Discusión:T3 POETICA MCyT - El acto de circular entre el paisaje y la ciudad. Del valor del paisaje al puerto

De Casiopea



TítuloEl acto de circular entre el paisaje y la ciudad. Del valor del paisaje al puerto
AsignaturaPoética General
CarrerasCiudad y Territorio
Alumno(s)Marcela castillo

EL ACTO DE CIRCULAR ENTRE EL PAISAJE Y LA CIUDAD - DEL VALOR DEL PAISAJE AL PUERTO


Desde el hallazgo de América, los españoles fueron extendiendo el territorio en medida que fundaban ciudades. Luego de su llegada, ya en 1493 comenzaron fundando, y desde Santo Domingo de Guzmán en la Isla de la Española, San Juan de Puerto Rico, la Habana, Cartagena de Indias, San Francisco de Quito, Lima, Sucre y Villanueva de la Serena iban sucediéndose una a otra a modo repetitivo las nuevas ciudades hispanas, guardando estructuras y formas similares pero reconociendo adaptaciones a la geomorfología de cada uno de los asentamientos.

En contra de ese lógico y continuo fundacional americano, y particularmente sin ser fundado, ya en 1542 se asoma la bahía de Valparaíso como lugar de llegada para los refuerzos de Pedro de Valdivia desde el Perú, instalándose en ese punto de costa el germen de un puerto-ciudad que hasta hoy nos sorprende con sus excepcionales formas de ser habitado.

Esa llegada desde el mar, fija una primera singularidad y levanta a Valparaíso imprimiendo su destino como puerto, el que puede interpretarse como una indicación sobre el territorio, conquista misma que funda, indicando un signo y una dirección. Este destino toma forma desde el movimiento, destino que circula, recorre, avanza; viene desde el mar para penetrar el territorio, navega desde las aguas del Pacífico subiendo los cerros de Valparaíso para mirar desde donde se proviene y hacia donde se desea partir.

Así como el mar trajo el destino, las aguas, el borde costero, los ríos y esteros, dan forma al circular en Valparaíso. Fluido que avanza en desde lo público, recorrer que tendría su origen, según Álvarez, L. (1) en remanentes naturales, que derivan del modo en que la ciudad se implanta entre los cerros y el mar reconociendo en los cursos de agua y el borde costero flujos innatos entre lo construido.

A modo distinto de cómo se concibe lo urbano en lo plano y lo extenso, es el territorio quien fue modelando la ciudad, y la forma adquirida expresa excepcionalmente la geografía que sus habitantes debieron incorporar, entre el puerto y los fuertes, los cerros y las quebradas, las dunas y los acantilados y los esteros y playas, simbiosis que determinó un paisaje urbano que alcanza incluso el nombramiento como patrimonio de la humanidad, exaltando particularmente como, según ICOMOS, “el carácter de la ciudad está dado por una continua respuesta al paisaje, la mantención del anfiteatro natural de su emplazamiento, la mezcla de diferentes tipos de edificaciones, y la persistencia de los rasgos urbanos característicos (escaleras, pasajes, etc.)” además de “la manera en que el diseño urbanístico de Valparaíso se ha adaptado a los requerimientos del sitio es completamente única en Latinoamérica, y que su arquitectura es muy diversa y rica, presentando desde grandes edificios públicos hasta edificaciones vernaculares” (2).

A pesar de no prever su forma, el crecimiento del puerto puede leerse tanto en sus elementos naturales como en los construidos. Al mirar la trama urbana destaca el vacío como estructura, donde la plaza, ordena y articula, y al repetirse va conformando una secuencia que extiende el dominio de lo urbano en Valparaíso desde el puerto, donde cada uno de estos nodos o rótulas, adquiere características funcionales, y formales dadas por variados factores, los que dan cuenta del particular contexto geográfico, la organización de los poderes en la ciudad y el entorno que se va sucediendo en la medida que se va elongando el centro hacia la periferia, ya sea ésta hacia el Plan, los cerros o el interior.


De la plaza al parque un paseo de combinaciones


En la plaza, pueden leerse o concentrarse los poderes que organizan y superponen intenciones sobre lo urbano. En su entorno, conformación y función aparecen tanto el poder religioso, el político administrativo, el judicial, el económico y el mismo poder social, quien se manifiesta en uso y goce del espacio.

Podría decirse entonces, como explica Hardoy que “esta saturación de funciones se da en sociedades que, aunque estratificadas socialmente, gestan espacios de interacción social” (3), siendo esta cualidad que contiene la plaza la que la determina como articulador urbano en las ciudades hispanoamericanas.

La incorporación de ‘el paseo’ como acto, actividad y lugar actúa como generador de nuevos espacios públicos en la ciudad e inicia un proceso de transformación funcional y formal de la plaza en lo urbano donde varios pueden ser los acercamientos que definen la transformación del espacio público, pero en el reconocimiento del acto de pasear es que se revela el traspaso de la vida desde el interior hacia el exterior, desde el salón al espacio urbano.

Desde una mirada higienistas, se aprecia una fuerte transformación del espacio urbano, donde el hedor, o pestilencia y calidad de inframundo que exponían las ciudades se transforma hacia espacios pulcros, sanos y limpios, incorporándose estos lugares que antes no eran considerados por la elite como apropiados para su uso o para el encuentro y que ahora se posicionan socialmente como áreas donde exhibirse y ser vistos, para reunirse y traspasar esas actividades como la tertulia, la música y representaciones dramáticas que antes se realizaban a puertas cerradas en salones de grandes viviendas, clubes o palacios, o en parques cerrados pertenecientes a los mismos feudos de la monarquía o la burguesía.

En cuanto a la forma, el transcurso de la plaza en Valparaíso al espacio público, discurre entre dos corrientes traídas desde Europa, la exaltación de lo sublime y estético de la naturaleza y la naturalidad que plantea el romanticismo versus la mirada racional, más científica y de orden que impone el neoclásico. Desde cierta perspectiva “la estética urbana como la oscilación entre la razón y la naturaleza” (4).

En la medida que la ciudad se va expandiendo, la plaza va transformando su calidad de núcleo urbano, y al ir apareciendo nuevos núcleos estos van especializándose o parcializándose según las características y funciones de los recientes sectores que articula. Es así como la pérdida de dichas funciones en la plaza, ya sea por cambio de redistribución de su forma, lleva como resultado final o tendencia a una progresiva restricción en su carácter de espacio de integración social.

El paseo como espacio urbano hace de conexión y vincula situaciones urbanas; hace de traspaso entre lugares distintos y arma la ciudad, se extiende con ella. Así es como los paseos más reconocidos en Valparaíso se estructuran a modo de ejes en el plan, uno vinculado a costa y otro hacia el interior: Hoy, Av. Brasil y Av. Argentina, ejes que fueron ornamentados según las tendencias de bulevares europeos, con plantaciones lineales de su arbolado y amplios espacios para el lucimiento social. Estos recorridos están asociados a las distintas actividades del puerto y la ciudad, transitando entre hoteles, bodegas, bancos, mercados y plazas, mientras por los cerros, el paso también discurre por esa geografía que siempre reconoce el puerto, circulando por calles empedradas, con barandas y balaustradas europeas, jardineras y arbolado mirando el mar.


El parque para el puerto – el árbol para el cerro


Visto lo anterior, puede decirse que el parque es esquivo en Valparaíso, esa gran extensión para la expansión del parque urbano no se da en el anfiteatro del puerto, pero esta misma configuración geomorfológica y urbana se ordena al modo con el que se conciben los parque en Chile, “como lugares de encuentro y vida social al aire libre y también como espacios de libertad donde el paseante ‘desaparece’ en la naturaleza, aunque esté al interior de la ciudad” (5).

Entonces, y una vez definido “el mar como el mayor bien de Valparaíso” (6) y la continua adaptación urbana a los cerros como valor excepcional del lugar, puerto y ciudad identifican su emplazamiento en el borde que consolida lo urbano-portuario y ese mar original, donde es el borde costero quien atrapa todas las miradas y todo acto busca ese vínculo primitivo con las aguas, las olas y el horizonte. Donde al mirar el crecimiento y extensión de Valparaíso puede verse como las plazas actuaron de nodos urbanos en torno a los cuales la ciudad extendía su forma y estas dan cuenta como se ordena una red de espacios públicos que vincula a la ciudad en ese borde de arriba y abajo, consolidándose entre ambos bordes paseos y recorridos que exploran Valparaíso desde “sus muelles y espigones para las faenas portuarias y sus playas y balnearios desde las Torpederas a Recreo”, entre las mismas plazas y edificios del Almendral y “en los bordes altos de los cerros con sus balcones y paseos” (7). 

Dicha red de paseos relaciona el cotidiano, el subir y bajar, el interior y la penetración al mar que destina al puerto. Y en ese espacio que goza la ciudad en lo público, Valparaíso adquiere característica festivas y recreativas que constituyen y contribuyen a la conformación patrimonial, donde entre calles y plazas, “la fiesta urbana, exalta la capacidad para expresar identidades complejas, fragmentarias y cambiantes, típicamente asociadas al caleidoscópico mosaico urbano” (8). Estas fiestas y celebraciones dan cuenta de la conformación espacial de la bahía donde la Quema del Judas baja de los cerros, Mil Tambores recorre el borde costero y la fiesta de San Pedro se vive en el mar, y también exaltan ese valor indicado por Purcell donde se consolida “este borde recreativo, cual espejo del borde marítimo que se extiende hacia el mar, se extendió hacia el país y luego al continente, constituyéndose en un borde recreativo de turismo internacional” (9).


Del valor ambiental a lo urbano – Metropolización del Gran Valparaíso


Luego de resaltar la historia, la forma, la plaza y la fiesta, en un afán antrópico de visualizar la multiplicidad de factores que configuran lo urbano, se distingue Valparaíso como unidad-o parte- dentro del Gran Valparaíso como “región urbana” (10), donde esa lectura desde el habitar humano (desde lo urbano relativo a la personas o al hombre) desconoce o ignora otros valores fuera de sí mismo.

Es así que pueden reconocerse los valores ambientales o ecológicos que poseen las partes vistas de la ciudad, o los valores de esas piezas ignoradas, las que desde el punto de vista científico son ineludibles, pero desde el punto de vista urbano no han sido considerados, y en el correr del tiempo se han invisibilizado, encubierto o sacrificado en búsqueda del ‘desarrollo’ de la ciudad o el puerto.

Esos elementos naturales, que en general no penetran lo urbano, pero en la conurbación del Valparaíso dan cuenta de esa particularidad que ha adaptado lo construido y ha conservado ciertas áreas de valor ambiental. Incorporados en lo urbano del Gran Valparaíso existen cuatro santuarios de la naturaleza (Dunas de Concón, Roca oceánica, Palmar del Salto, Acantilados Federico Santa María), un sitio prioritario para la conservación de la biodiversidad (Dunas de Ritoque y humedal de Mantagua) y la Reserva Nacional Lago Peñuelas (Reserva de la Biosfera La Campana – Lago Peñuelas).

Cómo reconocer, cómo incorporar, o el cómo permear estas áreas naturales hacia lo urbano, reconociéndose como zonas que rozan y habitan la ciudad y más allá del valor recreativo-turístico que dichos emplazamientos suponen, incluyendo su valor ambiental, educativo, social y cultural complementando los valores del ocio y dispersión necesarios desde lo urbano son algunos de los objetivos que pudiera perseguir esta investigación, además del cómo incorporar áreas de gran valor pero de extremo desgaste tal cual son las quebradas entre los cerros y los cursos de agua y esteros como articuladores a modo de costura urbana de ese arriba y abajo que siempre mira el mar. Pero develar el valor ecológico y dar cuenta de los servicios medioambientales que estos espacios verdes, o áreas silvestres protegidas poseen, levantando sus cualidades naturales sobre lo humano, será el afán de los párrafos siguientes.

Resulta difícil constatar estos indicadores puesto que existe una contradicción en los valores ecológicos del paisaje, donde gana valor esa perspectiva de césped bien contenido, arbustos ordenados y árboles en hileras contrapuesto con vegetación urbana asilvestrada o áreas naturales que invaden lo urbano, que a pesar de expresar “la vitalidad de los procesos naturales y sociales” (11) de áreas verdes urbanas son vistos como terreno baldíos o de poca mantención y cuidado. Esto derivado de la dicotomía pensada desde los conceptos de ‘humanidad’ y ‘naturaleza’, definiciones que contraponen lo habitado en lo urbano y lo natural en lo ‘no urbano’, en eso extendido más allá de la ciudad.

A modo general, son ampliamente reconocidos como servicios medioambientales de las áreas verdes su capacidades para mejorar la calidad del aire, aportar en el manejo climático y ahorro de energía de las construcciones, la protección de áreas de captación de aguas y el tratamiento de estas, el control de inundaciones y de erosión y el mejoramiento del hábitat de fauna silvestre y biodiversidad dentro de la ciudad (12), y uno de los elementos-o partes-que ordenan y estructuran eso natural, al menos desde la mirada del habitante urbano es el árbol.


El árbol, el bosque – “la emboscadura” (‘Waldgang’, 1951) (13)


Mirar el árbol implica siempre ver más allá de ese elemento vivo y vegetal que por definición primera se entiende. Desde lo definido por la RAE ya podría discutirse y cuestionarse el termino y sus acepciones, pues más allá de la “planta perenne, de tronco leñoso y elevado, que se ramifica a cierta altura del suelo” (14), “el árbol señorea en la botánica, la lingüística, la filosofía, pero también en la literatura, en la poesía y la pintura. El árbol, está presente en la medicina y la farmacología desde tiempos remotos. Sus derivados, están presentes a gran escala, en diferentes industrias. Pero también el árbol habla de genealogía, impregna las religiones, como es el caso en el Cristianismo, a lo largo de su historia, dónde el árbol es siempre referencia central: desde la cruz-árbol, el bíblico árbol del conocimiento, el árbol del bien y del mal, las genealogías, el árbol de Jessé, del cual la interpretación de Suger plasmada en el vitrail de la Basílica de Saint Denis, ha marcado el pensamiento cristiano, y una rica diversidad de usos (15).

La plantación de árboles en la ciudad responde, en general, a necesidades estéticas y formales pudiendo estos ser utilizados de manera aislada, formando pequeños grupos o en alineaciones de calles, principalmente pudiendo estos demarcar límites y zonas, proporcionar aislamiento o crear barreras visuales, proteger del viento, del sol, ornamentar o dar sombra en espacios de recreo y esparcimiento, como parques y plazas, etc.

En esta antropización de la mirada del árbol, éste se desarticula de su entorno y se vuelve objeto individual, y la ciencia que lo estudia como individuo es la arboricultura, quien procura gestionar pies individuales, principalmente emplazados en jardines o áreas urbanas, en pro de mantener y mejorar su estado fitosanitario, su longevidad y exaltar sus cualidades estéticas y ornamentales.

Otros enfoques científicos, estudian al árbol como comunidad. Las ciencias forestales se centran en el estudio de los ecosistemas boscosos, pero su énfasis principal apunta a los recursos naturales renovables conexos de ese bosque, y el vínculo con la sociedad, constituido por la economía y la investigación en miras de mejorar su rendimiento como ‘recurso’, mientras la silvicultura es la ciencia que se enfoca en el estudio, la formación y el cultivo de bosques, es el ‘arte y la ciencia’ del manejo de la foresta para la obtención de bienes y servicios más allá de lo meramente económico.

Pero, como dice San Bernardo de Claraval: “los bosques te enseñarán más que los libros. Los árboles y las rocas te enseñarán cosas que no aprenderás de los maestros de la ciencia” (16). Es así que el bosque puede representar un lugar que, desde lo cerrado y espeso, nos guía y nos permite a alcanzar nuestro propio camino. Puede mirarse como un estímulo a la acción psíquica-espiritual que permitiría la transformación de nuestro mundo.

Para Jünger, el irse al bosque o la ‘emboscadura’ como él la denomina, es “adentrarse de nuevo en la originaria profundidad, haciendo del bosque un refugio, un templo, de cada árbol una imagen sagrada, dentro del cual es imposible vivir en el tiempo cronológico, sino en el tiempo primordial o, lo que es lo mismo, en el ser sobretemporal, entre otras cosas porque el bosque no es un espacio profano, homogéneo, geométrico, sino el lugar elegido para esos encuentros con la realidad interior, donde uno siempre “está a cubierto”. Entendiendo así que, “hay bosque en los despoblados y hay bosque en las ciudades; hay bosque en el desierto y hay bosque en las espesuras; hay bosque en la patria…”


Una oportunidad para el paisaje, la ciudad y el mar


El pensar Valparaíso obliga a hacer revisión de la extensión que recorre la ciudad, sobrevuelo que hoy se extiende desde los acantilados en Playa Ancha hasta las dunas en Ritoque y Mantagua, y este mirar desde el origen los espacios públicos y recreativos también nos lleva a ver como desde las plazas se articuló el recorrer urbano y los paseos dieron forma a un andar que se configura desde la morfología de la bahía en búsqueda del mar y los cerros.

Hoy, esas plazas que en el pasado se ordenaban al interior de la ciudad, en el plan, asoman en su divagar hacia el mar, pues el primer impulso busca ese destino que da forma a Valparaíso, y buscan acercarse al borde para recorrer el mar en un afán ilusorio de configurar el borde costero como plaza larga o costanera de la ciudad.

Pero ese recorrer no nace en la plaza, esta es solo una parada intermedia, una pausa en el llano que permite, al que baja de los cerros, ordenar el paso de la pendiente para luego avanzar y continuar en su búsqueda del borde costero. Tal como repara A. Cruz, “la vida está en circular” (17) y en Valparaíso ese circular baja de los cerros en asomo al mar y su orilla y sube al mismo cerro a abalconarse a ese mismo mar.

Es así como mirar en Valparaíso no requiere ver el Pacífico desde todas sus vistas, más bien, implicaría el recórrelo en toda su dimensión más que solo considerar de donde o hacia donde se mira, el andar por su extensión y reconocer sus espacios de permanencia y circulación más allá de ese borde costero que atrapa junto al mar o ese balcón que lo distingue desde la lejanía. Donde sí “las palabras van moviéndose con la nave, el lugar de la palabra es el bosque” (18), y ese bosque que acompaña la bahía puede intentar ordenar ese recorrido, donde los actos dan cuenta del circular, el tiempo, la presencia de la naturaleza y lo urbano, haciendo del árbol una reclamación ordenadora del habitar Valparaíso.


Referencias:

1. Origen de los espacios públicos en Valparaíso: el discurso higienista y las condiciones ambientales en el siglo XIX. Álvarez, Luis. 4, 2001. 2. EducarChile. www.educarchile.cl. ¿Cómo llegó Valparaíso a ser patrimonio de la humanidad? [En línea] [Citado el: 21 de octubre de 2015.] http://www.educarchile.cl/ech/pro/app/detalle?ID=76661. 3. Hardoy, J.E. Impacto de la urbanización en los centros históricos de América Latina. Madrid : Colección MAPFRE, 1982. 4. Historia del urbanismo en Europa 1750 - 1969. Gravagnuolo, B. Madrid, España : Guis, Lazerta e Fgli, 1991. 5. Laborde, Miguel. Parques de Santiago. Historia y patrimonio urbano. Santiago : Midia comunicaciones, 2007. 6. Purcell, Juan. Visión de Valparaíso [1953-2011]. Valparaíso : Ediciones Universitarias de Valparaíso , 2014. 7. —. Visión de Valparaíso [1953-2011]. Valparaíso : Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2014. 8. Fiesta, ritual y símbolo: epifanías de las identidades. Homobono, José. 26, s.l. : Zainak. Cuadernos de Antropología-Etnografía, 2004. 9. Purcell, Juan. Visión de Valparaíso [1953-2011]. Valparaíso : Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2004. 10. Forman, Richard. Urban regions. Ecology and planning beyond the city. Cambrige : Cambrige University Press, 2008. 11. Hough, Michael. Naturaleza y ciudad. Barcelona : Editorial Gustavo Gili, 1998. 12. El papel del sistema de espacios verdes en la multifuncionalidad del paisaje urbano. Aplicación al área metropolitana de Sevilla. Ramos, Jesús. Sevilla : Departamento de Geografía, Historia y Filosofía. Universidad de Olavide. 13. Jünger, Ernst. La emboscadura. Barcelona : Tusquets editores, 1988. 14. Española, Real Academia. Diccionario de la lengua española | Edición del Tricentenario. [En línea] [Citado el: 22 de Noviembre de 2015.] http://dle.rae.es/. 15. El árbol en la confluencia de la poética y la antropología de lo imaginario. Lapoujade, María Noel. 7, Montevideo : Intituto de Educación de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Universidad de la República, Uruguay, 2013. 16. Memorias del primer coloquio del Seminario Interdisciplinario de Estudios Medievales. Los ermitaños, un tópico literario en la Edad Media. Rubial, Antonio. iudad de México : Universidad autónoma de México, 2010. http://siem.filos.unam.mx/. 17. Cruz, Alberto. Estudio urbanístico para una población obrera en Achupallas. Cuadernillo tema Ciudad, Magister Ciudad y Territorio. Valparaíso : s.n. 18. Jünger, Ernst.