipocresías las que están en crisis. Capitalismos o marxismos ¿no son ya estrellas extinguidas cuyas luces continúan a causa de la limitación de nuestros ojos? Vamos, pues, ya estamos, hacia un modo distinto de vida y por ende de “Universidad”. La Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso ha comenzado ese camino. Camino cuya base y, a la vez, horizonte es América, sí, América, como la entendemos nosotros, es propiamente abertura. Es decir, por primera vez, absolutamente contemporánea.