Nunca dejó de existir

De Casiopea



TítuloNunca dejó de existir
AutorGodofredo Iommi
Páginas8
Imágenes16
Ancho 20 cms.
Alto 26,5 cms.
Fecha1979
ColecciónPoética
FondoIommi-Amunátegui
ConjuntoAutónomos
Número de Ingreso015
Nota[[Nota::Original manuscrito en tinta negra sobre páginas blancas de composición; pertenece al «Cuaderno Auca». Después de una lectura más exhaustiva se puede determinar que correspondería a los borradores de la presentación de Godo en los ‘’Cuatro Talleres de América 1979’’ –editado en 1982–, particularmente su escrito Hay que ser Absolutamente Moderno.]]
PDFArchivo:Nunca dejó de existir.pdf
Código
IOM-PTQ-IAM-AUT-NUN-979-015


Nunca dejó de existir «alguien» que contemplaba desde el fondo de sí mismo. Una distancia incierta entre el ojo y la consumación. Distancia que nada altera, que ninguna dicha o angustia pueden ocultar o recubrir. Creo que allí radica la Razón poética. El meiein que no ciega. Es la última instancia de la palabra, y por eso, en cierto modo, una trágica indiferencia.

Apollinaire, más tarde, la llamará: «la razón ardiente» como una hermosa pelirroja.

El horizonte nuevo que se abre en Baudelaire descubre enseguida a otro artífice de lo desconocido: Mallarmé.

En Mallarmé se abre en crisis, dentro del francés, la manera que tienen las palabras para significar. Mentar algo por su nombre se transforma en reconstruir ese algo con palabras que no denotan sino connotan, algo así como si fuera posible en música reconstruir una nota sin ella, pero con y por sus armónicos. Para tal tarea Mallarmé cambia la sintaxis convenida de la lengua y establece con ello nuevas relaciones entre las palabras. Por otra parte el acto poético mismo, el tránsito de la desaparición a la aparición, del anonadamiento a la manifestación, en Mallarmé se hace tema, argumento, módulo de su poesía, cuya expresión mayor es su poema Un golpe de dados jamás abolirá el azar.

La vista y el oído de Mallarmé se funden hacia la tentativa de un Libro Absoluto, cuyo tema abarca tanto las palabras como los blancos, interlíneas, tipografías, textura de páginas, giro de hojas, lectura de adelante hacia atrás y viceversa. Una construcción plena que indique y testimonie por sí misma el secreto del mundo para ser mundo. El acto poético absoluto. La creación perpetuamente emergiendo de su nada, reflejándose a sí misma en su propia construcción: la poesía. Desde temprano Mallarmé supo que su videncia poética era ese reflejo; la imagen de sí misma. En el poema «Les Fenètres» lo declara y este modo de lo mismo atraviesa su obra entera.

A partir de Baudelaire la poesía exige desde su propia intimidad el descenso a lo desconocido para encontrar lo nuevo. Nos parece que ese es el signo ivariable de la modernidad, que n depende de nuestra mera voluntad sino que una vez abierto su curso es indetenible, más allá de las modificaciones o falsificaciones. Hasta que algo realmente diferente venga a manifestarse desde dentro de la poesía misma. Pues, no cuentan las proposiciones, exitosas o no, que en nombre de razones, principios o ideologías, quieran orientar desde fuera al poema. Para alcanzar un punto álgido en la trayectoria de la modernidad hay que señalar a Lautréamont. El gran poeta uruguayo-francés muerto en plena juventud, en el anonimato, trae marcas audaces, una de las cuales no se ha cumplido aún. La primera nos indica que la poesía no debe ser hecha por uno sino por todos. Esto supone la capacidad de participación poética en todos. Una poesía coral que abarca a cualquiera y no ya al poeta o poetas de oficio solamente. Una incorporación de la poesía en la vida de todos. Como coautores directos. Es un modo específico de irrupción de la poesía en a vida de los seres humanos. Va más allá de lo previsto. ¿Cómo acontece cuando ocurre?

Las segunda señal de Lautréamont indica un cambio radical en la construcción del poema. Lautréamont recuerda el vuelo de los estorninos en el «Canto Quinto» de sus Cantos de Maldoror: «Las bandadas de estorninos tienen una manera de volar que les es propia y parece sometida a una táctica uniforme y regular como sería la de una tropa disciplinada, obedeciendo con precisión a la voz de un solo jefe. Es a la voz del instinto que obedecen los estorninos y su instinto los lleva a acercarse siempre al centro del pelotón en tanto que la rapidez de su vuelo los lleva sin cesar más allá; de suerte que esta multitud de pájaros así reunidos por una tendencia común hacia el mismo punto imantado, yendo y viniendo sin cesar, circulante y cruzándose en todo sentido, forma una especie de fuerte remolino muy agitado cuya masa entera, sin seguir una dirección certera parece tener un movimiento general de evolución sobre ella misma, resultando de los movimientos particulares de circulación propios a cada una de sus partes y en el cual el centro, pero sin cesar presionado, rechazado por el esfuerzo de las líneas envolventes que pesan sobre él está constantemente más ceñido que cualesquiera líneas, las cuales ellas mismas lo son a medida que están más vecinas del centro. A pesar de esta manera singular de enremolinarse, los estorninos no hienden menos el aire ambiente con una rara velocidad y ganan sensiblemente, a cada segundo, un terreno precioso para el término de sus fatigas y el fin de su peregrinaje».

Lautréamont compuso de ese modo su obra. A nuestro parecer no sólo sus Cantos, sino sus Poesías. Pero lo hizo desde y con el modo de significar. Ese modo de escribir desde el punto de vista sintáctico queda abierto, está aún por hacerse.

La lucidez del poeta le permite ceñir la definición de la poesía moderna. La largura del juego de analogías en el campo significativo. Nos va a recordar que la poesía brota cuando se produce un encuentro fortuito en una mesa de vivisecciones de un paraguas y una máquina de coser. Es un límite de lo insólito. Lo insólito abierto ya a todas las fronteras pero conservando sus reglas: encuentro y azar. Es un camino o método para explorar el campo de la modernidad.

En cuanto a la relación entre palabra poética y significados sus indicaciones son esclarecedoras, pues destituye las significaciones políticas, psicológicas, las pasionales, las cortesanas. Señala como propia de la poesía la significación última de la creatividad humana, desde la cual brotan las leyes de las tareas mundanas.

Grosso modo, pues hay fuertes matices que abarcamos aquí, sobre este trasfondo surgen vivas las manifestaciones de los primeros treinta años de nuestro siglo poético. El Futurismo italiano recorre e influye en Europa y Rusia. Las palabras en libertad permitirán una poesía sin frases y con nuevas conexiones gráficas. Luego las letras en sí mismas son libres. Los ruidos se incorporan a la música contraviniendo los marcos pre-fijados para ella. Y el canto a la velocidad es más hondo que un mero «progresismo». La velocidad que cantan los futuristas anula el espacio y la sucesión, para abrirse en una suerte de éxtasis temporal. Puede decirse que todos los jóvenes motociclistas conocen ese deseo, o quienes hayan volado en aviones abiertos dentro de una nube. Este mismo sentido tiene el elogio de la guerra, pues en ella se disuelven los límites usuales y el estado ante la muerte, que es el arrojo, provoca la máxima expansión del alma.

De la 1ª Guerra Mundial surge Dada, que en sí mismo lleva a un extremado lirismo la herencia futurista, pero con signo cambiado, es decir, radicalmente anti-guerrero, anti-todo. La reducción al absurdo total. Su primer artículo fue la proclamación de Dada (palabra originaria, balbuceo del niño) y segundo artículo la derogación del primero.

El lirismo lingüístico de Hugo Ball, de Emmy Hennings, de Kurt Schwitters y de Tzara es siempre fuerte. De esos rastros sobrevendrá el surrealismo cuyas dos notas irredearguibles son: la disolución de los límites entre vida del sueño y vida de vigilia. La pretensión audaz de transitar de una a la otra como una coherencia más honda que las contradicciones. Y la indicación radical de que una vida poética (surrealista) es mayor que toda obra literaria.

El futurismo recogiendo una traducción del dadaísmo, crea el acto-provocación, y hace de ello un modo específico de obra poética. Dadá le dará a esos actos un contenido de crítica absoluta y el surrealismo un contorno: la presencia y reclamo de la libertad y del amor.

Pero el Futurismo, Dadá y el Surrealismo además de traer a luz tales vivencias poéticas son responsables de un equívoco grave. Puestos en trance de sobrepasar la obra artística, sus perspectivas se iluminan desde la fórmula de Rimbaud, «hay que cambiar la vida». Y ese objetivo ha de conseguirse con una vía eficaz y certera. ¿Cuál? No bastan los actos-provocación, es necesaria la política, que es la vía del cambio. Los poetas tomaron partido, pues había que ser consecuentes.

Marinetti, tal como D’Annunzio y durante la 2ª guerra mundial Ezra Pound, defendieron el fascismo que inventó Benito Mussolini. En el otro extremo, los surrealistas Breton, Eluard y Aragon y el antiguo dadaísta Tristan Tzara se hicieron comunistas. Breton precisó en una fórmula adecuada el paso: el «hay que cambiar la vida» de Rimbaud es equivalente al «hay que cambiar el mundo» de Marx. Esta, entre otras, es también la razón que mueve a Neruda a entrar al Partido Comunista en Chile. La poesía se transforma en un medio al servicio de un partido libertador que cambiará el mundo y con ello la vida. Cuando tal punto haya sido alcanzado, obra y vida serán uno, y con ello la apertura constante de la plenitud del ser humano. ¿Cuál fue la inmediata consecuencia para la poesía? La entrada en tropel de los significados. El tema partidario restituyó significación al poema, lo acordó con los pueblos, y como dijera alguien en un entusiasmo, lo convirtió en un fusil más al servicio de la revolución, de uno u otro borde. Con la mejor buena fe la traición poética fue consumada en todas partes. Breton y Benjamin Péret despertaron enseguida, y abandonaron paulatinamente toda clase de militancia. Pero durante décadas y aún hoy el equívoco sigue y los cultores de la poesía fundamentalmente significante, sea comprometida, coloquial, religiosa, psicológica, etc. etc., a pesar de la «miseria de la poesía» como los llamó Péret, siguen creyendo que la búsqueda pura de lo desconocido es cosa del pasado. Pero junto a este camino se abrió otro, precisamente en las postrimerías de la última guerra romántica y libertaria que fue la Guerra Civil Española y los comienzos de la segunda Guerra Mundial. Como fino antecedente de ese camino conviene señalar la lucidez insobornable de uno de los poetas buscadores de lo desconocido que que en Alemania supo advertirnos. Hablo de Gottfried Benn, uno de los artífices del expresionismo poético.

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Fondo Iommi-Amunátegui / Autónomos I:

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