La Dispersa
Título | La Dispersa |
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Año | 1987 |
Autor | Claudio Girola |
Tipo de Publicación | Capítulo de Libro, Memoria de Título |
Editorial | Taller de Investigaciones Gráficas, Escuela de Arquitectura UCV y Ciudad Abierta |
Edición | 1a |
Colección | Oficio |
Ciudad | Valparaíso |
Palabras Clave | escultura, Obra de Travesía, separatas |
Archivo:OFI 1987 Dispersa.pdf | |
Nota | La Travesía a Trehuaco (Bio-Bio, Chile) se realizó el año 1986 –probablemente el texto se escribió en esa época y ha sido publicado en las siguientes ediciones:
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Durante la corrección de Taller de Diseño Gráfico hablé de “arte” y “escultura” y “obra”. Dije lo siguiente:
Lo que quiero hoy es no hablar ni de la docencia de travesía, ni de la travesía misma. No quiero dar una cuenta final de índole pedagógica. Quiero hablar de algunas cosas que he estado pensando después de haber realizado la escultura de Trehuaco.
¿Cuándo comenzó esta escultura? Comenzó en el mes de marzo de este año. Nos reunimos durante meses, en la Ciudad Abierta, Alberto, Godo, Miguel y yo, para discutir y disputar sobre un nuevo modo de encarar nuestras artes. Nuevo modo que en una suerte de unísono pudiera derrotar lo que podríamos llamar las diferentes especialidades de nuestros oficios. Alcanzamos a tener un nombre que se nos convirtió en un posible sendero por donde transitar. Si hubiéramos podido escribir un texto a la manera de los viejos manifiestos, éste hubiera comenzado, a no dudarlo, con la negación-afirmación de un: “No más arquitectos, poetas, escultores, pintores y músicos... ahora orfebres”. Esa era la palabra. El arte de la orfebrería se presentaba como el “unísono” de nuestros oficios, por las tantas especialidades que ella reúne en sus obras.
En medio de esas reuniones de trabajo, cuyos altibajos siempre van de la euforia a la depresión, una tarde yo dije que hacía tres años que no tenía una “idea escultórica”. Quiero que se me entienda bien en este momento. Yo puedo hacer obras de escultura todos los días. De hecho las hago. Pero, “escultura”, sólo cuando tengo una idea.
Y quiero que se me entienda bien desde un comienzo, porque más allá de que no se me crea un ocioso o un petulante, se trata de esto: si una buena o mal obra de escultura moderna, aún más, contemporánea, se “parece” a la noción y figura que tenemos constituida sobre lo que es una “escultura” personalmente me parece imprescindible y necesario revisar esas nociones y figuras puesto que lo que posiblemente nos esté sucediendo, cada vez con más frecuencia, es que estamos tomando al gato por liebre, es decir, estamos ante buenas o malas obras pero no ante “arte”.
Por ello es que, además de decir que[1] hacía tres años que no tenía una idea escultórica, me hice esta pregunta. ¿Cuál es el presente de la escultura?
Y cuando digo presente quiero significar no algo que está hecho y por lo tanto presente, sino algo que no existe y que tiene oculto al presente.
Si nos preguntamos de verdad cuál es el concepto de arte que tenemos en general, creo que todos nos responderíamos un poco extrañados por lo obvio de la respuesta: ¿El arte, no es acaso la obra de arte?
Sin embargo, me parece que hay una esencial diferencia entre arte y obra. La expresión: “obra de arte”, tan corriente en nuestros hábitos se me ha vuelto incorrecta, porque pienso que arte no es pertenencia de la obra sino que depende de qué y cómo se pro-vaca con ella y de quién y cómo es pro-vacado por ella. Si “arte” y “obra” pudieran identificarse así sin más, “arte” sería cosa, como lo es la obra o quizá una cualidad de ésta. Pero con la palabra “arte” no quiero designar la cosa que es la obra, ni tampoco una cualidad dominante que se debe percibir y apreciar en ella.
Basta pensar por un momento qué nos ocurre cuando enfrentamos el hacer “arte” para comprender la imposibilidad de dicha identificación. Porque “vemos” las obras que hacemos, pero “no nos vemos” cuando nos pro-vocan “arte”.
Supongamos que enfrentamos hacer “escultura”, pero aún sin obra. Muy pocos se dan cuenta que en ese hacer sin obra sólo mediamos para que “arte” nos envuelva con su presente presencia, no como flujo que sale y corre de ese hacer hacia la obra que enfrentaremos. Esa manera de pensar es una de las tantas metáforas que se emplean para forzar el carácter de lo conocido, la obra que realizaremos, para hacerlo coincidir con “arte” o desconocido que enfrentamos sin ver. Así, por comodidad, se piensa que “arte” es flujo de la obra, sin observar que si fuera flujo se adaptaría al recipiente que lo contiene. ¿Y cuál es éste? Todos pensamos que la obra. Pero para ser coherente con lo que estoy pensando, debo decir que la obra no es recipiente de “arte”. Menos el creador o mediador y aún menos el contemplador; puesto que “arte” no se contiene, sólo se “pro-voca”.
Y en ese “pro-vacar” no hay nada de ingenuo. La “pro-vocación” es un llamado para que algo salga fuera y permanezca fuera. Y en ese salir y permanecer siempre como llamado, como pura “vocación”, allí y sólo allí va implícito el acto único e irrepetible de “arte”.
Alberto Cruz, alguna vez y por otros motivos, designó todo esto como “el cada vez”. “Arte” es lo que se le “pro-vaca” al hombre por medio de la vocación o llamado que lo mantiene siempre fuera, suspendido. Esto acontece por medio de la obra que permite instrumentalmente desocultarlo. Por ejemplo: a la pregunta por el “presente de la escultura”, le siguió otra pregunta: ¿Qué es dispersar en escultura? Y ¿Por qué “dispersar” precisamente?
No vaya contestar directamente en este momento. Pero con esta pregunta se inicia concretamente la escultura de Trehuaco. Quiero seguir reflexionando con voz alta y con tono general para llegar después a lo particular de la obra. Sin embargo, no puedo continuar sin afirmar en este momento que sin ese “llamado o cuestionamiento”, que nos coloca siempre como en situación de “borrón y cuenta nueva” (cada vez) podrá haber obra, pero no “arte”.
A las artes del espacio hay que “verlas”, al arte musical hay que “oírlo”, al arte teatral hay que “verlo y oírlo” y al arte poético hay que “oírlo, leerlo y algunas veces, verlo”. Lo que se ve, se oye o se lee, con todas sus variantes, nos colocan apenas en lo que llamaría una situación especial desde la cual y sólo desde ella puede ocurrir algo o no ocurrir nada.
Si lo que vemos, oímos o leemos nos coloca en situación de que pueda ocurrir algo, es decir, si ese colocar contiene expectación, en cuanto desocultamiento, habrá “arte”. Si no contiene la expectación del desocultamiento de algo habrá obra, pero no “arte”.
Pero aún hay más exigencias puesto que del arte podemos decir que se da en la pura gratuidad pero nunca es gratis.
No sólo es necesario que aquel ver u oír, o aquel sentir o imaginar; o intuir algo esté lleno de expectación; sino que antes que nada y después de todo para que haya “arte” es obligatorio cumplir con lo que no pertenece a la obra pero sí que ella impulsa.
Cumplir la acción de “poner la estancia en su propio ritmo, que eso es “Stiften” y no fundar ¡carajo!”, como dice textualmente Amereida.
Dicho de otro modo, poner en marcha y fuera de sí lo oculto.
Poner fuera de sí a algo o a alguien, significa éxtasis, enajenación o ensimismamiento. Pero también significa, corrientemente, y esto es lo que me interesa, irritar o poner furioso a ese algo o alguien.
Y ¿cómo se pone fuera de sí si no es por provocación? Sólo cuando estamos fuera de sí podemos registrar más que el fruto de nuestro acto, la obra; la potencia que lleva o realizarlo.
Esto en cuanto al individuo. Pero lo que más interesa es que cuando “arte” pro-vaca “arte”, tanto el mediador, como el contemplador se desindividualizan, es decir, se ponen fuera de sí. Cuando esto sucede ¿a qué apunta, entonces, lo “pro-vocación o arte”? Apunta a construir mundo.
Pero no el mal llamado mundo natural o empírico que nos rodea. Sino el mundo verdadero, el que une y orienta. El que Heidegger llamó “mundo que mundea”, es decir, que “corre mundo”. Se podrá pensar que tal mundo es espíritu, con bastante derecho, puesto que la palabra espíritu indica capacidad de objetivación que no se refiere a los objetos y que sin embargo los incluye, superando sentidos, sentimientos y emociones.
Al estar fuera de sí y superar sentimientos y emociones no se está entre las cosas ni se quiere permanecer entre ellas, sino que se quiere estar fuera y existir en el “mundo que mundea”, en el mundo que “corre mundo”.
Pienso, entonces, que ni la obra es “arte”, ni es de “arte”; aunque es cosa hecha para pro-vocarlo.
Y ¿cómo acontece la pro-vocación en nosotros? ¿Bastará mirar la cosa hecha? Si miramos las cosas hechas percibiéndolas solamente, esa mirada siempre va a exigir una interpretación y un modelo referencial.
Por ello es que es muy frecuente oír preguntar por los “significados” para satisfacer la curiosidad por el secreto de lo cosa hecha. Pienso que secreto hay, pero no encerrado en lo obra, sino existente en el mundo, que lo obra desoculta para volver a ocultarse. Por eso, pienso que son inútiles las interpretaciones. Hay “arte” cuando se “artistifica”, permítame el verbo que reemplaza al sustantivo; porque “arte”, ya lo dijimos, es “poner la estancia en su propio ritmo”; es decir, potencia en acción y no mera cosa. Alguien le preguntó alguna vez o lsadora Duncan si podía decir con palabras lo que bailaba. Respondió: “Si pudiera, no bailaría”. La pro-vocación implica desocultar el origen y cumplimiento del ser como lo que es, en cualquier época, en cualquier lugar, por ello es que pienso que no hay verdadera historia de arte en cuanto verdadera historia, porque desocultar es siempre inaugural.
Cézanne pintó cincuenta y dos veces inauguralmente la Montaña de Santa Victoria que veía desde la ventana de su taller en el sur de Francia. Nunca lo representó, ni lo evocó. Sólo estaba empeñado en manifestar la energía y la potencia que da sentido a la forma artística cuando se la construye desde la siempre inauguralidad de provocar el “hecho pictórico”, como decía Braque; o verbo hecho color, que se manifiesta como aquello que cambia y sin embargo es siempre igual, en este caso, la invención de la superficie pictórica.
Cada momento de toda construcción es siempre una elección, eso lo sobemos muchos, de lo que sobemos poco es que “posibilidad” y “ser”, son sinónimos. Si desocultar algo es no retraer el ser de ese algo, entonces por cada “posibilidad” quedan agazapados infinitos posibles. Además que se avanza en la elección de los “posibles” por los “no” y no por los “si”.
La pulsación que permite pasar de la vida a la existencia, ese es “arte”. Es frecuente oír lo contrario, arte es vida. Pienso que es existencia, gracias a esa fluctuación, pasajera y profunda a la vez, que va desde un: “no tengo ideas escultóricas” a un “tengo una pregunta escultórica”. ¿Qué tipo de existencia? Insegura, respondo. Inestable porque el “arte” no da nunca ni el mismo modo ni la mismo formo de existir.
Por eso hablo de pulsación y por eso dije que dudemos o desconfiemos de nuestras nociones o definiciones que se aferran y se constituyen sin nuevos cuestionamientos, afincándose en los que nos hemos hecho alguna vez en la vida y que seguimos creyendo vigentes e inmutables.
Por ello es que una tarde, promediando la Travesía de Trehuaco, le pregunté a una alumna de Diseño Gráfico con la cual conversaba distraídamente de cualquier cosa, si la escultura que teníamos delante se parecía a lo que ella creía debía ser una escultura. Vanidad de vanidades. No hubiera ganado nada preguntándole a Alberto o Miguel ¿Por qué? Porque esa alumna contestó que no, que no se parecía a una escultura. Contestaba por lo que veía y no por lo que sabía.
El “arte” surge como la mayor distancia posible entre dos orillas, sin que éstas dejen de ser orillas, que aunque no se vean entre sí, se saben orillas, como las de la desembocadura del Río de la Plata, por ejemplo.
En “escultura” la mayor distancia posible puede ser la que va desde un alambre que se ve como vector en el espacio y los Colosos de Memnón, en Egipto, que se ven como puro volumen en el espacio. Esto es así siempre y cuando se cumpla y se pro-voque la esencial ley, invariable e ineludible, de su “ser escultura”. ¿Cuál es ésta? El peso gravitacional. La gravedad. El ser de la escultura se nombra por el verbo “estar”. La palabra significa estatua y además estatuto, estabilidad, establecer y estatura.
La escultura trabaja desde tiempo inmemorial la estatua como una. Aún cuando fueran dos o tres, o un grupo escultórico, o cuando es frontón o conjunto. ¿Por qué? Por esto: tuvo siempre presente lo uno de su posibilidad o peso gravitacional.
A partir de esto, en el transcurso de los milenios, resolvió de uno u otro modo el desocultamiento de su ser. Desde luego como volumen intacto, luego por la introducción de los “vacíos” en el volumen o bien por los aditamentos con figuras de tronco de árbol, o los drapeados y hasta las serpientes “lacoontinas”, etc.
En la historia de lo escultura ha habido muchos modos posibles de “poner la estancia” de la gravedad escultórica “en su propio ritmo”. Pero la estatua, por concepción seguía siendo una y única. Una y única bien equilibrada estatua. Miguel Angel lo expresó en formo muy gráfica: “Arrojando desde lo alto de una montaña una escultura, todo lo que se rompe es superfluo”. En cambia la escultura de Trehuaco la posibilidad de ser, ahora, era la dispersión gravitacional, que permite ganar la extensión, por sus multiplicados apoyos y desperdigadas formas.
Su “estar” se muestra arrojado no “desde” sino “hasta” el límite de lo estatuido como escultura. En este sentido es única e irrepetible. Es una situación de “cada vez”. Y siendo así me pregunto, entonces, lo siguiente: ¿No será que el “cada vez” y sólo con él se pro-vaca “arte”? Porque, pensándolo bien, ¿no será que todo lo que se haga después de ese “cada vez” es sólo imitar el ente que se desocultó aquella vez?
Hace varios años atrás, en un Taller de América me tocó, hablar largo de la escultura y recuerdo que dije entre muchas cosas que un escultor sabe lo que quiere con mucha certidumbre (los “no” que mencioné antes). Lo ejemplificaba con una frase que decía más o menos esto: “el escultor no quiere que la Venus devenga ese mármol que trabaja ni quiere que ese mismo mármol devenga sólo Venus”. Esta definición no hay que tomarla en el sentido de la insulsa fórmula de forma y contenido, sino como “patentización” de lo que Aristóteles, en su pasaje de su Metafísica define como la interna unidad de razón y ciencia en el saber, el saber integral de algo y que él ejemplifica justamente con Fidias y Policleto al decir que ellos son un ejemplo de sabiduría en las artes, porque no sólo saben esculpir maravillosamente sus estatuas, sino porque han tenido la visión de las más bellas estatuas realizables. La visión de esas más bellas estatuas realizables no es una y única para siempre. Lo visión se da en el entrecerrar los ojos y en cada entreabrirlos vemos la “posibilidad” de la verdad del ser que es y no se retrae de la infinitud de miradas que son necesarias para construir mundo.
Notas
- ↑ Desde aquí en adelante, el texto corresponde al publicado como El Arte y la Obra de Arte, 1991.