Cuaderno de lectura 2, "Hay que ser absolutamente moderno", Carla Béjares

De Casiopea



TítuloCuaderno de lectura: "Hay que ser absolutamente moderno",Godofredo Iommi
AsignaturaTaller del Hacer Visible
Del CursoTaller del Hacer Visible 2020
CarrerasDiseño
4
Alumno(s)Carla Bejares

Hay que ser Absolutamente Moderno

«Tenir le pas gagné; Il faut être absolument moderne».

«Mantener el paso ganado. Hay que ser absolutamente moderno». Así dice Rimbaud a los finales de la Temporada en el Infierno.

¿Qué quiere decir moderno?

¿Qué quiere decir absolutamente?

Decir «moderno» implica algo que no lo es y algo que lo inaugura. Vamos a tratar de indicarlo anotando la vuelta de llave que al mismo tiempo cierra y abre un campo. Un campo distinto al que estaba vigente. Distinto no supone necesariamente contradictorio. Pero se trata de un campo tal que concierne a la actividad humana. Por diversas vías podría llegarse a mostrar el giro que abre la modernidad. Escogemos uno, el que nos es más familiar -el camino de la palabra poética- y en él va implícita la noción de «poiesis-techne» en su acepción mayor: la de todo trabajo «creativo».

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¿Cuál es la relación de palabra y armonía?

Para discernirla es necesario recapitular la función de la palabra en el mundo griego que origina poéticamente nuestro lenguaje. Walter Otto recoge el siguiente relato acerca del origen de la palabra en su función primordial: «Zeus termina la construcción de un mundo. Todos los dioses están presentes. Sobreviene un admirable silencio, estupor ante la belleza de lo construido. Entonces Zeus pregunta a los dioses si falta algo para que la construcción sea perfecta. Los dioses convienen que algo falta. ¿Qué? Falta la palabra, pues sólo la palabra elogia. Y entonces Zeus crea las Musas». En el relato la palabra es originaria de las Musas –se trata pues de todas las artes. En seguida su función primordial es el elogio. El elogio es de suyo el reconocimiento. En el fondo la vía o método del conocimiento es el elogio que nace de la admiración. Esta es una con-sonancia, del mundo que se abre hay que ser absolutamente Moderno en palabra. La consonancia manifiesta consigo la armonía mundana. De hecho, la palabra consonante al consonar desvela la armonía, la elogia, la reconoce y al mismo tiempo se indica a sí misma como función desvelante. Así, la palabra poética es la consonancia de la armonía esencial.


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Leon Battista Alberti. Dice Alberti en De re Edificatoria: «Definiremos la belleza como armonía, la armonía de todas las partes entre sí… de tal modo que no se pueda aumentar, disminuir o cambiar sino para peor... Es el resultado de este gran valor y casi divino para obtener el cual, es necesario empeñar todo el ingenio y toda la habilidad técnica de la que uno está provisto».


CONCCINNITAS.


¿Pero, qué quiere decir «armonía de las partes entre sí»? Alberti aclara: «Es una cualidad resultante de la conexión y unión de los elementos y en ella resplandece toda la forma de la belleza y que nosotros llamamos conccinnitas» –agrega– «Es deber y tarea de la «conccinnitas» ordenar según leyes precisas las partes que por su propia naturaleza serían distintas entre sí, de modo que su aspecto presente una recíproca concordancia». Dice Alberti que la «conccinnitas» se nutre de la gracia y decoro –decoro en latín quiere decir esplendor. Pero ¿por qué es posible la «conccinnitas»? ¿De dónde procede? Alberti anota «en cualquier cosa que percibamos por vía auditiva, visual o de otro género enseguida advertimos lo que corresponde a la «conccinnitas». Por instinto natural aspiramos a lo mejor, a lo óptimo y con voluptuosidad adherimos. La «conccinnitas» se manifiesta en el organismo entero… Abraza la vida entera del hombre y sus leyes, preside toda la naturaleza» –Alberti tomó el término de Cicerón que lo aplicaba al discurso. Pero su transfondo es la palabra griega «kalokagadzia». ¿Pero, qué quiere decir «armonía de las partes entre sí»? Alberti aclara: «Es una cualidad resultante de la conexión y unión de los elementos y en ella resplandece toda la forma de la belleza y que nosotros llamamos conccinnitas» –agrega– «Es deber y tarea de la «conccinnitas» ordenar según leyes precisas las partes que por su propia naturaleza serían distintas entre sí, de modo que su aspecto presente una recíproca concordancia». Dice Alberti que la «conccinnitas» se nutre de la gracia y decoro –decoro en latín quiere decir esplendor. Pero ¿por qué es posible la «conccinnitas»? ¿De dónde procede? Alberti anota «en cualquier cosa que percibamos por vía auditiva, visual o de otro género enseguida advertimos lo que corresponde a la «conccinnitas». Por instinto natural aspiramos a lo mejor, a lo óptimo y con voluptuosidad adherimos. La «conccinnitas» se manifiesta en el organismo entero… Abraza la vida entera del hombre y sus leyes, preside toda la naturaleza» –Alberti tomó el término de Cicerón que lo aplicaba al discurso. Pero su transfondo es la palabra griega «kalokagadzia».


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Cristos Clairis, el lingüista griego, se opone a toda traducción del término. Tiene razón. En nuestras lenguas no existe un vocablo que reúna y funde la noción de belleza y bondad. Cualquier traducción la equivoca gravemente. Tal vez podamos vislumbrar algo de lo que indica esa armonía griega a través de un concepto de simetría compleja. Esa armonía sube de los pitagóricos a Platón. Una concordancia o trama de cosmos-caos patente en el universo entero, el ser humano incluido. «Conccinnitas», que Alberti llamará «compañera del ánimo y la razón». Acoger la palabra poética (oral o escrita, arquitectónica, escultórica, pictórica o musical) es consonar con la armonía cósmica que manifiesta la obra. Así se abrió la poiesis-techne y la que Heidegger llama filosofía. Para constatar la fuerza y fecundidad de esa armonía tomaremos un ejemplo que procede de la relación pitagórica entre música y astronomía. Se trata de la llamada música de las esferas. Platón la describe en el libro X de la República. Kepler dio firme base matemática a la teoría heliocéntrica de Copérnico. Ya no más el sol girando alrededor de la tierra sino lo contrario de lo que vemos: la tierra girando en torno al sol. Su obra se llama De Harmonice Mundi (Lo que Concierne a las Armonías del Mundo), publicada en 1619. Los pitagóricos señalaban las notas musicales inaudibles, pero existentes entre planeta y planeta. Kepler creía lo mismo con una variante, que sólo podían ser oídas por el sol. Creía algo semejante a lo que pensaron los teóricos de la música en el Renacimiento. Entre ellos Galilei, el padre de Galileo y Francesco Salinas.


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«Por intentar relacionar la armonía (musical) con el movimiento planetario, más específicamente entre las distancias de los planetas con el sol» ,escribe Eugene Helm en 1967– «descubre su famosa tercera ley (t2/d3)-k donde t es el período de revolución de un planeta, d es la distancia promedio al sol y k es una constante...». Agrega Helm, «la fórmula parece antiséptica, pero como mucho de la matemática proviene del poder estético natural». El mundo es por armonía y se trata –el hacer mundo– de revelarla, doquier de suerte que con-suene con la que nosotros mismos somos. Esta visión atravesó 27 siglos hasta la irrupción de otro horizonte; el amor a lo desconocido o modernidad.