Prólogo. Libro Fotografías de Valparaíso, de Juan Hernández

De Casiopea





TítuloPrólogo. Libro Fotografías de Valparaíso, de Juan Hernández
Año2014
AutorJaime Reyes
Tipo de PublicaciónPrólogo
Editorial[[Editorial::[ead] Ediciones]]
Edición1
ColecciónAHJVA Catastros
CiudadValparaíso
Palabras Clavefotografía, Valparaíso
Área de InvestigaciónEducación, Espacio y Aprendizaje
LíneaForma y Expresión
Carreras RelacionadasArquitectura, Diseño, Magíster

Prólogo. Escrituras de la luz.

Los griegos no conocieron la fotografía, pero de haberlo hecho, tal vez la hubiesen llamado la “escritura de la luz”. Eso es lo que exacta- mente hacen éstas y acaso todas las fotografías y por ello en esta Escuela somos afortunados, pues durante muchos años –décadas– tuvimos a alguien dedicado, en preocupación y pasión, a escribirnos con la luz.

Casi la totalidad de las miles de miles de fotografías del Archivo Histórico José Vial Arm- strong fueron tomadas y reveladas por él.

Don Juan Hernández dedicó su escritura de la luz a escribirnos a nosotros, a este pueblo poé- tico, en sus quehaceres y aconteceres. Es decir, en su tiempo y lugar. Su tiempo que era y sigue siendo el juego en los vientos efímeros de la palabra de la poesía, y su lugar que fue y sigue siendo, esencialmente, los obrares leves de los oficios en Valparaíso y en las arenas.

La escritura de la luz tiene el don de recoger el tiempo y el lugar al unísono. Al reunir asombrosamente en un rayo único, fulgurante e inextinguible estas dos dimensiones, tiempo y espacio, nos permite creer y comprender a esos antiguos que no se dejaban fotografiar porque las fotos se quedarían con sus almas. Pues eso ha hecho Juan Hernández, y esta Escuela le rinde un homenaje eterno, porque con su escritura de la luz nos ha regalado con la revelación de nuestra propia alma.

Las fotografías de Juan Hernández pueden y consiguen, además, aquí y ahora, sobre y du- rante el más puro de los presentes, que nuestras voces, las de la Amereida, indicadas como un can- to y realizadas como obras de arte, sean acogidas por la memoria.

Godofredo Iommi M., en su texto Hay que ser Absolutamente Moderno, recogía un relato acerca del comienzo del mundo:

Zeus termina la construcción de un mundo. Todos los dioses están presentes. Sobreviene un admirable silencio, estupor ante la belle- za de lo construido. Entonces Zeus pregunta a los dioses si falta algo para que la construc- ción sea perfecta. Los dioses convienen que algo falta. ¿Qué? Falta la palabra, pues sólo la palabra elogia. Y entonces Zeus crea las Musas.

¿Por qué traigo ahora este relato? Porque la madre de las musas es Mnemosyne, y ese nombre nosotros lo hemos traducido como memoria. Sucede entonces que la memoria no es sólo una facultad intelectual, no es la depositaria de un conjunto de recuerdos, no es un receptáculo en donde se ordenan los fenómenos del tiempo pasado. Es la madre de las musas, a quien le son debidos todos nuestros elogios, es decir todas nuestras obras, del oficio que sean.

¿Por qué hemos de ofrecerle siempre el fruto de nuestros quehaceres y aconteceres? Porque la memoria es quien nos permite volver, y “nosotros vivimos orientados por la palabra volver, como en la resurrección volvemos a nuestra carne”[1]. Resucitar; vencer a la muerte. Lo contrario de la memoria, de Mnemosyne, es la amnesia. Pero esto no es el olvido de las cosas, no es perder o extraviar los recuerdos. Es no saber quién uno es. Y no saber eso es la muerte.

Mnemosyne entonces anula las divisiones ordinarias del tiempo y lo abre, con una incisión radical y refulgente. Al abrirnos nuevos modos del tiempo podremos, siempre y cada vez, “comenzar con gracia otro pasado”[2], o vivir el presente como un regalo o concebir al futuro ya no como una amenaza. Pero para llevar a cabo estos modos, estos intentos, se requiere coraje; esto es un temple en el corazón. Hay que vestirse de héroe para llegar al fondo de un oficio. Valgan estas palabras como elogio al sacrificio de los hombres, las mujeres y sus familias, que hace más de medio siglo se atrevieron a encomendar el fruto de sus vidas, sus trabajos y sus estudios a Mnemosyne en nuestra Escuela, en nuestra Universidad y en nuestra América. Esta es nuestra heredad.

Agradecemos a Juan Hernández que haya acogido y recibido, especialmente a Valparaíso, en el corazón de su oficio, porque en ese acoger nace el tiempo de nuestro puerto. Es lo que nos ha permitido, a nosotros, permanecer en lo más propio de una ciudad, y de paso es lo que deja que Valparaíso conozca su íntima inmanencia. Es decir, le permite permanecer en sí mismo.

  1. varios autores. (1967). Amereida. Santiago: Editorial Cooperativa Lambda. Recuperado de http://wiki.ead.pucv.cl/index.php/Catálogo#Amereida
  2. Ibid