Primera cara:
La luminosidad de los últimos rayos de sol que bañan el cielo es acunada por la oscuridad de los rincones que el sol no llega a cubrir.
Los rayos del sol atraviesan las nubes, creando profundidad y dando la apariencia de la inexistente solidez.
Las masas de gotitas microscópicas de agua llenan el cielo, alineándose de forma aleatoria.
Los rayos de sol iluminan invasivamente las nubes, pasando sobre ellas e interviniendo el camino entre nuestra vista y las nubes.
Las grandes masas que se suspenden en el aire están en medio de una carrera interminable con el viento otoñal.
Durante la noche una aureola rodea la luna, sin ser capaz de tocar las nubes.
La neblina que cubre el horizonte desaparece de forma difuminada en el cielo, creando un degradé entre su blancura y el manto azul.
Un atardecer es un contraste y a la vez un balance entre colores cálidos y colores fríos en un solo lienzo.
La nube del final de un atardecer es la línea divisora entre lo que los rayos aún tocan y lo que aquella luz ya abandonó por completo.
La aureola que rodeaba la luna también aparece durante el día para acompañar al sol, con la diferencia de que durante el día es capaz de tocar las nubes.
Un día nublado es una mezcla de gris con manchas negras en la gran masa que nos priva del sol.
Las masas de gotitas microscópicas de este atardecer son flechas siendo lanzadas a través del cielo con el horizonte como su objetivo.
Segunda cara:
Los rayos de sol juegan con el cielo, cambiando formas, proporciones y bañandolo con dorado.
Las nubes que se reparten por el cielo lo recorren siendo lanzadas a través de él, viajando interminablemente.
Los distintos colores que tiñen el cielo se contrastan y mezclan en él.
Tercera cara:
Las nubes hacen un viaje a través de los colores que bañan el cielo.