Para un Punto de Vista Latinoamericano del Océano Pacífico

De Casiopea
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TítuloPara un Punto de Vista Latinoamericano del Océano Pacífico
Año1971
AutorEscuela de Arquitectura UCV
Tipo de PublicaciónArtículo en Revista de Divulgación
RevistaRevista de Estudios del Pacífico N.2
EditorialCentro de Estudios del Pacífico
Edición1a
ColecciónOficio
CiudadValparaíso
Páginas7 a 27
Palabras Claveocéano pacífico, américa, mar interior, constel
PDFArchivo:OFI 1971 Puntovista Pacifico.pdf
Carreras RelacionadasArquitectura, Diseño Gráfico"Diseño Gráfico" is not in the list (Arquitectura, Diseño, Magíster, Otra) of allowed values for the "Carreras Relacionadas" property., Diseño Industrial"Diseño Industrial" is not in the list (Arquitectura, Diseño, Magíster, Otra) of allowed values for the "Carreras Relacionadas" property.
NotaResumen del trabajo presentado por la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso a la Conferencia del Pacifico, realizada en Viña del Mar, en 1970.

Introducción

Es necesario indicar, aunque sin contornos rigurosos, la noción a que se refiere el presente trabajo cuando discurre acerca del Océano Pacífico. Apartándose de cuanto indica la denominación habitual, se refiere a la masa oceánica que ocupa aproximadamente la mitad del globo terráqueo, masa contorneada por los continentes antártico, australiano, asiático y americano. El concepto de Océano Pacífico, que aquí se adopta, surge a partir de la expansión europea; pues bien podría pensarse otro –aunque ya impropiamente llamado Pacífico– a partir de la expansión polinésica que nos ofrecería otra noción y contornos diferentes. Las razones para ambos supuestos adoptados, masa oceánica y contornos, se fundan en una apreciación de nuestra realidad contemporánea de latinoamericanos. La noción del Pacífico surge con y tras la aparición de América como continente y es a partir de ese hecho que el océano como tal es reconocido y revelado por las primeras navegaciones españolas y las posteriores, rusas e inglesas, hasta el descubrimiento y ocupación de Australia. De ese y no de otro modo el océano se incorporo al “mundo” que por primera vez tomo, con ello, conciencia de su totalidad terráquea.

El presente trabajo apunta a esclarecer un posible fundamento para encarar y pensar el Pacifico desde un punto de vista propio de América Latina y, en consecuencia, tratar con ello de obtener una mayor precisión acerca de su destino. Dentro de ese contexto se intenta dar un tono y la parte que a Chile –según su conformación histórica– pudiera corresponderle. El trabajo escurre, pues, sobre algunas preguntas que lo ordenan, por ejemplo: ¿Qué es y qué ha sido para América Latina el Océano Pacífico? ¿Permiten esas características una comprensión actual del océano y ofrecen alguna perspectiva? ¿Qué implican para el continente latinoamericano y sus países? Una comprensión latinoamericana del Pacifico, ¿abre la posibilidad de rever la propia continentalidad y, por ende, un modo propio de comprender el mundo? Lejos de pretender y mucho menos dar respuestas exhaustivas, conviene declarar que este trabajo fue suscitando en su transcurso tales preguntas y abriendo un campo que puede, tal vez, ser fecundo. Desde dicho campo pueden pensarse, acaso, direcciones para el desarrollo de América Latina que afectarían, no sin hondura, las políticas nacionales de los países del continente, orientaciones científicas, técnicas y vislumbres poéticas. Desde ya podemos adelantar, a guisa de experiencia, que tales preguntas y preocupaciones orientan los estudios y trabajos de la Escuela de Arquitectura y del Instituto de Arte de la Universidad Católica de Valparaíso y que ya ciertas obras en sus campos respectivos fueron estudiadas y propuestas, cuando no realizadas.

¿Qué es y qué ha sido el Océano Pacífico para América Latina?

Se suele decir, y no sin extremado rigor, que algo cobra plena realidad y vigencia cuando existe y es dicho con plenitud en la lengua que conforma un determinado pueblo. Inoficioso seria dar aquí la larga bibliografía que abona semejante afirmación. Ese extremado rigor y esa veraz plenitud dentro de las lenguas son propios de la poesía; pues, los trabajos científicos, por ejemplo, constituyen sus propios lenguajes y no exigen, de suyo, esa plenitud y ese rigor. Dentro del ámbito americano cabe aquí, respecto del Océano Pacifico, la primera y fuerte constatación. Entre las lenguas americanas, únicamente en la anglo-norteamericana el Océano Pacifico esplende y de un modo muy particular, especialmente, en la celebre novela épica “Moby Dick”, de H. Melville, al punto de constituirse (y abundan al respecto impecables análisis) en real palabra o mito. Baste recordar la. precisión con que se refiere a Melville otro gran poeta norteamericano de este siglo para medir el vigor de su presencia. Dice Hart Crane en su poema “At Melville's Tomb”: «Compass, quadrant and sextant contrive / No farther tides... High in the azure steeps / Monody shall not wake the mariner. / This fabulous shadow only the sea keeps». En cambio, en la lengua hispanoamericana, en ese nivel, la característica fuerte es la real carencia de auténtica palabra poética que se constituya en mito real (nunca se trascendió un variado adjetivismo).

Este hecho se verifica en las lenguas mencionadas aunque, desde mucho tiempo antes que los anglo-norteamericanas, los precolombinos y los hispanoamericanos navegaron esos mares. Al punto que la lengua hispanoamericana lo revelo como Océano Pacífico y si existió en las lenguas precolombinas no constituyó herencia.

A partir de semejante constatación, inherente en nuestra propia lengua (la luso-brasileña inclusive), hemos tratado de verificar con un corte histórico que va desde el origen. mismo del Océano Pacífico, como tal, hasta nuestros días, las peripecias de esa carencia. De suerte que si ella se muestra efectiva, la concreta existencia del Pacífico para América Latina seria propiamente una carencia.

¿Que significa ser propiamente una carencia?

Cuando algo se manifiesta a si mismo como carencia, es decir, comparece de ese modo y no de otro; implica, antes que nada, reconocerlo así. Ese reconocimiento abre un campo que plantea su urgencia, su llamado en cuanto que es carencia; es decir, oculta vocación (llamado) –oculta por incumplida– y que en las actuales circunstancias históricas podría constituirse en verdadera fuerza de orientación para América Latina.

Aparición del Océano Pacífico: La Carencia como Desconocido

La aparición del Océano Pacífico va indisolublemente ligada a la sorpresiva irrupción de América como continente. Para lo que nos interesa, cabe anotar que desde la caída de San Juan de Acre (1291) Europa se tiende hada el Oriente, afrontando la exploración de rutas desconocidas (los hermanos Vivaldi, Malocello, Marco Polo, y otros). Lo desconocido reanuda la aventura europea y tras la caída de Constantinopla (1453) y consiguiente bloqueo otomano, lo desconocido como figura culmina en la empresa científica de la Escuela de Sagres y sus audaces exploraciones geográficas. El hombre europeo-mediterráneo que se gobierna según un solo polo –su norte– en su marcha hada el Oriente vuelve su cabeza a zonas del Sur ignoradas dentro de su mundo. Allí caben las rutas posibles por el mar “tenebrosum”, la de los “sargazos”, las zonas “perustas” cuyas temperaturas quemarían todo lo viviente. El mundo cobra una nueva imagen mas definida de lo que a primera vista parece. Lo conocido esta al Norte del Cabo Bojador y lo desconocido esta al Sur del mismo. El Sur se abre como lo hórrido y posible fin del mundo, renovando, en cierto modo, la autentica palabra o mito de las antiguas columnas de Hércules. Después de treinta anos de infatigables exploradores, Bartolomé Díaz alcanza el Cabo de Tormentas o de Buena Esperanza y da lugar a la proeza de Vasco de Gama y Camoens quienes, sorteando el bloqueo otomano, alcanzan y dicen la nueva ruta, por el sur de África; que une Europa al Oriente. La aventura, que implica lo desconocido, cobra su mayor relieve y la búsqueda del trayecto más corto por el camino más imprevisto alcanza su realidad. La fórmula colombina de “buscar levante por poniente” revela el Sur y se vuelve empresa, contra todo prejuicio y prudencia, en el pensamiento imperial europeo confiado a Portugal y España. Cuando Colón llega a tierra firme llega a Catay y tras sus viajes de ida y vuelta muere convencido que la propia España es ya alcanzable andando por tierra firme a partir de nuestra actual isla de Cuba.

El Pacífico no existe aún. A base de equívocos o tentativas, la carencia, cerno desconocido, sigue convocando y atrae empresas. Por otra parte, el mundo pre-colombino no tuvo nunca la idea de continente a pesar de sus imperios territoriales. Y de tales mundos no se derivó nunca la forma contemporánea de globalidad. El Sur se levanta como lo desconocido y buena prueba da Balboa cuando descubre el nuevo mar y así lo llama, por desconocido, tomando como referencia el mar del Norte (en el acta del descubrimiento, para verificar que se trata de un mar y no de algo diferente, los allí presentes prueban las aguas salinas para constatar, por semejanza con el Mar del Norte, esa realidad). La dirección imperial que viene de Europa hacia el Catay es tan firme y decidida que aún cuando Vespucci revela la existencia de un mundo nuevo o continente, el mayor esfuerzo tiende a dejar a éste de lado para hallar el paso que conduzca a Catay. Por esa razón el continente nuevo es recorrido periféricamente por el Atlántico y en medio de equívocos tienen lugar descubrimientos e iniciales conquistas (baste recordar, como ejemplo de equívoco, la exploración del actual Río de La Plata considerado como posible paso). América Latina guarda hasta hoy esa impronta periférica que señala profundamente su lata dependencia y su incapacidad para asumirse a sí misma como continente. La fecha culminante de este proceso es la que revela el paso buscado. Magallanes en 1520 entra de pleno en lo desconocido atravesando el estrecho en una extrema latitud. Puede decirse con toda propiedad que el Océano Pacífico nace de la singladura de su nave (Pigafetta consigna ese nacimiento y la razón de su nombre).

Así aparece el Océano Nuevo. El 6 de septiembre de 1522, Sebastián Elcano entra en Sanlúcar. El mundo terráqueo asume, por primera vez en su historia la conciencia de su globalidad real y ésta surge ligada para siempre a la aparición del nuevo continente americano que revela, a su vez, ese nuevo mar desconocido que es el Océano Pacífico. El Sur yace unido a la significación de nuevo y desconocido; de una carencia que convoca, prácticamente, hasta nuestros días. Y así lo es en cuanto su referencia constante la da el Norte dentro de cuyo orden y dependencia se ofrece como juego de fascinación y horror. La peripecia de tal fascinación y de tal rechazo, diástole y sístole de la carencia, puede seguirse a través de abundantes documentos y nutrida bibliografía, hasta la aún fresca mitología para inmigrantes que dice una América como lugar de fortunas o como mundo ineficaz y estéril.

La Carencia en la Constitución del Océano Pacífico

Tras su aparición y a través de un largo proceso que va desde 1520 hasta la última guerra mundial (específicamente el momento de la guerra yankee-japonesa) el Océano Pacífico se constituye en plenitud. Su real figura comparece en la época misma que inaugura la bomba atómica y asciende hoy, incuestionablemente, como factor decisivo en la forma socio-política que ha de tomar el mundo. Para abarcar de una rápida mirada la carencia como factor en ese vasto proceso será necesario sacrificar matices, detalles y múltiples significaciones particulares ricas en consecuencias. A fin de simplificar el cuadro y exponiéndonos a los riesgos propios del caso, consideremos hipotéticamente ese proceso dividido en tres momentos.

Primer Momento

Enmarcamos este primer momento entre 1520 (viaje de Magallanes) y el último viaje del Galeón de Manila (aproximadamente en 1815); lapso que cubre aproximadamente 300 años. La penetración, exploración, consolidación de rutas oceánicas tuvo como base-madre a España (puerto de Sevilla) y como frente a las colonias españolas de América, según dos puntos principales: el virreinato de Nueva España (México) y el del Perú, concorde con la idea imperial de Carlos V. Este frente tiene la más larga costa que jamás se haya tenido sobre océano alguno, costa que va desde el estrecho de Magallanes hasta Nutka, al Norte de California. El propio Hernán Cortés piensa que la Nueva España es el punto central de comunicación Este y Oeste y abre México a esa configuración de paso “urbanizado” entre España y el Mindanao. A los viajes con base española, como los de Loaiza y Alcazaba, hay que agregar la exploración y navegación que dura 36 años para consolidar la ruta de México a las Filipinas.

Los viajes de Saavedra, Grijalba y Legazpi, entre 1527 y 1563, establecen la ruta permanente del célebre Galeón de Manila. Por otra parte, desde la base colonial del virreinato del Perú, Mendaña y Quiroz en 1566 y en 1605 tratan de abrir y establecer una ruta al Oriente; pero sus tentativas fracasan, pues, tales rutas no tienen “retorno”.

En 1728 Bering descubre el estrecho que lleva su nombre y Rusia asume los derechos sobre el mismo y la zona. Entre 1769 y 1771, Bering y Chirikov navegan el extremo Norte y establecen un comercio moscovita con los aborígenes americanos del Norte. Los ingleses, con las navegaciones del capitán J. Cook, en sus dos primeros viajes en 1768 y 1773, recorren lo que es propiamente el Pacífico austral por zonas no navegadas ni dominadas aún por europeos. Reconocen la Polinesia y encuentran el continente buscado, Australia y Nueva Zelandia. La primera característica de este lapso es el menor peso que tiene la comunicación de Este a Oeste por vía del Pacífico, comparada con la comunicación europea a través de las rutas que alcanzan por el Atlántico el Indico y la reapertura de rutas terrestres. El Pacífico sigue siendo durante todo ese tiempo un enigma, pues se presenta como una empresa excesiva y de incierto resultado. Su característica de carencia es evidente si se piensa que durante los comienzos aún se considera la zona de América del Norte como una prolongación natural de Asia, al punto de llamarla Asia Magna o India Boreal y que la parte oceánica correspondiente se la denomina Mar Asiático. Por otra parte, la ruta del Galeón de Manila se puede establecer con regularidad, porque los vientos y las corrientes aseguran su tornaviaje; en cambio las rutas posibles del Sur arrojan a la lejanía sin posible tornaviaje (que no permite el retorno por las rutas de un Mendaña o un Quiroz). Lejanía corregida continuamente en las disposiciones precisas y prudentes de las Leyes de Indias en su visualización de conquista y que es, además, sinónimo de pavor. El Sur yace así aún entregado a lo desconocido; porque su navegación quiebra las normas que obligan a exploradores y conquistadores a regresar a sus bases cuando hayan gastado la mitad de sus bastimentos y la tierra abordada no supla lo necesario para poder continuar. No deja de llamar la atención que, durante el lapso de 300 años, Europa únicamemte haya podido constituir una sola ruta regular a través de este océano y que dicha ruta tuviera lugar en la zona del hemisferio Norte del Océano. De hecho, el Sur persiste con su condición de desconocido, en cuanto carencia, en este momento de su constitución. Además, cabe señalar que fuera de la concepción polinésica ninguna de las grandes islas o naciones asiáticas ni sus inmensos imperios construyeron el océano.

Segundo Momento

Lo establecemos entre las fechas que marcan las independencias americanas y la última guerra mundial. Este período comprende, aproximadamente 120 años, y su característica principal es que en el Hemisferio Norte una gran nación –EE. UU.– se afirma sobre dos bordes oceánicos (Atlántico-Pacífico) y, por otra parte, la pérdida de la continentalidad –y con ello la de toda tierra con ambos bordes– para toda la América Latina. Podría considerarse aquí la peculiar situación de Méjico y las pequeñas y múltiples naciones de Centroamérica. El análisis de esa peculiaridad excede los marcos de este trabajo. Cabe recordar, en cambio, que los norteamericanos, cuando todavía distaban de ser una nación con borde sobre el Pacífico, contaban ya con incursiones temerarias de sus empresas balleneras que lo incursionaban doblando el Cabo de Hornos y llegando hasta las costas mismas de California aún mexicana. La Independencia en América Latina, según la concepción que puede centrarse en San Martín y O’Higgins, mantiene la unidad continental y utiliza el Pacífico como clave para obtenerla, aunque como vía litoral. El bloqueo casi invencible que es el altiplano boliviano para las tropas libertadoras que pretenden dominar el centro de poder que es Lima, arroja con audacia al paso de Los Andes y a la ocupación y navegación del Pacífico desde Valparaíso hasta El Callao –gobernando así la tierra por el mar. Ese sentido también cobrarán las guerras con Pareja y Gaínza al frente de las tropas realistas. En cambio, Norteamérica avanza desde su borde atlántico y domina paso a paso un territorio inmenso hasta el borde del Pacífico, conquistando una continentalidad que para ella se manifestaba como carencia. Por otra parte, cabe anotar con todas las prudencias, pero sin ningún prejuicio, que para Bolívar más que la libertad de todo el continente, interesaba –no sin genio– la constitución de una Gran Colombia que era, de hecho, el primer gran estado americano con dos grandes frentes marítimos: Pacífico y Atlántico, y un borde constante por el Caribe. Una sopesada lectura de su correspondencia pone de relieve esta concepción, al punto que su colombianismo, en este sentido plenamente consciente, se antepone a todo otro interés. Bolívar ve claro la importancia decisiva de Panamá como paso y llave entre ambos océanos; tiene conciencia de la continentalidad que no debe perderse y para ello no vacila en ponerse tras la singladura del imperio inglés, a su remolque, y cuida con excesiva prudencia las relaciones con el emperador portugués instalado en el inmenso Brasil.

Pero Bolívar, que con cuidado vio y comprendió la fuerza de Iturbide, unificador de una gran potencia que podía ser México, fracasó y fue, a su vez, un factor preponderante en el fracaso de la concepción de San Martín y O’Higgins. A partir de aquel momento, hasta hoy, las políticas exteriores de los países latinoamericanos siguen esa impronta sin poder superarla. La fragmentación del frente latinoamericano en el Pacífico implicó, a su vez, la pérdida de toda navegación regular que atraviese el Océano de Este a Oeste y la desvinculación lógica con Manila. Con ello aparece la Cordillera de los Andes como marca divisoria –y aún persiste ese carácter– entre el Atlántico y el Pacífico. América Latina, a partir de ese momento, queda enteramente condicionada por el Norte, al punto que su tráfico marítimo no es sino un tráfico atlántico y no del Océano Pacífico. El Océano queda librado a las potencias europeas y cada vez con más realidad y propiedad a la nueva nación que asomó, la más tardía, a ese mar: EE. UU. Pocas veces más que durante ese lapso el Pacífico es para América Latina una real carencia. Baste decir, como ejemplo, que pasada la guerra de 1918 la fragata de un país propiamente del Océano Pacífico –Chile– la Lautaro, cumple un viaje que tiene todas las más antiguas características de los primeros viajes de exploración, la peripecia de un tornaviaje dificilísimo e inadecuado.

Tercer Momento

A partir de 1944 el Océano Pacífico se convierte en un océano constituido y trazado principal y decisivamente por Norteamérica. Es un mar norteamericano. Posesiones concretas (Hawai es un estado yankee) que van por el borde hasta Alaska, cubren islas y se expande en bases militares, en formas de alianzas y fideicomisos hasta la operación Unitas (operación de defensa naval de toda la costa de América) que enmarca a América Latina entera, muestran claramente la estructura del Pacífico.

Sucedió que por primera vez en la historia del Océano una fuerte potencia asiática –el Japón– pensó ese mar ya concebido. Pero el raid que comienza sobre Pearl Harbour y termina en Hiroshima decide radicalmente el cuadro oceánico. Simultáneamente trae a primer plano el Pacífico como coordenada principal en la nueva reordenación del mundo y, a su vez, tal aparición va ligada a una circunstancia nueva: la caducidad de las guerras masivas. Una época distinta se abre y en ella luce como protagonista inevitable el Océano Pacífico, el más nuevo de los Océanos. En cuanto a la caducidad de la guerra masiva no es desmesurado dudar de aquellos tratadistas que suponen que la guerra, simplemente, ha cambiado figura y se manifiesta hoy en las guerrillas. Estas, por magnitud y cualidad, se inscriben todavía en el orden habitual de los juegos políticos, aunque cuesten muchísimas vidas humanas. La guerra masiva proyecta el juego político a otro nivel y suspende su orden habitual. Sobre este panorama inédito, el Pacífico llama al continente latinoamericano. Y una de las constataciones a la mano que ponen de manifiesto ese oculto llamado –aún vano– es la que puede verificarse del siguiente modo. Si tomamos Chile y haciendo un corte en el año 1969 revisamos su tráfico marítimo en barcos de bandera chilena, constatamos que su navegación continúa siendo atlántica y sólo utiliza el Pacífico en una ruta litoral a la búsqueda del canal de Panamá o del estrecho de Magallanes. La desproporción es enorme, entre tales rutas y la transoceánica por el Pacífico, en un país que, después de Rusia, es el que más larga costa tiene sobre dicho océano.

¿Cómo puede América Latina jugar un papel en el Océano Pacífico?

La actual y baja densidad demográfica, la cohesión étnica de sus poblaciones, las tasas de producción, sus rentas per cápita, la posibilidad próxima de explotación de sus potencialidades naturales ya detectadas, etc., configuran un panorama poco alentador en lo inmediato, si se considera el continente según las orientaciones y políticas nacionales. Inclusive si se toman en cuenta los buenos deseos y oficios repetidos –desde el alba de la independencia– que tienden a unir los países latinoamericanos, no se ve en estos intentos, una orientación clara y definida en torno a la cual se ate esa posible unidad. Por regla general, dicha unidad aparece como un horizonte lejano y se hace hincapié en tratados del tipo Mercado Común Europeo, como modelo adoptado a las circunstancias. Pareciera faltar una línea directriz que realmente comprometiera al continente como tal y que, por ende, no excusara ni disminuyera el papel que cada país ha de jugar en el desarrollo del mismo, de suerte que los progresos nacionales se inscriban realmente en la consolidación de dicha unidad continental.

Se puede afirmar hoy que prácticamente ningún analista disiente del criterio que fija como condición, para asumir un papel real en el futuro del Océano, la unidad continental. Los esfuerzos ceñidos a los solos países no tienen correspondencia con la magnitud de la empresa ni están acordes con la capacidad necesaria para soportar y trabajar en la modernidad que se da, sin posible discusión, sólo a escala de continente. Ante esta situación y en forma tentativa se han elaborado dos tesis que toman en cuenta el significado y el proceso del llamado como carencia, la realidad histórica y contemporánea del continente desde ese punto de vista, y la dependencia incuestionable de América Latina respecto del hemisferio Norte.

Tesis del Mar Interior

Se postula lo siguiente: una proyección y una concepción oceánica suponen el dominio del mar interior continental. Se llama “mar interior” a la zona comprendida entre los dos grandes océanos que rodean a América Latina. El nombre fue aludido ya por el cronista Oviedo cuando llamó al vasto e inexplorado interior de América, mare magno. La tesis propone una operación del tipo de la que hiciera Thales de Mileto cuando, solicitado por el Faraón para medir la pirámide, en vez de medirla desde su base a la cúspide, midió su sombra. La tesis propone el reconocimiento de ese mar interior, la necesidad de concebirlo y gobernarlo como base necesaria y congruente para “medir y gobernar” la proyección oceánica. Enfocar el continente desde ese punto de vista nos permite reverlo en su actualidad y conocer sus perspectivas. Como primera medida corresponde ver al continente no ya en función del Norte sino de su propio Norte que es el Sur; por esta razón la visión cambia y levanta como punta americana el extremo que señala el continente antártico. Vista así, América nos dice de la soledad de su hinterland, de su específica densidad urbana en la periferia y, a lo largo de su historia, de un signo constante en ese sentido. Al punto que, fuera del gran viaje de Orellana bajando el río Amazonas, la travesía de Federman y la expedición de Cabeza de Vaca completada por Ñuflo de Chávez que funda Santa Cruz de la Sierra, únicamente en la zona del cono Sur las travesías Este a Oeste son más regulares. Aún en nuestros días, fuera del ferrocarril que va de Santos a Santa Cruz y desde allí se combina hasta La Paz y desciende, sea a Arica o Arequipa, el gran centro yace ajeno a América. Más próximas en tiempo, las líneas aéreas ligan el continente, pero con abrumadora mayoría de rutas que siguen el contorno y no la travesía por su ancho. Hasta hace muy pocos años no se disponía siquiera de medios para un reconocimiento adecuadamente científico del cielo sudamericano. El observatorio del Tololo de reciente inauguración es buena prueba de ello. Sin embargo. Brasil, hace unos meses, ha dado comienzo a una empresa de envergadura y de consecuencias fuertes para el próximo momento sudamericano. Nos referimos al camino que cruza de Este a Oeste, ligando el Atlántico al Pacífico desde Recife a Pucalpa en Perú, simultáneamente con el eje Sur-Norte del camino que va de Guiabá a Santarem en los bordes del río Amazonas, atravesando medio a medio el Matto Grosso. Con este camino se abre por vía fluvial una extensa ligazón de todo el interior brasileño americano. En el ano 1970 el Instituto Hudson presentó un proyecto para tratar este enorme hinterland y propuso la formación de un lago. Los trabajos fueron dirigidos por el futurólogo Herman Kahn y contó con el beneplácito del entonces Ministro de Hacienda, Roberto Campos. Sin embargo, ciertos sectores nacionalistas del ejército, después que el gobierno apresara un avión norteamericano que era un jet-laboratorio para exploración de metales alentando un slogan que dice “Integrar para no entregar”, se opusieron al lago. Al cabo y teniendo en vista la explotación de una zona potencialmente riquísima, impusieron el plan carretero. Con decreto del 16 de junio de 1970, y en un plan que cubre los años 1971 hasta 1974, se ordena la inversión de 450 millones de dólares en dichos trabajos. La carretera se construye por tramos de penetración de 250 a 300 Kms. con puentes de madera compacta sobre ríos con luces de hasta 100 metros y utiliza para cruces más de 100 balsas. Una limpieza de faja central de 40 metros iniciales y un desmantelamiento de 70 metros. Una plataforma de 11,60 con pista de rodamiento de 7 metros de ancho y rampa máxima de 9%. En la faja de 20 Kms. de ancho a cada lado de la carretera, que el gobierno reservó para colonización, será concentrado el esfuerzo inicial de fijación del hombre a la tierra. Los propios campamentos de los constructores impondrán desde el comienzo los servicios necesarios y las unidades que luego se completarán, manteniéndolas después del servicio inicial, para la realización de las obras como núcleos generadores. La Fundación Nacional del Indio acompañará pari-passu a los equipos de servicio para prevenir y evitar roces no pacíficos con los aborígenes. Se sabe ya de yacimientos reales de estaño y manganeso en Aripuana, de oro y estaño en Tarajos, de cobre en Zingu, diamantes y manganeso en Marabá. Toda la zona de Amazonía es rica en valles fértiles y vírgenes aptos para agricultura y ganadería y, si bien es demográficamente vacía, tiene sobre uno de sus bordes el llamado Nordeste con una población de más de 7 millones de habitantes en una región de hambrunas, lo que hace suponer un lógico desplazamiento y atractivo hacia las zonas fecundas, vitalizadas por el camino. Las áreas llanas y sujetas a inundaciones, que son zonas sedimentarias y de formación recientes, son relativamente reducidas, no pasan de bordes de 80 Kms. desde el río Amazonas. El camino abre una trama ligada a más de 20 mil Kms. de ríos navegables. Esta trama que despierta la interioridad americana se apoyará en los bordes de ambos océanos. Es dable prever que en pocos decenios la propia configuración de los países y de dichos bordes deberán sufrir modificaciones parra dar cabida a la natural expansión que ha de producirse. Como referencia, baste recordar que la carretera de Brasilia a Belem genera y sostiene en su área, sin contar las ciudades principales, de 100 mil habitantes iniciales a 2 millones en un solo decenio de existencia y puebla el área con 5 millones de cabeza de ganados, etc.

Pensar el Océano Pacífico para América Latina supone ganar su continentalidad y ésta, antes que nada, la apertura vivificante y catalizadora de grandes y adecuados pasos que unan el Atlántico al Pacífico y unan la interioridad en sentido Sur-Norte. De hecho puede decirse que la franja que va desde Río de Janeiro, San Pablo, Santos, Montevideo, Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Los Andes, Santiago, Valparaíso, es ya una zona urbana y acaso real modelo para otras regiones. Pero la unión de Punta Arenas con Santa Cruz de la Sierra por el centro Sur-Norte y la unión de esa verdadera capital del continente que deberá ser Santa Cruz con el Caribe y Caracas, faltan emprenderse. Ruta, que como un vasto y amplio río constituiría la espina dorsal de la continentalidad americana. Únicamente a la luz del desarrollo de esta propia interioridad la proyección y concepción latinoamericana del Pacífico se hará presente con la magnitud necesaria para ofrecer una opción a los continentes ribereños; EE.UU., Asia, Australia.

Tesis del Propio Norte

Si por Norte se entiende sentido de una orientación, se propone para América del Sur la adopción de la constelación de la Cruz del Sur como guía. Ello implica la apertura del vasto mar interior de América en el sentido de sus meridianos. Tarde o temprano una concepción semejante modificará con una fuerza insospechada la configuración continental. Un trazo semejante se convertirá en la cumbre misma de unión continental que no lleva consigo, de hecho, cualquiera travesía en el sentido de los paralelos. Una inmediata proyección de lo que significa pensar así América puede verse, si se plantea, por ejemplo, para Chile, el rol que debiera caberle en ese concierto intencionado. La zona del Océano Pacífico austral que baña la Antártica y Australia indica que el camino más corto –la ortodrómica– liga a Punta Arenas con el continente australiano pasando por el antártico. Ya, tentativamente, conocemos algunos vuelos realizados por norteamericanos y por chilenos. Pero la perspectiva abierta es de una importancia indubitable y la misión confiada a Chile para bien de América –pues sólo Chile puede cumplirla en función de una continentalidad real que de otro modo sería económicamente muy desfavorable– se pone de manifiesto.

Por otra parte, si esta noción de manes interiores se transporta a un análisis del Pacífico, visto en esta perspectiva, se constata que únicamente la nación que gobierna su mar interior –en este caso EE.UU.– es la que puede sostener una proyección y dominio oceánico. Tanto el Asia, como Australia y América Latina, que no gobiernan sus mares interiores, no tienen proyección, ni reales opciones oceánicas. Una mirada rápida sobre el caso de Asia revela matices que merecen ser considerados. El mar interior asiático, curiosamente así denominado también en las memorias históricas de Se-Ma-Ss’iers, ha sido milenariamente bloqueado hasta nuestros días. La gran Muralla China; las fuerzas tangenciales por el Océano Indico; la curiosa presión de las grandes islas que bordean al continente que lejos de servir de apoyo a la expansión continental siempre fueron, milenariamente, presiones del bloqueo al mar interior; los dos centros claves, el que lleva una salida al Mediterráneo por Asia Menor y la zona de encrucijada o de pasos que es, aproximadamente, el actual Afganistán, señalan el mundo periférico asiático respecto de su interioridad. Por otra parte, la salida terrestre que desemboca en las llanuras magyares europeas constituye, desde milenios, una puerta de bloqueo. Desde este punto de vista puede considerarse la actual guerra del Vietnam –como la anterior de Corea– como una zanja bélica abierta para sostener el bloqueo del mar interior. Mar interior que, al decir de MacKinder (1904), constituye la base de un dominio mundial. Lo curioso es que ese mar interior fue siempre visto, a causa de las condiciones climáticas, en el sentido de los paralelos, del Pacífico hacia el Mediterráneo y viceversa. Fuera de una muy antigua exploración vikinga la dirección Norte-Sur no prevaleció aún. Pero ya a la luz de las grandes técnicas contemporáneas (por ejemplo, el submarino atómico para los mares helados) se vislumbra una posibilidad de pensarlo en el sentido de sus meridianos, lo que por cierto modificaría su configuración y los polos de interés. [1]

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Notas

  1. Piénsese que desde el año 499 a. C. hasta 1971 la zona con centro en el islote de Castellorizon –costa meridional de Asia Menor– y radio menor de 640 Kms., comprendiendo en el círculo los mares Egeo y de Levante, con una superficie seca no mayor que Chile, es una zona de guerra incesante. Baste decir que, para esta zona de bloqueo al mar interior asiático, el período de paz más largo en ese lapso es de diez años.