El desplazamiento humano y la multiterritorialidad: de una zona de frontera a un lugar transfronterizo en la desembocadura del Aconcagua.

De Casiopea





TítuloEl desplazamiento humano y la multiterritorialidad: de una zona de frontera a un lugar transfronterizo en la desembocadura del Aconcagua.
Palabras Clavezona de frontera, control territorial, contención territorial, marginación, representación cartográfica.
Período2020-2022
Área Extensión, Ciudad y Habitabilidad
LíneaCiudad y Extensión
ModalidadIndividual
Investigador ResponsableDiego Chocano
CoinvestigadoresMarcelo Araya, Álvaro Mercado

El desplazamiento humano y la multiterritorialidad: de una zona de frontera a un lugar transfronterizo en la desembocadura del Aconcagua.

Resumen

La investigación se centra en evidenciar los efectos de las marginaciones, contención y aislamiento territorial, detrás de las acciones y decisiones de las formas de poder, y como estas conforman zonas de frontera internas en los territorios. Esto, específicamente en la zona de la desembocadura del río Aconcagua, siendo también frontera comunal y natural. A pesar de que Chile arrastra desde su periodo colonial un proceso de vertebración territorial a través del poder político y económico, siguen dejando detrás, localidades marginadas.

Con el fin de visualizar a los propios habitantes locales estos efectos, se proyectan diseños urbanos críticos y especulativos, que generan una reacción en la comunidad y les permita repensar a ellos su propio territorio, desde su concepción de una construcción social resultado de las relaciones de poder.

Se estudian los procesos de des-re-territorialización, y cómo inciden tanto en los individuos y grupos sociales, como en los territorios, a través de su destrucción y reconstrucción en nuevas territorialidades. Se observan desde el elemento de la frontera –y las zonas de frontera –para profundizar en los conceptos de transterritorialidad –junto a los transfronterizo – y la multiterritorialidad de los seres humanos, más hoy, en una sociedad sin fronteras.

Todos estos conceptos se conjugan en el caso de estudio, a una escala local y abarcable por sus propios habitantes. Y de ello, se pretende una aproximación a un diseño urbano especulativo –y esta vez colaborativo –para visualizar un posible escenario, pero desde la propia comunidad, y no desde las formas de poder.

Problemática y Caso de Estudio

“Vivimos en una época de rápidos cambios que deja la sensación de vivir en los límites, y a veces, al borde de precipicios. Pensar las fronteras y lo fronterizo es una tarea de la época, sólo posible en momentos de crisis y cambios” (Zambrano, 2014).

El territorio chileno, desde sus inicios en la colonia ha tenido problemas con su dominio dada su condición de nación larga y angosta (Urbina, 2009). Posee dos fronteras claras, por el oeste el Océano Pacifico, como zona inhabitable e intraspasable, y al este la Cordillera de Los Andes, que desde la llegada de los primeros conquistadores, fue reconocida como una barrera natural (Martinic, 2004; Urbina 2009). Se trataba de un territorio ya habitado, por una serie de comunidades originarias distribuidas en el largo poniente de Los Andes. Aquí, es donde ocurre una primera contraposición en el reconocimiento del territorio, ya que los grupos prehispánicos dividían y separaban sus comarcas a través de los cuerpos de agua y las cadenas montañosas, es decir, transversalmente (Urbina, 2009); mientras que los conquistadores españoles se empeñaron por dominar y delimitar un territorio longitudinalmente (Martinic, 2004; Urbina 2009).

Durante la conquista española, con el fin de asegurar el dominio del lado oeste de Los Andes, se desplazaron –y aniquilaron – un sinnúmero de comunidades indígenas (Jiménez, 1997) para conformar y unificar un territorio de dominio español, a través de un proceso denominado vertebración (Urbina, 2009). Incluso, el proceso continúa hasta tiempos actuales, sobre todo en el extremo austral del país a través de obras viales (Berezin, 2012); y procesos industriales y económicos (Martinic, 2004).

Se trataba de un territorio fragmentado a causa de los conflictos bélicos, por lo que no tener un dominio total de la zona, debilitaba la presencia de las colonias (Jiménez, 1997, Urbina, 2009). Estos conflictos armados, y razón por la que se constituyó el proceso de vertebración, generaron fronteras internas (Urbina, 2009); a modo de rastros de los enfrentamientos entre dos territorialidades (Vilar, 1999; Urbina, 2009). Estos espacios de vaga ocupación, con un dominio más bien difuso, generó distancias entre las colonias y las comunidades prehispánicas, las que se denominaron como zonas de frontera (Vilar, 1999; Martinic, 2004; Urbina, 2009).

Urbina define las zonas de frontera como “donde el límite no es una línea sino un espacio, siendo éste habitado o vacío” (Urbina, 2009, p. 27); y desde esta definición, el concepto cobra un sentido más amplio. Estos espacios se puede trazar de diferentes modos, donde uno de ellos, es la superposición de diferentes demarcaciones fronterizas, como pueden ser la oficiales de un Estado-Nación, con otras como las naturales (Ramírez, 1996; Martinic, 2004); u otras mucho más dinámicas como las socioculturales (Vilar, 1999). Por ello, comienza el proceso de vertebración que ha intentado consolidar un solo territorio bajo las acciones de un Estado-Nación (Urbina, 2009; Berezin, 2012), por sobre lo que la geografía, la demografía o las propias sociedades puedan delimitar dentro de él, que en algunos casos, ha traído consecuencias sociales negativas claras (Martinic, 2004).

En algunos casos, estas zonas han sobrellevado los efectos de la vertebración, para posteriormente consolidarse dentro del territorio, como regiones políticas (Urbina, 2009); pero en otros casos, el proceso de vertebración termina por configurar una relación de dependencia con localidades geográficamente aisladas. Esta relación contención desde política –o a veces económica –junto a la distancia y el aislamiento, termina por marginar y precarizar comunidades, que no tiene poder de decisión al respecto, como es el caso de Puerto Edén, en la zona insular de Chile (Martinic, 2004). Son entonces fronteras –o zonas de frontera –internas de un territorio.

Si bien, por un lado la distancia y el aislamiento puede traer consecuencias negativas –cuando existe de por medio también una dependencia y contención territorial –, por otro lado, puede generar nuevas articulaciones territoriales a través de la frontera. Esto sucede con claridad en ciudades fronterizas que se vinculan precisamente por medio del traspaso de la frontera política; donde éstas funcionan, en algunos momentos, de un modo interdependiente (Berezin, 2012; Cavagnaro, 2016). Un ejemplo claro de esto, son las ciudades de Arica y Tacna, que en momentos de crisis nacional –ya sea económica o política–, han funcionado de modo interdependiente como una relación simbiótica (Cavagnaro, 2016).

Desde lo ya mencionado, las zonas de frontera son entonces resultado de los diferentes dibujos fronterizos –ya sean políticos, económicos, geográficos, socioculturales, etc. –, y al mismo tiempo, resultado de acciones de poder de los Estados-Nación, como son la vertebración o adhesión dicho de un modo general, y posterior marginación y precarización desde el aislamiento y dependencia territorial. Los casos en los que no sucede esta marginación, son escasos, y están dados bajo una visión de permeabilidad de la frontera.

Sobre el caso de estudio

Al realizar un cambio de escala de las fronteras –desde su dimensión política y de poder –, desde una nacional a una comunal, existen diversas zonas de frontera, como zonas más bien difusas a causa de los dibujos territoriales, como varios de los ya mencionados.

Un caso particular es el de la desembocadura del río Aconcagua en la región de Valparaíso en Chile, específicamente entre las comunas de Concón y Quintero. Se conoce esta zona bajo el nombre de La Isla, al existir en el centro una acumulación de sedimentos fluviales, que es ocupado como suelo (Ferrada, 2008), y también como el sector de Ramaditas. Esta zona de la desembocadura se estructura como un estuario, es decir, un humedal (Soza, 2012), conformado como un cuerpo de agua costero semi-confinado, que tiene libre acceso con el mar abierto y se juntan sus aguas con las de un río (Venegas, 2014). Es un estuario poco investigado en Chile Central, emplazado en la zona próxima de la bahía de Concón y en una de las cuencas hidrográficas más grandes del país – con un área de 7160 km2. cuadrados –(Martínez y Cortéz, 2008).

Este estuario en particular, se compone geo-hidrograficamente por cuatro elementos morfológicos: dos de flechas litorales –depósitos longitudinales de depósito de sedimentos– una laguna estuarial, un banco historial como depósito mayor o también conocido como La Isla, y un meandro inactivo hacia el norte (Martínez y Cortéz, 2008), el cual está sometido a fuertes presiones por uso y contaminación (Ferrada, 2008). Esto último se debe a la proximidad con la Refinería de Petróleo de Concón – o conocida como RPC –, la cual en el año 2001 causó un derrame de petróleo en sus aguas (Soza, 2012).

Esto último se agrava más aún, al existir un ecosistema particular, que conforma al mismo tiempo un humedal clave a nivel continental (Soza, 2012). Se trata, de un componente –o fragmento –de un territorio mayor que había un gran número de especies de avifauna, donde destacan incluso algunas que provienen desde EEUU y Canadá (Ferrada, 2008; Soza, 2012); además de su evidente función hidrográfica de una cuenca que nace desde Argentina, ocupando todo el ancho del territorio nacional chileno.

Por otro lado, la zona se conforma como un enclave dentro de la conectividad y la logística territorial. Es, por un lado uno de los escasos pases entre una comuna y otra, siendo además el paso principal; y por otro lado, desde un punto de vista logístico, como una ruta de carga de camiones y entre puertos (Ferrada, 2008; Soza, 2012). Esto es un uso que se arrastra incluso desde antes de la colonización y la llegada de Valdivia a la zona, siendo en aquel entonces un puerto de pueblos indígenas –changos en particular –y que tras una serie de conflictos con los españoles, pasó a ser uno de los principales astilleros para Chile (Ferrada, 2008).

En general, la zona posee una complejidad de factores hidrográficos, oceanográficos, geomorfológicos, químicos y biológicos que interactúan entre sí, generando una dinámica interna asociada a nuevos cambios morfológicos y evolutivos propios; incluso como un punto de quiebre climático, constituyendo una zona de transición que da paso a los sistemas del sur de Chile central (Martínez y Cortéz, 2008). En este sentido se trata de espacios dinámicos, donde sus diferentes delimitaciones están continuamente sujetas a alteraciones naturales o humanas.

Desde un punto de vista jurídico, existen bastantes incertidumbres. Por un lado, al ser una acumulación de sedimentos y relleno, su delimitación no es precisa ni unilateral (Ferrada, 2008; Soza, 2012). Un área es parque y de crecimiento urbano restringido, donde se consolidó un barrio ecológico, correspondiendo a los terrenos de la jurisdicción de la Municipalidad de Quintero, en el extremo noroeste del humedal; mientras que la zona sur, mientras que las laderas tanto norte y sur pertenecen a la RPC; y la zona oriente a la Municipalidad de Concón (Ferrada, 1994; Ferrada, 2008).

Se trata de una sesión de derechos que se arrastra desde los tiempos de Pedro de Valdivia, quien delimita y le otorga la desembocadura completa a J. Quinteros. Esta delimitación no cambió con el paso del tiempo, por lo que La Isla quedó quedó dentro del territorio de dominio de la comuna de Quintero (Ferrada, 1994; Ferrada, 2008). Cuando la Refinería adquiere los terrenos, pasa por extensión de la RPC a ser de Concón, y la zona oriental que ya era un bien de uso público, es administrado por la comuna de Concón (Ferrada, 1994; Ferrada, 2008; Soza, 2012).

En este sentido, se trata de una frontera comunal, que con el paso del tiempo se transformó en una zona difusa –zona de frontera–, donde además inciden diferentes tipos de fronteras naturales. Actualmente, existe una serie de ocupaciones ilegales observables en el lugar, sobre diversos rellenos, lo que revela la inexistencia de una planificación territorial en la zona, de parte de ambas comunas. Se trata de un sector marginado, pero al mismo tiempo de gran importancia al ser un enclave de conectividad territorial.

Pregunta de investigación o creación

Desde el marco teórico y el enfoque propuesto, la investigación se pregunta:

Primero, sobre las características que permitirán definir, describir y delimitar a la zona de estudio, la desembocadura del Aconcagua –conocida como La Isla o Sector Ramaditas –, como una zona de frontera. No desde una visión histórica, sino que actual, dibujada por las diferentes fronteras comunales, geográficas, hidrográficas, demográficas, ecológicas y socioeconómicas; y no desde su visión lineal, sino que del espesor que se configura desde los descalces de las diferentes líneas fronterizas.

Segundo, sobre cómo dibujar y exponer este nuevo espacio –es decir, la zona de frontera – en una representación cartográfica. Se trata de un dibujo que se traza entre varias capas cartográficas, donde cada una representa una dimensión distinta del espacio. Esta nueva capa que trasciende a las otras, debe dar cuenta tanto de lo que representa en su generación, como de su origen.

Y tercero, sobre el diseño crítico (critical design) como metodología, en conjunto a una modalidad de investigación especulativa (speculation research or speculative research), a través de la cual se evidencie una zona en conflictos territoriales y sus efectos. Así, a través de un diseño urbano crítico y especulativo, como una herramienta de visualización y discusión, formular una idea participativa junto a la comunidad local.

A partir de estas preguntas iniciales, la investigación se formula para responder sobre la posibilidad de repensar las zonas de frontera –en el caso de esta investigación específicamente la desembocadura del Aconcagua –en un territorio transfronterizo, desde la conceptualización del marco teórico. Es decir, el territorio como construcción social resultado de las prácticas espaciales y temporales; y lo transfronterizo –o transterritorial cuando no es lineal sino que un espesor –como superposición o convivencia de dos territorios a través de la frontera a causa del desplazamiento de una sociedad multiterritorial.

¿Se pueden visualizar y evidenciar los efectos actuales de marginación, contención y aislamiento territorial en la zona de frontera de la desembocadura del Aconcagua a través de un diseño urbano crítico y especulativo, que permita repensar colaborativamente junto a la comunidad local, esta zona como un nuevo territorio transfronterizo?

Hipótesis

A partir de la pregunta de investigación planteada, la hipótesis sostiene que:

“A través de un diseño urbano crítico y especulativo en la zona de frontera de la desembocadura del Aconcagua se podrían: (1) evidenciar los efectos de marginación, contención y aislamiento territorial; y (2) repensar colaborativamente la zona como un nuevo territorio transfronterizo”.

Objetivos de investigación

Objetivo general

  • Repensar colaborativamente la zona de frontera de la desembocadura del Aconcagua como un territorio transfronterizo, a través de un diseño urbano crítico y especulativo; y evidenciar los efectos de marginación, contención y aislamiento territorial causados por la planificación comunal.

Objetivos específicos

  • Levantar y reconocer la desembocadura del Aconcagua como una zona de frontera para su identificación como lugar y espacio marginado, desde la revisión de información en bases de datos municipales, ministeriales e in situ, para su delimitación y representación cartográfica.
  • Visualizar el lugar a través de diseños urbanos críticos y especulativos en el contexto actual y posibles escenarios futuros, que evidencien la marginación, contención y aislamiento territorial y sus posibles efectos.
  • Analizar y discutir la marginación, contención y aislamiento territorial y sus efectos en el lugar, en el contexto actual y en posibles escenarios futuros, junto a la comunidad para reconocer la percepción local –y social –sobre los diseños propuestos.
  • Exponer la percepción local de los diseños críticos y especulativos propuestos, y de una nueva proposición urbana participativa y especulativa que transforme la zona en un lugar y en un territorio transfronterizo.

Marco teórico

“¿Vivimos en un tiempo de abolición de las fronteras o en un tiempo de construcción de fronteras?” (De Sousa, 2019).

Sobre el concepto de frontera

La frontera como concepto se define como un límite o el confín de un estado o nación (Real Academia Española, 2014). Donde no solo se trata de una línea imaginaria (Jiménez, 1997), sino que también de una “línea ideal” que divide desde un ámbito jurídico y político (Vilar, 1999), separando países, estados, regiones, provincias, localidades, etc (Jiménez, 1997), siempre que se trate de –al menos dos (Jiménez, 1997) –territorios; y que además, define no solo dominios territoriales, sino que también un distingos oficiales entre éstas, como son la moneda, las leyes y los derechos (Vilar, 1999).

Las fronteras son la delimitación de un Estado-Nación soberano de un territorio, sobre las cuales puede ejercer la ley y el control del flujo (Haesbaert, 2013). En la actualidad, para los distintos Estados-Nación la frontera pasa a ser un factor clave para la conformación de estos, puesto que además de delimitar, son la expresión visible –o representable –de la relación entre un pueblo o estado, con el territorio y/o la naturaleza que estos ocupan (Cosgrove, 2002). Así, al mismo tiempo que un Estado-Nación construye su territorio en un sentido funcional, administrativo e incluso a veces material, asegurando el control fronterizo; debe construir un imaginario con un conjunto de representaciones –algunas veces totalmente una invención –para asegurar su dominio (Haesbaert, 2013).

La frontera, más allá de su origen jurisdiccional, es un concepto bastante amplio. Por un lado, y desde la geografía política, las fronteras son una resultante de la manifestación espacial del poder o control político proveniente de los Estados-Nación (Taylor, 1997). Y por otro lado, tras los cambios de las funciones fronterizas de conflicto a cooperación de los últimos años, son resultado de la globalización, la cooperación transfronteriza y la integración económica y comercial tanto regional como nacional (Rumley y Minghi, 1991).

En este sentido, las fronteras permiten no solo el control del acceso, con el fin de contener, restringir y excluir a otros de un área determinada (Mansilla e Imilan: 2018). Muchas veces sujetas a transformaciones físicas, conflictos y controversias, que pueden llegar a tener repercusiones en la significación y resignificación territorial (Rossetti, 2018); dado que si bien delimitan, también tienen una condición de apertura al territorio o espacio, que conecta con otras organizaciones territoriales y posibilitar los desplazamientos migratorios (Reyes 2011).

Esta apertura que puede tener la frontera, junto a los desplazamientos humanos, hacen a la frontera y al territorio que delimitan, un elemento dinámico (Carricart, 2012). Desde un enfoque social –o sociocultural –este fenómeno se acentúa, más aún con la amplitud del concepto de frontera hacia otros aspectos de la sociedad, más allá del jurídico o político (Vilar, 1999). Esto, especialmente cuando se trazan fronteras que no se corresponden con las jurídicas, como las de la lenguas o el folklore, incluso la nacionalidad –; donde estas fronteras, no coinciden con la “línea ideal” jurídica, configurando espacios o zonas entre distintos tipos de frontera (Vilar, 1999; Urbina, 2009). Algunos autores se refieren a este proceso como un nuevo espacio físico a causa de un proceso socioterritorial (Jiménez, 1997); que incluso permitirían hablar de un paisaje fronterizo (Rumley y Minghi, 1991).

Tipos de fronteras

Para comprender estos nuevos espacios físicos y/o territoriales resultado del trazado de distintos dibujos fronterizos sobrepuestos, es necesario definir y describir algunos de ellos. Las más evidentes y reconocidas son las fronteras jurídicas y políticas (Vilar, 1999); que son consecuencias de una decisión política o una serie de estas, es decir, de una acción desde el poder (Jimenez, 1997). En este mismo ámbito, las fronteras se pueden diferenciar en subtipos según el origen de estas acciones de poder, como por ejemplo son las fronteras legales, fiscales, policiales, ideológicas y militares (Zambrano, 2014).

Este tipo de fronteras en particular, son una invención de los Estados-Nación (Haesbaert, 2013), muchas veces como un elemento dinámico (Carricart, 2012). En este sentido, las fronteras políticas son creadas para extender los verdaderos límites de una sociedad, más allá de su propio territorio a costa de otros grupos, sociedades o territorios (Jiménez, 1997). Estas prácticas del poder son expansiones generalmente muy violentas, configurando nuevas fronteras donde anteriormente existía un espacio (Jiménez, 1997; Urbina 2009).

Otra noción del concepto de frontera, es el de frontera natural. Estas definen lo que en geografía se conoce como el espacio absoluto; aquel espacio que permanece y existe independiente de las acciones humanas o cualquier fenómeno social que allí ocurra, conformándose entonces desde las propias leyes de orden natural (Arriaga, 2012). Estas, son una articulación de diferentes tipos de fronteras naturales (Jiménez, 1997), especialmente de las fronteras geográficas (Vilar, 1999; Arriaga, 2012).

Este tipo de fronteras se definen y describen con claridad a través de la concepción prehispánica –o precolonial –del concepto de frontera, al ser un modo natural de separar (Arriaga, 2012). En aquel entonces, los territorios sudamericanos prehispánicos se delimitaban desde la geografía –y la hidrografía –, como es el caso particular del lado occidental, donde las fronteras coincidían con los cursos de agua dividiendo el largo del litoral de cordillera a mar (Urbina, 2009). Y también del lado oriental de sudamérica, donde el agua y los espesos bosques –como es el Amazonas –, se levantaban como fronteras territoriales (Urbina, 2009; Haesbaert, 2013).

Eventualmente, también los cuerpos montañosos, como es la Cordillera de Los Andes, que funcionó como frontera –y barrera o muro posteriormente en la colonización –tanto para asentamientos prehispánicos como para las colonias, siendo incluso más potente que las fronteras políticas impuestas (Urbina, 2009). Esto último, principalmente ya que deja sin ambigüedad las divisiones tanto políticas como culturales, entre los distintos grupos que ocupaban el espacio (Martinic, 2004; Urbina, 2009).

En este sentido, las fronteras naturales son las que desde un inicio han separado a los grupos humanos y sus distingos, lo que permite asociar a este tipo de fronteras con las fronteras demográficas (Vilar, 1999). Se trata de zonas despobladas o muy poco po­bladas, cuerpos montañosos muy altos, desiertos, pantanos, bosques den­sos, etc., donde nunca se produce un corte tajante –o una línea precisa –. Así, las fronteras demográficas son espacios con baja densidad poblacional o que generan una discontinuidad de esta, producto de las complejidades geográficas y su difícil acceso (Villar, 1999; Urbina 2009). Este tipo de fronteras, permite separar no solo a dos grupos de población, sino que otras dimensiones que tampoco se corresponden con las fronteras políticas, como lo son las lenguas populares –es decir no oficiales de un Estado-Nación –, las nacionalidades o etnias, las creencias y/o religión, las costumbres, el folklore, las tradiciones, etc. (Vilar, 1999).

Estos distingos entre dos grupos de población, configuran fronteras socioculturales (Jiménez, 1997). Estas demarcan los límites de una cultura o identidad particular de un grupo social –influenciadas tanto por el mundo público como el privado –, que al mismo tiempo se transforman en umbrales de cohesión social (Zambrano, 2014). Esta, a diferencia de las fronteras demográficas, son dinámicas, donde los grupos sociales traspasan las fronteras asumiendo un mayor grado de permeabilidad a través de las migraciones (Carricart, 2012; Zambrano, 2014; Rossetti, 2018). En conclusión de lo que ya se ha definido, aquello que la relación entre fronteras geográficas y demográficas logra separar, las fronteras socioculturales al ser dinámicas, permiten su permeabilidad hacia otros espacios territoriales desplazándose hacia nuevos espacios.

Este fenómeno sociocultural, hace que dentro de un mismo territorio, coexistan diferentes grupos sociales, incluso hasta llegar a la subdivisión de estos según distintos aspectos o criterios que conforman su cultura e identidad, complejizando aún más la determinación de las fronteras socioculturales en un espacio (Jiménez, 1997). Uno de estos factores, son las diferencias socioeconómicas dentro de un mismo territorio, lo que genera nuevas fronteras, esta vez internas (Zambrano, 2014). Las fronteras socioeconómicas son a grandes rasgos, un conflicto social (Zambrano, 2014), producto de los procesos de desarticulación y reorganización social, económica, organizativa y territorial de los habitantes (Carricart, 2012); principalmente desde el sector empresarial e industrial (Haesbaert, 2013; Herner, 2019).

Estos conflictos se hacen presentes y se evidencian en las sociedades de dos modos: en la aparición de un estatus socioeconómico para la conformación de niveles y categorías –es decir, lo que se conoce como clases sociales –(Jiménes, 1997); o en la generación de dependencias económicas y salariales con trabajos que no pertenecen al mismo sector o territorio (Martinic, 2004; Haesbaert, 2013). Este tipo de fronteras –las internas –pueden generar situaciones extremas de divisiones fronterizas, incluso a escalas barriales, donde la frontera física se define por una calle (Jiménes, 1997; Zambrano, 2014).

Cuando las industrias o empresas no atienden a su incidencia en el aspecto social, aparecen fronteras económicas. Este distingo radica en que el espacio o territorio que ocupan los habitantes –o en este caso, los empleados –, no es el mismo territorio por el que se mueve una empresa (Haesbaert, 2013).

En este sentido, las fronteras económicas van más allá de los alcances de la población, e incluso, más allá de las fronteras políticas y jurídicas y su control territorial (Azam, 2009; Haesbaert, 2013). De hecho, funcionan de un modo similar a las fronteras políticas, a través de acciones de poder –esta vez empresarial y económico (Haesbaert, 2013); donde regulan e imponen los términos de desarrollo no solo en su campo de acción, sino que también en las culturas, los patrimonios e industrias culturales (Zambrano, 2014). En este sentido, se pueden comparar con las fronteras políticas de un Estado-Nación, en cuanto a su relación con el poder, pero con la posibilidad de ejercerlo a una escala que podría ser global.

Otro tipo de fronteras, mucho más actual, son las fronteras virtuales. Estas son creadas principalmente por la tecnología, la ciencia y el internet (Pérez, 2003); e incluso, los medios electrónicos de comunicación (Jiménez, 1997). Estos medios contemporáneos de traspaso de información, de avances tecnológicos y científicos, la globalización, junto a la reducción de los tiempos –e incluso la inmediatez –han introducido en la sociedad la concepción de un mundo sin fronteras (Pérez, 2003; Herner, 2019; De Sousa 2019).

Incluso dentro de las propias tecnologías de cualquier orden, se diluyen sus fronteras a causa del internet y la digitalización, y configurar grandes bases de datos, aunque al mismo tiempo, el acceso a estos medios genera en la sociedad, nuevas fronteras (Pérez, 2003). A esto, se agrega la contradicción entre una visión global de una sociedad y un mundo sin fronteras, con las políticas de continuar conformando territorios, con fronteras controladas, que incluso ponen en disputa su permeabilidad (Haesbaert, 2013; De Sousa 2019).

Actualmente, también existen nuevas fronteras de un orden mucho más dinámico, causadas sobre fronteras preexistentes producto de procesos humanos, principalmente asociados a la industria y a los cambios climáticos. Por un lado, las fronteras ecológicas, poseen diferentes definiciones dependiendo de la escala y de los factores que entran en disputa (Ramírez, 1996). Estas delimitan el espacio y el paisaje de un ecosistema y su biodiversidad (Ramírez, 1996); a través de zonas de transición entre las unidades del paisaje, donde este puede ser heterogéneo a una escala, pero homogéneo a otra (Meentemeyer y Box, 1987).

Otro modo de definirlas, es como una frontera que no responde a un cambio en la geología del terreno, sino que al resultado de la acción del ser humano sobre el terreno (Ramírez, 1996); lo que en el sentido estricto, podría tratarse de una concepción socioecológica. En este sentido, la acción del ser humano puede alterar la posición de estas fronteras, con efectos directos en una zona, como la disminución drástica de su biodiversidad (Ramírez, 1996). Estos efectos en el ecosistema, pueden ser consecuencia tanto de la fragmentación del territorio –a causa principalmente de acciones de poder –, como del cambio climático inducido en los ecosistemas (Hansen et al., 1988; Ramírez, 1996); o incluso de la contaminación de las zonas (Ramírez, 1996).

Se trata entonces de fronteras que también son dinámicas, aunque no solo desde un punto de vista fronterizo y territorial; pues la relación entre las fronteras ecológicas y la biodiversidad recae en que estas zonas pueden servir tanto como barreras como de corredores entre grupos de especies, siendo espacios de interés para estudios del campo de la biología y la ecología (Hansen et al., 1988); incluso para estudiar efectos del cambio climático (Ramírez, 1996). Este último punto, al entender las fronteras ecológicas desde esta perspectiva, con otro factor de cambio y transformación, se trataría de fronteras climáticas.

En resumen, el concepto de frontera es utilizado para delimitar una serie de territorios, y no siempre espaciales o tangibles. Es un concepto que ha cambiado bastante su definición ya que, como dice Vilar, “estas fronteras son un producto de la historia” (Vilar, 1999, p. 147), y con el paso del tiempo el concepto debe rearticularse para comprender a las necesidades de los Estados-Nación, a los diversos campos de conocimiento y de la sociedad en general.

De hecho, la noción lineal de las fronteras es algo totalmente moderno (Vilar, 1999; Urbina, 2009), ya que al revisar antecedentes históricos –como por ejemplo en la edad media –, las fronteras de las ciudades si bien estaban delimitadas con precisión, dejaban en el exterior amplios espacios forestales o pedregosos, muchas veces de escasa ocupación o nula (Vilar, 1999). Se consolidaron como zonas de paso, ya que no existían trazados lineales, sino hitos que configuraban zonas; lo cual fue una herencia directa para las colonias en América –con ejemplos claros en Chile –, e incluso que perpetúan hasta hoy en dia (Vilar, 1999; Urbina, 2009).

De fronteras a zonas de frontera

De esto último, la frontera más bien debe ser entendida como un territorio (Jiménez, 1997; Zambrano, 2014); en el que se produce una interacción entre distintos grupos humanos, diferenciados cada uno por tener territorialidades distintas (Zambrano, 2014), posibilitando el encuentro y la interacción, o incluso que está ya habitada por una población, que se encuentra al margen o en la periferia de otra sociedad (Jiménez, 1997).

Expresado de otro modo, la frontera es el contorno (co-entorno) de un territorio, un territorio compartido situado a uno y otro lado del límite territorial, que puede ser traspasado repetidamente (Zambrano, 2014). Aquí, es donde aparece el concepto de zona de frontera, que se define donde el límite no es una línea sino un espacio, siendo éste habitado o vacío (Urbina, 2009); delimitado generalmente por distintos tipos de líneas fronterizas (Vilar, 1999; Urbina, 2009), como es por ejemplo, la línea divisoria jurídica de los Estados-Nación junto a fronteras naturales, sociales o de cualquier otro orden.

En algunos casos, esta se conforma a partir de dos fronteras jurídicas –o de dominio –, en particular en tiempos de enfrentamientos bélicos. Estas zonas de frontera aparecen generalmente vacías o desérticas, como rastro del enfrentamiento continuo de dos mundos o territorialidades, como es por ejemplo, el limes entre el mundo romano y el mundo bárbaro (Vilar, 1999). Esto también sucede en América, principalmente tras los conflictos causados por los procesos de colonización, donde se generaban espacios entre las colonias y los pueblos indígenas, como fue el caso de la reconocida frontera de arriba, en Chile (Vilar, 1999; Urbina, 2009). En su mayoría, estas zonas fueron absorbidas posteriormente por las colonias tras eliminar a la población local (Vilar, 1999), y en otros fueron consolidadas como zonas de intercambio y comunicación, como el caso ya mencionado en Chile (Urbina, 2009), configurado entre Arauco y el canal de Chacao.

En este sentido, la frontera puede ser entendida como una zona geográfica periférica, donde convergen diferentes realidades políticas, económicas, socioculturales, etc., y se producen dinámicas de encuentro e intercambio (Rossetti, 2018); y al mismo tiempo, también transformaciones territoriales, que no solo afectan a los Estados-Nación, sino que además intervienen en aspectos culturales, demográficos, sociales, incluso en la representación de sí mismas (Jackson, 1987). Se entiende entonces, en la relación de que la frontera es dinámica, y todas sus manifestaciones sociales de encuentro, intercambio y transformaciones suceden en su espesor: en la zona de frontera. Estas dinámicas de interacción son diversas, y pueden causar transformación, adaptación, innovación, rechazo, aceptación, asimilación, sincretismo, mestizaje, extinción cultural y física (Jiménez, 1997); además de marginación, aislamiento, precarización, control y dependencias (Martinic, 2004; Haesbaert, 2013).

En estas zonas, coexisten diferentes territorialidades simultáneamente, y a distintas escalas. La más evidente, es la interacción de dos territorialidades –y sus habitantes –en un territorio compartido (Zambrano, 2014); donde estos viven en una condición de límite, y tienen la facultad de pasar de un territorio a otro sin salir de la zona, es decir, que sus habitantes pueden habitar y participar de ambos, al mismo tiempo o en momentos diferentes (Haesbaert, 2013). Otro modo en que las diferentes territorialidades coexisten, y no tan evidente como la anterior, es en su definición de periferia de una centralidad (Herner, 2019), donde esta relación de lejanía configura también una coexistencia entre dos territorios, donde sus habitantes habitan en ambos simultáneamente, con el distingo de que un territorio depende del otro (Rossetti, 2018). Esta última no genera precisamente intercambios del mismo modo que la primera, sino que más bien a través de la dependencia de poder de acción, genera marginación y precarización (Martinic, 2004; Haesbaert, 2013; Rossetti, 2018).

Otro concepto para definir estas zonas, y que nace desde una definición similar a la anterior, es el de zona de contacto. Son espacios de encuentro, en que individuos separados por geografía e historia de sus centros de poder, tienen contacto y establecen relaciones de inequidad con el propio territorio, e incluso entre sí (Pratt, 2010). Esto se debe principalmente a que en virtud de la distancia, las zonas periféricas –las zonas de frontera –reelaboran los discursos y las acciones de los centros de poder (Pratt, 2010); generando a su vez nuevas territorialidades socioculturales (Jiménez, 1997); pero también fronteras internas dentro del territorio de un Estado-Nación (Jiménez, 1997; Pratt, 2010; Haesbaert, 2013).

El concepto de territorio

El concepto de territorio es bastante amplio, siendo ocupado por distintas disciplinas y campos del conocimiento, donde cada uno lo define y usa en función del propio enfoque. En todos los casos, se trata siempre de un espacio, el que puede ser geográfico, político, cultural, económico, etc. (Palacios, 2014). Para efectos de esta investigación, los enfoques en disputa –y en relación a la problemática –serán principalmente el político, el geográfico y uno sociocultural.

Desde la política –es decir, como espacio político y administrativo–, es considerado uno de los elementos clave, definiéndose como el espacio donde ésta desarrolla sus acciones (Palacios, 2014). Se trata entonces, de una regulación legal que determina el tamaño y sus limitaciones, las competencias, y las relaciones con otros espacios territoriales desde un ejercicio de jerarquización de los territorios, a través de regiones y subregiones (Palacios, 2014; Herner, 2019); es decir, un marco jurídico-administrativo que va desde la norma mayor, a las normas propias generadas por la administración local, más cercana a los ciudadanos de ese espacio (Palacios, 2014). Es entonces, en este sentido, un espacio que puede subdividirse en otros más pequeños o pertenecer a otro mayor, como una estructura arbolar de jerarquías (Herner, 2019), sobre la cual se ejercen prácticas de relaciones de poder dentro de un marco jurídico administrativo, y que constituyen una figura de Estado-Nación (Haesbaert, 2013; Palacios, 2014; Herner, 2019).

Desde la geografía, como menciona Herner, el concepto de territorio está dado como “una construcción social resultado del ejercicio de relaciones de poder”; y agrega, citando a David Harvey, donde señala que “las relaciones de poder están siempre implicadas en prácticas espaciales y temporales” (Herner, 2019). Estas relaciones tienden a ser tanto materiales como simbólicas, ya que son el producto de las vivencias, percepciones y experiencias particulares de cada individuo o grupo en un espacio (Herner ,2019). En este sentido, y desde estas definiciones, un primer modo de comprender el concepto territorio –más actual – es como una construcción social dada desde las prácticas espaciales y temporales de un individuo o grupo de ellos, como resultado de las relaciones de poder.

El concepto ha cambiado en el último siglo, cuando se agrega el concepto de sociedad territorial, dejando obsoleta la concepción tradicional de los territorios, como el territorio de los Estados-nación (Haesbaert, 2013). En consecuencia, el concepto de territorio se encuentra abierto a una multiplicidad de definiciones e interpretaciones sociales, sobre todo desde esta última visión. Desde un punto de vista sociocultural, es un resultado de las apropiaciones espaciales de carácter material y simbólico, por parte de los sujetos y grupos sociales (Mansilla e Imilan: 2018).

Esta apropiación del territorio puede darse de dos formas: de un carácter instrumental y funcional; o en un carácter simbólico y expresivo (Haesbaert, 2013). La primera surge del orden racional e instrumental del Estado-Nación, y donde también pueden aparecer instituciones públicas y privadas que promueven y/o se apropian del desarrollo territorial, en su condición política o en su condición de recurso natural (Mansilla et al., 2019). La segunda de carácter simbólico, surge desde las prácticas culturales por parte de los sujetos y las comunidades en el territorio, y a partir de las cuales se puede reafirmar la identidad territorial (Haesbaert, 2013; Mansilla et al., 2019). Además, estos tipos de apropiación materializan un tipo de valor para el territorio en su modo de desplegarse; donde en la primera forma prevalece una valorización del territorio como valor de cambio, monetario o recurso, y en la segunda a partir de su valor de uso social y cultural (Lefebvre, 2013; Herner ,2019).

De esto último, y desde las tres definiciones del concepto de territorio, bajo tres disciplinas o campos del conocimiento diferentes, se podrían definir solo dos; desde un enfoque de la propiedad y la apropiación. Una primera de origen político, administrativo (Mansilla et al., 2019); y económico (Herner, 2019), regulada por un Estado-Nación y sus diversas subdivisiones de poder (Haesbaert, 2013; Mansilla et al., 2019), que regula desde un instrumento legal y determina sus limitaciones y competencias, además de su relación con otros territorios (Palacios, 2014; Herner, 2019), con un valor territorial de propiedad o recurso (Lefebvre, 2013; Herner, 2019), que se ejecuta y se construye a través de relaciones –y acciones– de poder (Haesbaert, 2013).

Y una segunda, de origen geográfico, social y cultural (Mansilla et al., 2019; Herner, 2019), definida por los individuos y grupos sociales que habitan el territorio, que encarnan una identidad territorial (Haesbaert, 2013; Mansilla et al., 2019) que al mismo tiempo es la que les da un valor (Lefebvre, 2013; Herner, 2019), y se determina y define como una construcción social resultado de las relaciones de poder (Haesbaert, 2013; Herner, 2019).

En resumen, se trata de una primera definición territorial que origina acciones y relaciones de poder, y una segunda que se origina a partir de ellas, como una respuesta –respectivamente –. Estas definiciones, concuerda con la relación que hace Moreira, donde una, la proyectada por la política y la institucionalidad, es el espacio y la otra, proyectada desde los habitantes, es el contraespacio (Moreira, 2007); siendo esta última la respuesta o reacción de la primera.

Para esta investigación, donde la problemática está dada desde la primera concepción del territorio de las últimas dos definiciones –la política y administrativa –, el concepto de territorio a abordar y desarrollar se define como su contraespacio. En este sentido, el territorio es y se entenderá desde ahora en esta investigación (a no ser que se identifique de un modo diferente), como una construcción social dada desde las prácticas espaciales y temporales de un individuo o grupo de ellos, como resultado de las relaciones de poder con otro territorio más amplio.

Procesos de Desterritorialización y Reterritorialización

Al tratarse de una relación y de una construcción social, los territorios se hacen dinámicos (Haesbaert, 2013; Herner, 2019), donde aparecen nuevos conceptos y procesos, como son la des-territorialización y la re-territorialización.

Se define la desterritorialización como un movimiento por el cual se abandona o destruye un primer territorio, mediante una operación de líneas de fuga, lo que significa que implica luego una reterritorialización y un movimiento de construcción del territorio nuevo (Herner, 2019). La desterritorialización nunca puede disociarse de la reterritorialización; o en otras palabras, se trata de que estos procesos involucran en sí mismos, un proceso de destrucción y luego una reconstrucción territorial (Haesbaert, 2013). De ello, en Haesbaert, entonces el proceso o concepto de reterritorialización se define como una construcción o reconstrucción territorial (Haesbaert, 2013).

Cabe mencionar que estos conceptos son definidos y utilizados desde la filosofía de Deleuze y Guattari (Deleuze y Guattari, 1996/1997/1998) con bastante precisión, y estudiados por diversos autores. En Reyes, quien realiza un análisis de estos procesos menciona un distingo que hacen estos autores, entre la desterritorialización relativa y absoluta. La relativa es temporal y no definitiva, sin afectar a ningún territorio; mientras que la absoluta se desterritorializa por completo y luego se reterritorializa sobre una otra desterritorialización (Reyes, 2011); es decir y con base en los autores citados, podemos estar seguros que en una primera hay una adición, y en la segunda la constitución –e incluso reemplazo –de un nuevo territorio (Deleuze y Guattari, 1996/1997/1998; Reyes, 2011).

En este sentido, la relación territorial de un individuo, en una desterritorialización temporal, se puede definir como el ejemplo de un empleador que va desde la casa a su trabajo en otro lugar, y luego retorna (Haesbaert 2013); mientras que una relocalización definitiva –como la de una familia o un grupo social completo– se trataría de una desterritorialización y reterritorialización absoluta (Geneviève 2009). Además, en cualquiera de los casos estas pueden ser en distintas escalas, desde individuos o grupos sociales, hasta grandes empresas e incluso naciones; y tener una incidencia tanto positiva como negativa dependiendo del caso (Reyes, 2011; Haesbaert, 2013).

Lo planteado hasta aquí permite construir una primera visión dinámica del territorio, desde la des-re-territorialización –como concepto compuesto de la relación inseparable entre desterritorialización y reterritorialización, empleado en este sentido desde ahora para esta investigación –como procesos de construcción de nuevas territorialidades, acompañados de la destrucción del antiguo territorio (Carricart, 2012; Haesbaert, 2013). Existen diversos factores tanto de origen antrópico como ecosistémico, para dar inicio a procesos de des-re-territorialización. Se puede tratar de relaciones de poder, intereses económicos, especulación, agotamiento o adquisición de recursos, desplazamientos sociales, búsqueda de acceso a empleo, salud o educación, desastres y catástrofes medioambientales, etc. (Geneviève 2009; Carricart, 2012; Haesbaert, 2013; Mateos, 2016). Y desde ello, tras los procesos de des-re-territorialización, pueden existir complejas resoluciones con distintos efectos, tanto positivos como negativos (Haesbaert 2013).

Efectos de la Desterritorialización y la Reterritorialización en las comunidades

Para estos efectos, una localidad no debe ser considerada como una entidad por sí sola, sino que más bien, a través de estos procesos, se debe hacer en una relación contextual y global. Pues, el territorio unifica a sus habitantes, y también, separa del resto (Geneviève 2009), configurando así un espacio relacional de una estructura más compleja, considerando principalmente que este forma parte de la sociedad; y por ello, es indisociable de ella (Haesbaert 2013).

Desde aquí, todo recae en el modo en que las figuras de poder, ya sean las instituciones, autoridades o los propios gobiernos y Estados-Nación, tomen las decisiones sobre estos procesos (Haesbaert, 2013; Herner, 2019). Estos procesos son complejos en su modo de estructurarse –y des-re-estructurarse, estrictamente como consecuencia de un proceso de des-re-territorialización–, que involucran grandes números de individuos y grupos sociales, y demandan una compleja gestión por parte de los Estados-Nación (Mateos 2016). Son procesos complejos, con conflictos de interés y de causas múltiples, muchas veces emergentes de situaciones en las cuales el traslado forzoso y la reterritorialización absoluta están por completo en manos de las autoridades (Geneviève 2009; Mateos 2016).

La relocalización o reterritorialización absoluta en este sentido, no trata solo de una reivindicación de una tierra o cultura, sino que de una comunidad y una ley; donde las decisiones políticas –o de poder –(Geneviève 2009); es decir, bajo la premisa de esta investigación, a un nuevo territorio. Es entonces, una reconstrucción social histórica, como realidad y como lugar (Geneviève 2009), y una rearticulación del poder (Haesbaert, 2013), como medio para una nueva relación entre sus habitantes y los diversos grupos sociales y las nuevas acciones sobre el nuevo territorio (Geneviève 2009; Haesbaert, 2013; Herner, 2019).

Dentro de los efectos sociales que estos procesos de des-re-territorialización involucran, primeramente y en el corto plazo una comunidad comienza con las diferentes reconstrucciones de tramas de sentido (Mateos 2016), donde la pérdida de un primero territorio y con ello los antiguos espacios produjo vacíos (Geneviève 2009; Mateos 2016). Los procesos de reterritorialización se pueden agilizar por la reiniciación de la economía cuyo objetivo es tejer o reconstruir los primeros vínculos sociales (Geneviève 2009); donde la desterritorialización de estas actividades y la disolución del territorio, confieren una gran responsabilidad a estas estructuras socioeconómicas, incluso hacia los primeros anclajes territoriales de los grupos sociales (Geneviève 2009; Haesbaert 2013).

Para estas últimas reterritorializaciones definitivas o relocalizaciones, dentro de la distribución urbana del territorio y de la población, se consideran estas dimensiones sociales sin problemas; mientras que para relocalizaciones en lugares ya territorializados –y no desterritorializados –, entran en juego otras consideraciones. En estas comunidades coexisten una serie de grupos sociales, sin una territorialidad común (Haesbaert 2013), donde hay conflictos entre los antiguos residentes y nuevos residentes, muchas veces con altas diferencia en el nivel socioeconómico, resultando así, segregaciones internas entres clases de altos ingresos que se automarginan, clases bajas que se relocalizan y asentamientos precarios marginados en los bordes de la localidad (Geneviève 2009; Mateos 2016).

Esto se debe específicamente cuando hay una reterritorialización absoluta en un territorio social no desterritorializado, puede surgir un fenómeno de hibridismo sociocultural –y territorial –, si se observa desde un lado positivo (Haesbaert 2013); pero que también puede considerarse como una experiencia algo similar a una ocupación para los primeros habitantes del espacio (Mateos 2016). Se trata entonces de una territorialización incompleta, ya que pueden coexistir territorios viejos y nuevos al mismo tiempo, y durante largos períodos (Carricart, 2012); donde puede tener graves consecuencias sociales, desde la marginación y la precarización, hasta el conflicto (Haesbaert 2013; Mateos 2016).

Haesbaert menciona también, cómo estos procesos recaen no sólo en formas de poder político, sino que también económico y mucho más vinculado a procesos de globalización. En Haesbaert (Haesbaert, 2013), el poder económico aparece a través de la versatilidad y flexibilidad que tienen por ejemplo las empresas de entrar y salir de un mismo territorio, o hacia otro diferente; y no así la población y los trabajadores. En el sentido estricto de los conceptos de des-re-territorialización, las empresas se reterritorializan muchos más rápido y eficientemente –dentro de su territorio económico –, por lo que los desterritorializados son los empleados –en un territorio socioeconómico –(Haesbaert, 2013), lo que provoca un desempleo fulminante y con ello la precarización de una comunidad, y aislamiento del nuevo territorio, dadas estas diferencias (Haesbaert, 2013; Geneviève, 2009).

Esto último se debe principalmente a que se trata de un proceso sobre un grupo, que en realidad, no tiene ni el poder ni el control sobre su propio territorio, estando en realidad en manos de otros (Haesbaert, 2013). En el caso anterior, la empresa si tiene control sobre su territorio, y los trabajadores no, y por ello están siendo afectados negativamente. Otro caso similar, sucede cuando los centros de poder económicos no están dentro del mismo territorio que las comunidades empleadas, generalmente tras un proceso de adición (Deleuze y Guattari, 1996/1997/1998). Esto sucede tras una des-re-territorialización de una territorialidad de poder –politica o economica –donde se expande hacia un nuevo territorio; y por otro lado, la otra territorialidad que se adhiere, se transforma en una periferia de su nuevo centro de poder (Jiménez, 1997; Martinic, 2004; Pratt, 2010).

Un ejemplo de esto, son los efectos del proceso de vertebración dentro del estado de Chile. El territorio chileno ha sido siempre discontinuo a causa de sus fronteras geográficas e hidrográficas internas; situación que este proceso de vertebración –que es otro proceso más de des-re-territorialización– ha intentado revertir desde la colonia (Martinic, 2004; Urbina, 2009). Un caso particular es el de la comunidad de Puerto Edén, en la zona insular de Chile; una comunidad desterritorializada, y luego reterritorializada dentro de otro territorio –de un Estado-Nación –, que tiene dos distingos.

Primero, uno socioeconómico tanto desde sus centros de poder como local, donde la primera hace dependiente a través del poder a la segunda, y donde incluso la propia población se muestra negada a la apertura de construir lazos con organismos externos. Y segundo, uno geográfico, dado desde el distanciamiento y las fronteras naturales entre la localidad y la capital –o centro de poder – (Martinic, 2004). Estos distingos, terminan por precarizar a través del aislamiento y la marginación (y automarginación) a toda una comunidad (Martinic, 2004; Haesbaert, 2013).

Otro ejemplo, ahora en Chile continental e igualmente en la zona austral, es la localidad de Chaitén. Esto se debe principalmente a la accesibilidad, donde tras eventualidades naturales –como fue la erupción del volcán en el año 2008 –la mayor parte de la ayuda vino desde el territorio vecino (Berezin, 2012). Se trata de un asentamiento entre fronteras naturales, donde una posee un mayor grado de permeabilidad que la otra, pero donde los Estados-Nación –en este caso el chileno –,a través de sus relaciones de poder, adhieren y territorializan zonas más aisladas (Martinic, 2004; Urbina, 2009; Haesbaert, 2013), con consecuencias sociales, en algunos casos, graves.

Esto último, permite definir a los asentamientos comprendidos entre fronteras, ya sean geográficas, jurídicas, etc. como comunidades aisladas y marginadas tanto de la centralización de un Estado-Nación como de las decisiones de poder. Esta situación de marginación geográfica y social –y también en algunos casos política y socioeconómica–, influye directamente en su vinculación con otros territorios más próximos y con el propio centro de poder (Martinic, 2004; Urbina, 2009; Haesbaert, 2013). Esta marginación, dada por estas relaciones entre el poder y los factores sociales, se debe a la articulación entre dos procesos: el aislamiento territorial y la contención territorial (Haesbaert, 2013).

De esto se desprende, una contraposición entre la concepción permeable y la visión de barrera de las fronteras territoriales. Por un lado, desde una visión principalmente social –sociológica, antropológica y cultural –las fronteras han sido permeables históricamente, sumando además la presencia de antiguas prácticas tradicionales y costumbres a través de esta condición, que siguen estando aún presente y se siguen realizando a una escala local (Cunill, 1978; Martinic, 2004; Urbina, 2009; Haesbaert, 2013). Y por otro lado, su condición de límite desde el control territorial a través de la apertura y cierre de las fronteras (Haesbaert, 2013, Rossetti, 2018; Herner, 2019), y las relaciones de poder causan contención territorial por un lado, y aislamiento por otro, generando así zonas marginadas (Haesbaert, 2013).

En Haesbaert se define con claridad la contención territorial. Aquí se define como un proceso actual de las relaciones de poder sobre el espacio, bajo estrategias de control territorial (Haesbaert, 2013). Desde esta definición, se trata de hacer visibles aquellas líneas fronterizas que no existen en el espacio (Cosgrove, 2002), a través de estrategias antiguas –por ejemplo los muros, que hoy podrían ser aduanas (Vilar, 1999) –para ejercer el poder y el control sobre los procesos sociales a partir de un control del espacio (Haesbaert, 2013). Incluso, muchos de los procesos de des-re-territorialización se originan desde la pérdida del control territorial por parte de las relaciones de poder (Deleuze y Guattari, 1996/1997/1998; Haesbaert, 2013). Entonces, el aislamiento territorial es el efecto especular de la contención territorial. Cuando un Estado-Nación ejerce control sobre un espacio para contener el territorio, al mismo tiempo, lo aísla de otros espacio territoriales (Martinic, 2004; Haesbaert, 2013)

En resumen, y para efectos de esta investigación, es entonces a partir de las relaciones del poder, desde los efectos del control territorial y de los procesos de des-re-territorialización, que existe una marginación y precarización de los espacios y los diferentes territorios, específicamente desde los procesos de contención territorial y aislamiento territorial.

De la transterritorialidad y lo transfronterizo hacia el concepto de multiterritorialidad

Cuando el control territorial por parte de las relaciones de poder disminuye o se debilita, no solo se agilizan los procesos de des-re-territorialización (Haesbaert, 2013); sino que también cobran presencia otros tipos de frontera y territorialidades, como las geográficas, las demográficas y las culturales (Martinic, 2004; Urbina, 2009), no de un orden absoluto, sino que de uno gradual (Meentemeyer y Box, 1987). Estas dimensiones, por un lado de aparición de nuevos territorios, no desde una concepción de poder; y por otro lado, lo difusos y graduales que son los nuevos dibujos fronterizos, hacen de estas territorialidades –o zonas de frontera –espacios permeables (Urbina, 2009; Zambrano, 2014).

Desde la filosofía de Deleuze y Guattari –quienes han definido y descrito estos procesos territoriales con bastante precisión (Haesbaert, 2013; Herner, 2019)–, la permeabilidad detonada desde los procesos de des-re-territorialización está fundada en lo que denominan puntos de fuga, que son a grandes rasgos, las que permiten a una antigua territorialidad transformarse en una nueva (Deleuze y Guattari, 1996/1997/1998). Son líneas territoriales que se trazan y materializan sobre elementos reales de la conformación del territorio, que dentro de su carácter dinámico, permiten y dan cabida a los procesos iniciales de desterritorialización (Herner, 2019), como una apertura a lo nuevo, como un verdaderos elementos de cambio que puede traer consecuencias tanto positivas como negativas según cómo se articulen (Haesbaert, 2013).

En efecto, se trata de una construcción territorial rizomática, a diferencia de la clásica arbolar y jerárquica (Herner, 2019) –y por ello son de fuga y no de bifurcación–; lo que significa que la permeabilidad fronteriza se da desde el supuesto de que existe un debilitamiento del control territorial. En este sentido, la concepción rizomática configura territorios horizontales (Herner, 2019), y muchas veces fragmentados por otras territorialidades (Haesbaert, 2013), pero con un grado de permeabilidad fronteriza.

Históricamente –y geográficamente–, las zonas más aisladas o extremas respecto a la centralidad territorial, han sido siempre fronteras permeables, como espacios de interacción e intercambio, siendo un fenómeno sociológico que perdura en el tiempo (Urbina, 2009). Por ello, y a causa de la lontananza de los centros de poder y la proximidad con otros territorios (Jiménez, 1997), se han intentado controlar de diferentes modos, materializando las fronteras en las rutas a través de aduanas, que si bien relacionan dos territorios diferentes –en este caso de Estados-Nación– configuran una permeabilidad controlada (Villar, 1999).

Estas fronteras ya configuradas como zonas de frontera, pueden ser especializadas según la función que le sea asignada o predomine en ella, y con el tiempo modelar las formas de convivencia entre sus vecinos, tanto estatales como fronterizas (Zambrano, 2014). A causa de esto, las fronteras entre territorios afines o similares son difíciles de identificar (Jiménez, 1997), a causa de las diferentes dinámicas interculturales entre dos territorios (Zambrano, 2014).

De esto último, surge otro concepto. Cuando una comunidad habita un territorio fronterizo, ya sea porque fue dividida y fragmentada por acciones de poder, o porque tras un proceso de des-re-territorialización se conforman en un nuevo territorio –desde una concepción positiva –, se trata de una comunidad transterritorial (Haesbaert, 2013). Estos nuevos tipos de territorios, configurados en muchas ocasiones por fragmentaciones de otras territorialidades (Jiménez, 1997; Zambrano, 2014) –como las políticas, las económicas, naturales, etc. –se configuran como una red, que los mismos habitantes con-forman, los que se denominan territorios-red (Haesbaert, 2013). Dicho de otro modo, la transterritorialidad permite a un individuo o grupo social, conformar su propio territorio-red a partir de fragmentos de otras territorialidades.

Se pueden definir también como territorios transfronterizos –si se observa desde los dibujos de frontera –, al no responder con su connotación de acción de poder, sino que más bien desde su permeabilidad (Jiménez, 1997; Haesbaert, 2013; Zambrano, 2014). En este sentido, un territorio-red se funda desde la libertad de movimiento a la población dentro del territorio, sin restricciones de las fronteras de los Estados-Nación y la posibilidad de existir cualquier límite interno sin un conflicto (Zambrano, 2014). Todas estas facultades individuales que permiten la conformación de diferentes territorios-red, pertenecen en un grado mayor a una multiterritorialidad.

La multiterritorialidad en Haesbaert, desde la filosofía de Deleuze y Guattari, se define como: “la posibilidad de tener la experiencia simultánea y/o sucesiva de diferentes territorios, reconstruyendo constantemente el propio” (Haesbaert, 2013, pp. 34-35).

La realidad es que esta posibilidad siempre existió —sobre todo antes de la territorialización desde el poder, como fue por ejemplo en la colonización—(Urbina, 2009; Haesbaert, 2013), pero nunca en los niveles actuales, especialmente a partir de la llamada compresión del espacio-tiempo (Haesbaert, 2013), las que rigen a las sociedades contemporáneas, desde la idea de un mundo globalizado (De Sousa, 2019). Pese a ello, se podría hacer el distingo entre un migrante que acumula vivencias y experiencias en múltiples territorios, construyendo una concepción multiterritorial; con un empresario que se mueve de un territorio a otro con fines financieros y/o de negocios, donde la primera territorialidad tiene un carácter simbólico, y la segunda, en el fondo, se trata de un carácter funcional (Haesbaert, 2013).

Esto último permite también diferenciar –del mismo modo que lo hace Haesbaert –lo multiterritorial de los transterritorial. El prefijo multi refiere a cosas separadas, como lo son múltiples espacios alejados entre sí –quizás a más de una frontera de distancia–; mientras que el prefijo trans, se aproxima mucho más a superposiciones y a la convivencia conjunta de territorios (Haesbaert, 2013). En resumen, tanto las multiterritorialidad como la transterritorialidad conforman redes territoriales –o territorios-red –para los individuos o grupos sociales independiente de las fronteras tradicionales, solo que a distintos tiempos y escalas.

Metodología

La metodología se desarrolla con el modelo de investigación a través del diseño (research by design/research through design), donde los procesos creativos y proyectuales del investigador se transforman en un instrumento para la recopilación de datos clave (Keyson, 2009). Estos datos corresponden a información que entregan los propios habitantes de la zona, sobre el reconocimiento de la zona de estudio y respecto a los posibles escenarios futuros en distintos contextos territoriales. De este modo, a través de la dimensión proyectual, formular una teoría (Findeli et al., 2008) sobre el distingo de la zona de estudio y su problemática.

La investigación concluye con una aproximación para el diseño (research for design), donde a partir de los resultados ya obtenidos en el primer proceso (Findeli et al., 2008), se realiza un proceso creativo participativo de la visión que tiene la comunidad sobre la zona de estudio, sus problemas territoriales y sus oportunidades o potencias como lugar. Esta se conforma desde la participación de comunidades locales de ambas comunas para contrastar dos puntos de vista que podrían tener sus distingos y similitudes. Así, finalmente en esta segunda modalidad, visualizar una imagen conjunta de los resultados (Frayling, 1993).

En este sentido, se trata de una modalidad mixta, entre (research by design y research for design); donde se comienza de una dimensión proyectual del investigador para generar una reacción y una opinión de la comunidad, para concluir con una visión y creación territorial participativa de la zona de estudio. Para ellos, el rol del investigador toma una posición de experto frente al estudio y al levantamiento de información, del mismo modo con el primer –y principal –proceso de creación; y luego con instancias participativas, para el proceso creativo con la comunidad al exponer su visión sobre la zona de estudio, pero el investigador sin dejar el rol principal de experto. Para esta modalidad de investigación, la metodología contempla dos métodos de diseño.

Métodos

Primero, un diseño desde una investigación especulativa (speculation research or speculative research). Este tipo de diseño trata de crear y recrear nuevos objetos o espacios, producidos a partir de diversas imágenes, para introducirlos en escenarios ajenos, extraños y diferentes al original (Dunne y Raby, 2013; Rodríguez y Mandagarán, 2016). El diseño especulativo tiene una relación directa con la proyección futura de un caso, y con una serie de conceptos necesarios para entender aquello que no es parte de lo real, presente o actual, sin caer en la fantasía, donde los autores Dunne y Raby dicen claramente: “usar el diseño como un medio para especular cómo podrían ser las cosas —el diseño especulativo” (Dunne y Raby, 2013); con el fin de cuestionar, formular y modificar no solo un objeto o un espacio, sino que también comportamientos, pensamientos y acciones (Ibars y Ma, 2013).

Requiere de la existencia previa de información –sobre todo visual – para estructurar el proceso de diseño hacia un público. Esto potencia y reafirma su carácter conclusivo de diseño participativo, abierto y bordando un límite conceptual previo (Dunne y Raby, 2013; Rodríguez y Mandagarán, 2016). El público no solo actúa como observador, sino como usuario y creador a la manera de co-diseñador (Rodríguez y Mandagarán, 2016). En este sentido, y para la investigación, el diseño especulativo es un modo de visualizar los posibles escenarios dados en la zona de estudio a causa de la problemática, para la comunidad. Este proceso logra relacionar a través de la discusión y la reflexión de las ideas detrás del diseño, a la comunidad con el segundo método: el diseño crítico.

Y segundo, el diseño crítico o critical design. Como concepto fue utilizado por primera vez, por Anthony Dunne, donde sostenía que su propuesta de diseños especulativos no eran visiones utópicas, sino que encarnaban una crítica a las prácticas actuales, juntando la crítica misma con un falso optimismo (Dunne, 2005). Se trata de crear diseños contradictorios, originales y proposiciones abiertas a la generación de opinión, debate y polémica para revelar nuevas y posibles implicaciones de lo que aún no es una realidad (Ibars y Ma, 2013). Y más aún, este constituye un elemento de disrupción, que incluso en ocasiones estos puedan ser o parecer inútiles o poco prácticos (Dunne, 2005; Torres, 2015). En este mismo sentido, el diseño crítico tiene como rol principal, revelar y acentuar ciertos elementos del propio discurso, con el fin de detectar cómo estos pueden tener influencia en ciertas prácticas, y como pueden ser aprobadas o rechazadas por otros en función de sus consecuencias (Torres, 2015).

Así, el diseño crítico será un instrumento para propiciar la controversia y hacer que la comunidad se cuestione el porqué de un proyecto, su función, o la forma en que se relaciona con el entorno a través de una opinión propia (Casellas, 2021). Para esta investigación, su fin es la discusión y el debate, no solo sobre el uso ético de los proyectos, sino que también sobre las actuales prácticas territoriales de la zona de estudio.

Muchos autores coinciden que los resultados esperados para el diseño crítico y el especulativo son la reacción, el debate y la discusión; pero se distingue el especulativo, en que su interés va más allá de la polémica. A partir del debate, la reflexión y las opiniones formadas, permite descubrir y explorar aspectos del diseño proyectual en un contexto dado, que no hubiesen surgido de otro modo; es decir, que posee un componente de participación social y de apertura, dados en la proyección a largo plazo y en la multiplicidad de posibilidades (Dunne, 2005; Ibars y Ma, 2013). Para una comprensión mayor de sus distingos, se debe entrar en sus enfoques metodológicos.

Ambos tipos de diseño, forman parte de un campo más amplio sobre el diseño en la investigación y el estudio de los diferentes futuros. Y dentro de este campo, existen dos enfoques metodológicos: el backcasting (retrospectivo) y el forecasting (prospectivo o predictivo) (Bibri, 2018).

Enfoque metodológico

El enfoque metodológico de forecasting en el proceso de predecir el futuro sobre un diseño, lo hace desde el análisis y seguimiento de las tendencias y comportamientos actuales; se trata de hacer una declaración basada en supuestos explícitos o implícitos, desde las tendencias observadas en una situación actual (Bibri, 2018). Es decir, en otras palabras, el proceso se hace a partir de la situación actual; y desde las tendencias observadas, se planifican soluciones realistas hacia el futuro (Dreborg, 1996), y que, como menciona Bibri, se trata de “definir pasos que son simplemente una continuación de los desarrollos presentes extrapolados al futuro” (Bibri, 2018, p. 18).

El backcasting, surge como una alternativa al forecasting tradicional (Robinson, 1990), además de ser un modo de abordar y discutir un diseño en la dirección totalmente opuesta (Holmberg y Robèrt, 2000).

Este otro enfoque metodológico, es un proceso que comienza desde un futuro deseable, como un campo de éxito, para luego mirar hacia atrás –hacia el presente –para identificar y definir las acciones necesarias en base a estrategias para lograr este futuro específico deseado (Bibri, 2018, p. 18).

Los distintos escenarios futuros, sus estudios y enfoques, pueden pensarse y clasificarse en tres secciones, como definen Banister y Stead. Estas son: lo probable, lo posible y lo preferible (Banister y Stead, 2004). Según los autores estos se definen como:

  • Futuros posibles: ¿que podría suceder? Son los estudios de todos los escenarios posibles en los estados futuros; y al mismo tiempo, contiene a todos los demás.
  • Futuros probables: ¿qué es más probable que suceda? Son los estudios predictivos –o pronósticos–, y se basan en datos históricos, comportamientos actuales y análisis de tendencias.
  • Futuros preferibles: ¿qué preferimos que ocurra? Son los estudios centrados en futuros ideales o deseables, principalmente bajo el enfoque de backcasting; aunque también en forecasting, pero en un contexto normado y de adaptabilidad (Dreborg, 1996).

En este sentido y desde esta clasificación –y lo ya mencionado anteriormente –, las relaciones entre los distintos escenarios futuros, los diseños críticos y especulativos, y los enfoques metodológicos de backcasting y forecasting son claros. Dentro de los futuros “posibles”, el diseño crítico evidencia una problemática desde un falso optimismo que se detona desde las tendencias y comportamientos actuales, para predecir posibles consecuencias, desde un enfoque de forecasting. En cambio, el diseño especulativo siendo más amplio –incluso conteniendo dentro de su campo al diseño crítico (Dunne y Raby, 2013)– se puede situar en un futuro preferible para marcar un rumbo de estrategias que se revelan desde un enfoque de backcasting. y siendo una alternativa a los pronósticos cuando se trabaja en conjunto a otros modos de planificación, como es el diseño participativo.

La dimensión participativa, se puede hacer presente en ambos casos. De esto, y para esta investigación, la dimensión participativa en el diseño crítico se transforma en una fuente de información, de evaluación y resultados; mientras que en el diseño especulativo, se trata de un modo de generar preguntas junto a la investigación y buscar respuestas en conjunto.

Entonces, ambos métodos de investigación, si bien trabajan de modos diferentes, son posibles de trabajar en conjunto. Los autores Höjer y Mattsson se refieren a esta relación como una de trabajos complementarios (Höjer y Mattsson, 2000). Según sus estudios, el backcasting se presenta como un enfoque más prometedor y transformador del futuro, especialmente cuando se requieren verdaderos cambios.

Sobre esto último, los autores dicen: “[...] se ha encontrado en este estudio que el backcasting y los diferentes enfoques de pronóstico son complementarios. El argumento es que el backcasting es principalmente apropiado cuando las tendencias actuales conducen a un estado desfavorable. Por lo tanto, los métodos de forecasting son necesarios, porque informan al backcaster cómo y cuándo se requiere el backcasting” (Höjer y Mattsson, 2000).

Planteamiento metodológico

Esta investigación se ocupa de un enfoque forecasting de los futuros probables sobre el desarrollo de la problemática en el caso de estudio, y tales estudios de futuro no pretenden ser una predicción, sino que una evidencia de los patrones de comportamiento y tendencias actuales. Así, evaluar los futuros posibles y preferibles alternativos al respecto, que bajo una dimensión participativa del diseño especulativo urbano, podría posibilitar lineamientos generales para una futura planificación de la zona de estudio

Por ello, desde la metodología y los enfoques metodológicos descritos, se emplearán en dos fases de diseño proyectual: una primera que aúna el diseño crítico y el diseño especulativo desde la teoría y el levantamiento del caso –apuntando más a su dimensión crítica y de falso optimismo–; y una segunda, de tipo principalmente especulativa, ahora con una modalidad participativa –apuntando más a un ámbito social desde las verdaderas oportunidades –junto a las comunidades locales.

Esto permitirá evaluar la situación y establecer los conceptos claves, para poder seguir investigando en un futuro estas prácticas territoriales y aplicadas en otros casos, o consolidar una proposición urbana real más allá de la especulación y la actitud crítica del diseño. En este sentido, el papel del diseño –en todas sus escalas –va más allá de su carácter resolutivo, y se transforma en un campo integrador y de alcance universal, que proporciona los métodos tanto para la definición como para la solución de un problema (Buchanan, 1992).

Cuadro Metodológico y Descripción

Para el desarrollo de esta metodología se plantean y se ordenan una serie de procedimientos, técnicas y recursos; como muestra la siguiente tabla:

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Según la tabla expuesta, los procedimientos a realizar se definen del siguiente modo:

  1. Levantar la zona de estudio de la desembocadura del Aconcagua desde la revisión de bibliografía y bases de datos digitales; además, desde el trabajo de campo para un levantamiento in situ de la zona. Con ello, describir el caso de estudio desde una visión más profunda y amplia, desde la información existente y la recopilada por el investigador.
  2. Reconocer la problemática en la zona de estudio, desde la información ya levantada y con una nueva revisión de bibliografía y de bases de datos ahora específicas; del mismo modo, con trabajo de campo a las zonas críticas identificadas. Así, relacionar el caso de estudio con la problemática de modo directo.
  3. Observar e identificar los rasgos principales del lugar a través de la observación y el croquis, como un modo de visualizar su particularidad in situ; además de jornadas de estudio en grupo –junto al taller de Magíster –hacia puntos clave de la zona de estudio y zonas próximas, con el fin de obtener una imagen más amplia y datos empíricos del caso.
  4. Sistematizar y analizar el total de la información obtenida, a través de un análisis FODA. Esto, con el fin de reconocer y categorizar los datos encontrados y obtenidos, para su posterior uso en los procesos de diseño y evaluación.
  5. Delimitar la zona de estudio en su condición de zona de frontera y representarla a través de dibujos cartográficos y planimétricos, para su reconocimiento como lugar no lineal.
  6. Teorizar la información levantada y obtenida relacionándola con el marco teórico, conceptualizando, categorizando y describiendo desde lo que dicen otros autores. Así, definir y describir teóricamente la problemática dentro del contexto del caso de estudio.
  7. Construir y realizar encuestas a los habitantes de las comunidades locales, tanto de Concón como de Quintero, para obtener un diagnóstico territorial intercomunal sobre el caso de estudio, específicamente de la percepción social de la zona y de la problemática.
  8. Idear diseños urbanos críticos y especulativos que evidencien la problemática tanto desde la teoría del marco teórico como de los resultados obtenidos en las encuestas a la comunidad local. Esto, con el fin de acentuar la problemática a través de proyectos urbanos y posibles escenarios territoriales futuros.
  9. Producir la visualización de los diseños propuestos, a través de dibujos, fotomontajes, planimetrías, y visualizaciones, que evidencien y expongan los posibles efectos de los propios diseños en relación a la problemática.
  10. Exponer los diseños críticos y especulativos para discutir junto a la comunidad –en este caso de de Concón –, para levantar un diagnóstico territorial general de esta comuna, desde la percepción de la comunidad de los diseños urbanos, la problemática acentuada y posibles soluciones alternativas –ahora afirmativas – para el caso. Esto, con el fin de obtener datos de la comunidad, ahora desde un contexto con una posibilidad proyectual.
  11. Exponer los diseños críticos y especulativos para discutir junto a la comunidad –en este caso de de Quintero –, para levantar un diagnóstico territorial general de esta comuna, desde la percepción de la comunidad de los diseños urbanos, la problemática acentuada y posibles soluciones alternativas –ahora afirmativas – para el caso. Esto, con el fin de obtener datos de la comunidad, ahora desde un contexto con una posibilidad proyectual.
  12. Conceptualizar la información recogida, contrastar los resultados de ambas comunas y analizarlos para un reconocimiento territorial intercomunal desde la similitudes y las diferencias. Con esto, obtener lineamientos específicos para un posible diseño alternativo –en una modalidad de diseño especulativo –que se haga cargo de la problemática, desde una concepción de diseño participativo.
  13. Producir una visualización de un nuevo diseño urbano especulativo en el caso de estudio, ahora participativo, a través de dibujos, fotomontajes, planimetrías, y visualizaciones. Este diseño, con el fin de que evidencie y exponga el posible escenario futuro –afirmativo –que se haga cargo de la problemática, y construya un nuevo territorio (transfronterizo entre ambas comunas al ser desde una visión en común) y lo consolide como un lugar.
  14. Evaluar la problemática en el nuevo diseño especulativo desde una encuesta a la comunidad participante; y comparar con el contexto actual junto a los resultados obtenidos de los diseños críticos/especulativos anteriores. De este modo, obtener la percepción de la comunidad con respecto al nuevo diseño urbano participativo y su eficiencia respecto a la problemática.
  15. Exponer el nuevo diseño urbano especulativo y participativo a través de una exposición –ya sea en terreno o en línea –a la comunidad participante y al público general, como última instancia del proceso.

Carta Gantt

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