Lectura: Hacia una racionalidad ecológica

De Casiopea




TítuloLectura: Hacia una racionalidad ecológica
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Alumno(s)Camila Herman


Ensayo escrito por Tomás Maldonado, quien es ampliamente conocido por su contribución al pensamiento proyectual y por su inclaudicable posición referida a la consolidación de un mundo de convivencia democrática y de comportamiento ético.

En este ensayo, se concentra en una de las cuestiones cruciales para comprender los profundos cambios que estamos viviendo, frente a los graves peligros que se suscitan en torno a la cuestión ecológica y al ambiente.

Afronta algunas de las más relevantes cuestiones ambientales, y pone en evidencia los valores de la democracia frente a las decisiones referidas al ambiente y al papel que desempeñan los movimientos ambientalistas.

Este texto es una denuncia sobre la inconsciencia con la que ignoramos las causas que deterioran nuestro medio. Es una propuesta para actuar y poner punto final a una indiferencia suicida.


Hacia una racionalidad ecológica

La "cuestión ambiental", y el vasto arco temático que ella abarca, es el argumento que me propongo tratar en el presente volumen.

Tratar de conducir a la marcha en una gestión racional a los problemas del medio ambiente.

La marcha se ha hecho particularmente ardua sobre todo a causa de dos distintos cometidos, por un lado: la necesidad de favorecer una "toma de conciencia" generalizada de la cuestión ambiental, y de persuadir a las personas a madurar un comportamiento individual (y colectivo) conforme a tal conciencia; el otro, la necesidad de influenciar los procesos decisiones, a nivel nacional e internacional, en aras de un desarrollo ambientalmente sustentable.

Denuncio el peligro de que la cuestión ambiental pudiera, a través de un uso desmedido por parte de los medios masivos, volverse frívola, vaciándose así de su contenido y quedando reducida a una moda pasajera como tantas otras.

Como puede verse, se trata de una conciencia que todavía no ha logrado crearse un sólido núcleo racional, que le permita preservarse y desarrollarse sin tener que rendir constante tributo a la permanente demanda de novedades por parte d ellos medios. Demanda que, como es bien sabido, está por lo general más orientada hacia el sensacionalismo que hacia una información totalmente veraz.

Las consecuencias de este estado de cosas son relevantes, ya que impactan de lleno en el delicado problema de la "comunicación ecológica". Las dificultades actuales que impiden un acuerdo sobre las temáticas ambientales, parten principalmente de una comunicación ecológica inapropiada. Detrás de estos vicios de la comunicación ambiental, como se la viene practicando, se esconde un proyecto claro: privilegiar la denuncia de los problemas a la solución de los mismos.


Dificultades de la conciencia ecológica

El problema crucial que concierne la dificultad, siempre mayor, de transferir la temática del medio ambiente desde un nivel de complejidad a otro del sistema social.

Una cosa es reconocer la gravedad de la actual crisis ambiental, y otra muy distinta es estar dispuestos a cambiar nuestros comportamientos para favorecer la superación ( o impedir el empeoramiento) de esta crisis.

Todos estamos dispuestos a reconocer que de la revolución industrial en adelante, se le han inferido golpes durásemos al equilibrio ecológico. La principal causa: nuestra falta de previsión.

La verdad es que continuamos llevando a cabo las mismas acciones que nos han conducido al actual estado de las cosas. No se está transfiriendo a la práctica dicha conciencia al plano específico del comportamiento personal.


Entre protesta y remoción

Hacemos alusión a la postura de los movimientos que, con razón y absoluta buena fe, denuncian los males del medio ambiente, a pesar de que no están en situación de hacer otra cosa que una denuncia genérica, sin poder plantear alternativas plausibles a los fenómenos que son objeto de su propia condena. Ellos privilegian la crítica, por decirlo así, maximalista, y de impronta fuertemente emotiva, negándose con frecuencia a afrontar con racionalidad la complejidad de los problemas que tienen adelante.

Frente al conflicto entre las exigencias del medio ambiente y las exigencias del desarrollo, se piensa, equívocamente en resolver un conflicto de semejante envergadura a través de la drástica reducción de uno de los términos del conflicto mismo. La cuestión es compleja.

nuestra sociedad ha sido llamada con justicia una "sociedad de riesgo". Por primera vez, el riesgo amenaza la supervivencia de nuestra especie a nivel planetario. Los efectos de un riesgo de este tipo se propagan en el espacio y en el tiempo, efectos que son al mismo tiempo transnacionales y transgeneracionales.

Ocuparse de los problemas próximos es acertado, pero deja de serlo cuando nos olvidamos de ver los lazos estrechos que existen entre los problemas que nos son próximos y aquellos que nos son lejanos.


Local versus global

La convergencia entre pensamiento y acción, entre local y global, es en este punto una cuestión improrrogable.

Cómo conciliar particularismo y universalismo.

La estrechez de percepción se manifiesta al mismo tiempo en la dificultad de pensar el riesgo como un evento transgeneracional.

Nuestras decisiones del presente pueden de hecho contribuir en el futuro a minar, tal vez de modo irreparable, los presupuestos biofísicos de nuestra existencia, o al menos a prefigurar una amenaza bastante creíble en este sentido.

Cada nueva generación deja en herencia a la siguiente procesos a una escala cada vez más dañina y que son cada vez menos irreversibles.

Hace falta un pensamiento que pueda expresarse en términos de racionalidad concreta, una racionalidad que puede ser compatible con el nacimiento de una cultura de la contratación. Porque sin este presupuesto, es del todo inverosímil que los problemas del medio ambiente puedan enfrentarse con éxito.

Uno de los motivos por el cual la devastación ambiental continúa es por una conflictividad de todos contra todos, las posiciones en conflicto terminan por anularse recíprocamente, destruyendo esa aquella porción de racionalidad (y de verdad) que debería estar presente, en distinta medida, en cada una de las posiciones.


Legislación y mediación ambiental

Legislar es una condición necesaria aunque no suficiente para una política ambiental realista.

Está la necesidad de una cultura de la mediación ambiental. Con esta expresión intentamos señalar la voluntad de todos los actores sociales, de participar en las luchas jurídicas, a dirimir de mutuo consenso los conflictos de opiniones, a través del ejercicio de una racionalidad comunicativa orientada hacia el acuerdo y la cooperación. O sea, a través de una racionalidad teorizada.

Todos los actores sociales que participan en la negociación, independientemente a la posición que cada ellos sustente, deben contar, para defender la tesis que les es propia, con un potencial argumentativo equivalente, en calidad y calidad.

En las filas del ambientalismo hay fuertes tentaciones de autoritarismo. Y las causas que las originan son diversas.


"La caja ecológica", ecofascismo y ecosofía

El ecofascismo ha sido el producto de una exasperación de algunos supuestos teóricos presentes en la llamada "ecosofía". La última, es una cruza de ecología con filosofía.

La ecología profunda se identifica con un programa de investigación y de acción de gran envergadura, que va mucho más allá de los problemas que nuclean los intereses de la ecología superficial, tales como por ejemplo la polución y el agotamiento de los recursos.

El ambientalismo compatibilizador es aquel que trata de encontrar soluciones de compromiso entre los intereses del desarrollo y los intereses del medio ambiente. La teoría del "desarrollo sustentable" pertenece a esta categoría.

Frente a los inmensos problemas que plantea la emergencia ambiental, el gran riesgo es que una suerte de fatalismo resignado termine por dominar no sólo el escenario actual, sino también los escenarios futuros.


La cuestión del antropocentrismo

Hay quienes que van mucho más lejos y abogan, sin hesitación, por sacrificar nuestra especie por sacrificar el planeta. Ese sería, nos aseguran, el precio a apagar, no ciertamente módico, por todos los daños que nuestro desenfrenado antropocentrismo ha inflingido a la naturaleza

Se sostiene que mientras en las grandes religiones orientales el hombre aparece en una relación de subordinación, aquiescencia y reverencia frente a la naturaleza, la tradición occidental, por el contrario, avanza con un discurso de dominio sobre ésa.

La cuestión del antropocentrismo no es sencilla.

En resumen: el hombre como centro del centro.


Gaia: un modelo biofisiológico de la tierra

"Gaia", la diosa Tierra de la mitología griega. Según esta hipótesis, la tierra, en cuanto a ser viviente, es capaz de autorregularse ante las insidias endógenas o exógenas que amenazan su estabilidad.

Algunos plantean que lo que interesa de la supervivencia de Gaia, aún al precio, según se lee entre líneas, del sacrificio de la especie humana. Desde este punto, considero que Gaia representa un paso atrás respecto a la teoría sistémica.

La biosfera ha estado condicionada, y siempre en forma creciente, por la sociosfera y la tecnosfera, las dos esferas de la actuación social y productiva del hombre. Hay una historia humana de la biosfera que se identifica, en última instancia, con la "historia humana de la naturaleza".

La degradación del medio ambiente es un problema del hombre. No de Gaia.

En realidad, los gaianos pasan de un anti-antropocentrismo trascendente a un antropocentrismo trascendente a la Teilhard de Chardin (1957). El pensamiento humano como punto culminante de la evolución terrestre y universal, la conciencia humana como autoconciencia de la biosfera.


El "derecho" de los animales

Los derechos de los animales son tales solamente en tanto y cuanto los humanos consientan en hacerse cargo de sus respectivos deberes.


¿Son los animales personas jurídicas?

Para Kant, todo el problema gira en torno a lo que él denomina la "relación de deber". Es esta, por norma, una relación de reciprocidad, que se establece entre personas capaces de asumir sus propios deberes y respetar el derecho de los otros. Otra forma de relación de deber es aquella que el hombre puede autoimprimirse frente a los sujetos incapaces de ejercer derechos y de asumir deberes.

Los hombres llamados por la bioética "no competentes" [B. Brody (1988), A.E Buchanan y D.W Brock (1989)], no dejan jamás de ser considerados hombres por los demás hombres.

El problema de los animales es substancialmente distinto, porque ellos no son personas físicas, y están desprovistos de aquella capacidad intelectiva, cognición y autocinciencia que hacen de los hombres precisamente personas físicas.

Nosotros respetamos la ley también porque lo consideramos moralmente (y afectivamente) es lo debido.


Nuestros deberes morales para con los animales

Nuestros deberes morales para con los animales son de otro tipo respecto de los que tenemos para con los hombres no competentes. Los hombres no competentes hacen usufructo pasivamente de un doble cuidado y protección, legal y moral; en el caso de los animales, los cuidados y protecciones de que pueden beneficiarse surgen exclusivamente de nuestro deber (o sensibilidad) moral.

Es indiscutible que los animales no pueden ser titulares de derechos ni morales ni legales, porque no satisfacen un requisito fundamental del derecho positivo: no tienen "personalidad jurídica": la "titularidad de una suma de derechos inviolables y de deberes inderrogables".

No hablar más por lo tanto, como Regan, de los derechos morales de los animales, sino de (nuestros) deberes morales para con ellos. La verdad es que si un animal no puede ejercer un derecho, puede en cambio beneficiarse de un derecho que le es concedido, obviamente sin que medie su opinión. El animal no tiene mérito ni emérito para el derecho que le reconocemos o queremos reconocerle.

El animal no está en posición de reclamar un derecho, mientras que el hombre si lo está. El animal no es titular de decisiones legales o morales, sólo el hombre lo es.

Se concilia con los valores de tolerancia, solidaridad y altruismo que, al menos en el plano ideal, deberían regir la vida democrática.


Medio ambiente y estilos de vida

El estilo de vida dominante en los países altamente industrializados, es una de las causas a las que se debe atribuir, sin duda alguna, la principal responsabilidad de la presente emergencia ambiental.

En los últimos tiempos, dos escenarios particularmente inquietantes han comenzado a adquirir una creciente credibilidad en el área de la investigación científica sobre la biosfera. Me refiero al efecto invernadero y al agujero en la capa de ozono, escenarios ambos que se inspiran en fenómenos notoriamente adscribibles a nuestro estilo de vida.

Hay una relación directa entre el uso de los combustibles fósiles y el efecto invernadero, así como hay una relación no menos directa entre el uso de los clorofluocarburos (cfc) y el adelgazamiento y la laceración de la capa de ozono en la atmósfera.

Hoy nos encontramos frente a una elección entre tres posibilidades:

1. aceptar, aunque reconociendo sus límites, los escenarios del efecto invernadero y del agujero en la capa de ozono, concentrándonos, con todos los medios, en bloquear el decurso de los fenómenos que se encuentran en su base.

2. no aceptar por el momento estos escenarios, quedando a la espera de ulteriores estudios en profundidad que permitan dar una respuesta mejor fundamentada a los problemas todavía no resueltos.

3. aceptarlos, pero sin compartir la validez de las causas y presentando una estrategia, también de ésta espera, que dependería del desarrollo de una hipótesis más precisa de la autorregulación.


Actuar o no actuar

Única alternativa: actuar o no actuar de inmediato. Con el agravante riesgo, esta vez, atañe nada menos que al futuro de la biosfera.

Personalmente no tengo dudas al respecto: creo que se debe actuar de inmediato, aunque seamos conscientes de que no estamos en posesión de todos los datos del problema que tenemos delante.

En circunstancias de este tipo rige el principio de menor riesgo. Correr menos riesgo significa en este caso, actuar de inmediato, dejar de lado las dudas y actuar como si estuviéramos absolutamente convencidos d ella plausibilidad de los dos escenarios, y por lo tanto, de los eventuales eventos catastróficos que estos nos anuncian.

El beneficio más importante hubiera consistido en que, con nuestra actuación, se habría logrado también mejorar la situación del medio ambiente. El aire de nuestras ciudades se habría hecho más respirable, la polución de las aguas menos insidiosa, los bosques estarían menos amenazados por las lluvias ácidas. En resumen: estos logros son otro argumento a favor de la necesidad de actuar de inmediato, puesto que representan indudables efectos colaterales positivos para el medio ambiente.


El agujero en la capa de ozono

Los problemas que se presentan se refieren, en particular, a la dificultad de lograr sustituir los cfc por compuestos que brinden la misma prestación en todos sus sectores de aplicación.

El vínculo entre cfc y agujero en la capa de ozono fue tratado inicialmente como un problema que únicamente estaba relacionado con los aerosoles. De este modo, se llamaba la atención del público sobre el uso de los cfc como agentes propelentes en un particular segmento del mercado.

En cambio, un sector que escasamente fue tenido en cuenta por los medios de comunicación fue el de los cfc en su función de agentes refrigerantes. A nivel mundial, existe hoy en día un imponente stock de fluidos refrigerantes aprisionados en dispositivos de refrigeración de todo tipo. Es decir, toneladas de cfc.

El objetivo final deberá ser fatalmente la desaparición progresiva de todas las reservas de cfc.

El tema más difícil de resolver tal vez el de la eliminación, porque el estudio de los problemas conexos a la incineración de los compuestos cloruros todavía está en su fase inicial.


Producción del frío y estilos de vida

Es indudable que existe una relación recíprocamente causal entre la primera revolución industrial y los progresos logrados en la tecnología térmica.

De los muchos aspectos que pueden juzgarse como caracterizadores de la civilización industrial, tal vez el más caracterizador sea su formidable capacidad de manipular energía térmica. La importancia que ha adquirido el control térmico del ambiente.

Por democratización del confort, entendemos la accesibilidad del mayor número de personas al mayor número de bienes considerados "confortables". Parte de ellos están relacionados con la tecnología del frío.

En nuestra vida cotidiana cambiaron nuestros hábitos de consumo.

La sociedad industrializada contemporánea ha encarado el problema del calor y del frío recurriendo al control artificial del medio ambiente, valiéndose para este fin de los aparatos de aire acondicionado y/o de los calefactores.

Será forzosamente necesario desalentar la refrigeración intensiva en los espacios residenciales o laborales y en los vehículos, a pesar de lo arraigada que está en nuestro estilo de vida, porque ya no es más compatible con las exigencias de la actual emergencia ambiental.

En dicho contexto habría que preguntarse: ¿no es un anacronismo proponer una contracción del consumo en los tiempos que corren? ¿No es una impertinencia invocar la austeridad cuando hay pueblos que durante décadas (y también durante siglos) han vivido en regímenes de "austeridad forzosa" y que ahora buscan, con éxito todavía incierto, librarse de ella? Hay mucho cierto en ello.

Obligar a la sociedad industrializada a abandonar totalmente su estilo de vida.