Francisco Cataldo: Taller Amereida VIII

De Casiopea



TítuloConstrucción/de-construcción de la ciudad dada por el encuentro de dos mundos
AsignaturaTaller Amereida VIII, Taller de Amereida
Del CursoTaller de Amereida 2014, Taller Amereida 2014
CarrerasArquitectura
Alumno(s)Francisco Cataldo


Imaginarios latinoamericanos: Construcción, deconstrucción de la ciudad dada por el encuentro de dos mundos

Hablar de América es referirnos a un continente lleno de escenarios rebosantes de color, costumbres, estructuras o de matices diversas, ya sea por herencias propias de la expansión europea o por la continuidad de tradiciones vernáculas que se niegan a morir a través de simbolismos o tradiciones. Sea esto u otra cosa, cierto es que América en toda su extensión nos ofrece singulares ciudades que más que ser reflejo de la modernidad cuentan con una esencia, con un espíritu que lleva a cada hombre que la visita o habita a descubrir parajes inesperados, en una conjugación que probablemente para algunos tiene un significado que alude y se remite a un periodo que va más allá de los movimientos independentistas del siglo XIX. No obstante, cierto es que cada una de las ciudades americanas cuentan en su historia u origen con la experiencia de un periodo en sí que se considera hispano o luso, fruto de la obra de un grupo de personas, que previamente en siglos anteriores han descubierto, conquistado y construido a lo largo de los años en un territorio determinado, cuyo conocimiento ha posibilitado con el tiempo un sentido de permanencia, que para este caso, es el español que llega al territorio americano para los tiempos coloniales, experimentando en el “nuevo mundo” un sentido, donde colonizar no es solo gobernar sino que es construir un mundo que conforme al pensamiento europeo, debe ser civilizado, imponiendo una cultura que antes no existía, siendo necesario reditar instituciones, simbolismos[1]. Desde esta perspectiva se desprenden las claves de la colonización y herencia europea (sea española o portuguesa) en la gran mayoría de las ciudades que forman parte de la fisonomía o imaginario latinoamericano, una colonización que por su modus operandi, como intensidad fue muy distinta en cada una de ellas, casi en una suerte de aventura o de improviso, en un juego estético que permite hasta el día de hoy encontrar en ellas atisbos de una arquitectura o arte propiamente europeo.


La ciudad: sinónimo de arraigo y occidentalización

Para partir con la revisión de los temas antes mencionados, conviene partir con la pregunta: ¿Qué es una ciudad?, ¿De qué manera nace o surge la concepción espacial de la ciudad imaginada? y ¿Qué elementos definen o determinan a la ciudad latinoamericana?

En primer lugar, una ciudad se define tradicionalmente como una unidad político administrativa organizada, pero claramente si estamos de paso observando, viviendo cada uno de sus rincones, la ciudad latinoamericana, podríamos suponer que su concepción espacial se gesta no solo por el influjo de la tradición local de construcción de las ciudades indígenas, sino también debido a que la experiencia europea de fundación y posterior construcción de ciudades, la que se ciñó a planos regulares propios de los tratados clásicos (antigüedad), los del medioevo español y renacentista italianos, los que influyen en la construcción y edificación de las ciudades coloniales, formuladas a partir de instrucciones y disposiciones reales, pues a partir de éstas se determina la fisonomía de las ciudades.

Por ejemplo, si caminamos en Lima, Granada o Salvador de Bahía, nos encontramos con ciudades que son herencia de la América Hispana o portuguesa, la observación de los primeros conquistadores, sus sucesivas crónicas y vivencias propias de una gallardía inherente a lo desconocido, a lo paradojal o contradictorio de lo ya conocido y seguro, se debe dejar en claro que toda fundación de una ciudad, su origen es social pero debe ser autorizada por el rey, siendo la promulgación de las “Ordenanzas de descubrimiento, nueva población y pacificación de las Indias”, inicio de lo que concibe a la colonización en América a la usanza española, es decir, urbana, civilizada, cristiana, adoptando los principios arquitectónicos, urbanistas, estilísticos del orbis europeo.

La fundación y posterior desarrollo de las ciudades fue sinónimo de centros de poder, siendo testimonio físico del poder e influencia de las Coronas de España y Portugal en América, proyecto político, representación del espíritu renacentista, el que por supuesto llevó al hombre de la época a escenarios adversos entre la contradicción de la propia extensión y diversidad de los territorios así como de su capacidad para poder establecer un lugar de permanencia, que no solo le permitiese habitar sino más bien establecer permanencia, de perpetuidad de sentimientos, vivencias, de la experiencia al fin y al cabo, elementos que de alguna manera u otra han perfilado la cara de América así como su regalo, un espacio urbano, que se despliega como centro de vida administrativa, política y religiosa, pero sin duda como “razón natural”, donde la vida urbana va de la mano con la vida civilizada, por ello, no es casualidad que se funden más de 250 ciudades a lo largo de América como parte de una vitalidad expansiva, colonizadora, civilizadora y de sincretismo cultural, no siendo una imposición de la Corona, porque para el europeo en sí la ciudad permite la sociabilidad, la justicia así como la difusión, defensa y protección de la fe en sí misma.

El implementar un modelo europeo de vida en América no fue un proceso fácil. En primer lugar, como ya hemos mencionado, la ciudad era el espacio vital donde se podía encontrar la vida en sociedad y en un constante estado de civilización y sociabilización, siendo éstas trazadas conforme a determinadas maneras de fundación, por ejemplo, son comunes en la fisonomía urbana latinoamericana la presencia de una plaza de armas, la orientación de los puntos cardinales en son de la forma de damero, sin murallas, construcción de iglesias imponentes, decoradas de oro, casi como en manifiesto de la fastuosidad de América, considerando de paso. La contribución dada al azar de los indígenas o naturales de cada lugar, foco de mestizaje voluntario o involuntario, pero que al fin y al cabo, a lo largo del correr ineludible del tiempo dieron forma y carácter en calles y muros de piedra, a lo que es América.

Figura 1. Plano de Lima, Perú, del año 1613, se observa cómo la ciudad está organizada en damero, como un tablero de ajedrez.

Para poder concretar todas estas expectativas, cada ciudad debío contar con criterios de ordenación o jerarquía urbana, es decir, dotar de distintas categorías a las ciudades, que conforme a su importancia, funcionalidad o simplemente en razón de su geografía, permitieran desarrollar distintas competencias (por ejemplo, puertos). Los conglomerados urbanos coloniales en América se dividieron de acuerdo a su régimen (número de funcionarios e instituciones urbanas por ejemplo).

América fue sede y espacio de virreinatos como es Lima, por lo que su importancia geográfica no es menor en términos de poder y de expansión cultural. Lugares con caracteres propios de un primer mestizaje, de la adversidad de dos culturas que en un comienzo no se aproximan y en constante debate.

Como proyecto de occidentalización y de familiarizacion el español debió tener siempre presente que al arraigar su vida al suelo americano debía estar consciente de que no llegaba a un continente vacío e inhóspito, sino todo lo contrario, es una caja de Pandora por ello, su carácter y significado como núcleo urbano alcanza un perfil desde su fundación, principalmente porque “estaba pobre y desigualmente poblaba a finales del siglo XV y contenía numerosas etnias que poseían niveles culturales que iban desde el nomadismo más precario a las altas culturas de un urbanismo y de una urbanización singulares que se traducían en numerosos asentamientos poseedores de edificios portentosos”. [2]

Las ciudades americanas cuentan con procesos de construcción y deconstrucción, pero ¿Cuál es la reinterpretación del pasado realmente?; ¿ La ciudad es una proyección europea o existen atisbos de culturas originarias? La reinterpretación que hacemos al viajar, explorar América nos lleva a visitar aquellos viejos códices o relatos que pertenecen a la Historia de cada región, encontrando en ellos la justificación de un destino que se concibe en innumerables ocasiones como parte de la realidad total del universo. Por ello, podemos entender que como parte del mestizaje, del encuentro de dos mundos, bárbaro y civilizado, el hombre concibe que su destino se liga a la realidad entera del mundo, quizás esto explica la aceptación de la configuración y fisonomía de América, entendiéndola como un espacio que abarca la vida de muchos seres cuyos rumbos se perfilan en pos de la conservación de tradiciones o creencias propias de su progresiva construcción o deconstrucción. No bastó en este sentido con transformar el dogma del imaginario indígena, especialmente si consideramos que las misiones religiosas en América no siempre rindieron los frutos que esperaban, pero si es posible destacar el éxito logrado en aquellos pueblos o territorios donde los indígenas se encontraban sujetos a una tierra, al espacio geográfico; hecho que permitió que las órdenes religiosas pudiesen introducir todo este mundo europeo que a sus ojos los originarios no conocen, dejando atrás elementos adversos para el imaginario europeo como lo son la idolatría por medio de la difusión del mensaje cristiano. No obstante, es importante destacar que mucho debemos a lo que vemos en la travesía americana hoy, fruto del trabajo de misioneros como las órdenes religiosas buscan apoderarse del imaginario indígena, transformarlo y esto se palpa en cada uno de los rincones de América, en su riqueza cultural y multicolor, santiguada por tradiciones que conectan a estos dos mundos rara vez conocidos entre sí pero que se vieron sin quererlo, conectados en la perpetuidad.


Figura 2. San Miguel de Misiones, en Brasil, un vestigio de arquitectura de estilo grecorromana trasladada a América

El mestizaje se expresa en América, hecho que no debía ser algo novedoso o extraño para el europeo, pues su origen mismo es un acervo de distintas culturas, pero el mestizaje en la América hispana no solo responde a una mezcla entre españoles e indígenas fuesen concertadas de manera voluntaria o no. Sin embargo, pese a los intentos de la Corona por evitar sin sentido mayor la creación este grupo, se desligan de su imagen paterna, configurando un grupo propio que logró darse un lugar en la sociedad, porque su arraigo así como conocimiento geográfico en aquellas zonas hostiles para el español, permitieron por un lado que la colonización fuese expedita y por otro, ser el puente hacia la sociedad aborigen.

Al fin y al cabo, debemos afirmar que la sociedad americana es multicolor, llena de matices de diversas razas y culturas, fruto de un mestizaje que no solo es español-indígena o por la influencia portuguesa, africana en todo aquel lugar que se considera de origen portugués. Si bien atribuimos caracteres sociales, culturales y artísticos a gran parte de estos prejuicios, la discriminación social es tanto racial como religiosa, debido a la fuerte presencia de la Iglesia Católica en América, que actúa como ente regulador en el comportamiento moral y social. El prejuicio religioso se solventa en las formas de vida y en las pautas de comportamiento que son aprobados como parte de una vida en cristiandad, pero también este egoísmo solventó muchos bloques de piedra origen para sin querer construir y a la vez deconstruir fuertes de una nueva cultura y tradición perpetua. La ciudad latinoamericana es fruto de mestizaje, exitosa en su afán de generar presencia y legado europeo, sobretodo si se considera que a lo largo de todos los territorios conquistados y colonizados a lo largo de la Historia americana coexisten hasta el día de hoy elementos propios de los grupos humanos que allí interactuaron. Pese a la existencia de una leyenda negra presente de una destrucción “pura y dura” del universo humano, no podemos olvidar que cada grupo tomó del otro elementos que con el tiempo se fueron configurando y perfilando una mixtura que es propia de la de la Historia de América, fusión de dos culturas o mundos, cuyas influencias y convergencias obtuvieron una uniformidad en su fisonomía: somos un continente predominantemente europeo por contar con un vínculo como es el español, relegando las lenguas indígenas a dialectos, en suma, una sociedad que en su totalidad se suele identificar con los rasgos europeos, considerando al elemento indígena como algo totalmente lejano y extrapolarizado pero que se manifiesta en gloria y majestad en las incontables tradiciones, bailes, máscaras, pilares, muros o simplemente en el color o aire que respiramos al atravesar este enigmático paraje que denominamos América.


Citas y Bibliografía

  1. Konetzke, Richard. América Latina: II. La época colonial. Madrid, Siglo Veintiuno Editores, 1993, pág. 50
  2. De Solano, Francisco, “Ciudades Hispanoamericanas y Pueblos de Indios”. Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1990. Pág. 17.