Josefina Torres XII

De Casiopea

¿Es el Caminar el modo de encontrarse con los lugares, la ciudad?

El hombre como sujeto que se encuentra con los lugares, la ciudad. Para lograr entender cómo es esa relación entre persona y ciudad se repara en los significados de la palabra caminar, y la etimología de la misma, logrando de ese modo una concepción general. Según la RAE Caminar se define como “andar determinada distancia, ir de viaje, seguir su curso, dirigirse a un lugar o meta, avanzar hacia él”; etimológicamente la palabra andar1 proviene de una variante romance del verbo ambulare en latín, ambulare viene de ambo (dos, ambos) por ser la acción de usar las dos piernas.


El caminar o recorrer es una de las acciones que más realizamos, quizá inconscientemente, nos desplazamos, para poder llegar a un lugar, ya que nuestro objetivo es un punto en especial y el recorrido lo trazamos y ejecutamos. Nuestra cabeza analiza el recorrido y nuestros pies se levantan al compás de un ritmo que pocas veces llevamos conscientemente.


Y es así como nos planteamos la pregunta,

¿Es el Caminar el modo de encontrarse con los lugares, la ciudad?

Si el caminar lo vinculamos con los sentidos, la observación, el sonido, el tacto, la conciencia, la memoria es posible para el sujeto se encontrase con la ciudad y el entorno, palparlo, vivir el lugar. Hay diversos modos de encontrarse con el entorno, reconocerlo, contemplarlo, recordarlo, vivirlo, sentirlo, es que cada ser humano lo vive de diferente modo, pero generalmente el caminar o recorrer es un factor común. Es común que todos caminen por la ciudad constantemente con una ruta establecida por la rutina, el tiempo, el apuro y todos aquellos factores sociales que definen de cierto modo como actuar. De ese modo son muy pocos los que realmente viven la ciudad, los lugares, desde ahí nace la pregunta

¿Caminar es habitar el instante?

Caminar con los sentidos es el modo de encontrarse y habitar el instante, una de las hipótesis planteadas es aquella relacionada con la “Teoría de la Deriva”, ésta plantea el deambular como arte, el recorrer y encontrarse con inesperado. Da cuenta de un goce en el paseo, donde perderse es parte del mismo. Guy Debord define cuidadosamente la teoría, dejando en claro cada punto de ella casi definiendo de qué modo específicamente sucede el acto de deambular y encontrarse con la ciudad o con espacios de menor escala como barrios. Para ello define varios parámetros


“…la deriva se presenta como una técnica de paso ininterrumpidos a través de ambientes diversos. […] una o varias personas que se entregan a la deriva renuncian durante un tiempo a sus motivaciones normales para desplazarse o actuar en sus relaciones, trabajos y entretenimientos para dejarse llevar por las solicitaciones del terreno… […] …Se puede derivar en solitario, pero todo indica que el reparto numérico más fructífero consiste en varios grupos pequeños de dos o tres personas que compartan un mismo estado de conciencia. […] permitirá llegar a conclusiones objetivas. Es preferible que la composición de estos grupos cambie de una deriva a otra. Con más de cuatro o cinco participantes, el carácter propio de la deriva decae rápidamente, y en todo caso es imposible superar la decena sin que la deriva se fragmente en varias derivas simultáneas…


La duración media de una deriva es de una jornada, considerando como tal el intervalo comprendido entre dos periodos de sueño. […]Esta duración media solo tiene valor estadístico, sobre todo porque raramente se presenta en toda su pureza, al no poder los interesados evitar, al principio o al final de jornada, distraer una o dos horas para dedicarlas a ocupaciones banales. […]. Es cierto que, cuando se suceden varias derivas en un periodo de tiempo muy amplio, es casi imposible determinar con precisión el momento en que el estado mental propio de una deriva deja lugar al de otra. Se ha recorrido una sucesión de derivas sin interrupción destacable durante casi dos meses, lo que arrastra consigo nuevas condiciones objetivas de comportamiento que entrañan la desaparición de muchas de las antiguas.[…]


En todo caso, el campo espacial esta sobre todo en función de los bases de partida que para los individuos aislados constituyen sus domicilios y para los grupos los lugares de reunión escogidos. La extensión máxima del espacio de la deriva no excede el conjunto de una gran ciudad y sus afueras. Su extensión mínima puede reducirse a una unidad pequeña de ambiente: un barrio, o bien una manzana si merece la pena…” Teoría de la deriva de Guy Debord (1958). Existe un cuidado especial en considerar diversos detalles para lograr un deambular -óptimo- porque repara en los sentidos en el modo de desplazarse, en cómo serían las situaciones para lograr un buen modo, si es en singular o en plural, de qué manera se definen los objetivos y los estados de conciencia, para obtener un fruto común al final. Se establecen duraciones, períodos, momentos más certeros y lugares.


A partir de la experiencia de Valparáiso, se reconoce en algunas ciudades aquella dimensión de ciudad para el caminante, aquella ciudad que es posible de abarcar con los sentidos, el ritmo del paso, la distancia del cuerpo, del ojo, los sonidos, las texturas, las tramas. Dos casos, en un principio uno antítesis del otro, Valparaíso, la ciudad no fundada de cierto modo espontánea, a diferencia de Brasilia, la cual se constituye como ciudad desde un principio, desarrollando cada detalle previamente y construyéndola desde cero. A pesar de aquello ambas ciudades se recorren con la dimensión del paso, Valparaíso, es una ciudad de pie, sus cerros y su plan son completamente abarcables desde el pie, queda demostrado ya que se le otorga una mayor importancia a sus circulaciones como veredas, calles angostas, escaleras por cada estrecho espacio, recorriendo entre las casas, lo público se funde con lo privado del habitar y estas escaleras de circulación y calles a veces o pasajes se vuelcan a un espacio semi-público. Prácticamente nada de lo mencionado previamente fue pensado, pero se conformó así, recorriendo Valparaíso desde lo vertical. Existe aquel acercamiento con la ciudad, la cual por su geografía lo exige, para ser recorrida, es una ciudad que se percibe, se vive con los sentidos.


Por otro lado Brasilia se recorre desde lo horizontal, sus ejes están sumamente bien definidos y acotados, con cada recinto que se requiere para que se conforme como tal, posee sus límites urbanos a partir de parques, Parque Este, Oeste, Jardín Botánico, Jardín Ecológico, entre otros. En ambos casos, la ciudad es posible de reconocer y recorrer con la dimensión del pie, a pesar de que una de ellas haya sido pensada como ciudad y la otra haya surgido por la necesidad de un espacio ciudad puerto. Aparecen de todos modos los elementos que reconoce el caminante, como los recorridos (paseos, escaleras, calles), los espacios de estar y encuentro (plazas, miradores…); los umbrales, conformados por algún quiebre o traspaso, donde generalmente hay un cambio en el ritmo del paso. Tomando Valparaíso como caso más cercano, pienso en cómo se recorre esta ciudad, recorrerla es estar en un constante juego, aparece lo lúdico. Es aquí en la ciudad anfiteatro, que por su forma, posee una diversidad de ritmos, se percibe una diferencia axiomática entre el paso desde el plan o hacia el plan, es allí donde el juego aparece, el ritmo como se recorre al subirla y al bajarla, al recorrerla, al pasar por sus bordes y aparecer y desaparecer, quedando ante ella e inmersa en ella a ratos, porque al recorrer Valparaíso, aparecen diversas dimensiones donde nos sentimos como un personaje más de esta ciudad, aparecen sus construcciones, sus habitantes y es posible –quizá eso sea lo más “lúdico”- la perspectiva, lo que veo desde arriba antes lo vi desde abajo y al revés, los puntos de vista varían según como me vaya encontrando con la ciudad. Dependiendo de cómo quiero recorrerla, o como la misma ciudad me va guiando para ir descubriéndola.


Porque aquí las “reglas” de una ciudad común son escasas, al menos en su parte alta; me refiero a aquellas reglas espaciales, del caminante-peatón; caminar por la derecha, por la vereda, reconociendo la vereda de la calzada por la diferencia de alturas, los anchos, las esquinas, los semáforos, los colores, todo se convierte en un juego del transeúnte en la ciudad, acá las reglas pasan a ser otras, otras que los mismos habitantes van definiendo, trazando vías, dejando huellas, utilizando tramos de veredas o de calzadas, abriendo espacios, creando ventanas urbanas –vacíos que exponen- Aparece Valparaíso, de aquella forma lúdica, entre la verticalidad y lo expuesto, donde cada vez devela parte de ella al caminante que la recorre (la sorpresa del juego). Se puede relacionar con la teoría de la deriva de Guy Debord (1958), “técnica de tránsito fugaz a través de ambientes cambiantes”. Valparaíso por su geografía seguirá siendo una ciudad para caminar y recorrerla, ya que aquí el tiempo de cierto modo lo permite, o quizá más que lo permita, es cada uno el que le otorga el tiempo necesario para caminar, quizá así, caminando, cada vez posando los pies con fuerza se desarrolla el arraigo entre el habitante-porteño y la ciudad. A pesar de carecer de espacios públicos definidos para el caminante, asociados con la naturaleza, como suele ser en la mayoría de la ciudades.


En el Siglo XIX surgen los transcendentalistas, con ellos aparece el valor de los parques, en EEUU, la naturaleza es una proyección del espíritu divino, es un espacio para encontrarse consigo mismo. Uno de sus integrantes Henry David Thoreau publica el libro “Caminando” “el arte de Caminar” un fragmento del texto - el arte de Caminar, esto es, de andar a pie; que tuvieran el don, por expresarlo así, de sauntering [deambular]: término de hermosa etimología, que proviene de “persona ociosa que vagaba en la Edad Media por el campo y pedía limosna como pretexto de encaminarse a la Sainte Terre”- El estatuto de la caminata ha cambiado fuertemente, hoy en un mundo sedentario es un anacronismo caminar, el caminante se convierte en un profeta. Caminar es una forma de resistir, a la maravilla de ir caminando a lo que el camino nos da, un olor, un sonido, la ciudad, una hoja que cae, una sonrisa. Caminar es habitar el instante.


Y un ejemplo de ciudad que carece de peatones es Los Angeles, una ciudad para los autos, no para los peatones, era una ciudad donde se hace difícil encontrarse con alguien de a pie, esa sería la negación del verdadero sentido de la ciudad. Porque caminar es aceptar esa posibilidad de que el flaneador, el paseante, el hombre callejero, el que callejea sin rumbo, esté dispuesto a encontrarse con el otro, como lo expone Baudelaire en su poema “Una Transeúnte” A una transeúnte

[Poema: Texto completo.] Charles Baudelaire La calle atronadora aullaba en torno mío. Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina Una dama pasó, que con gesto fastuoso Recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos,

Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas. De súbito bebí, con crispación de loco. Y en su mirada lívida, centro de mil tomados, El placer que aniquila, la miel paralizante.

Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer. ¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?

¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca! Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta, ¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!

Es que algo debe suceder en nuestro cuerpo, porque es allí en el caminar donde todo funciona al mismo tiempo, los sentidos se afinan, el paso toma un ritmo, la ciudad aparece con sus construcciones y habitantes, es allí caminando donde nuestras ideas se ordenan, donde el cuerpo se mueve utilizando cada musculo y hueso. Nuestro cuerpo se comporta como la máquina perfecta, donde todo es en conjunto. Quizá por eso Federico Nietzsche en El Ocaso de los ídolos aforismo 34 le responde a Justaf Lovair, luego de su afirmación: “uno no puede pensar y escribir, sino sentado”, Nietzsche: “Con estas palabras te denuncias oh! nihilista, la carne sentada es precisamente el pecado contra el Espíritu Santo. Sólo los pensamientos en marcha tienen valor”. Para él los grandes pensamientos sólo pueden conseguirse caminando, en el aire libre.

Henry David Thoreau El decálogo del caminante 1. El sabio reside allí donde se encuentra en cada momento, como lo hacen algunos caminantes, que descargan todo el peso de su cuerpo en cada paso. 2. Una caminata temprano por la mañana es una bendición para todo el día. 3. No puedo caminar bien ni gratamente si no me mantengo lejos en el horizonte. 4. Sé puntual: respeta los horarios del universo, no los del tren. 5. Viva cada estación según pasa; respira el aire, bebe la bebida, saborea la fruta y resígnate a todas las influencias. 6. Si has pagado tus deudas, hecho testamento, arreglado todos tus asuntos y eres libre, entonces estás listo para una caminata. 7. Si quieres ejercicio, sal a buscar las fuentes de la vida. 8. Debes caminar con un camello, de quien se dice que es la única bestia que va rumiando mientras camina. 9. Aprovechemos la oportunidad antes de que lleguen los malos tiempos. 10. Existe un sutil magnetismo en la naturaleza; si nos entregamos inconscientemente a él, dirigirá bien nuestros pasos.

El caminar del cual hablo, no tiene nada que ver con el ejercicio, es la empresa y la aventura del día. Luego de todo aquello surge la pregunta, ¿Qué pasó con nuestro ser nómade? ¿Es posible cultivar el caminar? Porque es más que dar un paso, es hacer ciudad, es observar y con ello pensar. Y es así como reafirmamos que es el caminar el modo de encontrarse con los lugares y habitar el instante, a través de los sentidos, palpando, observando, oliendo, recordando y siendo consciente de esa condición de caminante que tenemos y lo que conlleva para develar, descubrir por medio del viaje que es caminar/deambular percibiendo.



1. http://etimologias.dechile.net/?andar