Eneida-Amereida
Título | Eneida-Amereida |
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Año | 1982 |
Autor | Godofredo Iommi |
Tipo de Publicación | Libro |
Editorial | Taller de Investigaciones Gráficas, Escuela de Arquitectura UCV |
Edición | 1a |
Colección | Amereida |
Ciudad | Viña del Mar |
Páginas | 22 |
Palabras Clave | eneida, amereida, poética, américa, taller de amereida, constel |
Código | 809.1 iom |
Archivo:AME 1982 Eneida Amereida.pdf | |
Carreras Relacionadas | Arquitectura, Diseño Gráfico"Diseño Gráfico" is not in the list (Arquitectura, Diseño, Magíster, Otra) of allowed values for the "Carreras Relacionadas" property., Diseño Industrial"Diseño Industrial" is not in the list (Arquitectura, Diseño, Magíster, Otra) of allowed values for the "Carreras Relacionadas" property. |
Nota | Tomada de la primera Clase del Taller de América de 1981, de la cual hay registro del audio, Archivo José Vial. |
Variadas y legítimas son las formas de leer. Sea con tedio entrecortando la lectura por fatiga o ensueño, sea por distracción suspendiéndonos. Otras por real gusto que es el surco de la cultura con la que maduramos, o por ilustración a fin de lucirnos en los reflejos del recuerdo. A veces, las menos frecuentes, la lectura nos toca, nos despierta, nos advierte o nos llama. No importa el modo como sucede, pero se nos transforma en un toque, en un llamado. Puede decirse entonces que la lectura nos acaece como una experiencia. Heidegger decía para definir la experiencia que la mejor expresión para comprenderla es la expresión popular "se me cayó la casa encima" o "se me cayó el mundo encima". Cuando algo a uno se le cae encima hay experiencia. Ella abre, provoca una pregunta, al par que trae o insinúa respuestas al modo como una herida alerta y revela el cuerpo.
Vamos a tratar de una lectura de esta especie. De una lectura herida de La Eneida de Virgilio, de Publius Virgilius Maro, nacido el 15 de Octubre del año 71 A.C., en una cierta aldea llamada Andes cerca de Mantua, todo esto es pura conjetura.
Antes de ex-poner el movimiento, la e-moción que nos lleva hacia La Eneida, es necesario aclarar qué entendemos por tradición. Por dos razones. Uno para saber cómo la tradición abre lo nuevo. Dos, cómo ella soporta y escurre en las obras que la renuevan con las lenguas y con las existencias. Es habitual presentar como casi opuestos los términos de tradición y novedad, como suelen decir algunos, tradición y aventura. A veces el hábito lógico de la afirmación y negación pueden llevarnos a engaños bajo aparente claridad y tiene parte en ello cierta pereza de la inteligencia. Para ser breves partamos de cierto obvio, por ejemplo el obvio de que la tradición se hereda. A menudo se dice con ello que la tradición se mantiene repitiendo lo propio del pasado de suerte que en los cambios temporales no se adultere. Pero, se pueden pensar la tradición y la herencia de otra manera. Por ejemplo; la herencia como algo que alumbre, que venga a luz, que se de a luz, como una mujer que da a luz y que con ello señale, indique o mejor dicho abra un campo existencial. Más que atenerse o conservar axiomas la herencia surge y brota creativamente. La tradición incita en la herencia que la trae a luz de tal modo que es como la vida, y estaría pues siempre presente, doquier y por lo tanto siempre inmediata. Pero, ésta, su inmediatez, la esconde, como la inmediatez de la superficie no deja reconocer el muro. La herencia, en este caso, heredar sería traer a luz la tradición, es decir, escuchar –su llamado– para desocultarla. La tradición o real historia en su esencia temporal, sería este esconderse y manifestarse, este ascender o bajar como las mareas según las invisibles atracciones, como por ejemplo la luna, sería con ello, el ritmo mismo de nuestro vivir.
Así, quizás, lo esencial de la tradición no es tanto lo que se infiere de un postulado primero, sino llamado propio que irrumpe, que se obedece o no se obedece, que se cumple o no se cumple, y se oculta hasta volver a reaparecer. De este modo, tal vez así se construyen las culturas. La tradición por la herencia es una invitación a recrearla, como si su emergencia fuese su mismo ser. Por el modo peculiar que tales o tales hombres oyen ese llamado se constituyen los pueblos en pueblos diferentes, quizás. Pareciera que la historia de un pueblo es la melodía (altura y bajura de notas) que diseña el modo como en él se re-crea esa tradición. Más que una tradición establecida de una vez para siempre, que tienda a mantenerse, hay una pulsación que ora da a luz uno de sus perfiles, manifestándola, ora, tras ser nuevamente oída, revela un lado, o bien otra cara inédita. Y así sucesivamente, descubre ese diamante siempre escondido y que nos llama –si lo oímos– para, renovadamente, hacerlo esplender. ¿Dónde está pues, siempre tan inmediata, y tan escondida, pero tan viva la tradición esperando ser heredada, renovada? ¿En el sueño de un futuro, en el recuerdo de un pasado? En occidente al menos ella vive en ciertos modos de la existencia cotidiana, pero en lo más inmediato del hombre; en la palabra, en el lenguaje. Cuando por algún quiebre, alguna ruptura de lo obvio, de lo que es tan inmediato en el lenguaje, .cuando se quiebra el lenguaje y se la escucha, por esa fisura, por esa rotura ella sobreviene como moción del alma o como luz furtiva en el pensamiento, o como resonancia del eco, o cual mente abstraída, sueño o vaga inclinación, pero ya nunca más nos abandona.
Así hay lecturas que tocan la existencia más allá del hecho sicológico como si el propio lenguaje se oyese a sí mismo como cuando niños se oía en la caracola el ruido del mar, y se oye en el lenguaje lo que ocultamente tiene de más propio: su innumerable diamante. La tradición siempre renovada aflora y construye el lenguaje desde la Poesía, para las ciencias y oficios, hasta para la terapéutica y el habla.
Por otra parte, a la luz de este ritmo de la tradición y la herencia, de suerte que una va en la otra como en la aventura va la tradición misma, nosotros comprendemos lo que impropiamente se llama en las historias: influencias. Pero no por las llamadas influencias sino por vivo ritmo, nosotros decimos que La Eneida es impensable sin La Ilíada y La Odisea, desde su misma esencia, hasta la afloración en su texto de versos, episodios, temas que surgen no como citaciones, nunca lo son y se equivocan profundamente los tratadistas, sino como reales apropiaciones inherentes al palpitar de la tradición en estado de herencia. Y precisamente por eso La Eneida no repite La Ilíada y La Odisea.
Proponemos entonces otra lectura frente a las llamadas imitaciones. Considerando como ejemplo sólo el primer libro de la Eneida, en los versos 293 y siguientes del canto V reaparecen los versos de La Odisea, episodio del VII, verso 229 del VI de la misma Odisea y una leyenda basada en La Ilíada. Pero además de los poema homéricos también están en la Eneida "Las Argonáuticas", de Apolonio de Rodas, fragmentos de poemas desaparecidos que se llamaban los "Nostoi", que quiere decir "regresos", sean la historia de los regresos de los héroes que habían sido vencedores en Troya y tenían que volver a su país, "Las Teogonías" de Pisandro de Rodas, fragmentos de Eurípides y de Varrón ("Antiquitates"), de los poetas latinos Ennio, Nevio, los analistas Lucrecio y Cátulo (tomado literalmente en ocho oportunidades en IV, 316 (lat. 64, 141); V591 (lat. 64,115); VI 460 (66, 39). La leyenda de la llegada de Eneas a Roma la habían tratado antes Ennio, Nevio, Catón y Varrón. Pero la Eneida de Virgilio, que los incluye a todos no es ya la de ninguno de ellos, que es el modo propio de hacerse siempre nueva la tradición. Todavía más, Virgilio, desde su tumba –la tumba de Virgilio es inexistente, la buscamos infructuosamente– Virgilio va en Lucano (“Farsalia”), en Estacio con la "Tebaida", por ejemplo en la historia de las Guerras Púnicas de Silio Itálico, en Aulo Gelio, en el II, Macrobio, en el IV, en los padres de la Iglesia, en San Gerónimo. Por la Bucólica IV, el cristianismo lo tomó, pero como profeta. Eusebio el historiador, Constantino el Grande, San Agustín, Lactancio, Tertuliano. En el siglo VI Fulgencio escribe "De Continentia Virgiliana", que trata de descifrar el sentido místico de La Eneida, porque en ese momento, explícitamente, Virgilio es mago y poeta. La actualidad de Virgilio sigue en el interior de las "scholas" y perdura como nigromante en la Edad Media. Hay un documento interesante del siglo XII, una carta del canciller imperial Conrado de Querfort (publicada por Arnaldo de Lubek en su "Chronica Slavorum "), en que se explicita a Virgilio como un gran taumaturgo. Tiene gran difusión un libro de Gervasio de Tilbury que se llama "De Mirabilia Roma", fundado en Virgilio. Y finalmente el libro de "Los Siete Sabios", llega hasta el archipreste de Hita y con él a la literatura española. En ese período Beniot de Saint More escribe "Le Roman d'Ennée", uno de los libros más leídos de la época y por supuesto el momento cumbre es el 1300 cuando Dante lo toma como fundamento de Occidente. En el siglo XVII se traduce en España, ya Villena lo había hecho en el 1428 y se llega a las traducciones casi inéditas de 1557 de Fray Luis de León. Todo esto que parece muy docto y muy importante se puede encontrar en cualquier libro porque todo esto está trabajado profundamente y forma parte del acervo de todas las bibliotecas del mundo, sin embargo siempre hay un libro muy importante para Virgilio en la Edad Media que es de Comparetti, se llama "Virgilio nel Medio Evo" y que es la base, la clave de todo lo que se estudia y se trabaja, por supuesto enriqueciéndolo, en todas las otras lenguas. Pero Virgilio como Homero, se despiertan vigorosamente en el lenguaje de la poesía moderna. Aquí, en la Escuela, por ejemplo, en Diseño Gráfico se publicaron posiblemente los dos poemas más densos de Giuseppe Ungaretti, "Los Lamentos de Dido" y "EI Recitativo de Palinuro ", los dos de la Eneida. Y está tan actual, que llegan ahora en esta misma mesa, ante nosotros, nada menos que para una aprehensión de América, por medio de lo que se llama "Amereida".
Yo voy a omitir las circunstancias en que se nos produjo este cruce de América y Eneida, no las omito porque sean secretas o vergonzosas, porque no son del caso, las puedo contar después, sin embargo, un día, como seguramente a otros, la pregunta por nuestro ser americano amanece y ancla en uno, tal pregunta inquiere por lo que se suele llamar destino, que no es de suyo una fatalidad sino el lote de ventura y desventura –ritmo– que no toca, que nos atañe, con y en el cual resonamos y con el cual nos volvemos personas (per-sonare). Ya la pregunta por nuestro ser americanos, en su último extremo no puede ser científica, pues no se ciñe a un campo delimitado con respuestas predecibles y verificables, sino que es poética, por lo compleja, extensa y ambigua. La respuesta lo es también y por eso se abre sin certidumbres, mas sí con indicaciones.
¿Qué significa ser americanos? Muchos pensaron en ello. Retengamos algunos trazos. Se pensó en Hispanoamérica, fundándola en la hispanidad y pensando aún la hispanidad como forma última, o posiblemente última precisamente del imperio romano, pero la hispanidad obligaba de alguna manera a excluir poblaciones, la cultura indígena del continente y por supuesto la portuguesa. Entonces se la pensó como iberoamericana para incluir a Portugal; la reacción fue pensarla como Indoamérica para incluir a los aborígenes y de algún modo invertir simétricamente la situación. Y finalmente alguien la pensó como indohispanoamérica tratando de reunir ambos. Sin embargo, nosotros decidimos pensarla haciéndonos unas preguntas fenomenológicas, partiendo de la base por reconocer quienes estamos en América. Y está claro que son múltiples razas, múltiples lenguas, múltiples costumbres. Y la pregunta fue si hay algún estatuto o palabra que pueda reunir esta multiplicidad. Se trata bien de reunir, y si lo hay ¿qué significa, qué nos dice ese vocablo?, hacia dónde nos mueve o nos lleva, pues de existir tal palabra y de movernos en un sentido, sería propiamente un modo de ser y de hacernos americanos. Esa palabra existe y se llama América Latina. Pero quién y dónde puede hablarnos de lo latino, con palabras que revelen qué es lo latino. No es un problema de cronología, se trata aquí de una palabra decisiva existencialmente y por lo tanto creadora y poética, ¿quién? Virgilio, ¿dónde? en la "Eneida".
En el libro III de otro libro de Virgilio, "Las Geórgicas", Virgilio vaticina acerca de su propia poesía, advirtiendo que cantará un día al César, dice Virgilio: "En medio de este templo pondré a César; él será su ocupante", y con ello se dará el paso y la consiguiente metamorfosis del tempo griego, la tradición, al nuevo tempo latino. Trasladará la fiesta o módulo temporal griego, cito la Geórgica: "Toda la Grecia abandonando, gracias a mí el Alfeo y los sagrados bosques de Malorco disputará estas carreras y el premio de la cruda cesta. Y yo ornada mi cabeza con follaje del recortado olivo, llevaré las ofrendas". Pues él sabe que, cito a Virgilio:"Yo el primero, con tal que baste a ello mi vida, regresaré a la patria conmigo trayendo a las Musas... seré el primero que traiga a tí Mantua las palmas idumeas..."
La Eneida por ser el canto de la latinidad o renovada tradición griega, revela pues la latinidad, es un cálculo, es una misión que sube a la palabra de Virgilio antes de escribir la Eneida. La historia no revela nunca nada, la historia hace. La Poesía descubre, indica,
"Arma virumque cano, Troiae qui primus ab oris
Italiam fato profugus Lavinia que venit litora",dicen los primeros versos del poema;
"Desde Troya a Italia en las orillas latinas
vuelto prófugo por su destino".
Tal fue, dice La Eneida, el origen de la gente latina, por transportar los dioses al Lacio y fundar Roma,
siendo los padres los albanos. La latinidad surge pues de este transporte, en palabra griega, de una metáfora que surge del lenguaje griego y se posa en el latín.
Eneas vuelto prófugo por su destino, es un emigrante. El verso 380 dice: "ltaliam quaero patriam", "en Italia busco mi patria". Un buscador de patria impelido por el destino, dice el canto: "a mi desconocido, sin recursos, recorro desiertos de Libia rechazado de Europa y Asia". ¿Cuál es su tarea, cuál es su oficio, cuál es su modo de oficiar?: buscar la patria. Desde Grecia, Troya, busca la patria, pero a diferencia de Grecia, otra patria y así se comienza a ser latino.
No podemos recorrer todos los aspectos que para nosotros americanos ofrece La Eneida, y sería un hermoso trabajo, que no se ha hecho todavía nunca. Tomaremos sólo cuatro momentos cruciales de la Eneida, cuatro travesías que constituyen su espina dorsal: La travesía del naufragio (la carencia). La travesía del amor y del reino (lo impropio). La travesía de los muertos (el cometido). La travesía de la guerra (el modo de vivir y de morir).
En el libro I, apenas Eneas zarpa de Sicilia por reclamo de Juno, la esposa de Zeus, temibles vientos, Euro, Noto, Africo, dice el texto: "cargados de temporales y rondando envían vastas olas", y continúa: "todo se conjura para procurar a aquellos hombres una muerte inminente ". En plena tempestad aparece por primera vez el nombre del protagonista del poema, a diferencia de La Ilíada cuyo primer verso nombra a Aquiles, en La Eneida el nombre de Eneas por primera vez aparece en el verso 92, en plena y absoluta tempestad. "Extemplo Aeneae soluontor frigore membra"; ¿y cómo aparece?: "Se destemplan de Eneas súbito por frialdad los miembros".
¿Por qué el naufragio? ¿Cuál la necesidad poética de este naufragio?, de dónde emerge por primera vez el nombre de Eneas. La divina la conocemos: la ira de Juno, pero lo que el naufragio expone es el desprendimiento radical, es una reiniciación ineludible para poder re-crear. Dante en su experiencia de la pérdida que será selva en vez de mar, dirá que ese extremo es apenas menor que la muerte y que el pavor renovado en el pensamiento dura, dura en el lago del corazón.
Yo quiero hacer aquí un alcance. Lo obvio de nuestra vida tan dulcemente organizada no nos deja llegar casi nunca a este pavor que dura en el lago del corazón y que es apenas menor que la muerte. Si no nos sucede ese desasociego y no llegamos a ese borde, no se nos cae encima la necesidad de ser americanos. Porque la pérdida es lo que tenemos todos sin darnos cuenta, y ¿qué es lo que tenemos todos en lo obvio?: la ceguera del rumbo. "Ipse diem noetemque negat, discernere caelo / nec meminisce viae media. Palinurus in unda", "a sí mismo día de noche niega discernir en cielo/ ni reconocer vía en medio, Palinuro, del mar". Palinuro es el piloto, es el nombre del piloto. No asumimos la plena ceguera del rumbo en el lago del corazón, y así en nosotros mismos nos negamos discernir en el cielo, el día de la noche. Porque no podemos reconocer en el medio del mar la vía. No asumimos nuestra carencia.
Por eso, la palabra alta del naufragio, la palabra de la iniciación o catarsis con que se recomienza la tradición de Grecia en Roma, la palabra latina del naufragio es Palinuro, el piloto. Su lucha por vencer el caos marino para poder abordar Italia, en el canto quinto, hasta entrar en el misterio del sueño que lo vence y las olas que lo arrebatan del navío, en el verso 860 del libro quinto, hasta que Eneas siente que el barco flota ya sin piloto, a la deriva, abandonado, en medio del mar, a la ventura. Es el máximo extremo de la errancia. No hay en la literatura una situación semejante. Es el máximo extremo de la errancia, el límite. Allí no queda más que recrear o desaparecer.
Y sin embargo, es un equívoco el que tiene Eneas, porque el máximo extremo de la errancia va todavía más lejos. Palinuro no fue vencido por el dios del sueño, el timón le fue arrancado por el mar y con él, sin abandonarlo, se fue el piloto, que sobrevivió a las olas tres días. Al cuarto vio Italia y la alcanza, antes que todos. Y sin embargo, los bárbaros lo matan en el momento mismo de aferrarse a la patria prometida y a la patria buscada. Y así, en el sexto libro, Palinuro, en su vida de sombra, de muerto, dice la verdad, la trágica verdad de la aventura de buscar una patria.
Hay que arrojarse a las carencias para palpar el borde del propio ser en su mayor zozobra. Repito, hay que arrojarse a las carencias para palpar el borde del propio ser en su mayor zozobra.
Y todo nos fue dicho en el comienzo del poema, cito a Virgilio: "Muy maltratado fue, en tierra y mar, por el poder de los dioses... muchas guerras afrontó antes de echar los cimientos de su ciudad y establecer en el lacio sus penates / de donde procedieron las razas latinas... y los altos muros de Roma". Pues fundación y destino es aventura y peripecia. Ellas alumbran después la historia, ellas (esas aventuras y peripecias) hacen posible la historia. "Tantae mobis erat Romanan condere gentem" ("Tan enorme esfuerzo requería fundar el lugar romano"). Basta esta indicación, sería demasiado largo extender la prueba siguiente, la prueba del amor y del reino como lo impropio. Pero vamos a indicarla en lo que tiene de esencial.
La travesía, después de la travesía de la carencia, la travesía de lo impropio, el amor y el reino. La travesía del amor y la del reino se levanta bella, fascinante, se diría que justa pero insuficiente. Es nada menos que el eje de los cuatro primeros cantos del poema. Es el amor espléndido, el amor de Eneas y Dido (Elisa, amante, amada, amanza). La erección hermosa de la ciudad hermosa, Cartago, y nada menos que ante los ojos de los buscadores de patria. Es el hallazgo de la felicidad y del hogar.
Y sin embargo, la felicidad y el hogar, es lo impropio. Por eso va a producirse el esquive cruel de Eneas, que lo van a sorprender en el amor espléndido y en la ciudad espléndida con la advertencia, pues le recordarán que no hay patria sin destino y que el destino es más que el hogar y que la dicha.
Dido abandonada, Cartago abandonada. Nunca, nunca dejaré de conmoverme hasta las lágrimas ante la voz de Dido, la suicida, frente al abandono puro e intacto de Eneas. "Sic sic innat ire sub umbras" ("así, así, gozoso irme a las sombras"), dice Dido, mientras se suicida. "Así, así, este gozoso irme a las sombras". Difícil es imaginarse amante igual, difícil es imaginarse altura igual en un ser femenino, y sin embargo, el destino es más que el hogar y la dicha. "Sic, sic, innat ire sub umbras". ¿Qué mujer podría decir eso hoy?
Desde el borde último de la existencia, de esa casi muerte en el naufragio inminente, hasta la renuncia al amor y a la ciudad, al país, ya casi constituido, a la belleza fulgente que nos distrae con su abundancia, de nuestro propio rumbo. Desde ese límite, desde ese desprendimiento, desde ese abandono. Ahora sí, desde ambas pruebas y después de ellas se abren los caminos.
El primero es conocer nuestra tarea en la historia. ¿Pero dónde se conoce? ¿Dónde se oye? ¿Quién nos la dice'? ¿Quién la indica? Es la travesía de los muertos. Hay que entrar a la patria por los muertos, no hay otro acceso. y ahí también están nuestros muertos. ¿ Pero qué son los muertos, nuestros muertos? Son los testigos de la tradición, desde donde nosotros partimos, con quienes hemos convivido la peripecia de la errancia que llevamos en la sangre, y quienes nos dieron la existencia. Eneas, como Ulises (Odiseo en griego), desciende al mundo de los muertos, inmediatamente, apenas aborda Italia. Lo hace en Cuma, junto a Nápoles. (Junto con otros artistas yo recorrí, ví, consulté y oí la misma sibila en el mismo lugar que la oyó Virgilio). Y allí, él va a encontrar la sombra del padre muerto. Anguises: Padre que le indica a Eneas el destino de Roma. Cito el texto: "Otros sabrán labrar con más suavidad el bronce... sabrán otros abogar con mayor elocuencia... tú, ¡oh, romano! acuérdate de someter a tu imperio a los pueblos (porque estas son tus artes), de imponer condiciones de paz, perdonar a los vencidos, y someter con la fuerza a los soberbios". Perdonar a los vencidos en el orden guerrero Y político; en la historia es la primera vez que sucede como mandato de destino.
He ahí revelada la tarea. He ahí el oficio que ha de oficiar Roma, por lo tanto, abierta al mundo, pues con ella comparece por primera vez en la historia una misión ecuménica y mundana, y aflora inmediatamente, a raíz de eso el modo de vivir y de morir con que termina el poema inconcluso que es "La Eneida ", de Virgilio.
La misión de Roma es acoger el mundo, lo que significa hacerlo perdonando a los vencidos y doblegando a los soberbios, e imponer condiciones de paz.
Dante, en el 1300, va a recoger esta palabra poética y va a señalar, específicamente, como Roma cumplió eso, señalando, que Dios esperó hacerse hombre, es decir, que Cristo naciera sólo cuando el mundo estuviera en paz, y hubo paz en el mundo bajo Augusto, a partir de Augusto, que hasta el día de hoy se llama la Pax Romana. Es una apertura radical al mundo.
¿Cómo termina La Eneida, cómo es esta lucha para vivir y morir? Voy a tomar el último momento de La Eneida. Eneas lucha y está en trance de matar venciendo a Turno, es una lucha entre héroes, para vengar la muerte de Palante, su amigo, que fue muerto por Turno. En el momento de matarlo, en el mismo momento de matarlo, así termina La Eneida, vacila. Insensata cosa en un héroe. Dice el texto: “Eneas, moviendo los ojos, contuvo su diestra” y desde ese extremo pasa al inverso y mata. "Cómo escaparías a mis manos... mientras esto decía le hundió con encono en el pecho su hierro". Toda La Eneida, todo Eneas, toda la latinidad tiene un nombre; es esta vacilación profunda de Eneas, es el atributo que todo el libro, constantemente le da a Eneas: la "pietas" latina, Eneas el piadoso. ¿Pero qué es la piedad, la piedad latina? La piedad es la abertura, es la hospitalidad sacra. Cuando alguien tiene reverencia por otro es porque lo hospeda, lo recibe y ese es el secreto inagotable de Roma, esa es el alma del Imperio, la cabida de pueblos, de razas, de lenguas, de hábitos múltiples, en la paz y en la lengua, toda Europa habló una sola lengua: el latín, durante siglos, y las nuestras de él se derivan.
La guerra que es como antes fue el mar, el extremo donde el hombre se pierde, se anega y desaparece, es también desde donde se yergue, se construye y se ilumina, porque la guerra en la Eneida, los últimos versos de la Eneida, es la misteriosa disputa entre la apertura y la muerte. La muerte que se ofrece precisamente para que no se cierre el mundo. A de morir Turno, que cierra, para que Eneas abra, a fin de que se extienda lo extensible, que se invente la extensión o pietas. Y yo le dije que es la relación misteriosa entre apertura y la muerte, porque el último verso de la Eneida, misteriosamente, sombríamente dice: "cum gemitu fugit indignata sub umbras", "gimiendo huye indignada a las sombras" la sombra del héroe y esas son las últimas palabras del poema.
Con La Eneida como antorcha, preguntémonos ahora por América.
La travesía de lo impropio, la travesía de los muertos, la travesía del modo de vivir y de morir. Y vamos a preguntarnos, tal vez por primera vez, por Chile. Muchas veces lo hemos dicho, ningún aborigen vivió nunca en América, ellos vivían en el mundo, en el universo. América la inventa Europa, pero no la inventa, como se suele decir, América irrumpe. Todos sabemos que Colón nunca vino a América y que murió seguro de haber llegado a las Indias, y todos sabemos que el primero que se dio cuenta que estaba frente a algo inédito fue Américo Vespucio, y que por eso nos llamamos América y no nos llamamos Colombia. América emerge como súbito presente, inesperado presente, gratuitamente, inesperadamente. Por eso el único lazo posible con América, la forma propia del amor americano, es la gratitud. Y hasta que no se explore en la palabra, en el pensamiento, que es la gratitud, América no tendrá amor y no sabrá nada de amor y será en vano repetir la gratitud. Según se dijo antes, en la antigüedad, habrá que renovar el sentido de la gratitud a la luz americana, pero es el modo propio de la pietas americana. Y por eso, en Amereida nosotros decimos que, eminentemente.
América es un regalo. Y no es fácil vivir de, por y para un regalo. Es tan difícil, tan difícil que en la medicina, en la sicología profunda, se considera el regalo como uno de los puntos duros y difíciles, porque pareciera que compromete la gratitud. Pero un regalo regalado, que se regala y regala, lo primero que tiene que regalar es la gratitud, es decir, estar apto para la ingratitud, con lo cual ya empezamos a ver que le empezamos a dar a la palabra gratitud, medidas y condiciones y resonancias, que no tenía antes. Tanto cuanto lo ingrato pueda ser grato. Precisamente porque regala su ser regalo. Y recibimos la tradición en la herencia y ¿cuál es la herencia que recibimos? La tradición que recibimos. La lengua y el amor a lo desconocido, que es lo propio de los buscadores de la patria. En la lengua somos, vivimos, y morimos. Si no estamos alertas como una herida, pero una herida grata como el labio, (los labios son una herida), la herida que habla, el amor a lo desconocido se nos vela y se nos oculta. Sin lengua y sin amor a lo desconocido, no estamos en la tradición, no recibimos herencia. Con ello vamos a poder acometer la travesía de lo impropio. ¿Qué es lo impropio para nosotros? Perder el sentido del regalo, adherimos al confort y a la felicidad. Ni Cartago ni Dido deben hacernos perder el sentido del regalo, que es el alma, en el sentido del hueco del fundidor, no de principio vital, donde se funde América. Sólo desde allí, podremos abordar la travesía de los muertos, para escuchar las formas que va tomando, o que debe tomar en el lenguaje o en el amor a lo desconocido, el destino. Nunca nos han contado, las abuelas, para hacemos dormir, a nadie lo han acunado en América, excepto los aborígenes que sí lo hacían, pero no para América, sino en el mundo; a nadie nos han acunado con cuentos donde figuraran ni el descubrimiento de América, ni la conquista, ni la lucha por la independencia. La historia nuestra no ha llegado a ser cuento. En otros pueblos, todavía se cuenta, para hacer dormir a un niño, la historia de Aquiles, o de Sigfredo y las brujas, también tienen ese mismo origen. Este hecho, lo primero que nos revela es que nosotros no sabemos aún dónde están nuestros muertos. Pero tenemos que abordarlos. Tenemos dos noticias posibles, como pistas, para abordarlos. Una, que se elabora también en Asia, pero a nosotros nos llega por Europa, durante muchos siglos y concluye con la concepción de la muerte como la semilla que está dentro del fruto, que a medida que madura el fruto va madurando para dar a luz a la semilla, que va a volver a reegendrarlo. Y que en la boca de un poeta, como Rilke, se va a llamar "la muerte propia". Cada ser lleva consigo, como el fruto que madura, a lo largo de su vida, su propia muerte y con él va madurando. Detrás de eso hay muchísimas cosas.
Y la otra es la muerte abierta. La muerte impropia, una muerte común como el pan. Las dos están enraizadas en lo más profundo, oscuro, de la tradición humana. Pero nosotros tenemos que abordarla, so pena de morir de cualquier modo. A estas dos muertes se le opone una tercera opción: la muerte cualquiera, que no es la muerte común como el pan: la muerte impropia, como morían los héroes de La Ilíada, que no es la muerte propia, como van a morir todos los santos. Es una muerte irrelevante, no revelada. Y tenemos que abordarla, para poder saber cómo vivir y cómo morir, y eso si lo sabemos. Nuestra "pietas" se funda en la gratitud, en no perder el sentido del regalo, en la apertura al mundo. Nuestra apertura al mundo americano no es un problema político, económico, antropológico, etc., ni siquiera histórico. Nos va el ser en ello. Como para los romanos, para los latinos les iba el ser en someter a los pueblos a la paz, al perdón a los vencidos y a la caída de los soberbios. ¿ Y para qué nos va el ser y por qué nos va el ser en la apertura al mundo? Porque lo propio de nuestro heroísmo, es decir, de nuestro eros, la norma de esta gratitud, la forma de este amor para nosotros es asumir lo desconocido. Y lo desconocido en todos los niveles y en el nivel inmediato, general, concreto que tenemos a mano, podríamos hablar de lo desconocido de la gratitud, de lo desconocido del regalo, de lo desconocido de la muerte y por lo tanto de lo desconocido de las relaciones humanas, que deben aflorar un día con caracteres propios entre los seres de América, está lo desconocido, aún, geográfico. Cuando uno dice geográfico piensa que se refiere a las cosas objetivas que pertenecen al cielo y a la tierra. Pero el cielo y la tierra son cosas inventadas, no son cosas naturales. La geografía no existe, la geografía es un modo de hacer la naturaleza. Y eso desconocido nosotros lo hemos caracterizado como mar, como la gran invitación a los grandes naufragios de América. El mar interior de América y el Pacífico. Travesía de la carencia, travesía de lo impropio, travesía de los muertos, y el modo de vivir y de morir a la luz de La Eneida.
Reconociéndonos latinos, que quiere decir darle cabida al aborigen, al mestizo, al negro, a todas las razas del mundo, a todos los colores del mundo, a todas las costumbres, porque tenemos una estructura, oscura aún, pero densa y propia, que se enraiza en la tradición de quienes nos dieron forma de América, que fueron los latinos, es decir, la herencia del imperio romano. Si esto es verdad, no, no digo que sea verdad, si esto que he hablado es posible, hay que ponerse en marcha, repetidamente, tal como nos pusimos en marcha una vez. Porque no es que de una vez, por una vez y para siempre nos vamos a librar de la carencia, nos vamos a librar de lo impropio, vamos a conocer a los muertos y vamos a conocer el modo de vivir y de morir; y de una vez para siempre. La historia no es así, como lo dije al comienzo, se oculta y se manifiesta, aparece y desaparece. Es el ritmo de la existencia nuestra. Periódicamente debemos volver a mirarnos bajo esta luz, para volver a reiniciar las travesías, so pena de dormirnos.
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