M2: Encargo 10 TDH 2019 - Carta Brindis San Francisco / Camilo Salamanca

De Casiopea



TítuloM2: Encargo 10 TDH 2019 - Carta Brindis San Francisco / Camilo Salamanca
AsignaturaTaller de la Diversión del Hábito
Del CursoTaller de la Diversión del Hábito 2019
CarrerasDiseño
10
Alumno(s)Camilo Salamanca


Lo que pasa en la cocina

Carta sobre la preparación de San Francisco (entre el 1 y el 5 de Octubre)


Nuestro taller se tuvo que organizar. Tener la propuesta del portabocado antes del viernes 4 se convirtió en nuestro objetivo central, por lo que dispusimos todos los días desde el martes 1 a reunirnos y trabajar, si bien en un trabajo común, explorando de forma semi independiente.

La base del portabocados estaba decidida, un cono que rodea el vaso de la sopa, separando el recipiente caliente de la mano, pero los días siguientes se dedicaron a corregir el elemento que portase el vaso de vino de forma firme e inequívoca, y a solucionar la pestaña que fuese a llevar la brocheta presentándola.

El plan, como suele ocurrir en diseño, no fue como esperábamos. Para el miércoles debiéramos haber tenido un prototipo final, pero se tuvo que dedicar todo el día a que cada uno fuese realizando propuestas. En lo personal, no hubiese sido posible presentar de no haber trabajado en conjunto con Anais, compañera invitada del Taller de espacios expositivos. Claramente en el diálogo es donde las ideas crecen más, y más iteraciones son posibles, incluso cuando eso a veces signifique saturarse de comentarios y replantear las propuestas hasta quedar exhausto.

El jueves en la mañana quedó fija la pestaña para la brocheta: del cono salía una lámina doblada, sobre la que se recorta una elipse, y dentro de esta queda colgado el bocado, envolviendo la mano que toma el cono en un lenguaje similar al resto del prototipo. Una vez ahí, como taller nos dedicamos a la facturación de un portavasos, que se acoplase al soporte quedando colgado de éste, enganchado. Al final del día ya teníamos las propuestas para los caprichosos vasitos de 75 ml que teníamos a nuestra disposición, una envolvente que se resolvió con una línea de adhesivo para cerrarse sobre sí misma, con dos pestañas que hacían de gancho en las ranuras del vaso.

Por último se decide sumar un bombón a la propuesta, que de algún modo tiene que quedar escondido y a la vez inequívocamente sujeto. En relación a la sopa, vaso y brocheta, pensamos que sería un desafío menor, pero se terminó convirtiendo en uno de los mayores retrasos, quizás precisamente por su característica de ser un arreglo mínimo. El diseño más simple siempre es el más complejo. Incluso cuando pensamos que lo habíamos solucionado, y pudimos por fin pasar la propuesta a AutoCAD para hacer la primera maqueta, volvimos al día siguiente a enterarnos que lo que servía hecho a mano y en cierto papel dejaba de funcionar trabajado en la cortadora láser y en el cartón forrado que decidimos usar.

El trabajo siempre puede ser afinado un poco más. Creo que eso fue lo que mantuvo las correcciones realizándose una y otra vez hasta el último minuto, de modo que recién se empezó a cortar con la cortadora láser el Viernes 4 a las 16:00. Para ese momento se estaba avanzando en todos los otros aspectos: comprar y lavar los productos, pelar y trocear el zapallo en una faena que ocupó a casi todo el taller, picar el pimentón y la cebolla, lavar y secar todos los vasos, ollas y utensilios que íbamos a usar el día del evento. Mientras la cortadora láser sacaba plantillas para armar los portabocados a un ritmo de 12 unidades cada 10 minutos, quedaron listas las dos calderas de crema de zapallo sin moler, los fogones y más de 400 vasos de vidrio ordenados y montados sobre el auto, entre otras cosas que usaríamos el día siguiente en la mañana. Ese viernes terminamos la faena de cortar y armar los 420 portabocados a las 1:20 am.

Contrario a lo que uno podría pensar inicialmente, no fue tan desgastante, debido a que una vez se decidió el prototipo final, la labor dejó de ser estresante, y sólo quedaba esperar a la máquina para poder armar, un proceso básicamente mecánico. Aparte, los que estuvimos hasta el cierre del trabajo cenamos unas pizzas junto con el resto del taller, como para cerrar el almuerzo de pasta al pesto con otra especialidad italiana, reunidos.

Por fin llegó el día sábado y desde las 10 de la mañana nos dispusimos a armar todo para que saliera al pie de la letra. Bailando y riendo, formamos dos grupos de trabajo que se iban a encargar de terminar la sopa y preparar las brochetas de pan con orégano y queso, respectivamente.

No pudimos ver el evento del que nuestra comida fue el cierre, porque todo el día estuvimos montando los soportes para exponer la comida, instalando los 420 portabocados, cada uno con su vaso de papel y de vidrio, listos para recibir la sopa y el vino, y verificando que todos tuvieran su bombón atrapado en el compartimiento inferior.

Quienes se encargaron de la sopa la enriquecieron con leche y mantequilla, y le dieron un pequeño dulzor y textura con peras peladas y molidas. Descorchamos Carmenere de Misiones de rengo, y cuando llegó nuestro momento, ya cerca de las 7 de la tarde, servimos sopa a los ansiosos comensales, y vino que al parecer nunca es suficiente, indiferente de la magnitud del evento.

Fue una semana a ratos agotadora, pero cuando sirves la comida, y llegan por más, a decirte lo buena que está, y se inicia un espacio de conversación y distensión, un espacio que nuestro taller hizo posible, es ahí cuando todo calza, cuando todo se completa. Cuando ves a cerca de 400 personas tomar y utilizar el elemento que tantas modificaciones tuvo que sufrir, tomándolo y manejándolo con naturalidad, es ahí cuando entras en cuenta de que funciona en su propósito, y que las decisiones y errores que llevan a ese punto son inequívocas, que permiten la realización de todo esto. Es ahí, con el fuego que se arma más tarde, donde van yendo a morir los portabocados de papel, que encuentran su final, que se cierra un ciclo y empieza uno a recordar lo que significa trabajar en la cocina. En ese lugar donde pasas horas preparando una instancia, sólo para acoger, sólo para permitir que este acto se realice, aunque sea durante una instancia de unas horas.

La comida no dura caliente mucho rato afuera de la cocina, pero desde adentro se prepara todo para que ese momento se aproveche, para que surja como corresponda, y se permita un espacio donde el otro pueda compartir. El acto mismo no es para uno, sino para quien lo recibe, y en la preparación desinteresada hay satisfacción, hay un trabajo llenador, nutritivo.

Cerrar el acto significó guardar y ordenar, recolectar los vasos que podrían estar por ahí tirados, al igual que las botellas. Significó darle las gracias al taller por aquella experiencia, y reunirse después con quienes quisieran disfrutar de compañía y conversación al amparo del cielo en Ciudad Abierta.

Sin duda, es así como se vuelve uno a disponerse para el trabajo.


Camilo Salamanca