Carta del Vidente

De Casiopea






TítuloCarta del Vidente
Año1871
AutorArthur Rimbaud
Tipo de PublicaciónPoema, Perpendiculares
Nota[[Nota::Carta de Arthur Rimbaud a Paul Demeny, Charleville, 15 de Mayo de 1871.
Para la traducción se tomó como base una versión casi completa realizada por Godofredo Iommi M. para la Clase de Poética (Escuela de Arquitectura UCV, 1967); el texto en general y los 3 poemas que se intercalan en la carta fueron traducidos por Manuel F. Sanfuentes y revisados por Pablo Ortúzar.]]

Charleville, 15 de mayo de 1871.

He resuelto darle una hora de literatura nueva; comienzo ya por un salmo de actualidad:

Canto de Guerra Parisino

La primavera es evidente,
ya desde el corazón de las verdes Propiedades,
el robo de Thiers y de Picard
tiene sus esplendores abiertos de par en par.

¡Oh mayo! Qué delirantes culos desnudos!
Sèvres, Meudon, Bagneux, Asnières,
Escuchad pues las bienvenidas
sembrar las cosas primaverales!

Ellos tienen chacó, sable y tam-tam
no la antigua caja para velas,
Y yolas que nunca, nun...
¡Surcan el lago de las aguas enrojecidas!...

Más que nunca nos divertimos
cuando arriban a nuestras guaridas
y se desplomen los amarillos cabujones
en albas particulares!

Thiers y Picard son Eros,
raptores de heliótropos,
al petróleo le hacen Corots.
He aquí, sus tropas abejorrear...

Son familiares del Gran Truco!
Y, tendido en los gladiolos, Favre,
hace su parpadeo acueducto
y sus olfateadas a la pimienta.

La Gran Ciudad tiene caliente el empedrado
pese a vuestras duchas de petróleo,
y decididamente, precisamos
sacudirnos en vuestro rol...

Y los Rurales que descansan bien
en largas encuclillas,
oirán los ramajes quebrarse
en medio de rojos rozamientos.

A. Rimbaud


He aquí una prosa acerca del futuro de la poesía.

Toda la poesía antigua va a dar a la poesía griega; Vida armoniosa. De Grecia al movimiento Romántico, –la Edad Media– hay letrados, versificadores. De Ennio a Teoroldus, de Teoroldus a Casimir Delavigne, todo es prosa rimada, un juego, envacamiento y gloria de innumerables generaciones idiotas: Racine es el puro, el fuerte, el grande. Uno hubiera podido soplar sobre sus rimas, mezclar sus hemistiquios, y el Divino Tonto sería hoy día tan ignorado, como cualquier primerizo autor de Orígenes. Después de Racine, el juego se paraliza. ¡Esto ya dura dos mil años!

Ni broma ni paradoja. La razón me inspira más certezas sobre este asunto, que las rabietas que jamás pueda tener un joven-France. Por lo demás, ¡libre a los nuevos! de execrar los ancestros: estamos en casa y tenemos tiempo.

Nunca hemos juzgado bien el Romanticismo. ¿Quién lo hubiera juzgado? ¡¡Los críticos!! ¿Los Románticos, que prueban tan bien que la canción es tan poco a menudo la obra, es decir, el pensamiento cantado y comprendido del cantor?

Porque yo soy un otro. Si el cobre se despierta clarín, no tiene culpa alguna. Esto me es evidente: asisto a la eclosión de mi pensamiento: lo miro, lo escucho: lanzo un golpe de arco: la sinfonía se remueve hasta las profundidades, o viene de un salto sobre la escena.

¡Si los viejos imbéciles no hubieran encontrado del «Mí» la significación falsa, no tendríamos que barrer estos millones de esqueletos, que después de un tiempo infinito han acumulado los productos de su inteligencia tuerta, proclamándose los autores!

En Grecia, lo dije, versos y liras ritman la Acción. Después, la música y la rima son juegos, distracción. El estudio de ese pasado encanta a los curiosos: muchos gozan renovando esas antigüedades: es para ellos. Naturalmente, la inteligencia universal siempre desechó sus ideas; los hombres recogían parte de estos frutos del cerebro: se actuaba por, se les escribía libros: la marcha era esa, el hombre no se trabajaba, no estaba aún despierto, o todavía no en la plenitud del gran sueño. Funcionarios, escritores: autor, creador, poeta, ¡ese hombre no ha existido jamás!

El primer estudio del hombre que quiere ser poeta, es su propio conocimiento, íntegro; busca su alma, la inspecciona, la tantea, la aprehende. Ya sabiéndola, debe cultivarla; esto parece simple: en todo cerebro se cumple un desarrollo natural; tantos egoístas se proclaman autores. ¡Incluso hay otros que se atribuyen su progreso intelectual! Pero se trata de hacer el alma monstruosa: como los comprachinos, ¡vamos! Imaginad un hombre implantándose y cultivándose verrugas en el rostro.

Digo que hay que ser vidente, hacerse vidente.

El Poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos sus sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; busca él mismo, agota en él todos los venenos, para sólo guardar las quintaesencias. Inefable tortura, en que necesita toda la fe, toda la fuerza sobrehumana, en que deviene entre todos el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito –y el supremo Sabio. ¡Pues llega a lo desconocido! ¡Ya que ha cultivado más que nadie su alma, ya rica! ¡Llega a lo desconocido! Y si llegara, aterrado, a no comprender sus visiones, las habría visto! Que reviente en su salto por las cosas inauditas e innombrables: vendrán otros horribles trabajadores, ellos comenzarán por los horizontes donde el otro se desplomó.

–Continúa en seis minutos–

Aquí intercalo un segundo salmo fuera del texto: quisiera preste un oído complaciente –todo el mundo estará encantado. Me inclino en la mano, comienzo:

Mis Pequeñas Enamoradas

Un hidrolato lacrimal lava
los cielos col verde:
Bajo el árbol tierno que babea,
tus cauchos.

Blancos de lunas particulares
en los redondos pialatos,
entrechocad vuestras rodilleras,
mis adefesios!

Nos amamos en esa época,
Fealdad azul:
comíamos huevos en cáscara
y murajes!

Una tarde, tu me consagras poeta,
rubio adefesio.
Baja aquí, que yo te azote
en mi regazo;

He vomitado tu bandolina
negro adefesio;
Tu cortarías mi mandolina
al filo de la frente.

¡Puah! Mis salivas resecadas
fealdades rojas,
infectan aún las trincheras
de tu redondo seno!

Oh, mis pequeñas enamoradas,
¡Cómo os odio!
¡Cubran de trapos dolientes
tus feas tetas!

Pisotead mis viejos trastos
de sentimiento;
¡Ah pues, sed mis bailarinas
por un momento!

Tus omóplatos se desencajan,
¡Oh, mis amores!
Una estrella en vuestros riñones que cojean
voltea tus vueltas.

¡Y sin embargo, por estos jamones
es que yo he rimado!
¡Quisiera quebraros las caderas
de haber amado!

Aburrido montón de estrellas fracasadas,
colmad las esquinas
–¡Revantaréis en Dios, ensilladas
de inmundos cuidados!

Bajo las lunas particulares
en los redondos pialatos,
entrechocad vuestras rodilleras,
mis adefesios.

A. R.

Bien. Y dese cuenta que si no temiera en hacerle gastar más de 60 centavos de importe –yo, pobre pasmado que desde hace siete meses no ha tenido un solo duro de bronce– le mandaría además mis Amantes de París, cien hexámetros, Señor, y mi Muerte en París, doscientos hexámetros!

Retomo:

Pues bien, el poeta es verdaderamente ladrón de fuego.

Está encargado de la humanidad, incluso de los animales; deberá hacer sentir, palpar, escuchar sus invenciones; si lo que de allá trae tiene forma, da forma: si es informe, da lo informe. Encontrar una lengua.

Por lo demás, siendo toda palabra ideas, ¡el tiempo de un lenguaje universal vendrá! Hay que ser académico –más muerto que un fósil– para perfeccionar un diccionario de no importa qué lengua. ¡Si los débiles se pusieran a pensar en la primera letra del alfabeto, podrían rápidamente caer en la locura!

Esta lengua será del alma para el alma, resumiendo todo, perfumes, sonidos, colores; el pensamiento enganchando al pensamiento y tirando. El poeta definiría la cantidad de desconocido capaz de despertarse –en su tiempo– en el alma universal: daría más –que la fórmula de su pensamiento, que la notación de su marcha al Progreso! Sería –enormidad hecha norma, consumida por todos– verdaderamente un multiplicador del progreso.

Este porvenir, ve usted, será materialista. Siempre llenos del Número y de la Armonía, esos poemas serán hechos para quedar. En el fondo, sería aún un poco la Poesía griega.

El arte eterno tendrá sus funciones, como los poetas son ciudadanos. La Poesía no ritmará más la acción, ella irá adelante.

¡Estos poetas serán! Cuando sea quebrada la infinita servidumbre de la mujer, cuando viva para y por ella, el hombre –hasta aquí abominable– habiéndole dado su despido, ¡también ella será poeta! ¡La mujer encontrará lo desconocido! ¿Sus mundos de ideas serán distintos de los nuestros? Encontrará ella cosas extrañas, insondables, repugnantes, deliciosas; las tomaremos, las comprenderemos.

Mientras tanto, pidamos a los poetas lo nuevo –ideas y formas. Todos los listos pensarán haber ya satisfecho esta demanda. ¡No es eso!

Los primeros románticos fueron videntes sin darse mucho cuenta: la cultura de sus almas comenzó por accidente: locomotoras abandonadas, pero hirvientes, que en alguna parte toman los rieles. Lamartine es algunas veces vidente, pero estrangulado por la forma antigua. Hugo, demasiado testarudo, ha visto bien en los últimos volúmenes: Los Miserables son un verdadero poema. Tengo Los Castigos sobre mi mano; Stella da un poco la medida de la visión de Hugo. Demasiado Belmontet y Lamennais, Jehovahs y columnas, antiguas enormidades destrozadas.

Musset es catorce veces execrable para nosotros, generaciones dolorosas y presas de visiones, –¡que su pereza de ángel ha insultado! ¡Oh, los cuentos y los proverbios insípidos! ¡Oh, las noches! ¡Oh, Rolla; Oh, Namouna; Oh, la Copa! Todo es francés, es decir, odiable a un grado supremo; ¡francés, no parisino! Sin embargo una obra de este genio odioso que ha inspirado a Rabelais, Voltaire, Jean La Fontaine, ¡comentada por M. Taine! ¡Primaveral, el espíritu de Musset! ¡Encantador, su amor! Y he aquí, pintura al esmalte, ¡poesía sólida! Todavía tendremos que saborear por mucho tiempo la poesía francesa, ¡y en Francia! Todo muchacho almacenero está en la medida de desbobinar un apóstrofe Rollaque; todo seminarista lleva consigo quinientas rimas en el secreto de un carnet. A los quince años, estos entusiasmos de pasión ponen a los jóvenes en celo; a los dieciséis, ya se contentan con recitarlos de memoria; a los dieciocho, a los diecisiete, todo colegial que tiene los medios, hace un Rolla, ¡escribe un Rolla! Algunos, puede ser, mueren todavía. Musset ya no tiene más nada que hacer: él tenía visiones detrás de la gasa de las cortinas: él cerró los ojos. Francés, asopado, arrastrado del cafetín al pupitre del colegio, el hermoso muerto ha muerto, y en adelante, ni siquiera vale la pena despertarlo a las abominaciones!

Los segundos románticos son muy videntes: Th. Gautier, Leconte de Lisle, Th. de Banville. Pero la inspección de lo invisible y oír lo inaudito, no es otra cosa que retomar el espíritu de las cosas muertas; Baudelaire es el primer vidente, rey de poetas, un verdadero Dios. Sin embargo, él ha vivido en un medio demasiado artístico; y la forma tan elogiada en él, es mezquina –las invenciones del desconocido reclaman formas nuevas.

Romper las formas viejas, entre los inocentes, A. Renaud, a hecho su Rolla; L. Grandet, ha hecho su Rolla; los galos y los Musser, G. Lafenestre, Coran, Cl. Popelin, Soulary, L. Salles; los escolares, Marc, Aicard, Theuriet; los muertos y los imbéciles, Autran, Barbier, L. Pichat, Lemoyne, los Deschamps, los Desessarts; los periodistas, L. Cladel, Robert Luzarches, X. de Ricard; los fantasistas, C. Mendès; las bohemias; las mujeres; los talentos, Léon Dierx, Sully-Prudhomme, Coppée, –la nueva escuela, llamada parnasiana, tiene dos videntes, Albert Mérat y Paul Verlaine, un verdadero poeta. ¡Eso! Así pues, yo trabajo para hacerme vidente. Y terminamos con un canto piadoso.

En cuclillas

Más tarde, cuando sienta el estómago en náuseas,
el hermano Milotus da un vistazo a la lucarna
donde el sol, claro como un caldero restregado,
le clava una jaqueca y hace de su mirada una rodaja,
y desplaza entre las sábanas su vientre de cura.

Se agita bajo su cobertura gris
y desciende sus rodillas a su vientre tembloroso,
estupefacto como un viejo que come su presa,
por que le hace falta, el puño en el asa de un pote blanco,
hasta sus riñones largamente arremangar su camisa!

O, él se agachó fríamente, los dedos del pie
replegados y ateridos al claro sol que aplaca
bollos amarillos en los cristales de papel,
y la nariz del buen hombre donde se enciende la laca
olfatea los rayos como un carnal polípero.

El buenhombre trama al fuego, brazos torcidos, labios
al vientre: él siente deslizar sus muslos en el fuego,
y sus mangas chamuscarse y apagarse su pipa;
alguna cosa como un pájaro moverse un poco
hacia su vientre sereno como un montón de tripas.

Alrededor, duerme un revoltijo de muebles embrutecidos
en los harapos mugrientos y sobre los sucios vientres,
escabeles, sapos extraños, se acurrucan
en las esquinas negras: los escritorios tienen jetas de cantores
que entreabre un sueño lleno de horribles apetitos.

El repugnante calor atraganta la habitación estrecha,
el cerebro del buenhombre está abarrotado de trapos,
él escucha los pelos empujar en su piel húmeda
y algunas veces, en hipos fuertes gravemente ahuecados
se escapa, sacude su escabel que encaja...

Y la tarde, a los rayos de luna que le hacen
a los contornos del culo rebabas de luz,
una sombra con detalles se inclina sobre un fondo
de nieve rosa así como una malvarrosa...
caprichoso, una nariz persigue a Venus en el cielo profundo.

Sería aborrecible si no me responde: rápido, puesto que en ocho días estaré en París, puede ser.

Adiós.


A. Rimbaud.

Señor Paul Demeny, en Douai.