María Paz Zett: Amereida XI

De Casiopea

LA TRAVESIA DE LA VIDA





Comprender la vida como una travesía, una ruta infinita hacia la belleza y la perfección, debe conocer su origen tanto etéreo como de condición humana.



Esta travesía debe consistir en ser siempre vida, seres que viven en su naturaleza, es decir, la esencia del hombre. Y se van relacionando en busca del infinito camino hacia la belleza y la perfección etérea.



Para ello, el único modo de aprendizaje siempre responde a un empirismo.

El hombre aprende de la simpleza de estar siempre viviendo, de estar siempre donde se está, para aprender del equilibrio de la naturaleza y de los ciclos de la vida.



Es fundamental activar todos los sentidos, la sensibilidad profunda de la piel que absorba el conocimiento etéreo para estudiarlo y comprenderlo, porque podemos como seres inteligentes, con el fin de llegar a la luz y el equilibrio.

Es por ello que en la travesía de la vida, lo hermoso está en la ruta. En ir creciendo como seres humanos que somos, que vivimos atraídos por la gravedad de la Tierra, la cual nos mantiene en el plano de la superficie de ésta, en un tiempo especifico, pero que es relativo.

Es allí donde estamos, es aquel plano el que debemos sobrepasar estando siempre donde se está, la superficie de la Tierra, porque siempre va primero el presente, la realidad.



Habitar la superficie de la Tierra conlleva abrirse a los otros seres humanos con los cuales vivimos, compañeros de esta gran travesía que es la vida.

Los compañeros pájaros, los compañeros árboles, la Tierra y la vida en general merece nuestro respeto.

Nada nos hace pensar que el hombre es el único y gran ser en este universo, porque la verdad de las cosas, es la grandeza de Dios la que es infinita, nosotros sólo somos pequeños seres cuánticos en esta infinita extensión de espacio y luz.



No es necesario ir muy lejos para observar la perfección.

El equilibrio está en todos lados. Si Dios no está aquí, no está en ninguna parte.

Dios es un ser omnipotente, es el todo. No se divide en ningún lado, es la gran caja que sostiene todo lo que hoy miramos, sea que nos miremos entre nosotros o miremos la grandeza de la bóveda celeste: es la vida.

Es de esa continuidad y equilibrio que nosotros debemos aprender empíricamente disfrutando de hasta la más mínima belleza de los ciclos de la vida, con el corazón y con la mente, sin dejar de ser seres humanos, sin engrandecernos o aislarnos.



Seamos seres humanos locos entonces, sobrepasemos la barrera de esta explotación que no sé quién ni en qué momento nos comenzó a agobiar.

La velocidad entorpecida de la materia que se nos confundió con la velocidad divina de la luz. Es hacia allá donde hay que apuntar, al entretenido camino infinito de la luz.

Para que en un tiempo futuro de nuestra evolución sobrepasemos la barrera de ésta órbita que nos tiene en este plano y podamos ir más allá, es decir, salir al espacio.

Imaginémonos entonces algún día viviendo dentro de una estrella, en inmensas masas estructuradas de fotones de luz, que se me mueven a una velocidad de 300.000 km por segundo en el espacio. La hermosa velocidad de la luz.

Pero para alcanzar a vivir como una estrella, debemos preocuparnos de intentar viajar como seres humanos a la velocidad de la luz, no en la entorpecida velocidad de la materia.

De eso se trata la gran travesía de la vida, que nos costará una eternidad conseguirlo, pero de eso no debemos preocuparnos, es la ruta la que importa.

Ya se sabe que las leyes físicas nos prohíben viajar en el tiempo, sea al futuro, o sea al pasado. Por lo cual, lo único que debemos preocupar es de vivir y amar la vida, tan simple como eso. 



Pero es hermoso y hay que conseguirlo juntos.

Cuando como seres humanos comenzamos a estar al servicio de la luz, a cumplir con nuestro condición humana de ser seres de luz, Dios, que es infinitamente bueno comienza a responder meramente por un tema energético y vibracional.



Pensemos una esfera que se mueve libremente en el espacio y va viajando en el tiempo.

Si miramos la esfera desde fuera, nos damos cuenta que esa misma esfera tiene millones de esferas a su lado, y a su vez, está dentro de otras grandes esferas que tiene otras más grandes esferas a su lado y están dentro de otras más más grandes esferas.

Y si miramos la esfera por dentro, nos fijaríamos que esa misma esfera posee millones de pequeñas esferas que se dividen en más pequeñas esferas.

Es decir, el universo no tiene límites.



Y si bien, tomamos un plano de espacio-tiempo donde hallamos una finita cantidad de esferas, aquellas esferas deben preocuparse de vibrar todas juntas, transmitiéndose energía y armonizándose entre sí para construir el equilibrio del todo.

Así, la esfera más grande que la sostiene, le va conteniendo y abasteciendo con su vibración porque tiene mayor energía y luz.

Si éstas se mantienen continuas y fluidas en el espacio para equilibrarse con las otras esferas, sean las más pequeñas o sean las más grandes, estaríamos todos hablando el mismo lenguaje. Hablando de un todo en continuidad y armonía: Sería la belleza, la perfección y la luz. Sería realmente hermoso.

Así, nosotros como pequeños grupos de esferas que conviven, sobre la superficie de un planeta, ubicado en un sistema Solar, podríamos formar parte de este juego de equilibrios de todos los seres vivos, y de todas las partículas existentes en el universo.


Para ello nos debemos armonizar entre nosotros y escuchar, escuchar desde la partículas más pequeña que podamos sentir, hasta la más grande proveniente de lejanas regiones del espacio.

Pero solo entre nosotros nos podemos entender.

Como especie humana, es fundamental bajar el ego y dejar de lado el plástico para darnos cuenta que somos una pequeña, mínima partícula cuántica del universo que está en un plano viajando en el tiempo.

Digo que no somos nada especial intentando cuantificar la inmensidad y la grandeza divina. Sólo estamos en una simple etapa.

Y como seres humanos nos toca amar la vida, y vivirla juntos, enloqueciéndonos al admirar la grandeza de la belleza que nos rodea, porque así estamos mirando a Dios, el amor máximo, la luz máxima, la perfección máxima: El gran arquitecto y diseñador de esta inmensa escenografía donde estamos parados para divertirnos y jugar. 

Somos seres mágicos también, la vida es mágica, hay que amarla y vivirla como magos que somos.