Diferencia entre revisiones de «¿Por Qué, Cómo y Cuándo Existe Arte?»

De Casiopea
Sin resumen de edición
Sin resumen de edición
Línea 1: Línea 1:
  [[Catálogo|<< VOLVER CATALOGO]]
  [[Catálogo|<< VOLVER CATALOGO]]


Postulemos lo siguiente:
<p>Postulemos lo siguiente:</p>


Tenemos aquí un cuadro que se califica de cuadro malo. Tenemos aquí un cuadro que se califica de cuadro bueno. Uno de ellos es Arte. Ninguno de ellos es Arte.
<p></p>


Se trata de pensar las diferencias, las distinciones que permitan decidir si uno o ninguno de ellos es Arte. Se trata de pensar, es decir, más que llegar a conclusiones, abrir pistas sobre el caso.
<p>Tenemos aquí un cuadro que se califica de
cuadro malo. Tenemos aquí un cuadro que se califica de cuadro bueno. Uno de
ellos es Arte. Ninguno de ellos es Arte.</p>


¿A qué se le llama habitualmente "cuadro bueno"? Se verifica, de acuerdo con un precepto establecido, si es correcta la distribución de los colores cálidos y fríos. Correcta suele significar, además, una modalidad armónica de establecer los pasos de tono a tono. Se verifica el grado de maestría en el juego de los colores complementarios con sus gamas consecuentes y también los contrastes. Se observa como el dibujo afina con las entradas y los salientes de sus líneas, los contornos, el aire planimétrico o volumétrico. Se constata la destreza con que son utilizadas las denominadas leyes de composición: según el marco de referencia en que se inscribían; de ahí la diversidad de cánones y proporciones.
<p></p>


Por el contrario, se llama habitualmente "cuadro malo" a aquel que construye con deficiencias toda esa trama de parámetros.
<p>Se trata de pensar las diferencias, las
distinciones que permitan decidir si uno o ninguno de ellos es Arte. Se trata
de pensar, es decir, más que llegar a conclusiones, abrir pistas sobre el caso.</p>


Postulemos ahora que el llamado "cuadro bueno" aún no es Arte. Podríamos, para recalificarlo, pensar que al cuadro bueno le falta otra latitud. Las llamadas justas y esenciales expresiones de sentimiento, significados, etc. Sin embargo, postulemos que, aun cuando las tuviese y siéndoles necesarias, no sería aún Arte.
<p></p>


La pregunta llega a un límite. ¿Por qué, entonces, existiría un cuadro que sería Arte?
<p>¿A qué se le llama habitualmente “cuadro
bueno”? Se verifica, de acuerdo con un precepto establecido, si es correcta la
distribución de los colores cálidos y fríos. Correcta suele significar, además,
una modalidad armónica de establecer los pasos de tono a tono. Se verifica el
grado de maestría en el juego de los colores complementarios con sus gamas
consecuentes y también los contrastes. Se observa como el dibujo afina con las
entradas y los salientes de sus líneas, los contornos, el aire planimétrico o
volumétrico. Se constata la destreza con que son utilizadas las denominadas
leyes de composición: según el marco de referencia en que se inscribían; de ahí
la diversidad de cánones y proporciones.</p>


Los antiguos tenían una respuesta precisa (de difícil comprensión en nuestros días). Ellos nos dirán que tan sólo hay poiésis cuando se manifiesta la musa, cuando la obra es la manifestación de la Musa. El primer verso del texto griego más antiguo empieza diciéndonos: "Canta, oh Musa, la cólera de Aquiles". Además, en la Teogonía, de Hesíodo, se asiste a la investidura poética que las Musas confieren al pastor Hesíodo, convirtiéndolo en poeta. Y es en el diálogo "Ion", de Platón, en donde ya se expone la relación específica de la Musa con la obra. La musa –que es divinidad– se manifiesta en el poeta como posesión o delirio (o sin mente, a-mente, de-mente). Y ella viene al poeta cuando literalmente abandona o calza su pie en armonía y cadencia. Así fue el arte griego y de allí nació su pie o metro. Y así lo reconocen explícitamente los poetas. Ellos tienen acceso al jardín de las Musas, donde se nutren de miel y leche (frutos del mundo vegetal transmutadas por el mundo animal). Los poetas son como abejas de flor en flor, siempre girando como locos. Así lo canta, por ejemplo, la X Pítica de Píndaro: "La flor de los himnos de loor se lanza de un dicho a otro como abeja". Para el mundo antiguo el Arte o Poiésis es un privilegio de las musas y no una Techné: "all" o theos autos estín o lègon". Es con la razón arrebatada por la divinidad que el menor de todos los poetas griegos, Tinico de Calcis, nos lo dirá Platón, proferirá el más bello poema.
<p></p>


Para el mundo antiguo, el objeto propio de la poiésis no es otro que la ex-posición de las musas, a fin de que la divinidad de éstas –o sea, la divinidad que tan sólo quiere manifestarse como tal, sin otra dirección o vector– se exponga a sí misma a través de las palabras, pintura, escultura, música, danza, arquitectura. Es lo que se dice con la palabra: canto.
<p>Por el contrario, se llama habitualmente
“cuadro malo” a aquel que construye con deficiencias toda esa trama de
parámetros.</p>


Pero habrá, ciertamente, quien no entienda o menos aún crea en las Musas. Ese lenguaje le parecerá insignificante. Para los no creyentes podemos formular la proposición de la siguiente manera.
<p></p>


¿Qué sería lo propio de una obra de Arte realmente tal? No será manifestar ni sentimientos, ni pensamientos, ni mensajes, ni principalmente significados. La obra debe indicar, a través de ellos, que van implícitos, sea cual fuere el marco de referencias donde se inscriban los hechos (palabra, trazo, color, son, etc.), la posibilidad misma que da lugar a la existencia de todas las posibilidades. Aquello que hace posible que existan posibilidades ante lo que, se suele decir, se nos aparece como caótico.
<p>Postulemos ahora que el llamado “cuadro
bueno” aún no es Arte. Podríamos, para recalificarlo, pensar que al cuadro
bueno le falta otra latitud. Las llamadas justas y esenciales expresiones de
sentimiento, significados, etc. Sin embargo, postulemos que, aun cuando las
tuviese y siéndoles necesarias, no sería aún Arte.</p>


El caos significa todas las posibilidades que comparecen, precisamente como posibilidades, en ese mostrarse, en esa abertura que es el caos y que por serlo provoca cosmos (un juego de relaciones que por ordenar trae a la luz una trama y deja latente en las tinieblas la que abandona). De hecho, cuando las posibilidades se muestran como tales, ya es simultáneamente el caos y el cosmos, del mismo modo como la cabeza por cosmético se torna rostro, cara, faz.
<p></p>


A ese mostrarse de la posibilidad en cuanto tal, que permite que haya juego de posibilidades, algunos lo llamaron trascendencia y la caracterizaron como lo más específico de la categoría humana. Esa posibilidad es reveladora o luz de la condición humana. Ella transmuta lo que nos rodea y donde ya estamos inmersos, descubriendo, observando y convirtiendo el estado en que yacemos precisamente en posibilidades. Ese trazo, que radicalmente somos, se manifiesta como tal trazo más allá y a través de significado, sentimiento, etc. Cuando ello acontece, existe Arte. (El sentido profundo de toda paideia, que es ciertamente otra cosa que enseñanza o mera comunicación de conocimientos, es el único parámetro "formador" que posee el Arte para los hombres. Así es que cuando un pueblo ya puede vivir sin Arte es porque ya comienza a no saber y a caer en los sinsabores). El Arte revela al hombre, sin poder explicarla, su propia condición humana.
<p>La pregunta llega a un límite. ¿Por qué,
entonces, existiría un cuadro que sería Arte?</p>


Volviendo al cuadro de nuestras postulaciones. El cuadro que muestra esa posibilidad de las posibilidades, a través de las posibilidades que construye, no es necesariamente bueno ni malo. Es Arte. Está fuera de los parámetros con que se determina si es bueno o malo. Por ejemplo: no es malo que hoy alguien pinte, y muy bien, un cuadro impresionista. Será un cuadro bueno, pero no será Arte. ¿Quiere decir que hoy la Musa o la posibilidad de las posibilidades no se puede mostrar, aparecer, venir a la luz a través del impresionismo? Muy probablemente no, porque ya se hizo patente de este modo. Por otra parte, el Arte sobreviene de modo incesante pero siempre mostrando una cara nueva de su inacabable diamante o carbón.
<p></p>


Esa manera de considerar la poiésis la sustentaron siempre los artistas. Vamos a escoger dos ejemplos postgriegos. Uno medieval y otro moderno.
<p>Los antiguos tenían una respuesta precisa (de difícil comprensión en nuestros días). Ellos nos dirán que tan sólo hay <em>poiésis</em>
cuando se manifiesta la musa, cuando la obra es la manifestación
de la Musa. El primer verso del texto griego más antiguo empieza diciéndonos:
“Canta, oh Musa, la cólera de Aquiles”. Además, en la <em>Teogonía</em>
, de Hesíodo, se asiste a la investidura poética que las Musas
confieren al pastor Hesíodo, convirtiéndolo en poeta. Y es en el diálogo “Ion”,
de Platón, en donde ya se expone la relación específica de la Musa con la obra.
La musa –que es divinidad– se manifiesta en el poeta como posesión o delirio (o
sin mente, a-mente, de-mente). Y ella viene al poeta cuando literalmente
abandona o calza su pie en armonía y cadencia. Así fue el arte griego y de allí
nació su pie o metro. Y así lo reconocen explícitamente los poetas. Ellos
tienen acceso al jardín de las Musas, donde se nutren de miel y leche (frutos
del mundo vegetal transmutadas por el mundo animal). Los poetas son como abejas
de flor en flor, siempre girando como locos. Así lo canta, por ejemplo, la X
Pítica de Píndaro: “La flor de los himnos de loor se lanza de un dicho a otro
como abeja”. Para el mundo antiguo el Arte o <em>Poiésis</em>
es un privilegio de las musas y no una <em>Techné</em>: <em>“all’o theos autos estín o lègon”.</em> Es con la razón arrebatada por la divinidad que el menor de todos
los poetas griegos, Tinico de Calcis, nos lo dirá Platón, proferirá el más
bello poema.</p>


==Riesgo Mortal del Equilibrismo==
<p></p>


En el Canto XXIV del Purgatorio de la Comedia de Dante, éste se encuentra con Buonagiunta, hijo de Ricomo de Buonagiunta Orbiccioni degli Overardi da Luca (sucede en 1296). Buonagiunta fue un buen poeta, pero no un artista. Intrigado por el stil nuovo de Dante, le pregunta cómo se construye por ese camino o método.
<p>Para el mundo antiguo, el objeto propio
de la <em>poiésis</em>  no es otro que la ex-posición de
las musas, a fin de que la divinidad de éstas –o sea, la divinidad que tan sólo
quiere manifestarse como tal, sin otra dirección o vector– se exponga a sí
misma a través de las palabras, pintura, escultura, música, danza,
arquitectura. Es lo que se dice con la palabra: canto.</p>


<em>Buonagiunta:<br>
<p></p>
Pero di si veo aquel que al mundo<br>
las nuevas rimas trajo que empiezan<br>
"Señoras que entienden de amor".</em>


<em>Dante:<br>
<p>Pero habrá, ciertamente, quien no
Y yo a él: yo soy aquel que cuando<br>
entienda o menos aún crea en las Musas. Ese lenguaje le parecerá
el amor inspira, anoto, y de la manera<br>
insignificante. Para los no creyentes podemos formular la proposición de la
que dicta dentro de mí voy significando.</em>
siguiente manera.</p>


<em>Buonagiunta:<br>
<p></p>
Bien veo cómo van vuestras plumas<br>
detrás del que dicta bien asidas,<br>
lo que en las nuestras, por cierto, no sucedió.</em>


La inspiración es el trazo del amor que dicta - a través de todas las technés - y se manifiesta cruzando significados. Esa es la distinción entre un buen poeta y aquél que es forzado por amor, trazo, musa, etc., a hacer Arte.
<p>¿Qué sería lo propio de una obra de Arte
realmente tal? No será manifestar ni sentimientos, ni pensamientos, ni
mensajes, ni principalmente significados. La obra debe indicar, a través de ellos,
que van implícitos, sea cual fuere el marco de referencias donde se inscriban
los hechos (palabra, trazo, color, son, etc.), la posibilidad misma que da
lugar a la existencia de todas las posibilidades. Aquello que hace posible que
existan posibilidades ante lo que, se suele decir, se nos aparece como caótico.</p>


He aquí un ejemplo moderno de uno de los que abrieron la "modernidad"; a principios de la llamada pintura moderna Paul Cézanne dijo –a este respecto– refiriéndose al pintor: "Toda su voluntad se debe callar. Tiene que sofocar en sí mismo las voces de todas las ideas preconcebidas; tiene que olvidar, hacer silencio para ser un eco perfecto.
<p></p>
La naturaleza exterior e interior se deben interpretar para perdurar, para vivir con una vida mitad humana y mitad divina, la vida del Arte". Y agrega: "El artista es tan sólo el órgano receptivo", pues "si demuestro la menor debilidad –sobre todo si pienso mientras estoy pintando–, si me entrometo, entonces todo se desequilibra y se pierde".


Cualesquiera que sean sus significaciones, el Arte es Arte cuando indica, antes que nada, su propia posibilidad de significar. Si eso no sucede no existe arte, aun en un cuadro intrínsecamente "bueno". Cézanne agrega: "Cuando pinto, veo colores que se ordenan como quieren, todo se organiza, árboles, rocas, casas, por medio de manchas de color. Sólo continúan existiendo colores y en ellos la claridad, el ser que piensa". ¿Pero de qué se trata en el fondo? En el fondo se trata del ritmo. "Mi modelo, mi color y yo tenemos que vivir con el mismo ritmo". Nunca fue fácil encerrar en un concepto lo que indica la palabra ritmo. El ritmo no se alcanza con una medida o canon a que se ajusta un motivo. El ritmo es la manifestación de lo continuo en lo discreto y de lo discreto en lo continuo, según la cadencia en que se está inmerso. Arquíloco señala que el hombre es cogido, poseído por el ritmo y no éste por aquél.
<p>El caos significa todas las posibilidades
que comparecen, precisamente como posibilidades, en ese mostrarse, en esa
abertura que es el caos y que por serlo pro-voca cosmos (un juego de relaciones
que por ordenar trae a la luz una trama y deja latente en las tinieblas la que
abandona). De hecho, cuando las posibilidades se muestran como tales, ya es
simultáneamente el caos y el cosmos, del mismo modo como la cabeza por
cosmético se torna rostro, cara, faz.</p>


¿Pero cómo reconocer la presencia del ritmo (la musa, la condición humana) en una obra de arte? Tal ritmo siempre irrumpe, modifica, da vueltas en la propia tradición donde yace y que reilumina a partir de esa dislocación (Piero della Francesca, Leonardo).
<p></p>


Yo también fui impresionista –dice Cézanne. El impresionismo es la mezcla óptica de los colores, es algo que debemos superar.
<p>A ese mostrarse de la posibilidad en
cuanto tal, que permite que haya juego de posibilidades, algunos lo llamaron
trascendencia y la caracterizaron como lo más específico de la categoría
humana. Esa posibilidad es reveladora o luz de la condición humana. Ella
transmuta lo que nos rodea y donde ya estamos inmersos, descubriendo,
observando y convirtiendo el estado en que yacemos precisamente en
posibilidades. Ese trazo, que radicalmente somos, se manifiesta como tal trazo
más allá y a través de significado, sentimiento, etc. Cuando ello acontece,
existe Arte. (El sentido profundo de toda <em>paideia</em>
, que es ciertamente otra cosa que enseñanza o mera comunicación
de conocimientos, es el único parámetro “formador” que posee el Arte para los
hombres. Así es que cuando un pueblo ya puede vivir sin Arte es porque ya
comienza a no saber y a caer en los sinsabores). El Arte revela al hombre, sin
poder explicarla, su propia condición humana.</p>


¿Qué quiere decir superar? Dar una nueva vuelta en los colores. "Para el pintor la única verdad son los colores. Un cuadro no representa nada además de colores. Existe una lógica de los colores, caramba, y el pintor debe obedecer a dicha lógica y no a la lógica del cerebro". Estas palabras de Cézanne son válidas para cada una de las artes. Y, ciertamente, no son fáciles de comprender. Pero la lógica de los colores no constituye un canon universal, y sí se construye y se disputa cada vez, en cada cuadro. Todas las tentativas de generalizaciones -aun legítimas - son falsas desde la realidad propia del hecho artístico. Muchos pintores juzgaron que el negro no debía ser considerado color, y otros - no obstante - lo incorporaron. ¿Qué decir de lo que sucedió en la música? Se trata, pues, de construir. "No se debe representar la naturaleza, pero sí realizarla. ¿Por medio de qué? Por medio de equivalentes cromáticos estructuradores".
<p></p>


Pero Cézanne va al fondo sin fondo cuando se refiere a la estructura profunda con que se manifiesta el ritmo. "En la naturaleza todo se modela según la esfera, el cono y el cilindro". Prácticamente ningún crítico, ningún historiador fue capaz –ni es aún capaz– de señalar estos cuerpos en una tela de Cézanne. Y, a pesar de ello, dichos cuerpos están y son. Esa visión pictórica de Cézanne deja de lado el diseño como constituyente tradicional. "No es lícito separar el diseño del color. Muéstrenme en la naturaleza algo diseñado. No existe ninguna línea, no existe nada moldeado, sólo existen contrastes". Y la construcción del cuadro de Cézanne descubre su propia lógica (por sí misma intransferible), porque "a la derecha y a la izquierda, aquí, allí, tomo esos matices de color, los fijo, los combino, se forman líneas, se convierten en objetos sin que yo me dé cuenta de eso". No son los significados ni los motivos que hacen del cuadro una real poiésis. A ese respecto, Cézanne es lapidario: "Llegará el día en que una zanahoria, que un pintor haya visto con ojos de pintor, podrá provocar una revolución". Siguiendo el hilo de tales consideraciones, Braque, en pleno cubismo, dirá: "La realidad sólo se revela al estar iluminada por un rayo poético"; o entonces: "el pintor no se empeña en reconstituir una anécdota, sino en constituir un hecho pictórico". En el fondo los motivos pueden actuar como andamios, pero construida la obra ellos desaparecen. "El cuadro - dice Braque - está listo cuando se apaga la idea". El arte aparece sobre el hilo arriesgado y peligroso, pues, es en sí mismo, la medida que va descubriendo y construyendo a su vez, como traza. Su estado es el riesgo mortal del equilibrista. "Amo la regla que corrige la emoción. Amo la emoción que corrige la regla". Braque ilumina con su texto el verdadero sentido de la trasgresión, una especie de falta de medida que trae consigo la propia medida. "Es preciso tener siempre dos ideas, una para destruir la otra". Y Braque agrega con dureza: "el conformismo comienza por la definición".
<p>Volviendo al cuadro de nuestras
postulaciones. El cuadro que muestra esa posibilidad de las posibilidades, a
través de las posibilidades que construye, no es necesariamente bueno ni malo.
Es Arte. Está fuera de los parámetros con que se determina si es bueno o malo.
Por ejemplo: no es malo que hoy alguien pinte, y muy bien, un cuadro
impresionista. Será un cuadro bueno, pero no será Arte. ¿Quiere decir que hoy
la Musa o la posibilidad de las posibilidades no se puede mostrar, aparecer,
venir a la luz a través del impresionismo? Muy probablemente no, porque ya se
hizo patente de este modo. Por otra parte, el Arte sobreviene de modo incesante
pero siempre mostrando una cara nueva de su inacabable diamante o carbón.</p>


Ahora estamos en condiciones de aventurarnos a una pregunta más radical. ¿Pero qué es lo que pinta el pintor cuando pinta un cuadro que es obra de arte? Vamos a responder sin explicar. Pinta, básicamente, dos momentos. La superficie, que por sí sola es inexistente en la naturaleza y en todo cuerpo que tiene efectivamente tres dimensiones (aun la tela más fina). La superficie es construida, por ejemplo, por los matemáticos sin necesidad de figuras (a2), y tan sólo los pintores la muestran como tal. Y la luz. Nunca nadie vio la luz como tal. Los físicos la construyen como ondas y corpúsculos al mismo tiempo, alternados, etc. Los pintores la construyen con aquello con que ella se indica a sí misma en la visión: el color. Se pinta superficie y luz. Se construyen. Cada vez.
<p></p>


Entonces veamos. ¿Cuándo existe Arte?
<p>Esa manera de considerar la <em>poiésis</em>
la sustentaron siempre los artistas. Vamos a escoger dos ejemplos
postgriegos. Uno medieval y otro moderno.</p>


==Lo Continuo y lo Discreto==
<p></p>


¿Son o no son determinantes las circunstancias en que aparece el Arte? Sean ellas psicológicas, sociológicas, históricas. Prima facies parecerían ser decisivas. Así lo pensaron, y lo piensan, la mayoría de los historiadores (¿cabe realmente una Historia del Arte? Pues, otra cosa muy diferente es leer el Arte como eventual documento histórico). Así lo pensaron, y piensan, críticos y doctos especialistas. Sin entrar en un análisis de los diversos modos como se consideró el caso, se puede estimar - conforme las respuestas - que las explicaciones de las obras de un artista se fundan en un reconocimiento de la situación y circunstancias histórico-psicológicas que afectan al artista. Grosso modo esas dos líneas analíticas con los matices ocasionales, más o menos útiles, han suministrado los criterios más difundidos. Para ello escogemos un debate entre dos autores. El primero es un célebre crítico literario de gran influencia en su tiempo y cuyas perspectivas continúan abiertas hasta hoy bajo millares de aparentes cambios. Sainte-Beuve diseña la teoría del milieu como factor preponderante en la creación y en la comprensión de la obra de arte. Su fundamento parece sólido, pues, según dice: " la literatura, para mí, no es diferente ni aun separable del resto del hombre y de la organización". A partir de esta afirmación se abren las vías de análisis que sitúan y explican la obra de arte. Por eso dirá: "en tanto que no se haya dirigido un cierto número de preguntas a un autor y él no las haya contestado, no se puede estar seguro de tenerlo entero, aun cuando esas preguntas parezcan ser las más extrañas a sus escritos. ¿Qué pensaba de la religión? ¿Cómo lo afectaba el espectáculo de la naturaleza? ¿Cómo se comportaba ante las mujeres, ante el dinero? ¿Era rico o pobre? ¿Cuáles eran sus hábitos, su modo de vida diaria? ¿Cuál era su vicio, su debilidad?". Es claro que este método fue elogiado por Taine.
<h2> Riesgo Mortal del Equilibrismo</h2>


Este criterio exógeno a la propia obra será refutado por otro autor. Marcel Proust, en su obra que se llama, precisamente, Contre Sainte-Beuve, retomará el hilo de Ariadne de la obra de arte, volviendo a reintegrar la voz de los artistas desde los comienzos: "un libro es el producto de otro yo que no es aquel que manifestamos en nuestros hábitos, en la sociedad, en nuestros vicios. Ese yo, si lo tratamos de comprender, está en el fondo de nosotros mismos tratando de recrearlo. Nada nos puede dispensar este esfuerzo del corazón". Existe, según Proust, un error en la fundamentación de Sainte-Beuve y en todos los que con mayor o menor juego de perspectivas parten de ese horizonte. Y el error ocurre, dice Proust, "por no haber comprendido el abismo que separa al escritor del hombre mundano". Y, sin duda, él fue autoridad en ambas vertientes.
<p></p>


Proust, en su réplica, no se limita a negar la aseveración de Sainte-Beuve, pues expone todo el camino propio de la creatividad desde su origen hasta su manifestación. Hasta él llega el eco que, como antorcha, los artistas se pasan de uno a otro a través de los tiempos. Proust escoge uno de los sentidos, la audición, que exige sea fino y justo, y describe la peripecia de ese don en la construcción de la obra.
<p>En el Canto XXIV del Purgatorio de la <em>Comedia</em>
de Dante, éste se encuentra con Buonagiunta, hijo de Ricomo de
Buonagiunta Orbiccioni degli Overardi da Luca (sucede en 1296). Buonagiunta fue
un buen poeta, pero no un artista. Intrigado por el <em>stil nuovo</em>
de Dante, le pregunta cómo se construye por ese camino o método.</p>


"Pero ese don –se dice a sí mismo el autor– no lo he empleado y de vez en cuando es como descubrir un vínculo profundo entre dos ideas, dos sensaciones. Lo siento siempre vivo en mí, pero no fortalecido y sí debilitado y muerto. No obstante, cuando con frecuencia me enfermo, cuando ya no tengo más ideas en la cabeza ni fuerzas, este yo que reconozco a veces percibe vínculos entre ideas como ocurre a veces en el otoño cuando ya no hay más flores ni hojas y sentimos, entonces, en los paisajes los acordes más profundos. Y ese niño que retoza así en mí sobre las ruinas no necesita ningún alimento, se nutre simplemente del placer que la visión de la idea que descubre le da, él la crea, ella lo crea, él muere, pero una idea lo resucita como esas semillas que interrumpen su germinación en una atmósfera muy seca, que están muertas, pero que un poco de humedad y de calor bastan para hacerlas renacer. El tiempo que él vive, su vida, no es sino un éxtasis, una felicidad".
<p></p>


Las explicaciones de la obra por factores ajenos a su construcción íntima pueden ser coherentes, lógicas y calmar las inquietudes, sin respuesta, que la obra suscita en quien la recibe, pero son tan sólo paliativos conformistas. Efectivamente, se habló y se hablará aún más sobre la sonrisa de la Gioconda (ligeramente visible), pero su ser pintura no se agota ni se deja agotar con razones que iluminen circunstancias, psicologías, técnicas pictóricas que la rodearon o que tuvo el autor.
<p>Buonagiunta:</p>


Otra corriente más moderna y aparentemente más científica, y por eso más convincente, proviene de la argumentación de Marx. En la Introducción general a la crítica de la economía política (1857) Marx se ocupa en algunos párrafos especialmente de la obra de arte. En un momento dado, abre realmente líneas de trabajo para la futura crítica marxista o para las influidas por el marxismo, anotando lo siguiente: "para ciertas formas de arte - la epopeya, por ejemplo - se llega hasta a reconocer que ya no pueden ser producidas en la forma clásica en que hicieron época, ya que la producción del arte hace su aparición en cuanto tal: se admite así que en la propia esfera del arte tales creaciones insignes son tan sólo posibles en una etapa poco desarrollada de la evolución del arte". Se explicita aquí la relación directa de una forma artística con el desarrollo y su evolución. El arte –como la sociedad– es visto desde una perspectiva evolucionista y muy probablemente Marx recibe de Hegel ese tipo de desdoblamiento. En seguida agrega: "si eso es verdad con respecto a las relaciones de los diversos géneros de arte, en el interior del dominio propio del arte, no será de extrañar que sea igualmente verdad en la relación artística en su conjunto con la evolución de la sociedad". Y aquí ya precisa, deduciendo de su aseveración anterior la segunda, el vínculo entre obra y evolución de la sociedad. ¿Qué significa en Marx la evolución de la sociedad? Según las reglas del materialismo dialéctico visto en la historia (materialismo histórico), el factor determinante de la transformación evolutiva de una sociedad es el modo de apropiación de los medios de producción vigentes en aquella sociedad. Ese modo es el motor que impulsa y determina el proceso. Es la estructura que, en el fondo, rige los hábitos, las ideas, los sentimientos y los frutos que florezcan en ese período histórico. Pero Marx, con su estilo penetrante no reduce nunca a una mera relación biunívoca el modo de apropiación de los medios de producción y la obra de Arte. Advierte que "la única dificultad es formular una concepción general de estas contradicciones". Se refiere a la trama compleja y no simplista de las relaciones indicadas. En esa brecha se empeñó la crítica mayoritaria de nuestro siglo, ya sea en forma directa y militante o en forma indirecta, es decir, cuando necesitaba justificarse. Pues Marx señala con agudeza: "en lo que se refiere al arte se sabe que ciertas épocas de florecimiento artístico no están de manera alguna relacionada con el desarrollo material, que es como el esqueleto de la organización". Es cierto que muchos críticos antimarxistas no abandonan, en el fondo, el principio reductor. Tan sólo, con relación a Marx, simplemente lo sustituyen por un signo contrario, haciéndose simétricos de aquello de que se pretendían distanciar y operando, de este modo, con el mismo criterio. De la misma manera lo hacen los historiadores del Arte.
<p class=MsoNormal style='margin-left:35.4pt'> <em>Pero di si
veo aquel que al mundo</em></p>


Pero Marx era, en algunos momentos, también más que él mismo, cuando más le preocupa la busca científica en un juego más amplio que la mera verificación del objetivo político. Y toca fondo, casi como una exclamación –tal es el tono del párrafo– en la propia cuestión de la creatividad. Pero nunca más volvió a escribir sobre ese punto específico. Su alineación a la economía lo silenció. He aquí lo que dice, reconociendo explícitamente como enigma la obra de arte: "pero la dificultad no está en comprender que el arte griego y la epopeya estén ligados a ciertas formas de desarrollo social. La dificultad es ésta: ellos nos causan todavía un gozo artístico y, bajo ciertos aspectos, nos sirven de norma, son para nosotros un modelo inaccesible" (Obras completas, La Pléiade, Gallimard, páginas 265-266).
<p class=MsoNormal style='margin-left:35.4pt'> <em>las nuevas
rimas trajo que empiezan</em></p>


Toda la crítica de arte marxista posterior, la sutil de Lukács, Emrich, Lowenthal, Hauser, pasando por la excesivamente grosera de Goldman, hasta el indisimulable determinismo recogido en Sartre, tienen como llave la relación última entre el modo de apropiación de medios de producción y la obra de arte. Y desde un Walter Benjamin hasta un Adorno caben en las palabras de este último cuando, en una tentativa de ennoblecimiento existencial del arte, lo convierte en un mero desmitificador de valores opresivos: "..... las obras de arte se fundan en enigmas que el mundo organizado propone para engullir los hombres; el mundo es la esfinge, el artista su Edipo ciego y las obras de arte se asemejan a la sabia respuesta que precipita la esfinge en el abismo" (Philosophie der Neuen Kunst, 1955). Ese tipo de crítica se apoya, a su vez, en teorías del lenguaje tanto como en su sustrato marxista. La lingüística, a partir de Chomsky, opera, asimismo, en la desmitificación del discurso según la llamada perspectiva del discurso del poder con sus estribaciones en el psicoanálisis, intentando desnudar por la libido las vueltas complementarias. En la década del sesenta ese esfuerzo se aglutina en París en torno a la revista Tel Quel, abarcando desde el erotismo sutil de Bataille, al análisis de Derrida y Althuser hasta Roland Barthes. La descripción de los mecanismos de placer y del dinamismo social como pruebas del encanto o fascinación del arte como texto pro-dominación nunca pudieron, sin embargo, silenciar la exclamación del propio Marx, que califica el arte griego pura y simplemente de "modelo inaccesible". Quiere decir, fuente de placer más allá de circunstancias históricas cualesquiera. Semejante afirmación desliga, ciertamente, la posible causalidad histórico-psicológica de la obra de arte.
<p class=MsoNormal style='margin-left:35.4pt'> <em>“Señoras
que entienden de amor”.</em></p>


Cabe recordar siempre que si el Renacimiento italiano pintó millares y millares de vírgenes y solamente algunas fueron y son obra de arte, y todas muy bien pintadas (a Andrea del Sarto llamaron Andrea senza errori), podemos pensar que ésta o aquélla lo sea en virtud de mostrarnos o indicarnos efectivamente aquello que el propio Marx llamó "lo inaccesible". La obra de arte es un modo de la manifestación del ritmo –no de la armonía– que atraviesa el ser humano. Emerge aquí o allí como una leve transgresión que indica, por una parte, su vínculo con lo instituido, al que modifica, y, por otra parte, su súbita autonomía, dado que cada obra se sustenta en la lógica peculiar que fue capaz de inventar. Esta cadencia del trazo que manifiestan juntos lo continuo y lo discreto fue captado en forma exacta por Nietzsche al contemplar a Heráclito:
<p></p>
"Un llegar a ser y un perecer, un construir y destruir sin justificación moral ninguna, eternamente inocente, solamente ocurren en este mundo en los juegos del artista y del niño. Y así como el niño y el artista juegan, juega eternamente el juego, eternamente vivo, construye y destruye inocentemente y este juego juega el aeón consigo mismo. Transformándose en agua y tierra, construye como el niño castillos de arena a orillas del mar, edifica y derriba: de vez en cuando vuelve a empezar el juego. Hay un momento de saciedad; en seguida lo acomete nuevamente la necesidad –la necesidad de la creación. De este modo contempla el artista el mundo, como un esteta, es decir, el hombre que en el artista y en el nacimiento de la obra de arte vio que la lucha de la pluralidad puede implicar leyes y derechos, como el autor que se muestra contemplativo sobre y en la obra de arte, como la necesidad y el juego, la contradicción y la armonía se pueden mancomunar para la producción de la obra de arte". Y parece ser que así es.
 
<p>Dante:</p>
 
<p class=MsoNormal style='margin-left:35.4pt'> <em>Y yo a él:
yo soy aquel que cuando</em></p>
 
<p class=MsoNormal style='margin-left:35.4pt'> <em>el amor
inspira, anoto, y de la manera</em></p>
 
<p class=MsoNormal style='margin-left:35.4pt'> <em>que dicta
dentro de mí voy significando.</em></p>
 
<p></p>
 
<p>Buonagiunta:</p>
 
<p class=MsoNormal style='margin-left:35.4pt'> <em>Bien veo
cómo van vuestras plumas</em></p>
 
<p class=MsoNormal style='margin-left:35.4pt'> <em>detrás del
que dicta bien asidas,</em></p>
 
<p class=MsoNormal style='margin-left:35.4pt'> <em>lo que en
las nuestras, por cierto, no sucedió.</em></p>
 
<p></p>
 
<p>La inspiración es el trazo del amor que
dicta –a través de todas las <em>technés</em> – y se
manifiesta cruzando significados. Esa es la distinción entre un buen poeta y
aquél que es forzado por amor, trazo, musa, etc., a hacer Arte.</p>
 
<p></p>
 
<p>He aquí un ejemplo moderno de uno de los
que abrieron la “modernidad”; a principios de la llamada pintura moderna Paul
Cézanne dijo –a este respecto– refiriéndose al pintor: “Toda su voluntad se
debe callar. Tiene que sofocar en sí mismo las voces de todas las ideas
preconcebidas; tiene que olvidar, hacer silencio para ser un eco perfecto. La
naturaleza exterior e interior se deben interpretar para perdurar, para vivir
con una vida mitad humana y mitad divina, la vida del Arte”. Y agrega: “El
artista es tan sólo el órgano receptivo”, pues “si demuestro la menor debilidad
–sobre todo si pienso mientras estoy pintando–, si me entrometo, entonces todo
se desequilibra y se pierde”.</p>
 
<p></p>
 
<p>Cualesquiera que sean sus
significaciones, el Arte es Arte cuando indica, antes que nada, su propia
posibilidad de significar. Si eso no sucede no existe arte, aun en un cuadro
intrínsecamente “bueno”. Cézanne agrega: “Cuando pinto, veo colores que se
ordenan como quieren, todo se organiza, árboles, rocas, casas, por medio de
manchas de color. Sólo continúan existiendo colores y en ellos la claridad, el
ser que piensa”. ¿Pero de qué se trata en el fondo? En el fondo se trata del <em>ritmo</em>
. “Mi modelo, mi color y yo tenemos que vivir con el mismo ritmo”.
Nunca fue fácil encerrar en un concepto lo que indica la palabra ritmo. El
ritmo no se alcanza con una medida o canon a que se ajusta un motivo. El ritmo
es la manifestación de lo continuo en lo discreto y de lo discreto en lo
continuo, según la cadencia en que se está inmerso. Arquíloco señala que el
hombre es cogido, poseído por el ritmo y no éste por aquél.</p>
 
<p></p>
 
<p>¿Pero cómo reconocer la presencia del
ritmo (la musa, la condición humana) en una obra de arte? Tal ritmo siempre <em>irrumpe</em>
, modifica, da vueltas en la propia tradición donde yace y que
reilumina a partir de esa dislocación (Piero della Francesca, Leonardo).</p>
 
<p></p>
 
<p>—Yo también fui impresionista –dice
Cézanne. El impresionismo es la mezcla óptica de los colores, es algo que
debemos superar.</p>
 
<p></p>
 
<p>¿Qué quiere decir superar? Dar una nueva
vuelta en los colores. “Para el pintor la única verdad son los colores. Un
cuadro no representa nada además de colores. Existe una lógica de los colores,
caramba, y el pintor debe obedecer a dicha lógica y no a la lógica del
cerebro”. Estas palabras de Cézanne son válidas para cada una de las artes. Y,
ciertamente, no son fáciles de comprender. Pero la lógica de los colores no
constituye un canon universal, y sí se construye y se disputa cada vez, en cada
cuadro. Todas las tentativas de generalizaciones –aun legítimas– son falsas
desde la realidad propia del hecho artístico. Muchos pintores juzgaron que el
negro no debía ser considerado color, y otros –no obstante– lo incorporaron.
¿Qué decir de lo que sucedió en la música? Se trata, pues, de construir. “No se
debe representar la naturaleza, pero sí realizarla. ¿Por medio de qué? Por
medio de <em>equivalentes cromáticos estructuradores</em>
”.</p>
 
<p></p>
 
<p>Pero Cézanne va al fondo sin fondo cuando
se refiere a la estructura profunda con que se manifiesta el ritmo. “En la
naturaleza todo se modela según la esfera, el cono y el cilindro”. Prácticamente
ningún crítico, ningún historiador fue capaz –ni es aún capaz– de señalar estos
cuerpos en una tela de Cézanne. Y, a pesar de ello, dichos cuerpos están y son.
Esa visión pictórica de Cézanne deja de lado el diseño como constituyente
tradicional. “No es lícito separar el diseño del color. Muéstrenme en la
naturaleza algo diseñado. No existe ninguna línea, no existe nada moldeado,
sólo existen contrastes”. Y la construcción del cuadro de Cézanne descubre su
propia lógica (por sí misma intransferible), porque “a la derecha y a la
izquierda, aquí, allí, tomo esos matices de color, los fijo, los combino, se
forman líneas, se convierten en objetos sin que yo me dé cuenta de eso”. No son
los significados ni los motivos que hacen del cuadro una real <em>poiésis</em>
. A ese respecto, Cézanne es lapidario: “Llegará el día en que una
zanahoria, que un pintor haya visto con ojos de pintor, podrá provocar una
revolución”. Siguiendo el hilo de tales consideraciones, Braque, en pleno
cubismo, dirá: “La realidad sólo se revela al estar iluminada por un rayo
poético”; o entonces: “el pintor no se empeña en reconstituir una anécdota,
sino en constituir un hecho pictórico”. En el fondo los motivos pueden actuar
como andamios, pero construida la obra ellos desaparecen. “El cuadro –dice
Braque– está listo cuando se apaga la idea”. El arte aparece sobre el hilo
arriesgado y peligroso, pues, es en sí mismo, la medida que va descubriendo y
construyendo a su vez, como traza. Su estado es el riesgo mortal del
equilibrista. “Amo la regla que corrige la emoción. Amo la emoción que corrige
la regla”. Braque ilumina con su texto el verdadero sentido de la trasgresión,
una especie de falta de medida que trae consigo la propia medida. “Es preciso
tener siempre dos ideas, una para destruir la otra”. Y Braque agrega con
dureza: “el conformismo comienza por la definición”.</p>
 
<p></p>
 
<p>Ahora estamos en condiciones de
aventurarnos a una pregunta más radical. ¿Pero qué es lo que pinta el pintor
cuando pinta un cuadro que es obra de arte? Vamos a responder sin explicar.
Pinta, básicamente, dos momentos. La superficie, que por sí sola es inexistente
en la naturaleza y en todo cuerpo que tiene efectivamente tres dimensiones (aun
la tela más fina). La superficie es construida, por ejemplo, por los
matemáticos sin necesidad de figuras (a<sup>2</sup>), y tan sólo los pintores
la muestran como tal. Y la luz. Nunca nadie vio la luz como tal. Los físicos la
construyen como ondas y corpúsculos al mismo tiempo, alternados, etc. Los
pintores la construyen con aquello con que ella se indica a sí misma en la
visión: el color. Se pinta superficie y luz. Se construyen. Cada vez.</p>
 
<p></p>
 
<p>Entonces veamos. ¿Cuándo existe Arte?</p>
 
<p></p>
 
<h2>Lo Continuo y lo Discreto</h2>
 
<p></p>
 
<p>¿Son o no son determinantes las
circunstancias en que aparece el Arte? Sean ellas psicológicas, sociológicas,
históricas. <em>Prima facies</em>  parecerían ser
decisivas. Así lo pensaron, y lo piensan, la mayoría de los historiadores
(¿cabe realmente una Historia del Arte? Pues, otra cosa muy diferente es leer
el Arte como eventual documento histórico). Así lo pensaron, y piensan,
críticos y doctos especialistas. Sin entrar en un análisis de los diversos
modos como se consideró el caso, se puede estimar –conforme las respuestas– que
las explicaciones de las obras de un artista se fundan en un reconocimiento de
la situación y circunstancias histórico-psicológicas que afectan al artista. <em>Grosso
modo</em>  esas dos líneas analíticas con los matices
ocasionales, más o menos útiles, han suministrado los criterios más difundidos.
Para ello escogemos un debate entre dos autores. El primero es un célebre
crítico literario de gran influencia en su tiempo y cuyas perspectivas
continúan abiertas hasta hoy bajo millares de aparentes cambios. Sainte-Beuve
diseña la teoría del <em>milieu</em>  como factor
preponderante en la creación y en la comprensión de la obra de arte. Su
fundamento parece sólido, pues, según dice: “la literatura, para mí, no es
diferente ni aun separable del resto del hombre y de la organización”. A partir
de esta afirmación se abren las vías de análisis que sitúan y explican la obra
de arte. Por eso dirá: “en tanto que no se haya dirigido un cierto número de
preguntas a un autor y él no las haya contestado, no se puede estar seguro de
tenerlo entero, aun cuando esas preguntas parezcan ser las más extrañas a sus
escritos. ¿Qué pensaba de la religión? ¿Cómo lo afectaba el espectáculo de la
naturaleza? ¿Cómo se comportaba ante las mujeres, ante el dinero? ¿Era rico o
pobre? ¿Cuáles eran sus hábitos, su modo de vida diaria? ¿Cuál era su vicio, su
debilidad?”. Es claro que este método fue elogiado por Taine.</p>
 
<p></p>
 
<p>Este criterio exógeno a la propia obra
será refutado por otro autor. Marcel Proust, en su obra que se llama,
precisamente, <em>Contre Sainte-Beuve</em> , retomará el
hilo de Ariadne de la obra de arte, volviendo a reintegrar la voz de los
artistas desde los comienzos: “un libro es el producto de otro yo que no es
aquel que manifestamos en nuestros hábitos, en la sociedad, en nuestros vicios.
Ese yo, si lo tratamos de comprender, está en el fondo de nosotros mismos
tratando de recrearlo. Nada nos puede dispensar este esfuerzo del corazón”.
Existe, según Proust, un error en la fundamentación de Sainte-Beuve y en todos
los que con mayor o menor juego de perspectivas parten de ese horizonte. Y el
error ocurre, dice Proust, “por no haber comprendido el abismo que separa al
escritor del hombre mundano”. Y, sin duda, él fue autoridad en ambas
vertientes.</p>
 
<p></p>
 
<p>Proust, en su réplica, no se limita a
negar la aseveración de Sainte-Beuve, pues expone todo el camino propio de la
creatividad desde su origen hasta su manifestación. Hasta él llega el eco que,
como antorcha, los artistas se pasan de uno a otro a través de los tiempos.
Proust escoge uno de los sentidos, la audición, que exige sea fino y justo, y
describe la peripecia de ese don en la construcción de la obra.</p>
 
<p></p>
 
<p>“Pero ese don –se dice a sí mismo el
autor– no lo he empleado y de vez en cuando es como descubrir un vínculo
profundo entre dos ideas, dos sensaciones. Lo siento siempre vivo en mí, pero
no fortalecido y sí debilitado y muerto. No obstante, cuando con frecuencia me
enfermo, cuando ya no tengo más ideas en la cabeza ni fuerzas, este yo que
reconozco a veces percibe vínculos entre ideas como ocurre a veces en el otoño
cuando ya no hay más flores ni hojas y sentimos, entonces, en los paisajes los
acordes más profundos. Y ese niño que retoza así en mí sobre las ruinas no
necesita ningún alimento, se nutre simplemente del placer que la visión de la
idea que descubre le da, él la crea, ella lo crea, él muere, pero una idea lo
resucita como esas semillas que interrumpen su germinación en una atmósfera muy
seca, que están muertas, pero que un poco de humedad y de calor bastan para
hacerlas renacer. El tiempo que él vive, su vida, no es sino un éxtasis, una
felicidad”.</p>
 
<p></p>
 
<p>Las explicaciones de la obra por factores
ajenos a su construcción íntima pueden ser coherentes, lógicas y calmar las
inquietudes, sin respuesta, que la obra suscita en quien la recibe, pero son
tan sólo paliativos conformistas. Efectivamente, se habló y se hablará aún más
sobre la sonrisa de la Gioconda (ligeramente visible), pero su ser pintura no
se agota ni se deja agotar con razones que iluminen circunstancias,
psicologías, técnicas pictóricas que la rodearon o que tuvo el autor.</p>
 
<p></p>
 
<p>Otra corriente más moderna y
aparentemente más científica, y por eso más convincente, proviene de la
argumentación de Marx. En la <em>Introducción general a la crítica de la
economía política</em>  (1857) Marx se ocupa en algunos
párrafos especialmente de la obra de arte. En un momento dado, abre realmente
líneas de trabajo para la futura crítica marxista o para las influidas por el
marxismo, anotando lo siguiente: “para ciertas formas de arte –la epopeya, por
ejemplo– se llega hasta a reconocer que ya no pueden ser producidas en la forma
clásica en que hicieron época, ya que la producción del arte hace su aparición
en cuanto tal: se admite así que en la propia esfera del arte tales creaciones
insignes son tan sólo posibles en una etapa poco desarrollada de la evolución
del arte”. Se explicita aquí la relación directa de una forma artística con el
desarrollo y su evolución. El arte –como la sociedad– es visto desde una
perspectiva evolucionista y muy probablemente Marx recibe de Hegel ese tipo de
desdoblamiento. En seguida agrega: “si eso es verdad con respecto a las
relaciones de los diversos géneros de arte, en el interior del dominio propio
del arte, no será de extrañar que sea igualmente verdad en la relación
artística en su conjunto con la evolución de la sociedad”. Y aquí ya precisa,
deduciendo de su aseveración anterior la segunda, el vínculo entre obra y
evolución de la sociedad. ¿Qué significa en Marx la evolución de la sociedad?
Según las reglas del materialismo dialéctico visto en la historia (materialismo
histórico), el factor determinante de la transformación evolutiva de una
sociedad es el modo de apropiación de los medios de producción vigentes en
aquella sociedad. Ese modo es el motor que impulsa y determina el proceso. Es
la estructura que, en el fondo, rige los hábitos, las ideas, los sentimientos y
los frutos que florezcan en ese período histórico. Pero Marx, con su estilo
penetrante no reduce nunca a una mera relación biunívoca el modo de apropiación
de los medios de producción y la obra de Arte. Advierte que “la única
dificultad es formular una concepción general de estas contradicciones”. Se
refiere a la trama compleja y no simplista de las relaciones indicadas. En esa
brecha se empeñó la crítica mayoritaria de nuestro siglo, ya sea en forma
directa y militante o en forma indirecta, es decir, cuando necesitaba
justificarse. Pues Marx señala con agudeza: “en lo que se refiere al arte se
sabe que ciertas épocas de florecimiento artístico no están de manera alguna
relacionada con el desarrollo material, que es como el esqueleto de la
organización”. Es cierto que muchos críticos antimarxistas no abandonan, en el
fondo, el principio reductor. Tan sólo, con relación a Marx, simplemente lo
sustituyen por un signo contrario, haciéndose simétricos de aquello de que se
pretendían distanciar y operando, de este modo, con el mismo criterio. De la
misma manera lo hacen los historiadores del Arte.</p>
 
<p></p>
 
<p>Pero Marx era, en algunos momentos,
también más que él mismo, cuando más le preocupa la busca científica en un
juego más amplio que la mera verificación del objetivo político. Y toca fondo,
casi como una exclamación –tal es el tono del párrafo– en la propia cuestión de
la creatividad. Pero nunca más volvió a escribir sobre ese punto específico. Su
alineación a la economía lo silenció. He aquí lo que dice, reconociendo explícitamente
como <em>enigma</em>  la obra de arte: “pero la
dificultad no está en comprender que el arte griego y la epopeya estén ligados
a ciertas formas de desarrollo social. La dificultad es ésta: ellos nos causan
todavía un gozo artístico y, bajo ciertos aspectos, nos sirven de norma, son
para nosotros un modelo inaccesible” (<em>Obras Completas</em>
, La Pléiade, Gallimard, páginas 265-266).</p>
 
<p></p>
 
<p>Toda la crítica de arte marxista
posterior, la sutil de Lukács, Emrich, Lowenthal, Hauser, pasando por la
excesivamente grosera de Goldman, hasta el indisimulable determinismo recogido
en Sartre, tienen como llave la relación última entre el modo de apropiación de
medios de producción y la obra de arte. Y desde un Walter Benjamin hasta un
Adorno caben en las palabras de este último cuando, en una tentativa de
ennoblecimiento existencial del arte, lo convierte en un mero desmitificador de
valores opresivos: “...las obras de arte se fundan en enigmas que el mundo
organizado propone para engullir los hombres; el mundo es la esfinge, el artista
su Edipo ciego y las obras de arte se asemejan a la sabia respuesta que
precipita la esfinge en el abismo” (<em>Philosophie der Neuen Kunst</em>
, 1955). Ese tipo de crítica se apoya, a su vez, en teorías del
lenguaje tanto como en su sustrato marxista. La lingüística, a partir de
Chomsky, opera, asimismo, en la desmitificación del discurso según la llamada
perspectiva del discurso del poder con sus estribaciones en el psicoanálisis,
intentando desnudar por la libido las vueltas complementarias. En la década del
sesenta ese esfuerzo se aglutina en París en torno a la revista <em>Tel Quel</em>
, abarcando desde el erotismo sutil de Bataille, al análisis de
Derrida y Althuser hasta Roland Barthes. La descripción de los mecanismos de
placer y del dinamismo social como pruebas del encanto o fascinación del arte
como texto pro-dominación nunca pudieron, sin embargo, silenciar la exclamación
del propio Marx, que califica el arte griego pura y simplemente de “modelo
inaccesible”. Quiere decir, fuente de placer más allá de circunstancias
históricas cualesquiera. Semejante afirmación desliga, ciertamente, la posible
causalidad histórico-psicológica de la obra de arte.</p>
 
<p></p>
 
<p>Cabe recordar siempre que si el
Renacimiento italiano pintó millares y millares de vírgenes y solamente algunas
fueron y son obra de arte, y todas muy bien pintadas (a Andrea del Sarto
llamaron Andrea senza errori), podemos pensar que ésta o aquélla lo sea en
virtud de mostrarnos o indicarnos efectivamente aquello que el propio Marx
llamó “lo inaccesible”. La obra de arte es un modo de la manifestación del
ritmo –no de la armonía– que atraviesa el ser humano. Emerge aquí o allí como
una leve transgresión que indica, por una parte, su vínculo con lo instituido,
al que modifica, y, por otra parte, su súbita autonomía, dado que cada obra se
sustenta en la lógica peculiar que fue capaz de inventar. Esta cadencia del
trazo que manifiestan juntos lo continuo y lo discreto fue captado en forma
exacta por Nietzsche al contemplar a Heráclito:</p>
 
<p></p>
 
<p>“Un llegar a ser y un perecer, un construir
y destruir sin justificación moral ninguna, eternamente inocente, solamente
ocurren en este mundo en los juegos del artista y del niño. Y así como el niño
y el artista juegan, juega eternamente el juego, eternamente vivo, construye y
destruye inocentemente y este juego juega el <em>aeón</em>
consigo mismo. Transformándose en agua y tierra, construye como
el niño castillos de arena a orillas del mar, edifica y derriba: de vez en
cuando vuelve a empezar el juego. Hay un momento de saciedad; en seguida lo
acomete nuevamente la necesidad –la necesidad de la creación. De este modo
contempla el artista el mundo, como un esteta, es decir, el hombre que en el
artista y en el nacimiento de la obra de arte vio que la lucha de la pluralidad
puede implicar leyes y derechos, como el autor que se muestra contemplativo
sobre y en la obra de arte, como la necesidad y el juego, la contradicción y la
armonía se pueden mancomunar para la producción de la obra de arte”. Y parece
ser que así es.</p>


[[Categoría: Poesía]]
[[Categoría: Poesía]]
[[Categoría: Arte]]
[[Categoría: Arte]]

Revisión del 21:25 10 mar 2008

<< VOLVER CATALOGO

Postulemos lo siguiente:

Tenemos aquí un cuadro que se califica de cuadro malo. Tenemos aquí un cuadro que se califica de cuadro bueno. Uno de ellos es Arte. Ninguno de ellos es Arte.

Se trata de pensar las diferencias, las distinciones que permitan decidir si uno o ninguno de ellos es Arte. Se trata de pensar, es decir, más que llegar a conclusiones, abrir pistas sobre el caso.

¿A qué se le llama habitualmente “cuadro bueno”? Se verifica, de acuerdo con un precepto establecido, si es correcta la distribución de los colores cálidos y fríos. Correcta suele significar, además, una modalidad armónica de establecer los pasos de tono a tono. Se verifica el grado de maestría en el juego de los colores complementarios con sus gamas consecuentes y también los contrastes. Se observa como el dibujo afina con las entradas y los salientes de sus líneas, los contornos, el aire planimétrico o volumétrico. Se constata la destreza con que son utilizadas las denominadas leyes de composición: según el marco de referencia en que se inscribían; de ahí la diversidad de cánones y proporciones.

Por el contrario, se llama habitualmente “cuadro malo” a aquel que construye con deficiencias toda esa trama de parámetros.

Postulemos ahora que el llamado “cuadro bueno” aún no es Arte. Podríamos, para recalificarlo, pensar que al cuadro bueno le falta otra latitud. Las llamadas justas y esenciales expresiones de sentimiento, significados, etc. Sin embargo, postulemos que, aun cuando las tuviese y siéndoles necesarias, no sería aún Arte.

La pregunta llega a un límite. ¿Por qué, entonces, existiría un cuadro que sería Arte?

Los antiguos tenían una respuesta precisa (de difícil comprensión en nuestros días). Ellos nos dirán que tan sólo hay poiésis cuando se manifiesta la musa, cuando la obra es la manifestación de la Musa. El primer verso del texto griego más antiguo empieza diciéndonos: “Canta, oh Musa, la cólera de Aquiles”. Además, en la Teogonía , de Hesíodo, se asiste a la investidura poética que las Musas confieren al pastor Hesíodo, convirtiéndolo en poeta. Y es en el diálogo “Ion”, de Platón, en donde ya se expone la relación específica de la Musa con la obra. La musa –que es divinidad– se manifiesta en el poeta como posesión o delirio (o sin mente, a-mente, de-mente). Y ella viene al poeta cuando literalmente abandona o calza su pie en armonía y cadencia. Así fue el arte griego y de allí nació su pie o metro. Y así lo reconocen explícitamente los poetas. Ellos tienen acceso al jardín de las Musas, donde se nutren de miel y leche (frutos del mundo vegetal transmutadas por el mundo animal). Los poetas son como abejas de flor en flor, siempre girando como locos. Así lo canta, por ejemplo, la X Pítica de Píndaro: “La flor de los himnos de loor se lanza de un dicho a otro como abeja”. Para el mundo antiguo el Arte o Poiésis es un privilegio de las musas y no una Techné: “all’o theos autos estín o lègon”. Es con la razón arrebatada por la divinidad que el menor de todos los poetas griegos, Tinico de Calcis, nos lo dirá Platón, proferirá el más bello poema.

Para el mundo antiguo, el objeto propio de la poiésis no es otro que la ex-posición de las musas, a fin de que la divinidad de éstas –o sea, la divinidad que tan sólo quiere manifestarse como tal, sin otra dirección o vector– se exponga a sí misma a través de las palabras, pintura, escultura, música, danza, arquitectura. Es lo que se dice con la palabra: canto.

Pero habrá, ciertamente, quien no entienda o menos aún crea en las Musas. Ese lenguaje le parecerá insignificante. Para los no creyentes podemos formular la proposición de la siguiente manera.

¿Qué sería lo propio de una obra de Arte realmente tal? No será manifestar ni sentimientos, ni pensamientos, ni mensajes, ni principalmente significados. La obra debe indicar, a través de ellos, que van implícitos, sea cual fuere el marco de referencias donde se inscriban los hechos (palabra, trazo, color, son, etc.), la posibilidad misma que da lugar a la existencia de todas las posibilidades. Aquello que hace posible que existan posibilidades ante lo que, se suele decir, se nos aparece como caótico.

El caos significa todas las posibilidades que comparecen, precisamente como posibilidades, en ese mostrarse, en esa abertura que es el caos y que por serlo pro-voca cosmos (un juego de relaciones que por ordenar trae a la luz una trama y deja latente en las tinieblas la que abandona). De hecho, cuando las posibilidades se muestran como tales, ya es simultáneamente el caos y el cosmos, del mismo modo como la cabeza por cosmético se torna rostro, cara, faz.

A ese mostrarse de la posibilidad en cuanto tal, que permite que haya juego de posibilidades, algunos lo llamaron trascendencia y la caracterizaron como lo más específico de la categoría humana. Esa posibilidad es reveladora o luz de la condición humana. Ella transmuta lo que nos rodea y donde ya estamos inmersos, descubriendo, observando y convirtiendo el estado en que yacemos precisamente en posibilidades. Ese trazo, que radicalmente somos, se manifiesta como tal trazo más allá y a través de significado, sentimiento, etc. Cuando ello acontece, existe Arte. (El sentido profundo de toda paideia , que es ciertamente otra cosa que enseñanza o mera comunicación de conocimientos, es el único parámetro “formador” que posee el Arte para los hombres. Así es que cuando un pueblo ya puede vivir sin Arte es porque ya comienza a no saber y a caer en los sinsabores). El Arte revela al hombre, sin poder explicarla, su propia condición humana.

Volviendo al cuadro de nuestras postulaciones. El cuadro que muestra esa posibilidad de las posibilidades, a través de las posibilidades que construye, no es necesariamente bueno ni malo. Es Arte. Está fuera de los parámetros con que se determina si es bueno o malo. Por ejemplo: no es malo que hoy alguien pinte, y muy bien, un cuadro impresionista. Será un cuadro bueno, pero no será Arte. ¿Quiere decir que hoy la Musa o la posibilidad de las posibilidades no se puede mostrar, aparecer, venir a la luz a través del impresionismo? Muy probablemente no, porque ya se hizo patente de este modo. Por otra parte, el Arte sobreviene de modo incesante pero siempre mostrando una cara nueva de su inacabable diamante o carbón.

Esa manera de considerar la poiésis la sustentaron siempre los artistas. Vamos a escoger dos ejemplos postgriegos. Uno medieval y otro moderno.

Riesgo Mortal del Equilibrismo

En el Canto XXIV del Purgatorio de la Comedia de Dante, éste se encuentra con Buonagiunta, hijo de Ricomo de Buonagiunta Orbiccioni degli Overardi da Luca (sucede en 1296). Buonagiunta fue un buen poeta, pero no un artista. Intrigado por el stil nuovo de Dante, le pregunta cómo se construye por ese camino o método.

Buonagiunta:

Pero di si veo aquel que al mundo

las nuevas rimas trajo que empiezan

“Señoras que entienden de amor”.

Dante:

Y yo a él: yo soy aquel que cuando

el amor inspira, anoto, y de la manera

que dicta dentro de mí voy significando.

Buonagiunta:

Bien veo cómo van vuestras plumas

detrás del que dicta bien asidas,

lo que en las nuestras, por cierto, no sucedió.

La inspiración es el trazo del amor que dicta –a través de todas las technés – y se manifiesta cruzando significados. Esa es la distinción entre un buen poeta y aquél que es forzado por amor, trazo, musa, etc., a hacer Arte.

He aquí un ejemplo moderno de uno de los que abrieron la “modernidad”; a principios de la llamada pintura moderna Paul Cézanne dijo –a este respecto– refiriéndose al pintor: “Toda su voluntad se debe callar. Tiene que sofocar en sí mismo las voces de todas las ideas preconcebidas; tiene que olvidar, hacer silencio para ser un eco perfecto. La naturaleza exterior e interior se deben interpretar para perdurar, para vivir con una vida mitad humana y mitad divina, la vida del Arte”. Y agrega: “El artista es tan sólo el órgano receptivo”, pues “si demuestro la menor debilidad –sobre todo si pienso mientras estoy pintando–, si me entrometo, entonces todo se desequilibra y se pierde”.

Cualesquiera que sean sus significaciones, el Arte es Arte cuando indica, antes que nada, su propia posibilidad de significar. Si eso no sucede no existe arte, aun en un cuadro intrínsecamente “bueno”. Cézanne agrega: “Cuando pinto, veo colores que se ordenan como quieren, todo se organiza, árboles, rocas, casas, por medio de manchas de color. Sólo continúan existiendo colores y en ellos la claridad, el ser que piensa”. ¿Pero de qué se trata en el fondo? En el fondo se trata del ritmo . “Mi modelo, mi color y yo tenemos que vivir con el mismo ritmo”. Nunca fue fácil encerrar en un concepto lo que indica la palabra ritmo. El ritmo no se alcanza con una medida o canon a que se ajusta un motivo. El ritmo es la manifestación de lo continuo en lo discreto y de lo discreto en lo continuo, según la cadencia en que se está inmerso. Arquíloco señala que el hombre es cogido, poseído por el ritmo y no éste por aquél.

¿Pero cómo reconocer la presencia del ritmo (la musa, la condición humana) en una obra de arte? Tal ritmo siempre irrumpe , modifica, da vueltas en la propia tradición donde yace y que reilumina a partir de esa dislocación (Piero della Francesca, Leonardo).

—Yo también fui impresionista –dice Cézanne. El impresionismo es la mezcla óptica de los colores, es algo que debemos superar.

¿Qué quiere decir superar? Dar una nueva vuelta en los colores. “Para el pintor la única verdad son los colores. Un cuadro no representa nada además de colores. Existe una lógica de los colores, caramba, y el pintor debe obedecer a dicha lógica y no a la lógica del cerebro”. Estas palabras de Cézanne son válidas para cada una de las artes. Y, ciertamente, no son fáciles de comprender. Pero la lógica de los colores no constituye un canon universal, y sí se construye y se disputa cada vez, en cada cuadro. Todas las tentativas de generalizaciones –aun legítimas– son falsas desde la realidad propia del hecho artístico. Muchos pintores juzgaron que el negro no debía ser considerado color, y otros –no obstante– lo incorporaron. ¿Qué decir de lo que sucedió en la música? Se trata, pues, de construir. “No se debe representar la naturaleza, pero sí realizarla. ¿Por medio de qué? Por medio de equivalentes cromáticos estructuradores ”.

Pero Cézanne va al fondo sin fondo cuando se refiere a la estructura profunda con que se manifiesta el ritmo. “En la naturaleza todo se modela según la esfera, el cono y el cilindro”. Prácticamente ningún crítico, ningún historiador fue capaz –ni es aún capaz– de señalar estos cuerpos en una tela de Cézanne. Y, a pesar de ello, dichos cuerpos están y son. Esa visión pictórica de Cézanne deja de lado el diseño como constituyente tradicional. “No es lícito separar el diseño del color. Muéstrenme en la naturaleza algo diseñado. No existe ninguna línea, no existe nada moldeado, sólo existen contrastes”. Y la construcción del cuadro de Cézanne descubre su propia lógica (por sí misma intransferible), porque “a la derecha y a la izquierda, aquí, allí, tomo esos matices de color, los fijo, los combino, se forman líneas, se convierten en objetos sin que yo me dé cuenta de eso”. No son los significados ni los motivos que hacen del cuadro una real poiésis . A ese respecto, Cézanne es lapidario: “Llegará el día en que una zanahoria, que un pintor haya visto con ojos de pintor, podrá provocar una revolución”. Siguiendo el hilo de tales consideraciones, Braque, en pleno cubismo, dirá: “La realidad sólo se revela al estar iluminada por un rayo poético”; o entonces: “el pintor no se empeña en reconstituir una anécdota, sino en constituir un hecho pictórico”. En el fondo los motivos pueden actuar como andamios, pero construida la obra ellos desaparecen. “El cuadro –dice Braque– está listo cuando se apaga la idea”. El arte aparece sobre el hilo arriesgado y peligroso, pues, es en sí mismo, la medida que va descubriendo y construyendo a su vez, como traza. Su estado es el riesgo mortal del equilibrista. “Amo la regla que corrige la emoción. Amo la emoción que corrige la regla”. Braque ilumina con su texto el verdadero sentido de la trasgresión, una especie de falta de medida que trae consigo la propia medida. “Es preciso tener siempre dos ideas, una para destruir la otra”. Y Braque agrega con dureza: “el conformismo comienza por la definición”.

Ahora estamos en condiciones de aventurarnos a una pregunta más radical. ¿Pero qué es lo que pinta el pintor cuando pinta un cuadro que es obra de arte? Vamos a responder sin explicar. Pinta, básicamente, dos momentos. La superficie, que por sí sola es inexistente en la naturaleza y en todo cuerpo que tiene efectivamente tres dimensiones (aun la tela más fina). La superficie es construida, por ejemplo, por los matemáticos sin necesidad de figuras (a2), y tan sólo los pintores la muestran como tal. Y la luz. Nunca nadie vio la luz como tal. Los físicos la construyen como ondas y corpúsculos al mismo tiempo, alternados, etc. Los pintores la construyen con aquello con que ella se indica a sí misma en la visión: el color. Se pinta superficie y luz. Se construyen. Cada vez.

Entonces veamos. ¿Cuándo existe Arte?

Lo Continuo y lo Discreto

¿Son o no son determinantes las circunstancias en que aparece el Arte? Sean ellas psicológicas, sociológicas, históricas. Prima facies parecerían ser decisivas. Así lo pensaron, y lo piensan, la mayoría de los historiadores (¿cabe realmente una Historia del Arte? Pues, otra cosa muy diferente es leer el Arte como eventual documento histórico). Así lo pensaron, y piensan, críticos y doctos especialistas. Sin entrar en un análisis de los diversos modos como se consideró el caso, se puede estimar –conforme las respuestas– que las explicaciones de las obras de un artista se fundan en un reconocimiento de la situación y circunstancias histórico-psicológicas que afectan al artista. Grosso modo esas dos líneas analíticas con los matices ocasionales, más o menos útiles, han suministrado los criterios más difundidos. Para ello escogemos un debate entre dos autores. El primero es un célebre crítico literario de gran influencia en su tiempo y cuyas perspectivas continúan abiertas hasta hoy bajo millares de aparentes cambios. Sainte-Beuve diseña la teoría del milieu como factor preponderante en la creación y en la comprensión de la obra de arte. Su fundamento parece sólido, pues, según dice: “la literatura, para mí, no es diferente ni aun separable del resto del hombre y de la organización”. A partir de esta afirmación se abren las vías de análisis que sitúan y explican la obra de arte. Por eso dirá: “en tanto que no se haya dirigido un cierto número de preguntas a un autor y él no las haya contestado, no se puede estar seguro de tenerlo entero, aun cuando esas preguntas parezcan ser las más extrañas a sus escritos. ¿Qué pensaba de la religión? ¿Cómo lo afectaba el espectáculo de la naturaleza? ¿Cómo se comportaba ante las mujeres, ante el dinero? ¿Era rico o pobre? ¿Cuáles eran sus hábitos, su modo de vida diaria? ¿Cuál era su vicio, su debilidad?”. Es claro que este método fue elogiado por Taine.

Este criterio exógeno a la propia obra será refutado por otro autor. Marcel Proust, en su obra que se llama, precisamente, Contre Sainte-Beuve , retomará el hilo de Ariadne de la obra de arte, volviendo a reintegrar la voz de los artistas desde los comienzos: “un libro es el producto de otro yo que no es aquel que manifestamos en nuestros hábitos, en la sociedad, en nuestros vicios. Ese yo, si lo tratamos de comprender, está en el fondo de nosotros mismos tratando de recrearlo. Nada nos puede dispensar este esfuerzo del corazón”. Existe, según Proust, un error en la fundamentación de Sainte-Beuve y en todos los que con mayor o menor juego de perspectivas parten de ese horizonte. Y el error ocurre, dice Proust, “por no haber comprendido el abismo que separa al escritor del hombre mundano”. Y, sin duda, él fue autoridad en ambas vertientes.

Proust, en su réplica, no se limita a negar la aseveración de Sainte-Beuve, pues expone todo el camino propio de la creatividad desde su origen hasta su manifestación. Hasta él llega el eco que, como antorcha, los artistas se pasan de uno a otro a través de los tiempos. Proust escoge uno de los sentidos, la audición, que exige sea fino y justo, y describe la peripecia de ese don en la construcción de la obra.

“Pero ese don –se dice a sí mismo el autor– no lo he empleado y de vez en cuando es como descubrir un vínculo profundo entre dos ideas, dos sensaciones. Lo siento siempre vivo en mí, pero no fortalecido y sí debilitado y muerto. No obstante, cuando con frecuencia me enfermo, cuando ya no tengo más ideas en la cabeza ni fuerzas, este yo que reconozco a veces percibe vínculos entre ideas como ocurre a veces en el otoño cuando ya no hay más flores ni hojas y sentimos, entonces, en los paisajes los acordes más profundos. Y ese niño que retoza así en mí sobre las ruinas no necesita ningún alimento, se nutre simplemente del placer que la visión de la idea que descubre le da, él la crea, ella lo crea, él muere, pero una idea lo resucita como esas semillas que interrumpen su germinación en una atmósfera muy seca, que están muertas, pero que un poco de humedad y de calor bastan para hacerlas renacer. El tiempo que él vive, su vida, no es sino un éxtasis, una felicidad”.

Las explicaciones de la obra por factores ajenos a su construcción íntima pueden ser coherentes, lógicas y calmar las inquietudes, sin respuesta, que la obra suscita en quien la recibe, pero son tan sólo paliativos conformistas. Efectivamente, se habló y se hablará aún más sobre la sonrisa de la Gioconda (ligeramente visible), pero su ser pintura no se agota ni se deja agotar con razones que iluminen circunstancias, psicologías, técnicas pictóricas que la rodearon o que tuvo el autor.

Otra corriente más moderna y aparentemente más científica, y por eso más convincente, proviene de la argumentación de Marx. En la Introducción general a la crítica de la economía política (1857) Marx se ocupa en algunos párrafos especialmente de la obra de arte. En un momento dado, abre realmente líneas de trabajo para la futura crítica marxista o para las influidas por el marxismo, anotando lo siguiente: “para ciertas formas de arte –la epopeya, por ejemplo– se llega hasta a reconocer que ya no pueden ser producidas en la forma clásica en que hicieron época, ya que la producción del arte hace su aparición en cuanto tal: se admite así que en la propia esfera del arte tales creaciones insignes son tan sólo posibles en una etapa poco desarrollada de la evolución del arte”. Se explicita aquí la relación directa de una forma artística con el desarrollo y su evolución. El arte –como la sociedad– es visto desde una perspectiva evolucionista y muy probablemente Marx recibe de Hegel ese tipo de desdoblamiento. En seguida agrega: “si eso es verdad con respecto a las relaciones de los diversos géneros de arte, en el interior del dominio propio del arte, no será de extrañar que sea igualmente verdad en la relación artística en su conjunto con la evolución de la sociedad”. Y aquí ya precisa, deduciendo de su aseveración anterior la segunda, el vínculo entre obra y evolución de la sociedad. ¿Qué significa en Marx la evolución de la sociedad? Según las reglas del materialismo dialéctico visto en la historia (materialismo histórico), el factor determinante de la transformación evolutiva de una sociedad es el modo de apropiación de los medios de producción vigentes en aquella sociedad. Ese modo es el motor que impulsa y determina el proceso. Es la estructura que, en el fondo, rige los hábitos, las ideas, los sentimientos y los frutos que florezcan en ese período histórico. Pero Marx, con su estilo penetrante no reduce nunca a una mera relación biunívoca el modo de apropiación de los medios de producción y la obra de Arte. Advierte que “la única dificultad es formular una concepción general de estas contradicciones”. Se refiere a la trama compleja y no simplista de las relaciones indicadas. En esa brecha se empeñó la crítica mayoritaria de nuestro siglo, ya sea en forma directa y militante o en forma indirecta, es decir, cuando necesitaba justificarse. Pues Marx señala con agudeza: “en lo que se refiere al arte se sabe que ciertas épocas de florecimiento artístico no están de manera alguna relacionada con el desarrollo material, que es como el esqueleto de la organización”. Es cierto que muchos críticos antimarxistas no abandonan, en el fondo, el principio reductor. Tan sólo, con relación a Marx, simplemente lo sustituyen por un signo contrario, haciéndose simétricos de aquello de que se pretendían distanciar y operando, de este modo, con el mismo criterio. De la misma manera lo hacen los historiadores del Arte.

Pero Marx era, en algunos momentos, también más que él mismo, cuando más le preocupa la busca científica en un juego más amplio que la mera verificación del objetivo político. Y toca fondo, casi como una exclamación –tal es el tono del párrafo– en la propia cuestión de la creatividad. Pero nunca más volvió a escribir sobre ese punto específico. Su alineación a la economía lo silenció. He aquí lo que dice, reconociendo explícitamente como enigma la obra de arte: “pero la dificultad no está en comprender que el arte griego y la epopeya estén ligados a ciertas formas de desarrollo social. La dificultad es ésta: ellos nos causan todavía un gozo artístico y, bajo ciertos aspectos, nos sirven de norma, son para nosotros un modelo inaccesible” (Obras Completas , La Pléiade, Gallimard, páginas 265-266).

Toda la crítica de arte marxista posterior, la sutil de Lukács, Emrich, Lowenthal, Hauser, pasando por la excesivamente grosera de Goldman, hasta el indisimulable determinismo recogido en Sartre, tienen como llave la relación última entre el modo de apropiación de medios de producción y la obra de arte. Y desde un Walter Benjamin hasta un Adorno caben en las palabras de este último cuando, en una tentativa de ennoblecimiento existencial del arte, lo convierte en un mero desmitificador de valores opresivos: “...las obras de arte se fundan en enigmas que el mundo organizado propone para engullir los hombres; el mundo es la esfinge, el artista su Edipo ciego y las obras de arte se asemejan a la sabia respuesta que precipita la esfinge en el abismo” (Philosophie der Neuen Kunst , 1955). Ese tipo de crítica se apoya, a su vez, en teorías del lenguaje tanto como en su sustrato marxista. La lingüística, a partir de Chomsky, opera, asimismo, en la desmitificación del discurso según la llamada perspectiva del discurso del poder con sus estribaciones en el psicoanálisis, intentando desnudar por la libido las vueltas complementarias. En la década del sesenta ese esfuerzo se aglutina en París en torno a la revista Tel Quel , abarcando desde el erotismo sutil de Bataille, al análisis de Derrida y Althuser hasta Roland Barthes. La descripción de los mecanismos de placer y del dinamismo social como pruebas del encanto o fascinación del arte como texto pro-dominación nunca pudieron, sin embargo, silenciar la exclamación del propio Marx, que califica el arte griego pura y simplemente de “modelo inaccesible”. Quiere decir, fuente de placer más allá de circunstancias históricas cualesquiera. Semejante afirmación desliga, ciertamente, la posible causalidad histórico-psicológica de la obra de arte.

Cabe recordar siempre que si el Renacimiento italiano pintó millares y millares de vírgenes y solamente algunas fueron y son obra de arte, y todas muy bien pintadas (a Andrea del Sarto llamaron Andrea senza errori), podemos pensar que ésta o aquélla lo sea en virtud de mostrarnos o indicarnos efectivamente aquello que el propio Marx llamó “lo inaccesible”. La obra de arte es un modo de la manifestación del ritmo –no de la armonía– que atraviesa el ser humano. Emerge aquí o allí como una leve transgresión que indica, por una parte, su vínculo con lo instituido, al que modifica, y, por otra parte, su súbita autonomía, dado que cada obra se sustenta en la lógica peculiar que fue capaz de inventar. Esta cadencia del trazo que manifiestan juntos lo continuo y lo discreto fue captado en forma exacta por Nietzsche al contemplar a Heráclito:

“Un llegar a ser y un perecer, un construir y destruir sin justificación moral ninguna, eternamente inocente, solamente ocurren en este mundo en los juegos del artista y del niño. Y así como el niño y el artista juegan, juega eternamente el juego, eternamente vivo, construye y destruye inocentemente y este juego juega el aeón consigo mismo. Transformándose en agua y tierra, construye como el niño castillos de arena a orillas del mar, edifica y derriba: de vez en cuando vuelve a empezar el juego. Hay un momento de saciedad; en seguida lo acomete nuevamente la necesidad –la necesidad de la creación. De este modo contempla el artista el mundo, como un esteta, es decir, el hombre que en el artista y en el nacimiento de la obra de arte vio que la lucha de la pluralidad puede implicar leyes y derechos, como el autor que se muestra contemplativo sobre y en la obra de arte, como la necesidad y el juego, la contradicción y la armonía se pueden mancomunar para la producción de la obra de arte”. Y parece ser que así es.