Tres momentos

De Casiopea






TítuloTres momentos
Año1971
AutorGodofredo Iommi
Tipo de PublicaciónArtículo en Revista de Divulgación
RevistaRevue de Poésie N. 40
EditorialÉditions Ducros
ColecciónCiudad Abierta
CiudadBurdeos
Páginas152-172
Palabras Claveciudad abierta
Nota[[Nota::Versión original francés Trois moments; traducción de Manuel Sanfuentes.]]

Tres momentos. La imposibilidad prevista de una fecha; el valor propio de esta misma fecha. El nacimiento de una arquitectura; la transparencia o la latitud de Alberto Cruz. El acto filosófico, François Fédier, a plena vista. No puedes imaginar con qué atención (sin gravedad, distraído) me atrapó el día 20. La fecha vino de allá; junto al hogar poético preciso que se abrió un día para nosotros en Phalène («Dichtermut», el «lugar», etc.) y en la Revue de Poésie, nacida en esta luz (el primer número), además del secreto que por esta voz nos ha tocado a todos. Cada uno a su manera. Participar aquí del va-y-viene de un juego y (anti-juego) que hicimos el 70, e intentar (casi por instinto) no perderse ante la entrada de mil hechos prácticos mezclados. Pavor, fatiga, ira, desolación fueron inútiles. Más vano incluso mi entusiasmo, mis ficciones inteligentes, mi ingenuidad, mi flexibilidad. Inútil todo lo que pareciera depender de sí mismo, de su voluntad, de su más o menos gran aptitud y fuerza. Y todo será sin embargo incluido, como eso que es de todos, y nada de eso es causa directa o indirecta de nada. Es tan difícil no pensar en causalidades, que la sola sospecha de una realidad tal nos paraliza. Pero a cada paso el camino se abre; este artificio mental se deshace para indicarnos no que eso no existe sino más bien la simplicidad que se oculta definitivamente.

Poco a poco la fecha se convertía en clave. Ella se ha casi endurecido, convertida en superstición. Nada de lo previsto se ha cumplido. La fecha ha venido por ella misma. La fecha ha sido sostenida, incluso sin lugar ni tierra. En la disolución de lo esperado, culminación de meses de tensiones, excusas, trabajos, se produjeron dos hechos: el arribo repentino de François Fédier que ha impedido toda anulación, y la aparición de la fecha por ella misma sin dependencia a nada de lo previsto o planificado a su alrededor. La fecha tuvo lugar, en la isla de los pájaros, un roquerío cubierto de guano, con pájaros muertos esparcidos, con la gruta de los pingüinos. Cuando François Fédier leyó que un lugar no es un lugar, la palabra, casi inaudible inocencia, describía, es decir, deshacía, dejando todo en su lugar, puesta al desnudo.

En esos momentos, el día anterior, terminé con Edison Simons. Todo es posible salvo la mala fe poética en el juego poético. Cuando alguien es vencido por su propio alambique donde sus imaginaciones (fantasías) son tomadas por las «leyes de la tercera realidad», y se convierte con avidez en su propio hipócrita disfraz de víctima, entonces el aire libre lo descompone en su «verdad», y a partir de ese momento, hasta que Dios sepa qué detransmutación, cesa de estar con nosotros. Así Edison. Inútilmente se pensará en los factores sicológicos, etc. No se trata de eso. La realidad es que mientras me derrumbaba frente a la fecha ya casi inútil, Edison decidió (digo bien, decidió) suponerme trampas poéticas. Casi lo abofetee. Pero él, al darse cuenta de su decisión, al primer día de nuestro regreso al terreno, durante la tarde, se escondía detrás de la bebida y la oscuridad con un lenguaje literato de la peor especie, introduciendo en el campo del acto poético resentimientos intolerables. He visto y sabido de su actuar.

La virginidad existe en poesía. Todo se desgasta, se pierde, se encuentra, se funde, se arroja. No hay una relación que sea intocable, salvo esta nada que deja(r) intacta. Esta intocabilidad, amor, distancia desde la cual la piedad se extiende y abre la acogida, expulsa a quien no la reconoce. De ahí la ausencia de subjetivismos, y por lo tanto de objetivismo, en la poesía.

Algunos llaman a esto trascendencia, otros, luz del ser, otros armonía, etc.: la «virginidad», como hace más de 30 años, la Hermandad de la Orquídea la llamó, frente a «la inocente y peligrosa tarea» de Hölderlin, no se entrega, no se cambia, no se negocia, no se toca, no se viola. Ella es el juego riguroso de la libertad. Puede parecer implacable, pero no lo es. Ella solicita las espaldas de todo, –el lado invisible de no importa cual instantaneidad. Ella es intocable, no por prohibición o dificultad invencible, sino simplemente porque ella no tiene tacto. Ella misma no puede perderse, ella es el éter de Hölderlin. De todos y para todos, ella nunca adiciona ya que ella no opera. Nadie la puede perder. De ahí que no haya una violencia asesina imaginable. Ella es la transgresión misma, nunca las transgresiones. En este sentido Edison no puede hacer nada. Pero cuando, usurpando su punto de vista como si se pudiera ocuparlo, creemos saber y poder rechazar lo que ella no es, ¿qué sucede? Nada. La usurpación no se sostiene. Así aparece Edison bajo la fecha; fecha que se desplazó de todo lo previsto, que no abolió lo que se quería, pero ha excedido todas las suficiencias para manifestarse libre de la dependencia imaginada.

El 20 se dio por sí mismo, por su propia cuenta. En el oleaje melancólico nos sostiene fuera de lo que hemos querido. Él ha extendido su dulzura. Los telegramas llegaron, palabras reales de allá. Atravesamos el mar en barco entre bandadas de pájaros. «Ceñidos por las aguas» literalmente, nos reunimos, y el poeta que nos convoca fue escuchado. Así súbitamente se levantó otra manera (?) de orientarse.

He visto nacer estas cosas. Te cuento.

Estábamos dispersos en los dos niveles de la isla blanqueada en su mayor parte. La tierra al fondo. En la orilla un grupo agitaba grandes trapos a los cuales respondíamos, separados por el mar. Después de un tiempo, en una parte baja, nos reunimos. Ahí yo hablé. Los había llevado hasta ese límite. El acceso a la tierra que yo esperaba no sucedió. La poesía, ese día, tocaba ese límite. Lugar; «fórmula»: todo así, allí, tan plenamente real. Saber que el límite no es lo infranqueable, sino el advenimiento de lo que se abre. Que la abertura es latitud. ¡Allí, devuelvo el don que había pedido ya hace dos meses! Me aparto. Me oculto para permitirme algunas lágrimas; al regreso me entero que los otros han hablado. No sabían qué hacer. Alberto reordenó la orientación. Hacía falta situar en esta isla los puntos de orientación para la tierra. En un cierto desconcierto le pedimos que lo señalara. Alberto un poco sorprendido, y en una fatal distracción, dice: «Aquí». Todos se miran sin comprender. «Aquí», repite Alberto. Los cuatro signos que portábamos (lámparas con velas colgadas de diferentes colores) fueron reunidos ahí. «Aquí sea» –el lugar que no es un lugar. Nada que ver, entonces, con las «direcciones» (los cuatro puntos cardinales conocidos). Nada que ver con los «funcionalismos» climáticos o solares. El lugar que no es un lugar, el punto (para llamarlo de alguna manera conocida) que no está al centro de una periferia, que no establece, a partir de una superficie, altos, bajos o direcciones. Él surge de una concreta y precisa situación poética. La fecha, el 20, que nos toca allá y aquí, y también a tantos otros por todos lados, esta fecha que se aparta de lo pre-visto, justamente se hace de ella misma, cataliza su elementaridad sin igual (virginidad, latitud).

«Aquí ha sido dicho...» ¿Será ese el sentido de la palabra «Norte» en su significación segunda? Así emerge la iniciación; la huella. ¿Qué razón de más para darle razón al acto? La exactitud es difícilmente pensable.

Querido Jorge, ahora, poco a poco aparecen los hoyos que Alberto hacía en plena pampa de la Patagonia durante la Amereida. Me acuerdo de nuestro desconcierto allá. Tantos esfuerzos, tantas tensiones. Finalmente en la plenitud del mar interior, Alberto decía y se puso a hacer hoyos como un niño, y nos dejó indefensos, inútiles. Lo rodeamos. Sin más él abandona lo que hacía. Sale corriendo por el camino dando lugares. Y nosotros actuamos. Pero, frente a la supuesta horizontalidad, no sabemos más que hacer verticales. Frente a los sin-camino, el camino trazado. La inapariencia de dar a la horizontalidad su propio sentido enterrado en ella misma... La inclinación para verla (este hoyo como la lectura de las huellas) que hace de este suelo un cielo a explorar y a extender. El increíble anticonvencionalismo que el acto tan simple de Alberto ha descubierto, nos ha dejado fuera. Nunca he hablado de ésto. Hoy día lo hago. Lo he visto renacer en la isla. Así, simplemente, simple. ¿Cuatro puntos cardinales? ¡No! Pero tampoco Uno. Lo uno es función de otros. Simplemente: lo que ha sido dicho es desde aquí, concretamente. No puedo decir lo que es. Un modo de aparición que vuelve a dar el mar, las nubes, los pájaros, los seres humanos. Y a partir del acto de izar las velas, de la suerte visible detrás de algunos peñascos blancos desde la tierra, hasta abrir la tierra, así nacen las arquitecturas.

El día después fuimos al terreno. La amenaza de quien no quiera dárnoslo subsiste. Pero J., que está a cargo de la reforma urbana en Chile, está dispuesto a ayudarnos. El decreto puede pasar. Pero aún... me encargo del almuerzo. Me paso la mañana en eso. Llego al terreno, en un bosque de pinos. Todos llegan, cansados, con sed. Extendemos los manteles, servimos. Pero antes escuchamos a Hölderlin. Y comemos y bebemos. Desde muy temprano en la mañana todos trabajaban.

Mucha gente tiene miedo de nosotros. Los partidos políticos, en sordina permanecen escépticos y esperan nuestro fracaso. La universidad vacilante está en contra. Los padres y tías en contra. Con prudencia avanzamos sin detenernos. La ley de urbanismo establece que este lugar del terreno está reservado a futuras recreaciones (ocios). Habíamos pensado pedir otra destinación ya que no podíamos habitarlo. Pero acojo la designación. Por otra parte Alberto sabe tan bien como yo que la habitación nunca ha dado una arquitectura (el «problema habitacional»). Una ciudad no termina, pero comienza, por su ágora. Pero no sabemos más qué es el ágora; aquella de hoy día, por supuesto. En esta encrucijada muere el élan de Le Corbusier. El «corazón» de la ciudad nunca ha sido ni podrá ser la simple reunión de actividades diferentes. El corazón es mucho más que un órgano. Esta «ciudad abierta» comienza con su ágora. Pero la vida, el trabajo y los estudios son en verdad la re-creación misma. El ágora, decimos entonces, será situada en los bordes. No en dicha «tierra firme»; ella estará entre la gran duna y el mar. Ya no hay más valor, alto o bajo, solamente realidad emergente.

Consideramos el decreto. Permisos para clubes, albergues, hoteles, campings, actividad culturales, deportes. Nosotros traducimos: hospederías, teatros, tribunas, bosques, caminos, obras (eso que alguna vez fueron estatuas y frescos). Cenotafios de uso real (el de Henri será tribuna por ejemplo, así los muertos estarán entre los vivos). Y los campamentos serán talleres. Nuestra industria será audaz. Haremos incluso automóviles, incluido los motores; sin requerir concentraciones. No, ya no queremos cambiar la designación del terreno. Nosotros confirmamos un destino: la recreación. Mi querido, me quedo en la parte alta del terreno para filmar. Desciendo. Llego a las arenas. Siempre rodando el film. Las arenas devoran el ojo, no vemos nada. A cada paso todo se oculta. Me encuentro a alguien y le pregunto: ¿dónde está el ágora? «Atrás de esta duna», me responde medio escéptico: allí voy. Tan cerca del camino... Subo, llego a una pequeña colina separada por un pequeño valle y sobre la otra colina algunos trabajan con Claudio y Fabio. Hay dos trípodes de bronce emplazados a 7 metros de distancias uno del otro. Estoy desorientado. Pido a Fabio, pleno de sus infinitos pudores, transmitir la palabra de Alberto: el ágora no es puntual. Ella llena un largo y ancho dar-se (como un recorrido de múltiples situaciones). Hay que desplegar este lugar. Mirando hacia atrás, la montaña, el Mauco de 3500 metros de altura; y allá los pinos. Mirando hacia el mar la más amplia abertura se ve las dos ciudades (Concon y Quintero). Enfrente hay dos colinas bastante pequeñas. Entre ellas se ve la isla. Alberto ahí traza un fiordo. El mar entrará y será acogido, no solo desbordado o penetrado. Por otro lado, sembramos. Plantamos cien árboles. El ágora es todo. Ella estará entre los árboles, los caminos, cerca del mar; más allá de la vía férrea que atraviesa la duna. Y a este lado de la vía hasta el camino. Y entre las dos colinas vemos las velas que ayer fueron izadas en la isla. A partir de este momento bajo una carpa, sin detenerse, las gentes del taller de Alberto, la «Bottega», trabajan ahí mismo en las arenas. Desciendo hacia el mar, hay dos kilómetros de dunas. Miro mientras paso a los que plantan el bosque de la nada. Me aproximo a las colinas que se abren como brazos de una horquilla. En ese momento el sol se pone entre ellas. Me doy vuelta, la luna viene saliendo atrás del Mauco, luna llena. Un eje increíble atraviesa el terreno. La luna detrás de la montaña, frente al sol detrás del océano.

Esto no es un espectáculo, es el trazado de una ciudad que se hace a partir de este instante, suelo a suelo. ¿Tu comprendes? No salgo de mi asombro. La arquitectura: poner o sostenerla ahí y así la ARCHÉE. La tierra acontece a plena vista. La arena reduce las perspectivas, anula las distancias. El corazón no es puntual. Los cardinales no son cuatro. El punto no es una referencia a otro de la misma naturaleza. Llegada la tarde voy a buscar alimentos, siempre corriendo la película, ligado a esta tarea. Volvemos. Avanzamos solos, escuchando el rugido del mar. Nos miramos preocupados; Chile es país de terremotos. Subimos las dunas. El fotógrafo avanza, desaparece. Me doy vuelta agitado. Me llama. Corro. Entre los trípodes una larga cuerda de bronce canta. Para las lunas y las estrellas. Me quedo solo. Los demás se reúnen al fondo de las dunas alrededor de un fuego. Lloro, mi viejo. Me quedo dulcemente alejado. Todo es tan sin importancia. Parecido a los nacimientos. La voz del canto se modula, se calla, recomienza, se va. Ni signos, ni esculturas, ni edificios, ni poemas, otra realidad donde ellos lucen, desnudándose de nuevo. Claudio parte a Buenos Aires para hacer su última exposición. Él ha dicho: «Me instalaré en la ciudad abierta. Adelante. Ahora sé que cualquier dicotomía no tiene sentido». ¿Yo...?

Antes de ayer salió la ley. Increíble, mi querido, el Diario Oficial se equivocó de fecha, hubo que rehacerlo. Habíamos puesto como fecha el 30 de mayo en vez del 30 de marzo. Pero ahora hay un estatuto. Entonces el próximo jueves nos acercamos a la realidad jurídica del terreno. ¿Yo...? ¡Bien! Me incorporo a la Bottega de Alberto. La poesía estará para mí allí, en el gran oficio de la arquitectura.