Un recorrido náutico y marítimo

De Casiopea







TítuloUn recorrido náutico y marítimo
Año2011
AutorJaime Reyes
Tipo de PublicaciónEnsayo
ColecciónNáutico y Marítimo
CiudadValdivia
Palabras ClaveComau, Valdivia, Corral, Huinay, Quiaca
Carreras RelacionadasArquitectura, Diseño Industrial"Diseño Industrial" is not in the list (Arquitectura, Diseño, Magíster, Otra) of allowed values for the "Carreras Relacionadas" property., Náutico y Marítimo"Náutico y Marítimo" is not in the list (Arquitectura, Diseño, Magíster, Otra) of allowed values for the "Carreras Relacionadas" property.

El jet que rugía sobre El Vuelo
abría una cortina que daba al pasado.
"¡La Dominica enfrente!"
"Allí todavía hay caribes."
"Un día sólo habrá aviones, no más barcos."
"Vince, Dios no hizo a los negros para volar por el aire."
"Progreso, Shabine, de eso se trata.
El progreso que deja atrás a todas nuestras islitas."
Yo estaba al timón y Vince, sentado junto a mí,
jugaba con el arpón. El día fresco y vivificante. El mar picado.
"Habría que preguntar a los caribes acerca del progreso.
Los mataron por millones, algunos en la guerra,
otros en el trabajo forzado de las minas
buscando plata; y después, los negros; más
progreso. Hasta que no vea signos definitivos
de que la humanidad cambia, Vince, no quiero oir más.
El progreso es el chiste vulgar de la historia.
Preguntale a esa verde y entristecida isla que se acerca."
Verdes islas, como mangos en salmuera.
Deja que mi herida se cure en sal tan cruel,
yo, en mi lozanía de marinero.

Derek Walcott, fragmento de "La Goleta el Vuelo".

Previo

La travesía de este taller de postgrado, en nuestra Escuela, tiene algunas diferencias con las que realizan normalmente los talleres de pregrado, aunque en suma se ha ceñido también a las orientaciones cantadas por el poema Amereida; especialmente aquella que dice que para saber de nuestro origen, presente y destino, debemos salir a recorrer América [1].

Este taller está compuesto por el profesor Boris Ivelic, el poeta Jaime Reyes, la diseñadora Leslie Krebs, las arquitectas Victoria Jolly y Cecilia Torrez, los estudiantes de último año de arquitectura Nicolás Ibaceta, Odoardo Pizzagali, Jean Araya, Nelson Moraga y Jason Hassan.

El recorrido consideró primero la ciudad de Valdivia, donde el taller visitó diversas instalaciones de astilleros, como Alwoplast o Asenav. También visitamos a los carpinteros de ribera del estero Cutipay; los hermanos Villanueva, y llegamos hasta la Parroquia de Corral. Luego viajamos hasta Hornopirén, donde embarcamos para navegar el fiordo Comau. En este Mar Nuevo de Aysén visitamos, en la isla Llancahué, la obra de la Travesía Quiaca, del año 2003. Estuvimos en los fiordos Cahuelmó y Quintupeu, en Vodudahue y sus alrededores río arriba, hasta adentrarnos en el parque Pumalín. Estuvimos en Porcelana y visitamos el actual San Ignacio de Huinay, donde nuestra Escuela, especialmente los talleres de diseño industrial, realizaron varias travesías, entre 1988 y 1995. Aquí comenzó la construcción de la Embarcación Amereida. La travesía finaliza en Puerto Montt, donde visitamos varias industrias náuticas que fabrican desde embarcaciones a muelles y elementos tanto náuticos como marítimos.

Voy a referirme a tres momentos del recorrido; Corral, Quiaca y Huinay.

La Parroquia de Corral

Fue reconstruida por nuestra Escuela después del terremoto de 1960. Los profesores y arquitectos Jorge Sánchez †, José Vial Armstrong † y Alberto Cruz, aparecen como los arquitectos a cargo de la obra "Reconstrucción Parroquia de Corral".

Y allí está, después de exactamente 50 años. La iglesia, que vista desde el exterior ya se presenta medida por una cierta extrañeza, en su interior a mi me resultó sorprendente. Hay muchas consideraciones y cosas que podría decir, sobre las que podríamos conversar. Voy a hablar de una dimensión revelada por una palabra. Se trata de la palabra reconstrucción.

La reconstrucción de esta parroquia fue concebida, hace 50 años, fundada en el acto de orar. Este fundamento es muy diferente a cualquier otro pensado desde palabras como patrimonio, preservación, restauración.

El patrimonio proviene de la paternidad; es una propiedad heredada de un ancestro varón. La restauración es un proceso; es la acción de renovar o reparar algo para devolverle su condición original; también es la restitución de un derecho (como el de una corona sobre la cabeza de un monarca) o el de una costumbre antigua.

La conservación es un cuerpo comprometido con la preservación de la naturaleza o de los recursos naturales; se refiere a la vida salvaje y al medio ambiente; la protección de los ecosistemas. Se trata además de la reparación y prevención de los deterioros de los sitios y artefactos arqueológicos, históricos y culturales.

Todas estas definiciones ciertamente ayudan a comprender los fenómenos sociales, políticos y culturales que le conciernen a la sociedad occidental cuando se enfrenta a sus propios productos; a su producción de todo orden. Pero no tienen nada que ver con la santidad de la obra [2]. Me explico.

El concepto de reconstrucción, como está planteado en esta ocasión está fundado en algo que no tiene que ver con nada de todo lo anterior: el acto de orar. Este acto, ¿cómo se lo hereda, se renueva o repara? ¿cómo se lo devuelve a sus orígenes, a su condición original?, ¿cómo se lo restituye o se lo conserva o se lo preserva?, ¿se lo puede reparar y prevenir su deterioro? Nada de esto. Este acto es el que funda, el abriente, el que inaugura otorgando nacimiento. Este acto, que sucede y acontece siempre por primera vez, desde la Noche de los Tiempos, permite la existencia del Templo.

El acto de orar, observado y luego realizado por la arquitectura y el diseño (porque la parroquia tiene elementos de diseño, tanto gráfico como de objetos, aunque en esos años —1961— no existían todavía los oficios del diseño en nuestra Escuela), es una concepción de una reconstrucción incluye y profundiza las ideas actuales y contingentes que hablan de lo patrimonial.

El acto de orar, más allá de consideraciones religiosas particulares y exclusivas de esta o aquella religión, pone su esencia en una situación que siempre sucede en el presente. No cuida algo para que no cambie ni para que otros desde afuera lo vean ni para que se perpetúe o se convierta en herencia. No. La oración es una instancia en la que el mundo cobra existencia; cuando se relacionan los ámbitos de lo humano y lo divino. Para que se cumpla ese ámbito de lo humano, necesitamos de lo natural, de la naturaleza, pero además requerimos de lo construido, porque la condición humana es ser partícipe de la creación siendo co - creadores. Sin los oficios el mundo no existe, quedaría sólo el planeta, la tierra, la naturaleza. El mundo es la reunión de la creación humana y de la creación divina.

La oración es la instancia para ofrecer la creación humana y para agradecer la creación divina. Y eso pide una forma, y se ha pensado que esa forma se constituye principalmente a través de la luz.

La reconstrucción es para dar curso a esa posibilidad de la forma. No se rige por una axiomática inflexible impuesta por una seudo historia, sino obedece al mito del acto primigenio. Por eso puede modificar y hacer cambios parciales y transformaciones que conducen a la evolución. Por eso puede modificar en función de los materiales que hay —que pueden ser cualquiera— con libertad para incrementar y aumentar lo que hay que cuidar.

Me parece que el secreto es que esta clase de reconstrucción de una obra es puro presente, es decir no se acaba no se completa, sino que está todo el tiempo aconteciendo. Esto es porque no se trata de la obra misma. Es una paradoja pero es así. Insisto, no se trata de la obra misma, no es que no importe si se finaliza o no, si se llega a buen término o queda incompleta. No es la obra sino el obrar, pero además hay que ir más allá del mero hacerse; el obrar no es por el hacer sino por el ser. La santidad de la obra no es tanto —o sólo— para santificar el trabajo humano sino más allá; es la aptitud de la obra para abrirnos a la realidad del ser.

El espacio necesita que le abran vida. Hemos de ejercer esa abertura, que no es otra cosa que hallar el principio de ese espacio; el horizonte signado que concede la habitación, lo habitable. A través de esta abertura de la obra es que surge (Amereida pág. 11): “el innombrado de las especies aún escondidas que esperan a su vez subir al claro de los hombres”. Es el ordenamiento humano que provoca la gesta que deja que la Naturaleza sea también lo que llamamos mundo. No trabajamos medidos por un elemento unificador ni unitario que rija el orden de la nueva creación. Ni siquiera pretendemos que nuestras obras permanezcan materialmente, porque insisto, una reconstrucción se trata del ser, no del hacer.

El Pabellón Trapananda en Quiaca, isla Llancahué

En el año 2003 fuimos con el taller de 2º año de arquitectura hasta esta isla que se halla en la entrada del fiordo Comau. En la Travesía Quiaca construimos el Pabellón Trapananda [3], que era una estación habitable que cobijaba del clima a los niños cuando caminaban por el borde costero entre sus casas y la escuela. Además erigimos la Escultura Adagio Cumplido de José Balcells.

En esta visita constatamos que no queda casi nada, apenas una suerte de ruina [4].

Ya sabemos lo que dice el poema Amereida a propósito de la perdurabilidad (Amereida: Bitácora de la Travesía, nota 35):

Lo durable, durar, pero ¿qué perdura? ¿es esencial que las cosas perduren? No llamemos ciudad a lo que desde Grecia, y tal vez Roma, dejó de serlo. Pero la obra humana, por ejemplo en los aztecas, se podía hacer justamente para ser abandonada. Tal acto lleva consigo un rito inicial que demanda el inicio y no, digamos así, la avara perdurabilidad. Es otro ritmo. Posiblemente hay que volver a mirar con otro tiempo. El nuestro también es ritualmente libre, pues en forma arbitraria es el meridiano que nos refiere y ordena. ¿Es y será posible otro y otros meridianos? Sí. Todos los puntos tal vez tengan validez.

¿Qué significa que no trabajemos para la avara perdurabilidad?

Por ejemplo, significa que podemos construir con cualquier material; acaso con los materiales y con la tecnología del lugar. Pero entonces nos cuestionamos y nos preguntamos: "Pero si construimos con esos materiales es evidente que no va a quedar nada en poco tiempo, pues no son materiales durables". Y luego podríamos respondernos a nosotros mismos —y a aquellos que nos critican livianamente—, que en el fondo no nos importa nada, menos todavía si consideramos que esos materiales son del mismo lugar; que se van a desintegrar por las acciones de los agentes climáticos; que se van a degradar y van a volver al ciclo que los crea y recrea. Entonces esa obra hecha con esos materiales sí se desarma, pero no se destruye. Significa simplemente que debe ser hecha y rehecha siempre.

Este modo de pensar y de trabajar, que tenemos hace casi 60 años es el contrario entra en conflicto con la sociedad de consumo y con la economía del consumo, porque trabajar así no fomenta ni la fabricación ni la importación de materiales que producidos industrialmente y en mega escalas recorren el planeta a costos aparentemente baratos, pero es que al cabo son extremadamente caros en la suma global.

Y esto que hacemos y cómo lo hacemos podría ser una de las claves para respondernos por el ser americanos. Voy a poner un ejemplo.

Una joven arquitecta me contó una vez un viaje. Iba por las cumbres del altiplano americano en busca de un puente indígena hecho de raíces y ramas y trazos de árboles. En verdad ella iba en busca de la fiesta del puente, pues este se reconstruía todos los años (sin importar su estado) y esa reconstrucción —que no restauración ni remodelación ni conservación— era ocasión de una fiesta; a la que, por cierto, no podían asistir las mujeres. Esta fiesta es el rito, una antigua tradición, que es exactamente la misma de la que habla la nota anteriormente citada y que sigue dándose y ocurriendo en nuestra América. La demanda por el rito del inicio podría interpretarse como un modo de vida en el que importa más el hacerse de la obra que la obra en sí misma; que es preferible el estar haciendo constante la obra, que tenerla allí terminada, sólida y trascendente por los siglos de los siglos.

El poema insiste en esto cuando dice que “importa menos la hermosura que la ruta” (Amereida: Bitácora de la Travesía, nota 46):

“También el olvido es bello, olvidar, por ejemplo, que el arrojo es la travesía y no la vida de un obstáculo, en este caso, el perro. Pero la hermosura cuenta menos que la ruta y esto sí que es difícil aprenderlo. ¿Qué es la ruta? Es sólo seguir partiendo siempre, es mantener el rumbo abierto. ¿Será un comienzo sin fin, como el amor? Hacer tal ruta, abrir tal rumbo, tal vez de tales cosas, interrogaba Kant a los capitanes de barcos balleneros, aquellos que Melville dijo que buscaban la ballena blanca y tal vez Ajab sea el nombre de la musa de toda pura travesía”.

Sin embargo, me parece que no se trata meramente de ‘estar en obra’, aún cuando ese estado sí sea deseable y acaso un modo de vida digno y feliz para sostener y acometer la propia existencia o la de una comunidad. La naturaleza y fin de la obra, como la entiendo ahora, no es prevalecer. No es probar ser más poderosa y salir victoriosa contra las fuerzas que se le oponen, sino abrirle el mundo al ser. Y pareciera que el ser alcanza esa abertura cuando celebra el rito del inicio.

Toda obra podría requerir que la vayamos arreglando, transformando y modificando para mantenerse viva y evolucionando. Cualquiera que vive en una casa (o departamento o tienda o lo que sea) sabe de lo que hablo. Un hogar, para continuar siendo habitable requiere que trabajemos en su persistente mantención creativa (como la llamara Juan Purcell). Sin embargo no podemos confundir estas labores requeridas y necesarias, con el sentido último de una obra, que no puede ser repararse o refaccionarse a sí misma.

Se trata del rito del comienzo sin fin, como el amor. En Llancahué no queda nada ¿qué importa?, vayan a preguntarle a cualquiera de los que participaron de esa travesía si existe o no existe la obra de Quiaca; pregúntenles qué es el Pabellón Trapananda; si cambiarían algo de lo que allí vivieron, incluyendo las penurias. Pregúntenles si han valido las penas. ¿Será que aún hoy son visitados por aquella musa de la isla cuando están en medio del tráfago de las faenas que el oficio les exige?, ¿será que en ese entonces no comprendieron y que ahora esa musa del miedo del mar de Aysén los reconoce cuando se cruzan las miradas y rozan los alientos en esas ciertas distracciones extrañas que también abundan en toda vida cotidiana?, ¿y las gentes del lugar; también ellas quedan prendidas de alguna dimensión de nuestras obras? Es posible, pero a nadie podemos obligar. Además y por último algo material, en este caso, sí ha quedado en medio de la ruina. Hallamos intacta una de las placas (Descargar PDF) con un poema; una de las láminas que dejamos inscripta en una baranda del Pabellón. Contiene el poema hecho por todos en la phalène de Valparaíso de ese mismo año [5].

La recogimos, la llevamos hasta Vodudahue y allí la volvimos a inscribir. Significa esto que la palabra permanece y sigue fundando ¿será así como se cumple también la proposición del gran Hölderlin “was bleibet aber stiften die dichter”? Y vamos a ver ahora en Vodudahue si otras nuevas travesías continuarán fundando y abriéndonos, con sus obras, al ser.

San Ignacio de Huinay

En el año 1988 fue la primera travesía a San Ignacio de Huinay (fotografías en el flickr del Archivo:Histórico José Vial Armstrong). Antes era un fundo que pertenecía a la Universidad; 36.000 hectáreas disponibles para crear un gran centro de estudios y de investigación donde participasen todas las disciplinas y todos los oficios. Un lugar desde donde empezar a realizar la proposición poética de abrirle el mar a Chile y así construirle un nuevo destino. Un lugar desde donde podríamos trabajar y estudiar, e incluso vivir, intentando desvelar aquello de que en Aysén del Mar Nuevo la tierra es el mar; que lo habitable no está en la selva impenetrable sino en las aguas. En ese entonces no habían salmoneras, no habían ecologistas, no había nada de nada. Sólo los colonos intentando vivir y sobrevivir abandonados y olvidados por una nación que desprecia a la pobreza y a la lejanía.

En Huinay vivía un viejo carpintero de ribera, maestro constructor de botes. Él iba a enseñarnos a hacer una embarcación; un barco con el que podríamos saldar tanta deuda eterna con el mar; con ese archipiélago inefable. Y así fue. Comenzamos a ir todos los años, varios talleres y mucha gente. Construimos el Aula Espora, la calzada de Santa Rosa, la Sala Apollinaire, muelles varios, pequeñas turbinas generadoras de electricidad, esculturas, caminos. Y acampábamos y después nos fuimos quedando períodos más largos; algunos inviernos completos y todo el verano. Y comenzamos la construcción de la embarcación Amereida. Y seguimos construyéndola allí incluso después de la trágica desaparición de Don Checho en el mar. Hasta que la universidad decidió vender el fundo para pagar parte de sus deudas. Para el año 1998 había llegado a la región el ecologista estadounidense Douglas Tompkins. Él compraba y compraba tierras; más de 300.000 hectáreas que fueron rigurosamente despobladas para la conservación. Ahora visitamos las instalaciones de su Parque Pumalín; los viveros donde se reproducen especies como el alerce o el ciprés. Una maravilla tecnológica y ambiental, hecho todo sin fijarse en gastos. Todo impecable, pulcro, bien hecho. Y sin que de ello pueda beneficiarse persona alguna. Aquello es para la naturaleza, y el hombre no está incluido en ella.

Quiso comprar Huinay, que es una franja que le divide sus tierras en dos mitades, pero el gobierno de la época se opuso por razones geopolíticas y estratégicas. Y el gobierno le buscó a la universidad otro comprador. Resultó ser Endesa, que para esos días tenía que limpiar el desastre que la central Ralco, en el alto Bío Bío, había dejado en su imagen. El compromiso fue que se crearía una fundación dedicada a la investigación, el estudio y al desarrollo local. Al menos en el papel resultó ser así (Fundación Huinay). Pero nosotros quedamos afuera. Para siempre. Y ahora visitamos el centro y es verdad que hay biólogos marinos y científicos de todo el mundo (de hecho casi nadie habla castellano). Y es verdad que para los pocos locales que se quedaron hay empleo, pues son mano de obra. Y se publican bellos libros de mesa-de-centro con magníficas fotografías y sendos artículos en revistas de corriente principal. Pero yo nunca había visto un centro de investigación científica con instalaciones cinco estrellas, preparadas para recibir turistas de alto nivel. El encargado del centro no pudo recibirnos porque andaba con dos de los dueños de Endesa España (que ahora es de la Enel italiana) visitando los geisers de Porcelana. El centro tiene el olor de una fachada. El verdadero interés es atender a los turistas europeos y dueños de Endesa en un lugar que todavía es prístino.

Todo lo que la poesía propuso cuando estábamos yendo y habitando esos mares, ahora sí está sucediendo allí, aunque sea a contrapelo de los poderosos que usufructan de lo que la palabra ha abierto para la claridad humana. Y todo lo que dijimos que era posible hacer y realizar; todo por lo que éramos unos dementes soñadores e ilusos, ahora vemos como sí existe y a gran escala. Aunque constatemos con tristeza que nadie sabe para quien trabaja. Todo nuestro obrar se tornó efectivo y al parecer todo lo que hicimos resultó ser luz real y concreta y potente para que otros también vinieran a hacer lo que dijimos que había que hacer. Aunque tal vez haya muchos, los que desde siempre allí vivían, que pueden enrostrarnos la ingenuidad que provocó que al cabo fuesen expulsados de sus ancestrales lugares. Porque ahora es sólo para algunos, sólo para los ricos.

Nosotros hicimos una proposición poética y acometimos una empresa que nos llevaba el destino por delante. Todo lo que eso involucra ahora se está cumpliendo, aunque a nosotros nos hayan dejado aparte.

No nos queda más que volver a comenzar.

Notas

  1.  volver     hay un 
    llegar que es volver       aún más        todo llegar es un volver      así 
    como el alba es un perpetuo volver         nosotros vivimos orientados 
    por la palabra volver             en la resurrección volvemos a nuestra 
    carne      resucitar            ella es palabra real        palabra de rey 
    aquel que nunca se queda sin palabra          por ello     mañana parti- 
    mos para comenzar a recorrer américa            para alcanzar a llegar a 
    ella       para volver a ella.
  2. ver el ensayo La Huella de la Santidad de la Obra
  3. Mucho antes de que Aysén se llamara Aysén, en castellano se llamó Trapananda. ¡Qué bello y extraño nombre! Trapananda... Me sonaba, no se por qué, a palabra oriental, india. Me sonaba a nombre de imperio asiático legendario, como la Trapisonda de los Libros de Caballería y del Quijote. En ninguno de los diccionarios que consulté encontré nada que se le pareciera. Trapananda... Era como para creer que algún escriba aficionado a los anagramas la había incluido en un documento de la época para burlarse de nosotros. Pero no; aparece en varios escritos independientes; no es posible dudar de su uso generalizado como denominación de esta región que hoy llamamos Aysén, y que entonces –hablo del siglo XVI– era todo el oscuro país de naufragios y penas que iba desde la isla de Chiloé hasta el Estrecho de Magallanes. Trapananda... Me parecía, por otra parte, un vocablo no derivado de alguna lengua indígena: no me sonaba como suenan, por ejemplo, Traiguén, o Tralauquin o Trapalputra. Y si era, como lo creía, un nombre castellano, consideraba su dilucidación de primera importancia puesto que en él debía estar cifrado el origen de esta tierra, su aparición en la lengua con que aún la reconocernos y habitamos. Trapananda... No tuve mayor éxito en mis indagaciones hasta que encontré el nombre escrito de otra manera: Trapalanda. ¡Trapalanda! ¡Al fin! ¡Gracias a esa ‘l” la palabra adquiría un definitivo aire de denominación geográfica! Sí, la misma landa de Irlanda, de Holanda y de mil otras landas o tierras resonaba ahora en Trapa n/l anda. Así, me dije, todo el asunto esta en averiguar el origen y sentido de esas trápana o trápala iniciales, pues es claro que con ellas se pudieron formar trápana–landa o trapana–landa, las que luego, por economía de la pronunciación, terminaron en trapananda o trapalanda. Partí entonces al descubrimiento de estas Tierra de la trápana y Tierra de la trápala tan misteriosas, internándome en el gran diccionario de Corominas. Ambas palabras, según éste, derivan de trampa. ¿Te imaginas? ¡El primer nombre de Aysén había sido Tierra de la Trampa! ¿No es como para ponerse a mirar Aysén con otros ojos, más alertas, más recelosos? ¡Tierra de la Trampa! Pero aún hay más, porque, conservando el origen común en trampa, resulta que trápala significa ruido de voces, chisme, embuste, enredo, engaño, y que trápana significa cárcel, lugar de alboroto o escándalo. Así, desde el punto de vista etimológico, se puede decir que Aysén tuvo en su origen un nombre ambiguo: Trapalanda, Tierra de la Trampa–Engaño, y también Trapananda, Tierra de la Trampa–Cárcel. ¿Son todavía estas tres palabras, trampa, engaño y cárcel, luces potentes que iluminan la realidad de este territorio, y que aún hay que tener en cuenta a la hora de amarlo y convertirlo? Balcells, I. (1988). Aysén, carta del Mar Nuevo. Puerto Chacabuco, Pesquera Frío Sur.
  4. Sin embargo la Escultura Adagio Cumplido está prácticamente intacta. Este fenómeno no es aislado en cuanto a estas esculturas de gran tamaño de José Balcells que hemos erigido, justamente desde 2003, en las travesías en las que he participado. Podría plantear dos explicaciones al fenómeno. No son contradictorias entre sí. En primer lugar sucede que las obras son desmanteladas por acción de saqueadores; que no son sino gente pobre que utiliza los materiales para mejorar su precariedad. Entonces sucede que estas piezas escultóricas, aún cuando son de buenas maderas, no les sirven pues están 'talladas' o 'esculpidas' con cortes, sacados, relieves. Son material, que al estar elaborado, resulta ya deforme y no sirve para piezas tradicionales de casas comunes. La segunda posibilidad es que allí aún habita el dios del lugar. O al menos todavía suele hacerse presente y visitar, ¿será posible que las gentes que viven y que rondan estos lugares de travesía puedan sentir o presentir, aún sin saberlo, esta presencia de lo divino alojada en una obra escultórica abstracta? Ciertamente esta posibilidad es preferible y viene más a cuento, aunque por supuesto no puede ser ni comprobada ni racionalmente defendida
  5.  Poema de la Phalene de Valparaíso
    Martes siete de octubre de dosmiltrés
    
    va siguiendo sus pasos
    al componer la memoria
    la trama que me sustenta
    atravesar las manos, el ritmo
    el mundo abierto, el tiempo dividido, el viaje
    el tucán
    las líneas de la vida
    la pelota gris
    cráter erótico
    travesía incierta
    un camino una cáscara voladora
    caminos que convergen a un mismo punto
    arena en el follaje
    transparencia de los árboles
    el viaje, el inicio del encuentro
    ecuador, el sol de América
    donde entibia sus rayos
    por el viaje, por el comienzo
    mantenerse en el comienzo
    por el escudo de cristal que defiende nuestra mesa
    el destino se vuelve al origen
    se vuelve en el mar
    regreso al principio
    por la alegría celosa de la lluvia primaveral
    por el canto a las musas en las partidas
    por mi mujer… Elisa
    por el reunirse en la mirada de los abrazos
    los cuerpos
    por partir
    como parte el hacha el leño dormido
    innocence is not excuse
    por pertenecer a la phalene
    por el rumbo al desconocido de nuestras memorias
    por el viento que ondula nuestro manto protector
    por el destino entramado…
    saluda 

Bibliografía

  1. Autores, V. (1986). Amereida volumen II. Valparaíso, Taller de Investigaciones Gráficas, Escuela de Arquitectura y Diseño, PUCV.
  2. Balcells, I. (1988). Aysén, carta del Mar Nuevo. Puerto Chacabuco, Pesquera Frío Sur.
  3. Walcott, D. (1997). El Reino del Caimito. Madrid, Norma editorial.